Segunda parte del suplemento especial "Jubiletas, amos de la noche". Cirilo ha muerto, todos creen que han sido los Jubiletas, y van a por ellos... |
… La
enterraron por la tarde… a la hija de Juan Simón… y era Simón en el pueblo… y
era Simón en el pueblo ay… ay… el único… enterraó…
Sonaba Antonio Molina en la radio de Soraya, dedicado al reciente óbito. El
silencio entre nosotros era solemne: en el caso de Charly por la bella tonada,
en el caso de Soraya por la amiga perdida, en el del resto por la que nos
podían dar si nos cogían allí, tan lejos de casa, tras las líneas enemigas, a
merced de cualquier banda oportunista que nos localizara y quisiera apuntarse
un tanto con las Heavy Metal Drag Queens. Él
mismo a su propia hija… al cementerio… llevó… él mismo cavó la fosa… él mismo
cavó la fosa murmurando… una oración…
—Coño, Soraya, apaga la radio, que se nos
tiene que escuchar desde un kilómetro de distancia.
—No, que está muy bonita y me da mucho
sentimiento.
Y
como en una mano llevaba la pala… y en el hombro… el azadón… los amigos le
preguntaban… y todos le preguntaban… de dónde vienes… Juan Simón…
—¡Ostias, pues bájala por lo menos!
—Oye, que a mí me está gustando —dijo Charly.
—¡Mira, que me tienes ya hasta el mismísimo!
Cuando se acabe apago la puñetera radio, ¿vale?
Soy
enterraor y vengo… Soy enterraor y vengo… de enterrar… ay… ay… ay… mi corazón…
—Antonio Molina, el más grande —sentenció
Charly cuando se apagó la radio.
—Ea, ya está apagada. ¿Contento mi niño?
—Gracias.
—Estás de un tonto que no hay quien te
aguante.
—Lo que estoy es preocupado. Estamos muy
lejos de casa, y por lo que veo en territorio enemigo —señaló una pintada en
una pared: BSG y debajo una cara seria.
—¿Pinto aquí al lado, jefe?
—Sí, Julio, hijo mío, que tengo que estar en
todo.
—Por cierto, ¿qué pone ahí, BRC?
—BSG, los Bromistas Sin Gracia —dijo Johnny.
—¿Los conoces? —pregunté.
—Sí, son unos gilipollas de cuidado. La
mayoría de ellos se unió a la banda para tener amigos, porque nadie los
aguanta. Si eres el típico tonto que siempre anda intentando hacer gracia pero
no te sale, te unes a ellos. Se ríen las gracias los unos a los otros y así se
sienten apoyados.
—También son unos tipos duros —apostilló
Mancy.
—No creo.
—Para duras estas cachas. Toca, cariño mío,
toca. —Soraya me agarró del brazo y me puso la mano en su muslo. Verdaderamente
tenía muslos de jugador de rugby—. Venga, vamos, que os asustáis por nada.
—¡Esperad que termine, coño! —protestó Julio
cuando ya le sacábamos cierta distancia.
Las sospechas de nuestro jefe no tardaron en
confirmarse. Cien metros más adelante, al doblar una esquina, nos topamos con
quince tipos formando una línea que cortaba la calle. Todos iban vestidos
igual, con vaqueros y una camiseta con la misma cara seria que vimos pintada en
la pared. Unos llevaban palos, otro una botella de plástico cortada en dientes
de sierra, otro una babucha sucia, y el que parecía su líder, el Gallo, según
supe después, un maza para carne de la teletienda.
—Vaya, vaya, vaya —el Gallo se nos acercó
contoneándose de una forma ridícula, aunque probablemente a él le parecía
apropiada, chulesca—. ¿Os habéis perdido? —trató de hacer la majorette con la
maza y se le cayó al suelo. La recogió rápido, como si nadie le hubiera visto.
—Pues la verdad es que sí, pero ya nos vamos.
¿Tú eres…?
—Tú eres… Tú eres… —intentó hacer una
imitación graciosa de la grave voz de Mancy, pero no le salió. Aun así sus
compañeros rieron—. Yo soy el Gallo, y estos de aquí atrás son los Bromistas
Sin Gracia. Eso ya deberíais saberlo, porque estáis en nuestro territorio.
