Para enfermos de aburrimiento alérgicos a la pasta de celulosa, para exiliados de bibliotecas con tiempo pero sin estantes, para marineros de la red con tendencia a hacer parada y fonda en tabernas de relatos, para viajeros de sillón y amantes de la aventura estática, para todos ellos y para ti mismo se abre esta consulta literaria, la del doctor Perring, enhebrador de palabras, zurcidor de conceptos y trazador de historias.


Tratamiento único y definitivo: tú pones los segundos, el que suscribe pone las letras...

sábado, abril 20, 2019

Estrella fugaz



Cuanto más arde una estrella, menos tarda en consumirse…




Juanito era un niño simpático y pillo, un ángel o un demonio según el momento del día en el que se le juzgara. Lo llevaba bien, después de cada travesura hacía algo bueno para compensar, y su madre, que quería un mundo justo para su único hijo, siempre estaba dispuesta a perdonarle lo que fuera.

El colegio nunca fue lo suyo, era una época en la que los niños hiperactivos eran sólo traviesos y los profesores no se preocupaban más allá de apartarlos para que no molestaran a los demás. Se fue quedando atrás hasta que repitió curso un par de veces. Siendo sensiblemente mayor que sus compañeros y más conocedor de la calle, pronto se acostumbró a ejercer de líder y matón las pocas veces que iba a clase. También fue cuando comenzó con sus negocios, siempre relacionados con esas cosas de mayores que sus compañeros no podían conseguir.

Se sacó el graduado con más pena que gloria, y su padre, trabajador desde chaval, le buscó una ocupación con la que empezar a hacerse hombre hasta que le llegara la hora del servicio militar y volviera ya hecho y derecho. Pero a Juan no le gustaba aquel trabajo, él tenía aspiraciones. Las tenía a largo plazo, porque él quería salir un día en la televisión, quería ser famoso, aunque aquello quedaba lejos. De mientras sólo aspiraba a usar todo ese tiempo que le había robado al colegio entre rabona y rabona, todo eso que había aprendido en sitios de chavales mayores y gentes que se buscan la vida como pueden.

Cuando comenzó a coquetear con las drogas, como era pillo pero también listo, siempre supo dónde estaba la frontera entre el que ganaba dinero y el que se gastaba la vida, y nunca la sobrepasó. Comenzó en el negocio antes de hacer el servicio militar y convertirse en un hombre hecho y derecho. Y cuando volvió, con los buenos clientes que habían sido sus compañeros de promoción, tuvo para independizarse, comprase un coche y elevar el peso de lo que pasaba por sus manos.

Le fue bien un tiempo, y luego regular, y llegó un momento en el que el negocio no le daba para los gastos, porque el dinero que llega fácil vuela de las manos, y el que se acostumbra a manejarlo en grandes cantidades pierde de vista las cifras y nunca tiene suficiente.

Por suerte o por desgracia, en los ambientes en los que se movía siempre había alguno que iba más allá y ofrecía mayores beneficios a costa de aumentar el riesgo, a veces hasta jugarse la vida. El Mefisto de esta historia se llamaba Santi, y a fuerza de soltarle billetes en las transacciones que hacían le había convencido de que manejaba mucho y que, sin duda, su oficio parecía más próspero que ese en el que a Juan nunca le salían las cuentas.

El primer atraco en el que participó salió bien, y se hizo relativamente famoso, aunque su nombre no saliera por ningún lado, señal de que había salido bien. Aquel día aprendió mucho, pero lo que no aprendió ni aquel día ni nunca fue a evitar que el dinero se fuera tan rápido o más de lo que llegaba. Santi nunca había conocido la mesura, y lo arrastró a una vida en la que el dinero sólo servía para gastarlo, no fuera que la mala suerte se cruzara en su arriesgado camino y les sorprendiera con los bolsillos llenos.

Donde más famosos se hicieron Juan y Santi fue en una sala de una comisaría del centro, en lugar en el que había un gran tablón con dos retratos robot de tipos con pasamontañas y muchas fotografías de lugares en los que habían estado. También había allí recortes de periódicos, y planos de la ciudad, y unos cuantos policías a los que les habían prometido cosas si cazaban a aquellos dos, vivos o muertos, como en el salvaje oeste.

