Para enfermos de aburrimiento alérgicos a la pasta de celulosa, para exiliados de bibliotecas con tiempo pero sin estantes, para marineros de la red con tendencia a hacer parada y fonda en tabernas de relatos, para viajeros de sillón y amantes de la aventura estática, para todos ellos y para ti mismo se abre esta consulta literaria, la del doctor Perring, enhebrador de palabras, zurcidor de conceptos y trazador de historias.


Tratamiento único y definitivo: tú pones los segundos, el que suscribe pone las letras...

miércoles, abril 17, 2019

La sombra de Lilith



¿Fue Lilith la primera esposa de Adán? ¿Cuál era la verdadera naturaleza del fruto prohibido?


Según el Yalqut Reubeni, colección de comentarios cabalísticos acerca del Pentateuco recopilada por R. Reuben ben Hoshke Cohen, Adán se quejó ante Dios porque todos los seres de la creación menos él tenían una pareja apropiada. Yahvéh formó entonces a Lilith, la primera mujer, del mismo modo que había formado a Adán, aunque en lugar de polvo puro utilizó excremento y sedimentos.

Adán y Lilith nunca hallaron armonía juntos, pues cuando él deseaba mantener relaciones carnales con ella, Lilith se sentía ofendida por la postura acostada que él le exigía. «¿Por qué he de acostarme debajo de ti? —preguntaba—: yo también fui hecha con polvo, y por lo tanto soy tu igual.» Como Adán trató de obligarla a obedecer, Lilith, encolerizada, pronunció el nombre mágico de Dios, se elevó por los aires y lo abandonó.


Estaba oscuro, y el cielo… ¿Qué le pasaba al cielo? Parecía querer resquebrajarse. De él comenzaron a brotar haces de luz y grandes estruendos que rodaban por aquel paisaje difuso, visto entre destello y destello. Las bestias también estaban allí, pero no las bestias que conocía, sumisas y serviles, sino otras distintas que ignoraban quién era quién, que le acechaban, que rugían y lanzaban dentelladas al aire.

De repente un grito que apenas consiguió elevarse por encima de aquel pandemónium captó su atención. Reconoció aquella voz, una voz venida de su pasado, de sus recuerdos más antiguos, una voz que antes supuso calor y afecto, pero que se había perdido, no sabía cómo ni cuándo.

Y comenzó a correr, sin saber por qué ni hacia dónde. Las bestias se lanzaron a la carrera tras él, las mismas bestias que en toda otra ocasión se hubieran postrado ante la mera presencia del Hombre.

Corrió y corrió, sin conseguir alcanzarla, sin lograr alejarse de sus perseguidores. Y sintió frío, como nunca antes lo había sentido, y hambre, un hambre atroz que se le clavaba en el vientre, y cansancio, y dolor… y miedo.

Pero todo aquello se fue. Los ruidos se apagaron, dejando solamente el suave susurro de la brisa sobre el mundo y el trinar de los pájaros celebrando la salida del sol y su luz, hiriente al primer contacto, cálida y balsámica después. Se encontraba de nuevo en su hogar, el único que jamás había conocido, un lugar plácido, de vivos colores y fragancias, de sabores placenteros y alegres sonidos. Había despertado.

—Soñabas —dijo su compañera, sentada de espaldas a él.
—Sí, soñaba. De nuevo uno de esos sueños que duelen —contestó displicentemente.
—¿Soñabas con ella? —inquirió la Mujer, con un tono frío que encerraba un reproche.
—Sí, también con ella.
—¿Podrás olvidarla alguna vez, del todo?
—No lo sé —se incorporó y se estiró al sol—. Fue hace tanto que apenas me queda algún recuerdo suyo. Pero se ha aferrado a mis sueños, y aprovecha para visitarme cuando duermo.
—¿Qué le pasó? ¿Por qué estoy yo aquí en su lugar? —se volvió para mirarlo directamente a los ojos.
—Lo ignoro, y Padre no quiere decírmelo —se paró a pensar—. Tal vez sea por eso que no logro olvidarla —forzó una sonrisa—, nunca supe por qué se fue.

Ya la tarde caía sobre el mundo, y las bestias del día se retiraban y cedían sus dominios a aquellas que vivían de la noche. El aire se hacía más fresco y más vivo, más presente. El Hombre dormitaba entre las flores, ahora cerradas a falta de sol, pero la Mujer permanecía despierta, con la mirada perdida en las estrellas y un nudo en el estómago. Entonces sintió una presencia junto a ellos; era el Padre.

—¿Estás aquí, Padre? Necesito preguntarte algo —le dijo a la noche. El Padre hizo notar su aceptación, tan amable como siempre. Pero había algo en ello… como una molestia…
—¿Qué pasó con ella, con la otra, la que fue antes que yo?