—Pues no, no lo sabía. Venimos de la reunión
de Cirilo, ya sabes a qué me refiero.
—No, no sé a qué te refieres —el tipo dejó de
sonreír.
—Sí, coño, la reunión a la que fuimos
invitadas todas las bandas. Llegaron emisarios de las Heavy Metal Drag Queens a
todos los barrios.
—Pues por aquí no se pasaron…
—Joder, Gallo, otra vez nos dejan de lado
—dijo con tono lastimero uno de los de atrás.
—Con lo buena gente y lo enrollados que somos
—añadió otro.
—Siempre igual —concluyó uno con la voz
quebrada y los ojos acuosos.
—¡Mentira! —levantó la voz el Gallo—. ¡Estos
cabrones lo que quieren es minarnos la moral! ¡Ahora sí que me habéis tocado
las pelotas, y nos las vais a pagar!
—Bueno, venga, menos lobos. Vamos a tener la
fiesta en paz —se adelantó Soraya—. Mira, corazón, ahora tú y yo nos vamos a ir
ahí detrás, que te voy a enseñar un juego, y aquí paz y después gloria. ¿Qué me
dices?
—¿Y tú quién coño eres, gorda?
—¿Cómo? —a Soraya se le cambió la cara. Se
mascaba la tragedia.
—Que quién coño eres… ballenato —el Gallo se
estaba animando, y más cuando sus amigos le rieron la tontería.
—Mira, que no tengo el chichi para
farolillos…
—Foca…
Soraya agarró al Gallo por la pechera y le
arreó un guantazo que resonó por toda la calle, las risas cesaron de súbito.
Después se escuchó el tintineo de un diente en la acera. El bromista cayó de
culo, con las lágrimas saltadas, los ojos y la boca muy abiertos, y una mano
sobre la enrojecida mejilla.
—Como me vuelvas a llamar gorda en vez de un
guantazo te voy a meter otra cosa que vas a chillar más que un gato en una olla,
¿te has enterado?
—… Sí… —musitó el otro.
—Pues muy bien. Venga, vámonos de aquí.
Soraya hizo ademan de ir hacia donde estaba
el resto de los bromistas, éstos salieron corriendo en desbandada. Cuando por
fin pudo levantarse, el Gallo también salió corriendo.
—Pues no, al parecer no eran unos tipos
duros, sólo eran unos gilipollas.
—Te lo dije.
—Vete a la mierda, Johnny.
Yo fui el primero en ver una de aquellas
malditas fichas de dominó pintada en la pared, era el pito doble, y los puntos
parecían chorrear sangre del mismo rojo vivo que el resto de la ficha.
—Bueno, las Furias del Dominó, éstos no
tienen por qué ser un problema —dijo Johnny mirando a Mancy, retándolo a que le
contradijera, y el otro picó.
—No sé por qué lo dices, como hayan oído la
noticia o los que estaban allí hayan llamado y nos embosquen puede ser nuestro
fin.
—Ya veremos —contestó Johnny sonriendo—.
Vosotros seguid caminando…
—Pues yo voy a poner la radio, que me estoy
aburriendo y estoy hasta el mismísimo coño de andar.
—No, Soraya, por favor.
—¿No me dejas?
—No, te lo estoy pidiendo por favor.
—Muy bien, pues entonces canto yo, que para
el caso vale. Venga, acepto peticiones.
—Dios, qué castigo.
—Ojos verdes —dijo Charly.
—Ay, sí, preciosa. Además, que se la voy a
dedicar a mi niño bonito… ¿Y tú cómo te llamabas, tesoro?
—Jimmy.
—No, el de tontería no, el nombre de verdad.
—Se llama Mariano —dijo Julio.
—Pues esta te la dedico a ti, Mariano: Ojos
verdes.
—Pero yo los tengo marrones.
—Eso da igual, lo importante es la gracia con
la que se cante. Y el sentimiento, sobre todo el sentimiento —me dijo
agarrándome la cara y acercándosela a la suya a distancia de beso—. Tú
escúchame a mí: Apoyá en el quicio de la
mancebía… miraba encenderse la noche de mayo…
—¡Ole ahí! —se emocionaba Charly, Soraya
bailaba alrededor de nosotros.
