Para enfermos de aburrimiento alérgicos a la pasta de celulosa, para exiliados de bibliotecas con tiempo pero sin estantes, para marineros de la red con tendencia a hacer parada y fonda en tabernas de relatos, para viajeros de sillón y amantes de la aventura estática, para todos ellos y para ti mismo se abre esta consulta literaria, la del doctor Perring, enhebrador de palabras, zurcidor de conceptos y trazador de historias.


Tratamiento único y definitivo: tú pones los segundos, el que suscribe pone las letras...

martes, enero 22, 2019

Jubiletas, amos de la noche (las drags) - Suplemento Especial - Tercera y última parte



Tercera y última parte del suplemento especial "Jubiletas, amos de la noche". Ya falta menos para llegar a casa, pero aún siguen en territorio enemigo, a merced de los peligros de la noche...




—Es una bombilla, de eso no hay duda —sentenció Johnny. Mancy le miraba divertido—. Y la B y la S mal escritas… ¿Bombilla Sucia?
—¿Bombilla Sucia? La madre que te parió…
—Venga, pues di tú, listo.
—Eso es un guante de boxeo, y la B y la S significan Boxeadores Sonados.
—Pues parece una bombilla mal pintada.
—Eso mismo pienso yo —apuntó Charly.
—Por lo mismo que las letras están mal escritas, no es fácil usar un spray con los guantes de boxeo puestos.
—¿Qué pasa, no se los pueden quitar un momento?
—Bueno, tú esta vez lo que tienes que hacer es estar calladito, listo, que ahora no tienes ni puta idea.
—Pues tú dirás, enterado.
—A ver, hermanos, éstos sí son unos tipos duros de verdad, como les toquemos la pelotas o quieran ellos por la llamada de las drags o lo que sea, nos ventilan. Pero tenemos una posibilidad —Mancy hizo una pausa y nos miró a todos con intensidad…
—Qué te gusta hacerte el interesante —Johnny no soportaba ir por detrás.
—Tú calla. Yo conozco a estos tíos, a la mayoría de ellos, al menos, y sobre todo a su líder, el Potro. Además de amigo de su padre, siempre fui un amante del boxeo amateur, y he visto muchas de sus peleas. Vosotros lo que tenéis que hacer es dejarme hablar a mí y no mover un dedo a menos que yo lo diga, ¿estamos? —Todos apoyamos al jefe, incluso Johnny—. Pues entonces vamos, conozco su debilidad y sé cómo aprovecharme de ella…
—¿Y qué debilidad es esa? —pregunté.
—Mental, Jimmy Boy, debilidad mental. Muchos porrazos dados…

Seguimos avanzando por calles extrañas, girando cada esquina con  el temor de que tras cualquiera de ellas podían estar esperándonos para darnos una paliza. Vimos más de aquellas pintadas, todas igual de mal hechas. Incluso Julio, tan cegato como estaba, hacía mejor las nuestras. Por fin, unas voces nos alertaron del encuentro inminente. Nos acercamos despacio, sin hacer ruido para no perder el factor sorpresa, y entonces los vimos: era un grupo numeroso, la mayoría llevaba batas de boxeo de colores brillantes, con sus apodos a la espalda, como “El Tigre”, “El Quebrantahuesos”, “El Toro” o “El Potro”; otros, quizá por tener menos recursos económicos, quizá por el frío, llevaban batas de boatiné clásicas, sin inscripciones. Lo que sí llevaban todos eran sus guantes y sus botines de púgil. Era el momento de descubrir el secreto de las misteriosas bombillas: el Potro se encontraba acuclillado, sosteniendo precariamente el spray con uno de los guantes y tratando de presionar el aplicador con la muñeca del otro brazo. El resultado era el peor de los que habíamos visto hasta el momento, la bombilla más amorfa de todas.

