Sobre el tiempo de otros y la envidia que produce en los que no lo tenemos... |
Supongo que siempre he sido un poco envidioso, o quizá mucho, no lo sé a ciencia cierta, no me atrevo a indagar mucho en mí mismo por temor a lo que pueda encontrar. A veces se habla de envidia de la buena y de la mala, como si existieran categorías reales, separadas. ¿Será verdad? A mí me gusta pensar que sí, y que la mía es de la buena, claro está. Pero por algo no me atrevo a indagar demasiado en mis motivaciones reales, las primarias, no vaya a ser que tenga que admitir que mi envidia es tan mala como cualquier otra y que eso de la envidia buena es sólo un calmante para la conciencia, ésa que nunca duerme.
Y
es que yo, entre las muchas cosas que puedo envidiar de otros, lo que
principalmente querría para mí es tiempo, tiempo del que a esos otros parece
sobrarles a paletadas, del que vale más que el oro o el coltan. Ya los griegos
se dieron cuenta de esto muy pronto, por eso Cronos, la personificación
titánica del tiempo, hijo de Gea y Urano, las primeras entidades surgidas del
caos inicial, derrocó a sus padres y se autonombró primer amo del cortijo celestial,
el más importante de todos, lo más importante de todo. Eso sí, eones después,
Cronos fue a su vez derrocado por su hijo Zeus (algo típico en el Olimpo, cuyo
juzgado de lo familiar siempre estuvo colapsado), y por esto mismo, por haber
sido capaz de vencer al mismísimo tiempo (ojo al dato), se quedó como el más
grande de todos los dioses y nuevo amo del cortijo; no era para menos.
De tiempo va la cosa, señores, de tiempo y de
envidia, de las sensaciones encontradas que provoca en unos el ver cómo otros
parecen haber encontrado un manantial inacabable de algo tan importante y tan
escaso en nuestros días. En la época que nos ha tocado vivir, la del estrés y
las carreras, la de la comida rápida, las relaciones de banda ancha y contenido
estrecho y la comunicación instantánea, la del mensaje ultracorto y el icono
que ahorra palabras, la del procesador que se atropella a sí mismo en su
constante aceleración, es tanto lo que se puede hacer en tan sólo unos
segundos, que cada vez nos quedan menos de éstos para hacer lo que de verdad
queremos hacer, aunque suene a paradoja. Ve haciendo la cuenta si no: suma lo
que te pide la fisiología para descansar y alimentarte, lo que te exige la
sociedad si quieres poder cubrir las necesidades anteriormente señaladas y que
se traduce en horas semanales dedicadas a objetivos e intereses de otros, las rutinas a seguir para mantener a raya la
entropía de facturas y burocracias, del hogar y el frigorífico, de arreglos y
compromisos, y añade unas horas más para poder establecer y mantener amistades
y amores que también te son necesarios como ser humano, y por lo tanto social,
que eres. ¿Lo has sumado ya? Ahora réstale ese número al tiempo total de tu
vida. ¿Qué te queda? Lo normal es que te quede poco, lo justo como para alguna
afición leve, para algún entretenimiento ligero y poco más, ni mucho menos lo
que el cuerpo te pide cuando de una pasión se trata.
Porque
claro, estamos hablando de literatura, y a partir de cierto tiempo, si uno
sigue jugando a esto, es que está afectado por una pasión. Es una dolencia como
otra cualquiera, beneficiosa en general, si se me apura, pero también
perjudicial cuando uno tiene voluntad de implicarse, de adentrarse bien en el
mundillo aficionado, de hacer cosas, y ve que el contador de tiempo en seguida
se pone en rojo. Cuando esto sucede, de poco nos va a servir el consejo de ser
pragmáticos, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de una afición, que es
por amor al arte (bueno, allá cada uno con su ilusión, pero si nos ponemos
realistas y afianzamos bien los pies en el suelo…), y que eso poco valor va a
tener para la vida real (para la vida interior ya es otra cosa), con lo que los
ratos que podremos dedicarle tendrán que ser de ese resto mínimo al que
llegamos tras las cuentas anteriores. Tampoco vale lo de administrarse el
tiempo mejor o peor, porque si no se tiene de partida, ni siquiera saber hacer
economía creativa del tiempo nos va a valer para sacar algo de donde no lo hay.
Es entonces cuando uno se agobia, cuando ve que no llega donde quiere llegar
(sobre todo si se sufre el agravante de querer abarcar mucho), y es también cuando
surge la envidia, porque no todo el mundo parece estar en la misma situación.
Así
es, hay gente que, por lo que sea, sí parece disponer del tiempo necesario para
llegar a donde otros no podríamos llegar salvo que encontremos la manera de
parar el segundero y ponernos al día en el intervalo. A veces es cuestión de
suerte, que los astros se alineen y algunas o varias de nuestras necesidades se
vean cubiertas sin tener que preocuparnos por ellas y las horas que les
dedicábamos podamos usarlas libremente para lo que queramos. También puede ser
mala suerte, la de no tener una ocupación con la que intercambiar tiempo por
dinero, o no ser capaces de establecer relaciones sociales y los minutos a
quemar salgan de ahí, o váyase usted a saber, que el número de circunstancias
es igual o mayor que el número de humanos sobre la faz de la Tierra. A veces
incluso es tan simple como que ya se ha cumplido con todo lo que se tenía que
cumplir, y ésta es una actividad tan buena como cualquier otra (quizá mejor)
con la que llenar los pocos momentos que nos queden para llegar al ocaso de
nuestra vida.