—Pasaban
los hombres y yo sonreía… hasta que en mi puerta paraste el caballo…
—¡Y no tiene novio!
—Sí, eso, tú sigue animando. —Mancy estaba
cabreado.
—Serrana
¿me das candela? Y yo te dije: Gaché… ven y tómala en mis labios… y yo fuego te
daré… —Soraya volvió a acercar su cara a la mía.
—¡Ey, vosotros! —una voz sofocada interrumpió
la actuación, después se escuchó una tos.
—Ahí están los de la emboscada, Mancy —dijo
Johnny con socarronería.
Allí estaban, efectivamente, nos seguían, y
no nos habíamos dado cuenta, quizá por el espectáculo de Soraya.
—¡Parad, hijos de puta, que os vamos a dar
una que no vais a olvidar en vuestra puta vida!
Sin duda eran las Furias del Dominó, todos
iban vestidos igual, con camisones de enfermo y chupas de cuero negro, con
abigarrados dibujos rojos de llamas y pitos dobles y sangrantes. Llevaban palos
y navajas, puños americanos y fichas de dominó afiladas, pero los andadores,
las muletas y las sillas de ruedas, incluso los portagoteros que algunos
arrastraban, les restaban presencia, era algo que se tendrían que replantear.
—¡Esperad, cobardes!
—¡Paraos un momento si tenéis huevos!
—Vosotros seguid caminando a paso normal y no
podrán alcanzarnos.
—Tú esto los sabías, ¿verdad?
—Claro, jefe. Su cuartel general es un hogar
para la tercera edad que está pocas calles más allá. Por aquí ceca hay unas
cuantas obras, un puñado de tascas e incluso un puticlub con descuentos para la
tercera edad. ¿Tú quién coño crees que se queda allí jugando al dominó?
—¡Os vamos a matar cuando…! —una tos seca y
sofocada cortó la amenaza.
—¿Estás bien, Pascual?
—Sí, tranquilos, seguid vosotros. ¡Que no se
escapen! —otra nueva tos, esta vez más angustiosa que la anterior. Las furias
iban dejando miembros atrás, a marchas tan forzadas como su penoso avance.
—En fin… Te lo dije.
—Eres odioso.
—Bueno, Soraya, puedes seguir cantando si
quieres. ¿No, jefe?
—Vete a la mierda. ¡Iros todos a la mierda!
Detrás de nosotros se seguían sumando bajas y
lamentos.
—¡Ay! ¡Ay que me duele aquí en el costado!
—Déjate de rollos, Paco, que ahí no está el
corazón. Eso serán gases.
Soraya se colocó a mi lado, me agarró por el
talle y comenzó a caminar de una manera muy flamenca.
—Ojos
verdes… verdes como… la albahaca…
—¡Que se escapan! —Nos comenzaron a lanzar
fichas de dominó, pero caían lejos a nuestra espalda—. ¡Hijos de puta!
—Verdes
como el trigo verde… y al verde… verde limón…
—¡Algún día nos volveremos a encontrar!
—gritó uno de nuestros últimos perseguidores. Después los tres se dieron la
vuelta y fueron a atender a sus compañeros caídos.
Durante un rato, Soraya estuvo ofreciéndonos
una buena muestra de su repertorio artístico. Después de “Ojos verdes” vino
“Marinero de luces”, y después “Tatuaje” y “Morena clara”, tampoco faltaron “Encrucijada”
ni “Pena penita pena”, dedicada a Cirilo.
—Bonita, por qué no pones un poco la radio, a
ver si hay noticias.
—¿Qué pasa, que no te gusta cómo canto?
—No, hija, yo es por si dicen algo de
nosotros.
—Como después tengas huevos de decirme que la
apague otra vez te vas a cagar.
—Vaya por Dios.