—Ea, ya ya ya está. A ver, a ver quién me dice quién coño me dice que no no no está de puta madre, ¿eh? —la voz no le hacía justicia a su fiero aspecto, era nasal y poco seria. Para colmo, las palabras le salían atropelladas, y tartamudeaba un poco—. No no no me toquéis los cojones que se ve el puto guante se ve de puta madre, el puto guante. —Sus compinches no parecían muy satisfechos, pero nadie decía nada—. ¿Qué?
—Hombre, Potro —se arrancó uno con timidez—, lo que es ver, se ve, pero quizá no tan, tan bien como dices…
—¿Co co cómo qué coño dices tú, tío? ¿Eh?
—No, Potro, tranquilo, que ya te he dicho que está bien.
—Entonces tío no me me toques los cojones que te cojo y ¡BUM! Te borro la cara, tío, te borro la cara, ¿eh? Así que no me toques los cojones, ¿eh? porque te te te borro la cara, ¿eh? Yo te cojo y ¡BUM! Te borro la cara.
—Vale, Potro.
—Co como a alguien se le ocurra otra vez decir otra vez que pa parece una puta bombilla le borro la cara, ¿eh? Le cojo y ¡BUM! Le le borro la cara.
—¡Mirad! —los alertó uno de ellos que se había dado cuenta de nuestra presencia.
Todos se giraron hacia nosotros y se colocaron en formación, dando pasos de boxeo, haciendo sombra. El Potro se adelantó. Su movimiento era espástico, una mezcla de tics y estiramientos de cuello y brazos, una danza estroboscópica que lo acercaba a nosotros.
—Y vosotros, ¿vosotros quién coño sois? ¿Eh? ¿Quién coño sois vo vo vosotros?
—Tranquilo, Potro —se adelantó Mancy—, soy yo, Amancio el de los melones, ¿no te acuerdas de mí?
—¿Co cómo? ¿A Aman…?
—Amancio, Amancio el de los melones. Joder, que te he llevado en el motocarro a más de una pelea.
—No no no me acuerdo. ¿A Amancio el de el de los melones? —el líder de los boxeadores se rascaba la coronilla con el guante tratando de escarbar en sus desordenados recuerdos—…
—¡Ostias, Potro, el amigo de tu padre, que te conozco desde chico!
—… Ah sí sí coño, el Amancio, Amancio el de los melones. Me me me cago en todo, ¡Amancio! —Ambos se abrazaron—. Qué de tiempo. ¿Qué qué haces tú por aquí a estas horas, a Amancio?
—Venimos de la reunión de bandas, lo de Cirilo, ¿te suena? —dijo Mancy con la boca pequeña.
—¿Eh? … Sí sí tío, lo de las bandas, claro. Sí, vinieron aquí de lo de las bandas, la las drags. E enviamos gente, ¿sabes, tío? Enviamos, enviamos gente, y se perdieron. Han vu vu vuelto dos, de los demás no sabemos, se se perdieron.
—Nosotros venimos de allí. Sólo estamos de paso. Supongo que te acordarás de la tregua…
—¿La tregua? ¿Qué qué tregua? … Ah, sí, la tregua. Ya ya no hay tregua, no hay tregua ya. —Aquello nos heló la sangre. Si estaban enterados de lo sucedido, era nuestro fin.
—¿Ah, sí? Hubo un tumulto y salimos de allí corriendo, como todos, no sabíamos nada. ¿Alguna noticia? —trató de sondearlo nuestro jefe.
—A algo hemos oído, algo, que Cirilo está muerto y que ya ya no hay tre tregua. No, no hay tregua. Pero ya no sabemos ma más porque la radio se se la cargó el capullo éste, se la cargó.
—Ostias, Potro, si no nos dejas quitarnos los guantes es normal que se me caiga —se excusaba el aludido.
—¡Los guantes no se se los quita uno ni para mear, me me cago en la puta! —La literalidad de aquello quedaba clara por los lamparones que muchos llevaban en los bajos de las batas y en los botines—. ¡Hay que estar preparado siempre, co cojones!
—Pues no sabíamos nada, Potro, te lo juro. —Mancy trataba de camelarse a su amigo—. Nosotros no tenemos radio y contábamos con la tregua. Es más, en cuanto vimos los guantes pintados en la pared les dije a éstos que les iba a presentar a mi compadre el Potro, el mejor peso medio que han visto mis ojos. —Tras un disimulado gesto, todos secundamos a nuestro líder.
—¿Vi visteis las pintadas? ¿A a que se ve que es un guante?
—El guante de boxeo se ve perfectamente, sí señor.
—Yo no tendría cojones de pintarlo tan bien —añadió Julio mirando una declaración de amor pintada en otra pared.
—Potro, que te están haciendo el lío —saltó uno de los púgiles. El aludido se giró y se acercó a su compinche.
—To to Toro, no me toques los cojones. ¿Qué dices de lío, tío?
—Que el guante no se ve, Potro, te lo juro, que te están bailando el agua.
—¿Co cómo que no se ve el guante? No me me toques los cojones, ¿eh, Toro? No no me toques los cojones. Toro.
—Que ya no sabemos cómo decírtelo para que no te mosquees, que parecen bombillas… —No pudo seguir hablando, el Potro le plantó en mitad del rostro un directo demoledor, fulminante. El Toro cayó desmayado entre los brazos de sus compañeros.
—¡Yo me cago ya en la ostia puta ya! ¿Eh? A al próximo que me me diga que es una puta bombilla que es una bo bombilla es que lo mato, ¡lo mato!
—Tranquilo, Potro —medió Mancy, el boxeador volvió a acercarse a nuestro líder—. Te veo alterado. ¿Te has tomado algo? Venga, hermano, que los veteranos que sabemos de esto contamos contigo y así no pasas los controles y no te dejan pelear. Todavía estás a tiempo de lograr algo grande.
—No no, yo yo, yo no, yo no. Nada, unas caspitas aquí con los colegas, pero yo no, yo no. Yo tío hermano, que no, que yo no. Yo lo lo lo que tengo es mala suerte con los controles, que siempre me me pillan después después de alguna fi fiesta, pero yo no, no… —El Potro se vio interrumpido por la risa floja de uno de sus amigos. Se giró y se acercó a él lentamente, con el pecho adelantado—. ¿Tú qué coño qué coño te pasa a ti? ¿Eh? ¿Tú tú tú eres gilipollas o qué coño te pasa a ti, tío? ¿Tú tío que te pasa a ti? ¿Eh? ¿Qué coño te pasa a ti? Tío.
—¿Yo? Nada, Potro, yo que… me he acordado de una cosa. —Parecía asustado.
—Bueno, Potro, nosotros mejor nos largamos de aquí ya, si no te importa —aprovechó Mancy—, que veo que tenéis asuntos que resolver. A ver si nos vemos otra vez, más tranquilos, y charlamos un poco de boxeo.
—Sí, e eso, largaros de aquí ya, que éste y yo tenemos que hablar de de una cosa, tenemos que hablar.
No esperamos más para salir de allí a paso rápido, teníamos que alejarnos antes de que el Potro se diera cuenta de la situación y cambiara de idea. Ya a unos metros de distancia, aún se escuchaba la voz del líder de los Boxeadores Sonados reprendiendo a su camarada.
—¿Eh? ¿Qué co coño te hace gracia a ti? Como me me toques más las pelotas te te cojo y ¡BUM! Te borro la cara. ¿Eh? ¡Te borro la cara!

