Microcuento de fantasía sobre un par de personajes muy particulares... |
La gente de Kyyrum tenía un gran
problema: había pasado la época de las tormentas sin que ni una sola gota
hubiera caído del cielo para alimentar a la tierra. El viejo Trubb, el
patriarca del pueblo, parecía ser el único que conocía la solución: había que llamar
al cazador de nubes colocando un cuenco de lágrimas sobre los tejados de todas
las casas. Los de Kyyrum, aunque escépticos, no dudaron en hacer lo que el
patriarca decía.
Varios días después, todos se
sorprendieron con la llegada al pueblo de un niño rubio, delgado, vestido de
seda roja, con una flauta de plata en su mano y algo parecido a una bola de
algodón posada en el hombro.
El niño se colocó en el centro de la
plaza del pueblo y empezó a tocar la flauta, lo que hizo que gran cantidad de
nubes, hechizadas por la tonada, fuesen copando el cielo. Cuando ya hubo
suficientes nubes, el niño susurró algo a la bola de algodón, la cual comenzó a
ascender y ascender hasta que se encontró con sus hermanas. Instantes después,
minúsculas perlitas líquidas empezaron a caer del cielo como un baño de
felicidad que hizo saltar a todos de alegría.
Una vez terminado su trabajo, la bola
de algodón descendió hasta volver a posarse en el hombro de su amo, y el cazador
de nubes se fue como había llegado, de improviso, en busca de nuevos cuencos de
lágrimas con los que alimentar a su mascota.
0 comentarios:
Publicar un comentario