Para enfermos de aburrimiento alérgicos a la pasta de celulosa, para exiliados de bibliotecas con tiempo pero sin estantes, para marineros de la red con tendencia a hacer parada y fonda en tabernas de relatos, para viajeros de sillón y amantes de la aventura estática, para todos ellos y para ti mismo se abre esta consulta literaria, la del doctor Perring, enhebrador de palabras, zurcidor de conceptos y trazador de historias.


Tratamiento único y definitivo: tú pones los segundos, el que suscribe pone las letras...

domingo, diciembre 09, 2018

Singularidad recurrente



Cuento breve sobre el principio y el fin de la realidad...


... Lo tenía todo, lo era todo, y nada escapaba a su conocimiento. Un universo entero y consciente encerrado en una gota de fuego. Más allá de Él sólo había oscuridad estéril y fría. Ni siquiera el tiempo, árbitro de todo cambio, estaba allí para acompañarle. Y así pasó lo que pudo ser toda una eternidad o tan sólo un instante, o las dos cosas a la vez; así, sumido en aquella plenitud inmutable, solo.

Entonces fue el momento del numen primigenio, el deseo de transformar aquel acto perfecto y único en infinito de potencias. Estalló, y el tiempo reanudó su andar lento pero inexorable en pos de una nueva creación.


Sus restos fueron expandiéndose en todas direcciones y enfriándose al mismo tiempo. De su naturaleza puramente energética comenzó a surgir la materia, tímidamente al principio. Y poco a poco esa materia se fue agrupando, comprimiéndose sobre ella misma y encendiéndose allí donde las circunstancias le fueron más favorables. El vacío fue invadido por puntos de luz y calor, a cuyo abrigo se congregaron otros cuerpos más pequeños.

Todo estaba ya listo para otro singular fenómeno: el surgimiento de una nueva forma de materia que se sucedía a sí misma, parasitaria de su hermana inerte y llamada a dominarla. Ésta apareció y desapareció por doquier, tomó múltiples formas, siempre aliada con el azar y muchas veces destruida por él. Y como consecuencia directa, asida a infinitos mundos e iluminada por infinitos soles, nació la conciencia en el seno de esta nueva materia. Los hijos del numen despertaban por fin, aún ignorantes de haber heredado el destino de todo lo que les llegaba a través de sus sentidos.

Largo tiempo pasó la conciencia prisionera en su cárcel física, atada al espacio y al tiempo, asimilando, comprendiendo, madurando. Los eones fueron sucediéndose hasta el día de la emancipación, cuando por fin la verdad de la creación fue comprendida y aquellos que alcanzaron el conocimiento supremo, guiados por su destino, marcharon en busca de su origen.

En los límites de aquella realidad la última frontera fue alcanzada y el curso de los acontecimientos se invirtió: todo lo que fue uno y único regresaba al punto de partida, llamado por las vastas conciencias que allí aguardaban. En aquel centro cósmico el pensamiento se hacía uno, entes puros que se fagocitaban unos a otros, que se fundían y se reconcentraban, que morían para dar vida al que vendría después de ellos.

Por fin fue sólo uno el que aguardaba al final del camino cuando el tiempo comenzó a acelerarse. Los últimos soles se apagaron, las últimas galaxias colapsaron sobre sí mismas, el espacio se fue plegando conforme toda la materia se iba deshaciendo y fluyendo hacia Él. Y comprendió que el ciclo se cerraba, lo sintió llegar. El final y el principio volvieron a unirse. Los últimos fragmentos de la creación fueron recogidos. Lo tenía todo, lo era todo, y nada escapaba a su conocimiento. Un universo entero y consciente encerrado en una gota de fuego...


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