Ya al alba, por fin pudimos ver el skyline del barrio, estábamos salvados, o al menos eso es lo que pensábamos todos después de aquella noche de peligros. Sólo el silencio ocupaba los huecos entre el resonar de nuestros pasos unísonos, nuestra marcha marcial. Yo me sentía orgulloso de tan magnífica compañía, de ser parte del fiero ejército: a la cabeza Mancy, nuestro líder, una mezcla de agallas y astucia a cuya diestra estaría dispuesto a morir; a su lado Johnny, el fiel consejero, el inquebrantable lugarteniente, el Pepito Grillo tocapelotas; más atrás Charly y Julio, la sabiduría milenaria, el sentir y la copla por un lado, la ceguera fiel, la miopía y el valor por el otro; por último yo, el novato entregado a la causa, proyecto de asesino en serie en mis ratos libres.
—Bueno, pues ya está, lo hemos conseguido —dijo Mancy.
—Me temo que no, jefe —dijo Charly señalando a una furgoneta blanca parada en la distancia. En su costado había unos vinilos pegados: “Tapiceros Hnos. Gómez” y debajo un tresillo de cuadros marrones, blancos y negros.
—Hijos de puta —dijo nuestro líder al verlos—. Ésa es la furgoneta del hijo de Tomás, que a veces se la pide para llevar y traer a esos mierdas de los Hijos de la Jubilación.
—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Johnny—. Yo  ya estoy hasta los huevos de huir.
—Y yo —se sumó Julio—. Yo con que se me diga dónde pegar, pego.
—Ya no vamos a huir más. Vamos a llevarlos al parque y allí vamos a resolver esto de una vez por todas.
—¡Así se habla! —aplaudió Charly.
—Estamos contigo, hermano —me sumé yo.
—Pues entonces seguidme, se van a enterar estos mierdas de lo que valen los Jubiletas del Infierno.

