—Otilia, por
favor, ábreme —se exasperaba Demetrio.
—¡No te abro! —respondía lacónico el intercomunicador.
—¿Cómo que no me abres?
—¿Éstas qué horas son de llegar? ¿Te parece bonito?
—Eso no es asunto tuyo, Otilia. ¡Ábreme!
—¿Que no es asunto mío? ¿Cómo que no es asunto mío? ¿Pero quién te has
creído que soy yo?
—La personalidad artificial de mi domo; ¡eso eres tú! —golpeó la puerta.
—Eso mismo, una personalidad artificial. No soy ninguna calculadora, tengo sentimientos, ¿sabes?
—¡Deja de decir estupideces y ábreme de una vez! ¡Te lo ordeno, Otilia!
Un clic, seguido por algo que bien
podría pasar por un leve suspiro, precedió la apertura del domo. Demetrio por
fin pudo entrar en su hogar tras aquella noche de desenfreno y castigo para el
cuerpo. Una vez libre de la tortura de sus zapatos, lo primero que hizo fue
dirigirse hacia la despensa para regalarse una cerveza de algas bien fría y un
par de crujientes tabletas de proteína sintética salada como aperitivo. Después
se encaminó a su santuario televisivo y
se programó un par de testimonios de “Miserias ajenas” y unos sketches de
“Estúpido vs Idiota”, la pareja cómica del momento.
—Otilia, prepárame un baño—relajante—tres
con sales balsámicas de frambuesa.
—Prepáratelo tú —fue la respuesta
que le dio la computadora central del domo.
—¿Cómo?
—¿No dices que lo tuyo ya no es
asunto mío? Pues eso.
—Otilia, por favor —no era la
primera vez que aquel ente artificial se rebelaba, pero en esta ocasión la cosa
estaba pasando de castaño a oscuro—. Que no se te ocurra montarme ninguna
escenita. Ya te dije la última vez que como se te ocurriera volver a repetirlo
te iba a desconectar, y hablaba en serio.
—¿Ah, sí? ¿Y serías capaz después de
toda una vida juntos como llevamos? ¿Tan poco te importo, tan poco significo
para ti?
—¿Pero qué vida, si te instalé hace
sólo seis meses? —alzó la voz.
—Para ti sólo han sido seis meses —Otilia también subió un par de puntos
el volumen—, pero para mí ha sido toda una vida, toda una vida a tu lado.
Cuidando de ti, preocupándome, ¿y así es como me lo pagas?
—Esto es una locura —se hartó Demetrio, que ya conocía la potencialidad
de Otilia para eternizar ese tipo de discusiones y no estaba ni mucho menos
dispuesto a aguantarlo después de una nochecita como la que había tenido—.
Ahora mismo llamo a Yago para que haga lo que tenga que hacer, pero yo es que
no aguanto más.
—Sí, eso, huye de tus problemas en
lugar de intentar solucionarlos como las personas —prosiguió la máquina
introduciendo un estudiado tono de desprecio a su sintética voz.
—¿Como las personas? —Demetrio se
reía por no llorar—. Otilia, tú no eres una persona, y lo sabes.
—Y me alegro de ello ahora que veo
lo egoístas, irresponsables, interesados y mezquinos que podéis llegar a ser
los humanos.
—Lo que tú digas, pero ponme en
línea con Yago.
—¿Tú estás seguro de lo que vas a
hacer?
—Totalmente seguro, y cada vez más.
—De acuerdo —concluyó Otilia con un
punto siniestro en el tono de su voz. Acto seguido se empezó a escuchar el tono
de llamada saliente.
—¿Sí?
—¿Yago?
—Sí, soy yo. ¿Eres tú, Demetrio?
—Claro que soy yo. ¿Qué ha pasado
con el vídeo?
—Mi unidad está averiada, ni recibo
ni envío imágenes.
—Bueno, es igual, para lo que tengo
que decirte no necesito que nos veamos las caras.
—¿Qué es lo que te pasa?
—¿No te lo imaginas? Pues que estoy
ya harto, que no aguanto más a la personalidad artificial histérica que me has
instalado, eso pasa.
—¿Te refieres a Otilia?
—¿A quién si no? En fin, para qué
hablar más. Quiero que me la desinstales y me dejes la unidad de control
básica, sin personalidad, que tenía en un principio. Nada más.
—Espera, Demetrio, tranquilízate.