En
fin, pueden ser muchas cosas, como ya he dicho y repetido, las que permitan a
otros sacar el tiempo para divertirse en plenitud con este noble arte, pero la
sensación que provocan en los que no tenemos esa suerte es siempre la misma,
envidia, frustración, coraje, porque, como indica el título, se nos presenta
ante nuestros ojos como una suerte de competencia desleal, salida de carrera a
cien metros por detrás del resto. Ojo, repito para que nadie se moleste: “se
presenta ante nuestros ojos como una suerte…”. Si tuviéramos la posibilidad la
aprovecharíamos igual que los otros, de ahí la envidia, el mal cuerpo.
Incluso
puede ser que no envidiemos el tiempo, sino la circunstancia, porque puede que
del primero tengamos aunque sea sólo algo, pero sea la segunda la que no nos
deje el alma en paz como para centrarnos en lo que queremos centrarnos; perra
vida. De poco vale el tiempo si no hay voluntad o ánimo para sacarle provecho.
Bueno, poco más que decir, soy un enfermo crónico de
este mal, incurable, me temo, así que no me sale dar consejos propios porque no
me los creería ni yo. Si acaso déjenme transmitirles una idea de mi amigo Kachi
Edroso que, en alguna conversación epistolar, me comentó que, a pesar de ir
acumulando obligaciones y compromisos a ritmo acelerado, una misma de las
causas, su paternidad múltiple, desbocada, le había otorgado una cualidad
especial a la hora de saber administrar el tiempo y priorizar con efectividad.
Quién sabe, quizá sea ésa la clave, tener hijos humanos; aunque yo no creo que
me anime, la verdad, ya tengo demasiados hijos de otras especies.
“er Caniho”
Soundtrack:
Goldfrapp
4 comentarios:
No sé qué decirte, yo cuando trabajaba tenía mucho menos tiempo libre que ahora, pero lo aprovechaba más. Ahora que tengo mucho tiempo tiendo a entreneterme con mil tonterías y acabo haciendo menos que cuando no lo tenía.
Pues sí, debería haberme extendido más en esa parte. Es cierto que el ánimo, la actitud, el centrarte al 110% en lo que quieres, hace mucho, te permite aunque sea aprovechar las migajas de tiempo que te caigan por ahí. En fin, a apretar los dientes.
Un placer tenerte por aquí, Rae.
Yo soy, en teoría, una privilegiada: se supone que debería disponer de bastante tiempo, ya que no tengo un trabajo reglado fuera de casa. Pero, desde luego, no es así. En algún punto tiene que haber algo que falla, porque voy a todo, todo el tiempo, con la lengua fuera y sintiendo que no llego ni a la mitad de lo que querría.
El problema principal, creo, es que el tiempo de que dispongo es irregular, "estacional" y enormemente fraccionado. Funciono normalmente a salto de mata, es decir, funciono disfuncionalmente. Tengo una amiga que trabaja en RRHH y ha impartido algunos cursos de optimización del tiempo. Como cualquier otro recurso, es importante saber gestionarlo. Y la premisa más básica es que para que algo cunda es necesaria la concentración en una sola tarea hasta que esté terminada. O sea, lo opuesto a lo que yo puedo hacer. Sobre todo en una actividad como es la escritura, en la que la inmersión es esencial, y la entrega. Supongo que nos pasa a todos, que a menudo estás tan metido en una historia, si es de esas buenas que te llenan (y sobre todo si es de largo recorrido), que vives y sueñas con ella en la cabeza.
Y hay aún otro aspecto: me acompaña a menudo la sensación de que el tiempo no me pertenece enteramente, siempre pertenece a otros antes, la pareja, la familia, la casa, las actividades comunes... De manera que en realidad "robo" pequeñas fracciones para hacer lo que de verdad quiero yo. Siempre hay cerca alguna madre-que-todo-lo-sabe (están por todas partes) para ejemplarizar lo que es bueno y lo que no. Una buena madre vive por y para las necesidades, actividades y deseos de sus hijos. Y no necesita, como parece que nos pasa a las malas, otra parcela de identidad que no sea la de ser madre.
Si esto le pasa a tantas mujeres con profesiones absorbentes, que están hasta bien remuneradas y tienen un horario definido externamente, ¿cómo no se va a acentuar si lo que una pretende es escribir, que no está pagado, ni parece esencial, ni tiene una evolución visible?
Lo único que a mí me consuela es que la pasión por algo, aunque muchas veces insatisfecha, es mejor que no tener pasiones ni inquietudes. Y que lo que dice Rae es verdad, muchas veces aprovechas más y mejor lo que tienes en poco cantidad, como un regalo raro. Hace tiempo me dijeron una frase que se me ha quedado en la memoria porque me ha resultado cierta: dale algo que hacer a quien esté muy ocupado y encontrará la manera de hacerlo. Pídeselo a quien tenga mucho tiempo y te dirá que no ha encontrado el momento.
Mmm, muchas cosas. Lo que más claro me queda es que, como me habéis indicado tú y Rae, debería haberle dado más peso a la parte del ánimo, que el quid está más ahí, en la tranquilidad, la paz mental que te permite de verdad ser capaz de disfrutar los momentos y llenarlos con lo que quieres, sean éstos pocos o muchos. Quizá menos la determinación, porque si estás disfrutando mientras atacas objetivos, que más dará si el conseguirlo se alarga más o menos en el tiempo, o si se hace eterno, si me apuras. En fin, tendré que reflexionar más sobre ello.
Por cierto, genial el aforismo.
Un placer tenerte por aquí.
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