El día en el que Juan por fin se hizo famoso con nombre y apellidos y salió por la televisión no fue como él había soñado. Las cosas habían salido mal desde el primer momento. Ellos tenían una norma, la de no hacer daño a víctimas inocentes, pero la calidad de inocente de una de aquellas víctimas quedó en entredicho cuando sacó una pistola y se identificó como policía, y el espíritu de la norma se volvió contra ellos en forma de bala que fue a parar al estómago de Santi.

El policía cayó, y cuando miró al final de su mano y vio el humo salir de su pistola supo que ya no había vuelta atrás ni camino delante de sus pies. Salieron de allí a tiro limpio, porque los de la unidad que llevaba tanto tiempo buscándolos dieron con el aviso y se presentaron allí en busca de los de las fotografías. Recibió un tiro en la pierna, pero la bala salió como había entrado y consiguió meterse en el coche y arrastrar a Santi con él. Lo de su amigo pintaba peor, a lo del estómago se sumaba otra herida en el hombro, y la vida se le escapó por aquellas dos agujeros sin que Juan pudiera hacer nada, suficiente tenía con arrancar el coche y salir de allí entre cristales que estallaban y balas que pasaban silbando junto a su cabeza.

Mientras conducía por la autopista, después de haber conseguido evitar un par de bloqueos pero con las sirenas aún resonando en su nuca, miró a Santi. Estaba lívido, con los ojos fijos en la nada y una sonrisa en los labios. Siempre le había dicho que quería morir así, con una sonrisa en los labios, y lo había conseguido. Juan no sabía cómo quería morir, nunca había pensado en ello y ahora ya no tenía tiempo de hacerlo. Pero cuando vio el siguiente bloqueo y unas cámaras de televisión cerca, supo lo que tenía que hacer, cómo quería morir, y aceleró.

Su paso por la televisión fue como el de una estrella fugaz, apenas una secuencia de un coche acelerando contra la barrera, elevándose al tocarla y desplomándose unos metros más allá entre chispas y cristales y caucho y humo y sangre…


6 comentarios:

David Rubio dijo...

¿Cuántas vidas "reales" habrán seguido el mismo discurrir que el que narras en el relato? Has dibujado la evolución de un personaje con precisión de cirujano respecto las causas que pueden llevar a alguien al mundo del crimen. Sin duda, el delito siempre es la consecuencia, nunca la causa. Estupendo relato y muy buena metáfora la de la estrella. ¡Saludos!

La Moira Morada dijo...

Hola! Muchas gracias por compartir este escrito con nosotrxs la verdad es que me parece que tienes un blog super interesante. Te invito a echarle un vistazo a el mío que es sobre libros, quizás pueda gustarte https://lamoiramorada.blogspot.com/?m=1
Un abrazo ☪️💜

Manuel Mije dijo...

Muchas gracias por pasarte y por tus palabras, David. La verdad es que con esa música ha sido un placer escribir esto, la recomiendo.

Manuel Mije dijo...

Muchas gracias por pasarte y comentar, Moira. A ver si le echo un vistazo a lo de las reseñas, que siempre es bueno estar sobre aviso antes de lanzarse a leer una novela.

Jose Angel PC dijo...

Hola Manuel. Para serte honesto, este relato me ha dejado impresionado. ¡Vaya ironía el sueño de tenía Juan el poder estar en la televisión para que al final lo consiguiera pero de forma muy trágica! Todos esos pequeños factores como ser un bully y quedarse atrasados en los estudios que le ocurrieron al personaje principal desde pequeño hasta adentrarse al oscuro mundo del crimen a causa de los negocios son para darse a reflexionar sobre las tomas de decisiones que nosotros mismos nos estamos dando para nuestras futuras vidas. ¡Aplausos en verdad!

Manuel Mije dijo...

Muchas gracias por tus palabras, José Ángel. Sobre lo que dices de las decisiones y el futuro, yo creo que muchas veces, aunque no nos demos cuenta, las decisiones las toman otros por nosotros. Además, en esto de la vida, al igual que en todo lo demás, todos empezamos como novatos.

Un saludo.

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