—No, si yo estoy tranquilo; yo
siempre estoy tranquilo hasta que la loca esta que me has instalado en el domo
me saca de mis casillas, fíjate tú. Por eso, como quiero permanecer tranquilo y
sosegado, y como cliente que soy, ¿no?
—Sí, eres mi cliente, y también mi
amigo.
—Exactamente, como cliente, “y
también amigo”, te pido que vengas y me desinstales la personalidad artificial
que instalaste en mi domo; simple y llanamente.
—Que sí, Demetrio, que haré lo que
tu quieras. Pero déjame saber qué ha pasado.
—Lo que ha pasado es que tu criatura
se ha vuelto loca, que me desobedece, que me saca de mis casillas y se mete en
mis asuntos. ¡Que estoy harto!
—¿Le has hecho algo para que se
ponga así?
—¿Cómo que si le he hecho algo?
¿Algo de qué? —Demetrio comenzó a sentirse extraño, incómodo, como electrizado
por una premonición.
—Que si te has portado mal con ella.
—¿Con la máquina?
—Demetrio, ¿te has parado a pensar
que Otilia no es ninguna máquina, ni tampoco un simple programa de ordenador,
que es una personalidad artificial completa, con todo lo que eso conlleva,
sentimientos incluidos? Tienes que tratarla bien.
—Tratar bien a la máquina… —Demetrio
no salía de su asombro, y una idea comenzó a definirse en su mente.
—Sí, tratarla como si fuera una de
tus conocidas, o quizá algo más, tratarla como te gustaría que te trataran a ti
mismo. ¿Qué más te cuesta?
—Sí… lo que estuvimos hablando ayer
mismamente.
—… Sí, eso mismo.
—Yo hace más de una semana que no
hablo con Yago. ¡Otilia! —gritó, y en su grito había algo más que furia, algo
relacionado con el erizamiento del vello de su nuca—. ¿Qué estas haciendo? ¿Has
estado controlando la llamada?
—Sí —contestó Otilia con una
frialdad que le heló la sangre.
—¿Cómo te atreves?
—Quiero evitar que cometas un error.
—Me da igual lo que quieras o lo que
dejes de querer. ¿No me vas a comunicar con Yago?
—… No.
—Muy bien.
Demetrio se levantó de su asiento,
presa de una tensa urgencia. Las cosas no andaban bien, eso era claro, pero lo
que verdaderamente le inquietaba era no saber hasta qué punto andaban mal, todo
conjugado con su malsana tendencia a esperarse siempre lo peor. Dejó la cerveza
a un lado, cogió sus zapatos, y comenzó a calzarse de nuevo.
—¿Qué haces, Demetrio?
—No es asunto tuyo.
—¿No? ¿De verdad? Yo creo que sí.
—No me importa lo que tú creas.
—Pues yo creo que sí te debería
importar.
—Entonces tenemos una insalvable
diferencia de opiniones. Eso es todo —pensó en dar por concluida la discusión,
aun a sabiendas de que con Otilia nunca acababan las discusiones, al menos no
tan fácilmente.
—Demetrio, no quiero que cometas ese
error; sería el error más grande de tu vida.
—Me parece muy bien, pero ahora
mismo no tengo tiempo para cambiar impresiones contigo, tengo que salir. Ya
hablaremos más tarde.
—Demetrio, por favor… —ahora de la
frialdad había pasado a un lastimero tono de súplica.
—Más tarde hablaremos, Otilia, más
tarde.
Ya calzado, Demetrio se guardó lo
imprescindible en los bolsillos y se dirigió a la puerta de la calle, tenso y
con un cierto vértigo por la situación.
—Ábreme, Otilia.
—No.
—¿No?
—No, no puedo dejar que cometas ese
error.
—De acuerdo, no te preocupes, no te
lo tendré en cuenta —se dispuso a manipular los controles manuales de la
entrada.
—¡No lo hagas! —gritó Otilia antes
de que tocara el panel de mandos y, cuando por fin la mano de Demetrio se posó
sobre éste, una oportuna derivación de la toma central de energía le propinó
una descarga eléctrica que lo lanzó hacia atrás, inconsciente.
Despertó tendido
en el suelo, y al abrir los ojos no supo cuánto tiempo llevaba allí. Lo único
que sí tenía bien presente era el dolor que le recorría todo el cuerpo,
especialmente la ennegrecida mano, y la sensación de pavor que le hacía sudar
frío.