Tomamos por un callejón lateral para despistarlos, y fuimos culebreando por entre los bloques en dirección al parque donde por primera vez conocí a los Hijos de la Jubilación. Nos armamos sobre la marcha: Mancy cogió un trozo de tubería que encontró por ahí, Johnny llevaba un botellín roto en cada mano, Charly y Julio se apropiaron de un par de tablones que había junto a una obra, y yo me llené los bolsillos y las manos de guijarros grandes.
—¿Estáis preparados? —dijo nuestro líder cuando ya estábamos a punto de salir de la cobertura de los edificios junto al parque. Todos confirmamos—. Pues adelante.
Cuando apenas nos quedaban unos metros para llegar, volvimos a ver la maldita furgoneta. Al parecer se habían olido nuestra treta y habían cortado camino, por lo que estaban muy cerca, demasiado.
—No corráis, no les demos ese gusto. Seguid caminando y estad preparados para cuando empiece la acción.
En ese momento los altavoces de la furgoneta se encendieron y empezaron a sonar los primeros compases de “Paquito el chocolatero”.
—Carcamal hijo de puta. —Mancy les dedicó un corte de mangas.
—Jubiletas, vamos a jugaar… —se escuchó la artificial voz del Furia mezclada con el pasodoble.
—Será gilipollas —Johnny también les dedicó un corte de mangas.
—Jubiletas, vamos a jugaaar… —Por fin se detuvo la furgoneta. Nosotros también, nos paramos en un claro y nos pusimos en formación de combate.
—Jubiletas, vamos a jugaaaar…
En ese momento se dejó de escuchar el pasodoble, hubo un ruido como de cinta que se atasca, luego un chasquido.
—Ha llegado a casa el tapicero…
—¡Qué coño pasa! —decía el Furia.
—No sé, ha saltado la cinta de la publicidad…
—Se tapizan sillas…
—¡Apaga eso, ostias!
—… sillones…
—La furgoneta es de mi hijo, no sé cómo se quita eso…
—… tresillos…
—¡Joder, pues apágalo todo!
—… descalzadoras…
Por fin se apagaron los altavoces. Tras unos instantes, los Hijos de la Jubilación se apearon de la furgoneta para enfrentarnos. Iba a ser una lucha desigual, pues eran más del doble que nosotros, pero seguro que tenían menos pelotas. Se acercaron a paso lento, todos eran jubilados, al igual que la mayoría de nosotros. Llevaban palos, cadenas, pitones de moto y navajas, como la del Furia. Se pararon a pocos metros, y su líder se adelantó, conectó el amplificador que llevaba en bandolera, y se acercó el micrófono al agujero del cuello.
—Por fin nos vemos las caras, Jubiletas de mierda —comenzó el Furia con las bravuconadas.
—Pues sí, gilipollas —nuestro líder no se iba a quedar atrás—. Ya tenía yo ganas de verte esa cara de pasa asquerosa que tienes para poder partírtela después de lo que has hecho esta noche. ¿Por qué coño has hecho eso?
—¿Que por qué? Pues por lo mismo por lo que ahora os vamos a dar hasta en el cielo de la boca, porque estas cosas me divierten.
—Te divierten porque sois más, pero ¿a que no tienes cojones de enfrentarte tú solo conmigo, cobarde?
—¿Yo solo? No, no os vamos a dar ninguna oportunidad, os vamos a…
—¡Drags! —se escuchó gritar una voz afeminada que interrumpió al Furia.
—¡Hasta la muerte! —coreó una multitud de voces afeminadas.

