El
hombre siempre ha sido el mayor depredador de sí mismo...
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Aguas negras, noche sin luna, mecidos
por la nada a la luz de unas cuantas estrellas. Se oye su masticar goloso,
bocas chorreando baba ensangrentada, mandíbulas cerrándose sobre la carne
cruda, cortando, desgarrando, triturando. El sonido del mar nocturno no basta
para cubrir el horror…
—Eh, muchacho, ¿seguro que no quieres
un poco? —Como el batir de alas de una rapaz nocturna, sus carcajadas se elevan
en la oscuridad. Son paisanos míos, de ahí la deferencia, que aún siga vivo; de
ahí el ofrecimiento.
Los pies desnudos se me pegan a los
fondos de la barcaza, sumergidos un dedo en una pasta densa y fría que no es
más que sangre coagulada y sangre fresca, mezcladas con el agua de mar que a
veces salta por los costados. Al comenzar la madrugada éramos quince, desde
hace un momento sólo tres. Dos pares de ojos reflejando la poca luz de esta
madrugada, cuatro iridiscencias felinas que a veces se cierran por parejas
cuando el placer de la deglución les embota los sentidos.
El masticar cesa, los últimos huesos
pelados son arrojados por la borda, sus miradas se clavan en mí.
—Muchacho, te hemos guardado lo mejor —se
retuercen unas palabras en medio de la noche cerrada.
Acurrucado a proa, tiritando, con las
costillas clavadas en las amuras y cubierto por jirones de manta que apesta a
humedad y miedo, veo cómo una sombra se acerca a mí hasta tapar el firmamento, cómo
unas manos pegajosas sueltan en mi regazo un trozo de carne resbaloso, nervudo,
coronado de apéndices brutalmente sesgados, casi palpitante…
—Come. —Es mi momento, mi oportunidad
de ser uno de ellos y sobrevivir. Más risas en medio de la nada…
La mujer de la playa, aquella anciana
que había visto montones de grupos como el nuestro esperar a la noche furtiva…
Recuerdo sus gritos cuando los vio acercarse: “¡Demonios, brujería!” Pero los
patrones ni siquiera quisieron escucharla. Si aquellos dos pagaban vendrían con
nosotros, nada podíamos hacer.
Aquel olor como a cadáver, su aspecto
ceniciento, desaliñado, sus ojos inyectados en sangre, sus dientes amarillentos
y extrañamente afilados. No compartieron nuestra hoguera, pero estuvieron
acechándonos hasta la partida. La anciana rezaba en su choza, los patrones se
reían dentro del camión, nosotros tratábamos de ahuyentar al frío de la costa
con aquel fuego mortecino, y ellos… A veces cazabas una mirada ávida, dos
puntos de luz a unos pasos, un bulto oscuro, unas risas…
Por fin llegó el momento de hacernos a
la mar. En el horizonte, oculta por la noche, Canarias, un trozo de paraíso que
se desgajó y fue arrastrado por el mar hasta nosotros. Quince cuerpos
apretujados sobre un cascarón que apenas podía con ellos, unas cuantas botellas
de agua y muchos sueños nacidos de la desesperación eran nuestro único
equipaje.
Menos de una hora después de zarpar
comenzaron los gritos, dos fieras se desataron en medio del rebaño; el terror y
la locura se apoderaron de la noche. El miedo me atenazaba, apenas fui capaz de
arrastrarme hacia la proa y acurrucarme en ella, esperando a la muerte…
—Come —me apremian una vez más,
arrancándome así del recuerdo y devolviéndome a esta madrugada oscura en la que
las pesadillas se hacen carne.
Soy krahn, y si paso la prueba también
podré ser leopardo, como ellos, es mi derecho, mi oportunidad. Trato de buscar
alguna esquina tierna en la correosa masa de carne que tengo entre las manos,
la muerdo, tiro de ella, y de su interior se me derrama en la boca una pasta
grumosa y amarga. No puedo evitarlo, se me revuelven las tripas y acabo
vomitando la bilis que tengo en el estómago…
—Lo siento, muchacho, eres krahn, pero
no leopardo —sentencia la figura más cercana.
Risas, gritos, mandíbulas cortando,
desgarrando, triturando… sobre las aguas negras.
Pueblo
Krahn: etnia africana
asentada en la zona de la actual Liberia y Costa de Marfil.
Hombres
Leopardo: culto
ampliamente extendido por Africa Occidental basado en sociedades secretas que
practican el canibalismo ritual.
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