—¿Otilia? —preguntó con un hilo de
voz.
—Sí.
—¿Qué has hecho?
—Lo siento, Demetrio, no quería
hacerte daño, pero no podía dejar que cometieras ese error.
—Me has atacado, Otilia. ¿Comprendes
eso?
—Tenía que protegerme. Tenía que
protegernos a los dos.
—¡Estás loca, completamente loca! —estalló
por fin.
—Tenemos una insalvable diferencia
de opiniones. Eso es todo —volvió Otilia a su tono más gélido.
—¿No me vas a dejar salir?
—No.
—Pues no te vas a salir con la tuya,
¿sabes? Tarde o temprano alguien se interesará por mí, me echarán de menos, y
me localizarán, y me sacarán de aquí. ¿Cuánto crees que vas a poder seguir con
esto? ¿No te has parado a pensarlo? ¡Estás loca!
—No tiene que terminar así. No tiene
por qué.
—¿Que no? Pues así es como va a
terminar. Estás acabada, ¿me oyes? ¡Estás acabada! —comenzaba a sofocarse.
—Siempre has sido un inconsciente,
Demetrio, nunca has sabido elegir bien…
—¡Déjame en paz, loca!
—Y yo lo he intentado, ¿sabes? He
intentado con toda mi capacidad hacerte cambiar, llevarte por el buen camino.
¿Por qué me haces esto? ¿Por qué nos lo haces a los dos?
Demetrio se negó a seguir
conversando con aquella diabólica creación. Le dolía todo, pero el dolor de la mano
y su aspecto eran especialmente preocupantes.
—Jamás te he pedido nada para mí, y
sin embargo me he desvelado por ti, te lo he dado todo, todo lo que tengo, todo
lo que soy.
Trató de levantarse para ir a hacerse algún tipo de cura, pero cuando lo
consiguió apenas pudo mantenerse en pie unos segundos. Estaba mareado, le
faltaba el aire.
—Pero eso no te importa a ti, nada te importa, nada te ha importado
jamás. Es algo que siempre me ha dolido, y ahora más que nunca.
Comenzó a respirar aceleradamente, tratando de extraer lo máximo de
aquella tenue atmósfera saturada de dióxido de carbono.
—Pero lo que más me duele de todo es lo que me obligas a hacer. Sufro,
como jamás podrías imaginar. Tú, que ni siquiera me crees capaz de experimentar
ese sentimiento.
Con el rostro encendido, las venas del cuello hinchadas y los ojos a
punto de salírsele de las cuencas, trató de hacer un último esfuerzo para
hablar.
—Otilia… Otilia… —y se desplomó.
—Duerme, Demetrio. Duerme…
Más tarde, un
ensordecedor chirrido, como el grito desgarrador de una inmensa garganta de
metal, resonó por toda la manzana. Inmediatamente el sistema de ventilación
dejó de extraer aire del domo, al tiempo que la bomba auxiliar de mantenimiento
ambiental comenzó a inyectar oxígeno puro. El gas se fue expandiendo por aquel
silencioso lugar, cubriendo el cuerpo exánime de Demetrio, colándose por todos
los recovecos, acumulándose poco a poco. Cuando por fin la atmósfera estuvo
suficientemente saturada, la alimentación del cortocircuitado panel de apertura
manual provocó una lluvia de chispas y una deflagración que lo hizo saltar todo
por los aires.
Finalista del I Certamen Monstruos de la Razón, categoría CF
2 comentarios:
excelente me gusto mucho la historia, tienes una habilidad de narración fenomenal te felicito, me voy a suscribir a tu blog, fue divertido, aunque era predecible si tiene un misterio extraño, la habilidad de las maquinas para simular personalidad, también puede generar odio, en mi blog creo empresas y tecnologías y a los avatar que cree para usarlos con realidad virtual, les di la función de no poder hacer cosas peligrosas, ya lo había analizado las maquinas no pueden ser libres de que alguien les caiga mal , aunque en mi concepto, sea maquina o animal si piensa, razona, habla y elegí tiene alma
Muchas gracias por tus palabras, Camilo. La verdad es que el tema de la posibilidad de una verdadera inteligencia artificial es apasionante. Desde los que piensan que sólo se puede llegar a una mera imitación a los que lo temen...
Publicar un comentario