Para enfermos de aburrimiento alérgicos a la pasta de celulosa, para exiliados de bibliotecas con tiempo pero sin estantes, para marineros de la red con tendencia a hacer parada y fonda en tabernas de relatos, para viajeros de sillón y amantes de la aventura estática, para todos ellos y para ti mismo se abre esta consulta literaria, la del doctor Perring, enhebrador de palabras, zurcidor de conceptos y trazador de historias.


Tratamiento único y definitivo: tú pones los segundos, el que suscribe pone las letras...

martes, noviembre 20, 2018

Mariano, asesino en serie novato - Día 9



Novena entrega de las aventuras de "Mariano, asesino en serie novato". Aquí se narra cómo Mariano conoce a los Jubiletas del Infierno...


Día 9

Quid pro quo, agente Starling. Usted me dice cosas y yo le digo cosas. Éste fue el acuerdo al que llegó mi maestro en su tercera entrevista con la novata Clarice. Yo hoy he llegado a otro acuerdo de mutua ayuda, un acuerdo tácito, pero real, que espero me facilite las cosas cuando por fin me lance a mi orgia de sangre…


Todo ha sido fortuito, ni ellos buscaban nuevo amigo ni yo padrinos, pero ha sucedido. En mi caso me encontraba en una nueva salida de exploración y tanteo. Esta vez quería probar nuevas posibilidades más allá de los supermercados, panaderías y peluquerías, y por pura casualidad di con aquel lugar. Bueno, por pura casualidad no, consciente o inconscientemente iba siguiendo una densa mezcla de Lavanda Puig, Heno de Pravia, Otelo, Varón Dandy y otras esencias de a litro cuando di con aquella escuela para la tercera edad, cuajada de posibles víctimas.

En seguida me puse alerta, como depredador que soy. Adecué mis movimientos a lo que me rodeaba, caminando con lentitud, de forma imprecisa, tambaleante, rígida, fundiéndome con el entorno. Estaba embriagado, empalagado por el dulce aroma de la laca Nelly y el talco Nenuco, casi saboreando a mis víctimas, lo cual ya en ese momento y ahora aún más me produce arcadas. Había grupos de chicos mayores, más alborotadores, llamando la atención, y grupos de chicas mayores, más modositas, pero coquetas, algunas de sonrisita y miradita fácil. Y también había otro grupo, pero yo no reparé en ellos hasta que un señor vestido con chaqueta de cuero negro y pantalones vaqueros, el escaso pelo engominado salvo un ralo tupé que le caía fláccido entre las cejas, me agarró por el brazo y me arrastró hacia la valla en la que sus tres compinches nos aguardaban.

Era una banda, de eso no cabía duda por su aspecto: todos con vaqueros, el que ya mencioné con la chupa, otro con una sudadera negra, y otro con chándal negro, sólo el cuarto desentonaba con su chaleco de punto a cuadros marrones y beiges y sus gafas de densidad infinita. Zagal, tú no vendrás aquí en busca de nuestro ganado, ¿verdad? Me dijo el que me agarraba del brazo, todos me miraban, amenazantes. Había captado el símil, pero no tenía claro cómo aquellos señores habían descubierto mis oscuras intenciones, o algo parecido. Me excusé con la casualidad, lo negué todo, y por despistar pregunté por el dibujo que había creído adivinar en la espalda de uno de ellos. Entonces, como por arte de magia, se rompió el hielo. El hecho de que me hubiera dado cuenta fue la clave. Todos se giraron, sonrientes, salvo el del chaleco de rombos, que miraba al suelo con aquellos ojos de tamaño imposible debido a las gafas. Todos llevaban el mismo parche, arriba se leía Jubiletas del Infierno, y debajo de las letras se dibujaba una Parca con un bastón por guadaña.

No sabía qué decir, me había quedado sin palabras tras aquella revelación, pero ellos, como tantos ancianos, son ávidos a la hora de contar sus historias, intensos en el relato, así que en poco tiempo estuve al tanto de todo lo que les concernía. Se trata, efectivamente, de una banda de rockeros moteros jubilados. Bueno, sólo Amancio, “Mancy”, el de la chupa de cuero y jefe de la banda, está motorizado gracias a un motocarro que conserva de antes de su jubilación. Los otros se tienen que conformar con abonos de transporte para la tercera edad, pero Mancy siempre sigue de cerca al autobús en el que van sus compañeros, para dar sensación de unidad. Charly, el de la sudadera negra, y Johnny, el del chándal negro son los otros dos miembros oficiales, que ya tendrán su chupa de cuero cuando la situación económica lo permita. El cuarto miembro, aún en periodo de prueba, es Julio. El chaleco de punto es su marca de bisoñez y, cuando los veteranos lo consideren oportuno y haya dinero, le entregarán su parche oficial y le permitirán llevar alguna prenda negra en cuya espalda colocarlo.

En ese momento sonó un timbre que al parecer daba por finalizado el recreo. Aquello me contrarió, porque supuse que ellos, al igual que hacía el resto de ancianos, volverían a las clases. Cuando les conté esto se rieron de mí. Ellos son unos rebeldes, unos pendencieros, estaban allí sólo por las chicas, pues también son unos seductores, y la campana para ellos sólo significaba marchar en busca de nuevas aventuras. Fue emocionante cuando me invitaron a acompañarlos en su salida salvaje. Primero, para celebrar mi unión a su grupo, fuimos a una tasca y calentamos motores con unos chatos. Después, siguiendo su filosofía de vive rápido que te quedan dos telediarios, compramos una litrona que íbamos bebiendo por la calle. Eran procaces cuando nos cruzábamos con mujeres, intimidantes cuando alguien nos miraba mal. Al pasar cerca de un parque tuvimos un encuentro tenso con otro grupo de ancianos de similar aspecto. Se trataba de una banda rival, los Hijos de la Jubilación, pero aquello no pasó a mayores porque el andador de uno de nuestros antagonistas se quedó atascado en el césped y el resto se pararon a ayudarle.

Ya llevaba un rato de intenso disfrute con ellos cuando reparé en que se me hacía tarde y tenía que volver a casa. Con todo el dolor de mi corazón tuve que perderme las grandes aventuras que sin duda aguardaban a mis nuevos camaradas. Me despedí de ellos entre abrazos de hermanamiento y promesas de aparecer donde nos encontramos por primera vez ya vestido como uno más de la banda. Sí, he encontrado mi lugar, en adelante voy a ser el reclamo para las nenas de mis camaradas, ansiosos por usar el Viagra que tan caro les has costado en el mercado negro.

Marché a mi casa ufano, ávido del caudal de sabiduría que se ha puesto a mi alcance: sabiduría sobre las mujeres mayores, sobre dónde encontrarlas, cómo conquistarlas, sus puntos débiles… Ahora, ya en el hogar, acaricio el chaleco de punto a cuadros y los pantalones vaqueros que vestiré durante mi ceremonia de iniciación como Jubileta del Infierno, mientras escribo estas últimas palabras.

Este ha sido mi emocionante día de hoy, querido DCC. Por su parte, no se preocupen, estremecidos lectores, no pienso ir a visitarlos, el mundo es más interesante con ustedes dentro.

1 comentarios:

Morti dijo...

Maravilloso. Cada vez pinta mejor

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