Para enfermos de aburrimiento alérgicos a la pasta de celulosa, para exiliados de bibliotecas con tiempo pero sin estantes, para marineros de la red con tendencia a hacer parada y fonda en tabernas de relatos, para viajeros de sillón y amantes de la aventura estática, para todos ellos y para ti mismo se abre esta consulta literaria, la del doctor Perring, enhebrador de palabras, zurcidor de conceptos y trazador de historias.


Tratamiento único y definitivo: tú pones los segundos, el que suscribe pone las letras...

viernes, mayo 10, 2019

Aguas negras



El hombre siempre ha sido el mayor depredador de sí mismo...


Aguas negras, noche sin luna, mecidos por la nada a la luz de unas cuantas estrellas. Se oye su masticar goloso, bocas chorreando baba ensangrentada, mandíbulas cerrándose sobre la carne cruda, cortando, desgarrando, triturando. El sonido del mar nocturno no basta para cubrir el horror…

—Eh, muchacho, ¿seguro que no quieres un poco? —Como el batir de alas de una rapaz nocturna, sus carcajadas se elevan en la oscuridad. Son paisanos míos, de ahí la deferencia, que aún siga vivo; de ahí el ofrecimiento.

Los pies desnudos se me pegan a los fondos de la barcaza, sumergidos un dedo en una pasta densa y fría que no es más que sangre coagulada y sangre fresca, mezcladas con el agua de mar que a veces salta por los costados. Al comenzar la madrugada éramos quince, desde hace un momento sólo tres. Dos pares de ojos reflejando la poca luz de esta madrugada, cuatro iridiscencias felinas que a veces se cierran por parejas cuando el placer de la deglución les embota los sentidos.

El masticar cesa, los últimos huesos pelados son arrojados por la borda, sus miradas se clavan en mí.

—Muchacho, te hemos guardado lo mejor —se retuercen unas palabras en medio de la noche cerrada.

Acurrucado a proa, tiritando, con las costillas clavadas en las amuras y cubierto por jirones de manta que apesta a humedad y miedo, veo cómo una sombra se acerca a mí hasta tapar el firmamento, cómo unas manos pegajosas sueltan en mi regazo un trozo de carne resbaloso, nervudo, coronado de apéndices brutalmente sesgados, casi palpitante…

—Come. —Es mi momento, mi oportunidad de ser uno de ellos y sobrevivir. Más risas en medio de la nada…


La mujer de la playa, aquella anciana que había visto montones de grupos como el nuestro esperar a la noche furtiva… Recuerdo sus gritos cuando los vio acercarse: “¡Demonios, brujería!” Pero los patrones ni siquiera quisieron escucharla. Si aquellos dos pagaban vendrían con nosotros, nada podíamos hacer.

Aquel olor como a cadáver, su aspecto ceniciento, desaliñado, sus ojos inyectados en sangre, sus dientes amarillentos y extrañamente afilados. No compartieron nuestra hoguera, pero estuvieron acechándonos hasta la partida. La anciana rezaba en su choza, los patrones se reían dentro del camión, nosotros tratábamos de ahuyentar al frío de la costa con aquel fuego mortecino, y ellos… A veces cazabas una mirada ávida, dos puntos de luz a unos pasos, un bulto oscuro, unas risas…

Por fin llegó el momento de hacernos a la mar. En el horizonte, oculta por la noche, Canarias, un trozo de paraíso que se desgajó y fue arrastrado por el mar hasta nosotros. Quince cuerpos apretujados sobre un cascarón que apenas podía con ellos, unas cuantas botellas de agua y muchos sueños nacidos de la desesperación eran nuestro único equipaje.

Menos de una hora después de zarpar comenzaron los gritos, dos fieras se desataron en medio del rebaño; el terror y la locura se apoderaron de la noche. El miedo me atenazaba, apenas fui capaz de arrastrarme hacia la proa y acurrucarme en ella, esperando a la muerte…


—Come —me apremian una vez más, arrancándome así del recuerdo y devolviéndome a esta madrugada oscura en la que las pesadillas se hacen carne.

Soy krahn, y si paso la prueba también podré ser leopardo, como ellos, es mi derecho, mi oportunidad. Trato de buscar alguna esquina tierna en la correosa masa de carne que tengo entre las manos, la muerdo, tiro de ella, y de su interior se me derrama en la boca una pasta grumosa y amarga. No puedo evitarlo, se me revuelven las tripas y acabo vomitando la bilis que tengo en el estómago…

—Lo siento, muchacho, eres krahn, pero no leopardo —sentencia la figura más cercana.

Risas, gritos, mandíbulas cortando, desgarrando, triturando… sobre las aguas negras.  



Pueblo Krahn: etnia africana asentada en la zona de la actual Liberia y Costa de Marfil.


Hombres Leopardo: culto ampliamente extendido por Africa Occidental basado en sociedades secretas que practican el canibalismo ritual. 


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