Para enfermos de aburrimiento alérgicos a la pasta de celulosa, para exiliados de bibliotecas con tiempo pero sin estantes, para marineros de la red con tendencia a hacer parada y fonda en tabernas de relatos, para viajeros de sillón y amantes de la aventura estática, para todos ellos y para ti mismo se abre esta consulta literaria, la del doctor Perring, enhebrador de palabras, zurcidor de conceptos y trazador de historias.


Tratamiento único y definitivo: tú pones los segundos, el que suscribe pone las letras...

jueves, noviembre 22, 2018

Mariano, asesino en serie novato - Día 10



Décima entrega de las aventuras de "Mariano, asesino en serie novato". Segunda visita de Mariano a la consulta del doctor Perring para hablar del tío Aurelio...


Dia 10

El doctor Chilton saborea sus mezquinos tormentos, dijo mi maestro refiriéndose a los castigos que le imponía su custodio cuando se portaba mal. Creo que el doctor Perring también se divierte durante sus consultas, al menos las que pasa conmigo, pero igualmente estoy convencido de que me está ayudando, de una manera que no alcanzo a comprender, pero que dará sus frutos, seguro.


Hoy era el día concertado para la segunda cita con mi nuevo médico. Curiosamente, en esta ocasión me tocaba ir solo, mis padres fueron citados el día anterior, para contrastar versiones. Al llegar a su domicilio me recibieron los ya acostumbrados olores, los ladridos, la cara somnolienta del doctor y su bata a cuadros hiperalergénica. Me hizo pasar sin más dilación, al parecer tenía ganas de trabajar, lo cual no es algo habitual y hay que aprovecharlo cuando sucede. Llegados al despacho se situó a mi espalda y me preguntó ¿voy a tener que coger la garrota hoy? Ante mi respuesta dubitativa me dio una colleja y me volvió a hacer la pregunta. Ahí respondí con firmeza que no, que le contaría todo lo que me preguntara con exactitud y fidelidad absoluta a la verdad. Entonces me dio un par de palmadas en el hombro, se recostó en el diván con su copa de anís en la mano, y me invitó a hacer lo mismo en la silla aneja. Me dijo que, aunque con ganas de trabajar, estaba cansado y no le apetecía coger la garrota, que había hecho bien en animarle a no cogerla porque si no iba a tener que usarla, hubiera hecho falta o no, y que teniendo en cuenta que estábamos solos en la casa y nadie iba a acudir en mi ayuda… Yo tragué saliva, él dio un sorbo a su copa, sin apartar la vista de mi persona.

El doctor Perring estaba interesado en un nombre que ya había sonado el primer día que hablamos y del que había tenido más referencias en su última cita con mis padres. Se trataba de mi tío Aurelio. Mi tío siempre había sido considerado una persona rara y, en la actualidad, se encuentra recluido en una institución mental por hacer cosas con niños. También lo acusan de hacerme cosas malas a mí, pero, si tengo que ser sincero, para mí siempre ha sido una persona muy divertida y no recuerdo nada malo de él.

La primera vez que oí el nombre de mi tío fue como referencia negativa hacia mi persona. Ha salido raro, como su tío Aurelio, dijo alguien. Mi padre siempre negaba este punto, pues por aquella época aún se mantenía vivo su sueño de que fuera una gran estrella del balompié. Luego, cuando lo conocí en persona un día de reunión familiar, tampoco me pareció raro o especial, si acaso especialmente simpático y generoso. Yo ya tenía unos añitos, y por aquella época comenzaba a interesarme por el mundo de la piromanía. Estaba en el jardín jugando con el mechero, quemando papelitos, bichitos y esas cosas, cuando se me acercó y me dijo ¿A ti te gustan los caramelos, Mariano?, al tiempo que me daba uno. A mí sí, tito, mucho. Y a ti, ¿te gusta el fuego?, respondí, y le acerqué el mechero de juegos, por compartir algo con él. Lo malo fue que llevaba un rato jugando, que la chapa estaba al rojo y que cuando la cogió se le quedó pegada entre los dedos y pasó un rato chillando hasta que pudo arrancarla junto con un trozo de piel.

También recuerdo una jornada de campo en familia en la que mi tío, que había estado muy solícito durante todo el día, me cogió en un aparte y me dijo que tenía un juego especial para mí, pero que no le podía contar a nadie que íbamos a jugar. Yo acepté, y mi tío me explicó que era el juego de la serpiente dragón y que me esperaba tras unos arbustos para comenzar. Le dije que me aguardara allí, que iba a buscar algo para nuestra aventura de caballeros y dragones. Cuando encontré lo que buscaba y me asomé tras los arbustos, mi tío estaba con la churra en la mano. No lo comprendía muy bien, ¿eso era una serpiente o un dragón? Por mi parte tenía una espada, bueno, una espada no, una rama de árbol que había cogido por ahí, pero como estábamos jugando a imaginar valía, y la espada, imaginaria o no, siempre gana al dragón y a la serpiente, y más si ésta sólo es una churra. Por eso tampoco comprendí que no se apartara cuando fui a por él empuñando la espada. Ataqué y le di un golpe certero con el mandoble al dragón. Mi tío salió corriendo con la bicha sangrante en la mano, gritando, gritando mucho, y diciendo que era muy bruto, que ya no quería jugar más conmigo.


Otro día de reunión familiar me dijo que me iba a dar otra oportunidad, que si quería jugar con él a los médicos. A mí me pareció bien, interesante y educativo, pero no conocía el juego. De todas formas había visto un programa de operaciones, y supuse que tenía algo que ver, así que me apunté. Me había dicho que me esperaba en el cuarto. Cuando aparecí allí él estaba denudo, recostado en la cama, yo llevaba un cuchillo en la mano y le dije que, ya que estaba tumbado y desnudo, me tocaba operar a mí primero, que para eso era el que había traído el bisturí. Mi tío se puso blanco, quizá porque el incidente de la serpiente y la espada estaba muy cercano en el recuerdo, saltó de la cama y rogó por su vida, llorando desconsolado. Yo no sabía qué hacer, y no le estaba cogiendo la gracia al juego, pero cuando mi tío aprovechó un despiste para escapar del cuarto y salir corriendo supuse que se trataba de algún tipo de corre-que-te-pillo de médicos y pacientes, y le seguí a la carrera, cuchillo en mano, gritando que le iba a operar.

Y poco más pude relatarle al doctor Perring, tras aquellos incidentes mi tío siempre mantuvo las distancias conmigo, me tenía como miedo, y luego sucedió lo de los niños y desapareció de nuestras vidas. A pesar de no haberme podido extender más en el relato mi médico quedó satisfecho, incluso me felicitó por mi sinceridad, lo que demostraba que había comprendido bien los principios de su tratamiento. Después me despidió hasta nuestra próxima visita, cuya fecha ya concertará con mis padres llegado el momento.

Esto es todo por hoy, querido DCC. Y no se preocupen, estremecidos lectores, no pienso ir a visitarlos, el mundo es más interesante con ustedes dentro.


1 comentarios:

Morti dijo...

jajajaja. Buenísimo. Me ha faltado un chupachups salado por ahí pero sublime

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