Cuando la única forma de mirar al futuro es cerrar los ojos... |
Carla tiró aquel trozo de papel de
plata renegrido, guardó el mechero en el bolso, cogió su botella de agua y se
dirigió hacia la carretera. El mundo volvía a ser suave para ella, como andar
entre algodón. En su mente, anegada por el torrente de heroína, las ideas
parecían tener muchas dificultades para no naufragar en la marejada. Mirada
desde cierta distancia parecía un muerto recién salido de su tumba: el rostro
pálido, las ojeras, los ojos vidriosos, su aspecto sucio y descuidado, sus
movimientos de autómata desorientado y algunas pústulas en manos, cuello y
cara… Sí, un muerto que había empezado a pudrirse.
“Como una reina me tiene: me trae y me
lleva en coche, me compra mi paquetillo, mis caprichos, mi agua… Sí, mi novio
me tiene como a una reina” pensó cuando ya había llegado a su lugar de trabajo,
la cuneta de la carretera que, procedente de la ciudad, se hundía en las
entrañas de un polígono industrial cercano. Miró hacia los lados para averiguar
con cuántas comerciantes de carne tendría que disputarse al próximo cliente. A
su izquierda, a muchos metros, creyó distinguir la maciza silueta de Regina, la
guineana. Carla recordó el día que la vio por primera vez, llegando escoltada
por aquellos dos tipos que le calentaron un poco la carita antes de irse, esa
carita fina de mulata guapa que, si pudiera, habría arañado hasta el hueso
hacía mucho tiempo. “Desgraciada, ahí estás, poniendo el coño para sacar sólo
la cama, la comida, y un par de guantazos de vez en cuando” se dijo a sí misma,
y no pudo evitar que se le escapara una risita nerviosa. A su derecha vio a su
antigua amiga Loli, la ex novia de Javi. “Pobrecita, está reventada.” Y era
cierto, porque Loli estaba ya totalmente desquiciada y consumida por la heroína
y el SIDA y otras enfermedades oportunistas; era muy raro que algún cliente
estuviera dispuesto a meter a ese lastimoso resto de persona en su coche, y
menos para hacer algo que no fuera insultarla o repudiarla con gestos de asco.
“Ay, Loli, ya lo mejor que te puede pasar es que te mueras.”
La tarde que siguió fue bastante
animada, por supuesto contando siempre con que Regina tenía que estar ocupada
para que alguien la eligiera a ella. Pero eso no quitó que ya en las primeras
horas de la madrugada llevara tres completos y un francés; bueno, y también un
par de tirones de pelo y algunas cachetadas dolorosas de uno de los completos,
que al parecer venía más animado de la cuenta. En ese momento distinguió el
coche de Javi, su novio, acercándose.
―¿Qué deseas, cariño? ―dijo asomándose
por la ventanilla del automóvil que se detuvo junto a ella.
―¿Qué pasa, guapa? ―contestó Javier
con una amplia sonrisa en la cara―. ¿Cómo ha ido el día?
―Muy bien, yo creo que nos podemos ir
ya ―dijo Carla tanteando los bolsillos de su chaqueta vaquera―. Aquí tienes lo
del último ―dijo entregando a Javier lo que había en el bolsillo superior
derecho―, y aquí ―prosiguió tanteando bolsillos―… ¡Mierda! ―Carla comenzó a
cachearse poseída por un ataque de histeria.
―¿Qué pasa, cariño? ―dijo Javier
bajándose del automóvil.
―¡Ay, Javi, ese hijo de puta del
camión, que me ha quitado el dinero!
―¿Cómo? ―dijo Javier con los puños
apretados.
―Sí… el último ―comenzó a balbucear
Carla, asustada por la mirada furiosa que su novio le estaba clavando―. Se me
había olvidado la chaqueta y él me la dio por la ventanilla. Lo vi toquetear,
pero en ese mo… —La explicación de Carla fue cortada por un tremendo bofetón
que la tiró al suelo.
―¿Cuántas veces tengo que decirte que
con estas cosas hay que tener cuidado? ―le gritó Javier.
―Perdona, Javi, yo…
―¿Tú? ¡Tú es que no te enteras,
siempre hasta el culo de caballo! ¿Cuántas veces tengo que decirte que el
dinero hay que guardarlo en un sitio seguro, que no se puede llevar encima?
Pero tú no, tú lo guardas en el primer bolsillo que se te viene a la mano.
―Javi… por favor ―balbuceaba Carla
entre lágrimas―… Yo me quedo aquí el tiempo que haga falta…
―¿Quedarte el tiempo que haga falta?
¿Pero tú eres gilipollas o qué?
―Javi…
Pasaron tensos segundos en los que
Carla estuvo llorando a lágrima viva mientras Javier la contemplaba pensativo.
―Siempre hay más problemas por las
noches… Anda, dame la mano ―dijo Javier algo más sereno y tendiendo la suya a
la derrotada mujer del suelo.
Carla la tomó y su novio la ayudó a
incorporarse con delicadeza. Una vez de pie, Javier acercó el rostro de Carla
al suyo y le dio un suave beso en los labios.
―Yo te quiero mucho, Carla, pero es
que a veces…es que a veces…
―Perdona, Javi, no volverá a pasar ―dijo
Carla entre lágrimas―. Yo me quedo esta noche y…
―Ya te he dicho que no, que es
demasiado peligroso. ―Los labios de Javier volvían a sonreír―. Yo sé que mañana
te vas a portar como la hembra que eres y vas a sacar mucho dinero, ¿verdad?
Anda, mira lo que te traigo ―dijo ofreciéndole una papelina de heroína y un par
de trozos de papel de plata―. Ya te lo fumas por el camino.
Carla y su novio se montaron en el
coche y se marcharon en dirección a su casa. Por el camino, ella se preparó su
dosis de heroína y se la fue fumando lentamente, disfrutando del momento. “¡Vamos,
enseguida le van a dejar a la asquerosa guineana que se quite de ahí antes de
sacar suficiente dinero! Pero yo no, yo tengo un novio que me quiere y que me
tiene… como una reina.”
Un rato después, Carla volvió a
llorar; quizá pensando en su antigua amiga Loli.
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