Décima entrega de las aventuras de "Mariano, asesino en serie novato". Segunda visita de Mariano a la consulta del doctor Perring para hablar del tío Aurelio... |
Dia
10
Hoy era el día concertado para la
segunda cita con mi nuevo médico. Curiosamente, en esta ocasión me tocaba ir
solo, mis padres fueron citados el día anterior, para contrastar versiones. Al
llegar a su domicilio me recibieron los ya acostumbrados olores, los ladridos,
la cara somnolienta del doctor y su bata a cuadros hiperalergénica. Me hizo
pasar sin más dilación, al parecer tenía ganas de trabajar, lo cual no es algo
habitual y hay que aprovecharlo cuando sucede. Llegados al despacho se situó a
mi espalda y me preguntó ¿voy a tener que
coger la garrota hoy? Ante mi respuesta dubitativa me dio una colleja y me
volvió a hacer la pregunta. Ahí respondí con firmeza que no, que le contaría
todo lo que me preguntara con exactitud y fidelidad absoluta a la verdad. Entonces
me dio un par de palmadas en el hombro, se recostó en el diván con su copa de
anís en la mano, y me invitó a hacer lo mismo en la silla aneja. Me dijo que,
aunque con ganas de trabajar, estaba cansado y no le apetecía coger la garrota,
que había hecho bien en animarle a no cogerla porque si no iba a tener que
usarla, hubiera hecho falta o no, y que teniendo en cuenta que estábamos solos
en la casa y nadie iba a acudir en mi ayuda… Yo tragué saliva, él dio un sorbo
a su copa, sin apartar la vista de mi persona.
El doctor Perring estaba interesado en
un nombre que ya había sonado el primer día que hablamos y del que había tenido
más referencias en su última cita con mis padres. Se trataba de mi tío Aurelio.
Mi tío siempre había sido considerado una persona rara y, en la actualidad, se
encuentra recluido en una institución mental por hacer cosas con niños. También
lo acusan de hacerme cosas malas a mí, pero, si tengo que ser sincero, para mí
siempre ha sido una persona muy divertida y no recuerdo nada malo de él.
La primera vez que oí el nombre de mi
tío fue como referencia negativa hacia mi persona. Ha salido raro, como su tío Aurelio, dijo alguien. Mi padre siempre
negaba este punto, pues por aquella época aún se mantenía vivo su sueño de que
fuera una gran estrella del balompié. Luego, cuando lo conocí en persona un día
de reunión familiar, tampoco me pareció raro o especial, si acaso especialmente
simpático y generoso. Yo ya tenía unos añitos, y por aquella época comenzaba a
interesarme por el mundo de la piromanía. Estaba en el jardín jugando con el
mechero, quemando papelitos, bichitos y esas cosas, cuando se me acercó y me
dijo ¿A ti te gustan los caramelos,
Mariano?, al tiempo que me daba uno. A
mí sí, tito, mucho. Y a ti, ¿te gusta el fuego?, respondí, y le acerqué el
mechero de juegos, por compartir algo con él. Lo malo fue que llevaba un rato
jugando, que la chapa estaba al rojo y que cuando la cogió se le quedó pegada
entre los dedos y pasó un rato chillando hasta que pudo arrancarla junto con un
trozo de piel.
También recuerdo una jornada de campo
en familia en la que mi tío, que había estado muy solícito durante todo el día,
me cogió en un aparte y me dijo que tenía un juego especial para mí, pero que
no le podía contar a nadie que íbamos a jugar. Yo acepté, y mi tío me explicó
que era el juego de la serpiente dragón y que me esperaba tras unos arbustos
para comenzar. Le dije que me aguardara allí, que iba a buscar algo para
nuestra aventura de caballeros y dragones. Cuando encontré lo que buscaba y me
asomé tras los arbustos, mi tío estaba con la churra en la mano. No lo
comprendía muy bien, ¿eso era una serpiente o un dragón? Por mi parte tenía una
espada, bueno, una espada no, una rama de árbol que había cogido por ahí, pero
como estábamos jugando a imaginar valía, y la espada, imaginaria o no, siempre
gana al dragón y a la serpiente, y más si ésta sólo es una churra. Por eso
tampoco comprendí que no se apartara cuando fui a por él empuñando la espada. Ataqué
y le di un golpe certero con el mandoble al dragón. Mi tío salió corriendo con
la bicha sangrante en la mano, gritando, gritando mucho, y diciendo que era muy
bruto, que ya no quería jugar más conmigo.
Otro día de reunión familiar me dijo
que me iba a dar otra oportunidad, que si quería jugar con él a los médicos. A
mí me pareció bien, interesante y educativo, pero no conocía el juego. De todas
formas había visto un programa de operaciones, y supuse que tenía algo que ver,
así que me apunté. Me había dicho que me esperaba en el cuarto. Cuando aparecí
allí él estaba denudo, recostado en la cama, yo llevaba un cuchillo en la mano
y le dije que, ya que estaba tumbado y desnudo, me tocaba operar a mí primero,
que para eso era el que había traído el bisturí. Mi tío se puso blanco, quizá
porque el incidente de la serpiente y la espada estaba muy cercano en el
recuerdo, saltó de la cama y rogó por su vida, llorando desconsolado. Yo no
sabía qué hacer, y no le estaba cogiendo la gracia al juego, pero cuando mi tío
aprovechó un despiste para escapar del cuarto y salir corriendo supuse que se
trataba de algún tipo de corre-que-te-pillo de médicos y pacientes, y le seguí
a la carrera, cuchillo en mano, gritando que le iba a operar.
Y poco más pude relatarle al doctor
Perring, tras aquellos incidentes mi tío siempre mantuvo las distancias
conmigo, me tenía como miedo, y luego sucedió lo de los niños y desapareció de
nuestras vidas. A pesar de no haberme podido extender más en el relato mi
médico quedó satisfecho, incluso me felicitó por mi sinceridad, lo que
demostraba que había comprendido bien los principios de su tratamiento. Después
me despidió hasta nuestra próxima visita, cuya fecha ya concertará con mis
padres llegado el momento.
Esto es todo por hoy, querido DCC. Y
no se preocupen, estremecidos lectores, no
pienso ir a visitarlos, el mundo es más interesante con ustedes dentro.
1 comentarios:
jajajaja. Buenísimo. Me ha faltado un chupachups salado por ahí pero sublime
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