De todas partes comenzaron a aparecer drags con sus vestidos de lentejuelas, montones de drags, cientos de drags, que nos rodearon a los dos grupos. Iban armadas hasta los dientes con palos, cadenas, navajas, puños americanos e incluso dos martillos neumáticos con dildos fijados en las puntas. No había escapatoria. Por fin conocí a Yeni la Peligrossa, la líder de las Heavy Metal Drag Queens que venía más emperifollada que todas las demás, con un traje casi tan espectacular como el que Cirilo vistiera al principio de la noche. Se adelantó a las demás y se acercó a nosotros, ignorando a los Hijos de la Jubilación.
—Ahí los tienes, Yeni —aprovechó el Furia para apuntarse el tanto—. Los hemos acorralado para que no se os escapen.
—Yeni, ha habido una confusión, nosotros… —la líder de las drags silenció a Mancy colocándole el índice en los labios.
—Tranquilo, amore, no tienes que decir nada, ya una vieja amiga nos lo ha contado todo y sabemos que no fuisteis vosotros. —Entonces, de entre la multitud de drags, apareció Soraya que se lazó hacia nosotros para darnos besos y abrazos.
—¡Ay mis viejetes de mis amores! ¡Y ay mi yogurín! —Conmigo se explayó más, bastante más. No quise pensar en lo que había podido hacer con el legionario, no quería que se me quedara mal cuerpo otra vez.
—¡No, no, han sido ellos! —trataba de hacerse oír el Furia, con los ojos desorbitados.
—No, los Jubiletas son buenos.
—Los mejores —sentenció Mancy.
—Quizá, vosotros los mejores y las mejores nosotras.
—¡No, Yeni, no…! —La Yeni le arrancó el micrófono de las manos al Furia, también el amplificador, y se los dio a Soraya.
—Toma, bonita, esto para ti, para que cantes con ese arte y ese salero que Dios te ha dado.
—Ay, muchas gracias, cari. —La pistolera cogió el regalo y se lo agradeció a su amiga con un pico—. Nosotros nos podemos ir ya, ¿no?
—Sí, mejor que os vayáis, no creo que queráis ver lo que va a pasar aquí. —Las drags que los portaban arrancaron los martillos neumáticos. Los Hijos de la Jubilación miraban horrorizados, el Furia gesticulaba, trataba de decir algo, pero sin su micrófono y su amplificador era un esfuerzo vano. El círculo se cerró en torno a nuestros antagonistas, y nosotros nos marchamos de allí, oyendo los gritos de aquellos pobres diablos hasta que estuvimos a suficiente distancia.

—Joder, Soraya, nos has salvado el pellejo. ¿Cómo ha sido? —preguntó Mancy.
—Pues nada, que cuando iba ya de vuelta al barrio me encontré con la Yeni y las drags, que se ofrecieron a traerme, y por el camino les he contado toda la historia.
—¡Ole mi Soraya! —vitoreó Charly.
—Muchas gracias, Soraya. —le dije.
—Tú estás muy perdido, hijo. Yo no sé qué haces saliendo con estos carcamales. Es que no lo comprendo.
—Ya te dije que Jimmy Boy es un jubileta en espíritu y un compañero fiel —volvió a defenderme Mancy.
—Ya ya. Y a ti a los otros también os vale con esas pintas, que parece que estéis jugando a la película de John Travolta, con lo viejos que sois…
—Soraya, aprovecha ahora para marcarte un cantecito, anda —la animaba Charly.
—Pues sí, voy a aprovechar el regalo que me han hecho. Si no te importa —se dirigió a nuestro líder.
—Después de habernos salvado, puedes hacer lo que te salga del chichi, ¡monumento!
—¡Ole ahí! —Soraya conectó el amplificador, se acercó el micrófono a la boca, me agarró por el talle, y se puso a cantar.

Gitana que tú serás…
Como la falsa moneda…
Que, de mano en mano va…
Y ninguno, se la queda…
Que, de mano en mano va…
Y ninguno, se la queda…


FIN




2 comentarios:

Morti dijo...

Buen final a la trilogía de los Jubiletas. Jajaja.

Manuel Mije dijo...

Ha costado, la verdad, pero me he quedado de un a gusto...

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