Hubo un cambio repentino, la noche se volvió desapacible, y la respuesta tardó en llegar más que de costumbre. Como en otras ocasiones, tuvo una visión: el Hombre yacía junto a una mujer que no reconocía. Ambos se mostraban verdaderamente felices, como ella jamás lo había sido, y todo a su alrededor parecía contagiado de esa misma felicidad.

Después la escena cambió, ya no aparecía el Hombre, sino sólo aquella mujer junto a un árbol del cual colgaban únicamente dos frutos que parecían arder sin consumirse. El Padre hizo acto de presencia en aquel instante, y la mujer fue reprendida por su insaciable curiosidad. Pero ella hizo caso omiso, se rebeló. En su insolencia se atrevió a preguntar por la naturaleza del fruto, aunque en su fuero interno ya la conociera, y una vez más fue reprendida, y también advertida y amenazada.

En una última visión vio a aquella mujer corriendo, llevando uno de los ardientes frutos entre las manos.

Un gemido de su compañero la sacó de la ensoñación. Éste se agitaba en el suelo, presa una vez más de aquel recurrente sueño. Entonces una intuición la asaltó, y la obligó a preguntar una vez más:

—¿Dónde está ella ahora?

Y vio un lugar de bestias acechantes, un lugar de frío y hambre, de dolor y miedo. En una oscura cueva se cobijaba una mujer con una luz latiendo en su seno y una sonrisa en sus labios.


De nuevo la noche había sido larga y pesada para el Hombre, y ya no había sol que pudiera reconfortarlo después del frío pasado, ni canto de aves que acallara el estruendo en sus oídos. El sólo recuerdo de aquellas miradas ávidas le hacía desconfiar de la cercanía de las bestias, y la Mujer… ya sólo le traía a la memoria a aquella otra, aquella que se fue, no sabía por qué ni cuándo.

Su compañera estaba sentada de espaldas a él. La mirada perdida en el horizonte, un ligero estremecimiento en la espalda, una lágrima en la mejilla.

—Soñabas. Soñabas con ella —dijo por fin, al borde del sollozo.
—Sí, con ella.
—Sufres.
—… Sí.

Se levantó trabajosamente, con el corazón en la garganta y el alma en los pies, tratando de frenar sus lágrimas mientras le ofrecía la mano.

En silencio lo guio por aquel verdor sin fin, entre las flores, bajo los cálidos rayos del omnipresente sol, hacia un horizonte cada vez más cercano. Caminando lentamente, para no perder ningún detalle de aquel lugar que pronto le sería ajeno, lo llevó hasta el mismo borde del mundo, donde un desconocido fruto que parecía arder sin consumirse pendía solitario de un extraño árbol con apenas dos ramas.

El cielo se oscureció, un frío viento venido de ninguna parte se abatió sobre ellos, el Padre hizo acto de presencia con todo el poder de su ira, y el mundo se estremeció. Les hizo sentir su enfado, especialmente a la Mujer, y les advirtió, y les amenazó. Pero la decisión había arraigado profundamente dentro de ella, así que tomó la fruta entre sus manos, aquella fruta que ardía sin consumirse, que era luz y era vida, creación y futuro más allá del Padre, y se la ofreció al Hombre.


Estaba oscuro, y el cielo… Parecía querer resquebrajarse. Entre el estruendo, guiándose meramente por el instinto en aquella palpitante oscuridad, consiguieron llegar hasta la entrada de una cueva perdida en algún lugar de su nuevo mundo, a pesar de la persecución a la que los habían sometido las bestias, y a pesar de hambre, y del dolor y del frío de los que nunca antes habían tenido noticias.

—Ella está ahí, esperándote —dijo la mujer, ya sin temor a mostrar sus lágrimas, sus sentimientos. Adán apenas le dirigió una mirada, pues su deseo estaba por encima de todas las cosas, y hacía demasiado tiempo que esperaba ese instante sin saberlo.
—¿Y tú, Lilith? ¿Qué será de ti? —preguntó, más por tratar de mostrar preocupación que por sentirla verdaderamente.
—No te preocupes por eso. Conmigo será distinto, serás capaz de olvidarme.

Se despidieron apenas con un gesto, y él se adentró en la cueva, en cuyo fondo aguardaba alguien que volvía de su pasado y que lo esperaba con una luz brillando en su seno, una luz de la misma naturaleza que la que portaba Adán y que junto a ésta traía la plenitud, a imagen y semejanza de Dios.  


Ya lejos de allí, en medio de la oscuridad, entre las bestias acechantes y el estruendo de la tormenta que anunciaba el nacimiento de una nueva era, una mujer vagaba sola. No le quedaban lágrimas que llorar, ni esperanza de compañía, ni promesas de futuro. Ni siquiera una sombra que cubriera sus pasos en aquel mundo extraño y hostil. Se había convertido en falso recuerdo, en una leyenda equívoca. Y ninguno de los hijos de Adán, de aquél por quien dio todo lo que tenía, supieron nunca de su sacrificio.


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