Soraya volvió a sacar la minúscula radio de
su inmenso bolso. Cuando la encendió, sonaban las últimas notas de “Mi carro”,
al parecer Manolo Escobar ya lo había encontrado y no tenía sentido seguir
preguntando por él. Luego se escuchó la misma voz de mujer mayor que dio el
anterior mensaje: Tenemos nuevas noticias, amigos de la noche, según hemos podido saber,
los Jubiletas del Infierno, esos listillos, han llegado a la segunda base. Han
superado a los Bromistas Sin Gracia, una banda de inadaptados de tercera
regional, y a las Furias del Dominó, que se han quedado sin fichas y quién sabe
si también con algún miembro de menos, pues su líder, Pascual, ha sufrido un
síncope durante la persecución y se encuentra en estos momentos hospitalizado
en estado grave pero estable. Así que las cosas siguen por ahora igual,
queridos amantes de la luna y la aventura, los Jubiletas aún están en camino,
¿será posible que lleguen a su destino sin que nadie los pare? Eso depende de
vosotros. Aquí os dejamos con esta bella copla para que os inspire en esta
noche de persecución y venganza. La
canción dedicada era “Arrieros somos”, interpretada por Concha Piquer: ¡Malditos sean mis labios por los besos que
te di!... ¡Maldita sea la hora en que yo te conocí!... Permita Dios que te vea
ir de cancela en zaguán… y que nadie te socorra con un cachito de pan…
Entonces se escuchó el sonido ensordecedor de
una motocicleta trucada en la noche. Cuando nos giramos lo vimos: cabalgando la
Puch Cobra, como un caballero medieval, venía un sujeto fornido, musculoso, vestido
con pantalones vaqueros entallados y paqueteros, una camisa de seda roja, y una
exuberante mata de pelo negro que se derramaba de su desabrochada camisa.
Cuando se paró derrapando junto a nosotros, la cercanía nos permitió ver mejor sus
botos camperos, su patilla bandolera, su corte de pelo militar y sus muchos
tatuajes carcelarios.
—¡Soraya!
—¡Ay mi legionario de mi alma y mis
entretelas ven aquí que te como!
Soraya se lanzó a por él para comérselo a
besos. De no haber sido el único de todos más fornido que ella, lo hubiera
tirado de la moto. Cuando dejó de besuquearlo y magrearlo, le agarró de la cara
y se lo acercó para hablarle a gritos.
—¿Pero tú qué haces aquí?
—Nada, hija, que estoy de permiso y no sabía
qué hacer en la finca y me he venido a la ciudad. Resulta que hace un momento me
he cruzado con unos pardillos que me han dicho que una tía o un tío con unas
tetas y un culo enormes que canta copla le ha dado un guantazo a uno que por
poco lo mata, por lo visto por llamarla gorda, y he dicho ¡coño, esa es mi
Soraya! A ver si la veo y nos damos una alegría.
—¡Ay mi bandolero del amor! Que esto es puro amor… amor amor…
incontrolable… Y si sigo así… pobre de mí… me va a matar… —después le dio otra
buena sesión de magreos y besos—. ¡Esto es un tío! —dijo mirando a nosotros y agarrando
aquel volcán de pelo que salía de la camisa de su amigo—. Os presento. Éste es
Juan, el tío más tío que yo he conocido en mi puñetera vida. Caballero
legionario.
—¡Ole ahí! —dijo el otro mirándola con deseo—.
Encantado, señores —se dirigió a nosotros—. Bueno, qué, ¿te vienes conmigo o
tienes algún plan?
—¿Yo plan? Ninguno. Pero ¿cómo nos vamos a
ir? —dijo señalando la motocicleta.
—¿Esto? Esta cobra tiene más truco que el
mago de la tele, tira más que tus dos tetas, fíjate lo que te digo.
—Pero es que no me cabe el culo ahí.
—Tú agárrate bien a mí, pon los pies en los
reposapiés, y no te asustes.
—Ay, chulazo, que como me desgracies te mato.
—No te preocupes, tesoro. Sube.
Soraya se escarranchó detrás del legionario,
bien apretada a él, pero aun así el culo le sobresalía de la moto.
—Vosotros vais para el barrio, ¿no?
—Claro —dijo Mancy.
—Pues allí nos vemos, que con lo que os queda
seguro que llego yo antes.
—Joder —se lamentaba Charly.
—Arrivederci,
niños —se despidió Soraya.
—Buenas noches, señores —dijo Juan. Luego
arrancó la Puch Cobra de una certera patada, Soraya chilló, entre el gozo y el
miedo, y ambos salieron quemando rueda para perderse en la madrugada y la
pasión.
Continuará...
2 comentarios:
Que ganas de ver la siguiente parte
Cómo gana la cosa con Soraya, ¿ein?
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