Para enfermos de aburrimiento alérgicos a la pasta de celulosa, para exiliados de bibliotecas con tiempo pero sin estantes, para marineros de la red con tendencia a hacer parada y fonda en tabernas de relatos, para viajeros de sillón y amantes de la aventura estática, para todos ellos y para ti mismo se abre esta consulta literaria, la del doctor Perring, enhebrador de palabras, zurcidor de conceptos y trazador de historias.


Tratamiento único y definitivo: tú pones los segundos, el que suscribe pone las letras...

miércoles, enero 16, 2019

Simplemente amistad



Cuando ya es demasiado tarde para decir la verdad...


La fiesta que tenía lugar en aquellos salones ya daba sus boqueadas postreras. La espesa mezcla de alegría, hipocresía, compromisos, protocolos, reencuentros, desinhibición mal contenida, borracheras, indigestión, excitación más o menos disimulada, búsqueda de suerte afectiva en un lugar aparentemente propicio, y recaudación soterrada en forma de pequeños trozos de corbata y reparto de puros, ya se diluía con las últimas despedidas y las promesas de contacto que a un descanso vista serían contempladas como estúpidos compromisos a evitar.

En una esquina, sentado, tan solo como había estado durante toda la velada a pesar de sus compañeros de mesa, Felipe apuraba su último combinado en espera de una charla que sabía imposible de evitar. Las ramplonas canciones del hilo musical que había sustituido a las tonadas de la “Orquesta Estrellato”, el desfile de camareros que ya comenzaban la rehabilitación de la sala para el bautizo del día siguiente, y el hipnotizador bamboleo del líquido en la copa agitada, ayudaban al alcohol a mantenerle alejado de la realidad, en espera de que la vida terminara de echársele encima.

—Hola, Feli. —Surgida de la bruma etílica, un hada de cuento envuelta en albo vestido de novia se sentó a su lado. Su voz, caricia sonora durante muchos años y ahora sal en llaga, lo sacó parcialmente del aturdimiento.
—Hola, Sara. Felicidades, que no te lo había podido decir antes. —Felipe interpuso una sonrisa entre su amargura y la muchacha, no quería salpicarla con su dolor.
—Bueno, qué, ¿no le vas a dar dos besos a la novia?
—Sí, claro. —Felipe besó tímidamente aquel rostro fresco, suave y perfumado, al tiempo que recibía su caricia en ambas mejillas.
—¿Cómo te lo has pasado? Te he visto muy serio.
—No, es que… —Felipe buscaba palabras en el vacío de su alma, turbado por aquella cercanía que en el pasado fue bálsamo—. Es que casi no conocía a nadie…
—Vamos, Felipe, no me digas que estabas cortado. Si tú eres el tío más simpático y extrovertido que conozco.
—No, bueno, también es que ando un poco liado con el trabajo últimamente, tú sabes.
—Anda, no te preocupes por eso ahora, que no quiero ver serio a mi mejor amigo en un día tan importante como éste.
—No, no, no te preocupes por mí. —El instinto de proteger a Sara que con el tiempo se había formado en el fondo de su ser saltó de inmediato—. Yo estoy bien. Y oye, que me alegro mogollón por lo tuyo. Ese Fritz parece un gran hombre, seguro que te va a tener como una reina y te va a hacer muy feliz. Lo que pasa es que estos días me han venido un poco cruzados, pero no te vayas a preocupar tú por eso, guapetona. Disfruta, que hoy es tu día.
—Muchas gracias, Feli, eres un cielo. —Sara tomó la mano de Felipe entre la suyas, haciendo que un escalofrío recorriera la espalda de su amigo—. Y por eso no quería irme sin hablar antes contigo. Tú sabes que después del viaje de novios me iré a vivir a Alemania con Fritz, así que no va a ser fácil que nos volvamos a ver.
—Claro, claro —Felipe trataba de pasar palabras a través del nudo que se le acababa de formar en la garganta.
—Mira, Feli, tú has sido el mejor amigo que jamás he tenido. ¿Qué hubiera sido de mí si no te hubiera tenido a ti a mi lado? Con la de veces que me han roto el corazón… Y tú siempre ahí, para sacarme de mi casa, para impedir que me hundiera —a él le asaltaron recuerdos de viejas esperanzas, ya perdidas para siempre—. Siempre he sido tan tonta a la hora de elegir pareja…
—¡No, tonto ellos; imbéciles que no tenían ni idea del tesoro que dejaban escapar! –en esta ocasión las palabras no tuvieron dificultad para salir, impulsadas por un destello de rabia.
—Cómo eres… —Felipe había terminado de naufragar en la mirada de Sara, cayendo hacia el fondo de aquella inmensidad parda—. Quiero que sepas que jamás me olvidaré de ti, que siempre habrá un lugar aquí para ti —dijo tocándose el escote.
—Yo tampoco me olvidaré de ti, Sara. Has sido la persona a la que más he… apreciado en este mundo. Jamás te olvidaré. Yo… —Felipe luchaba contra el dolor que amenazaba con bañarle el rostro de lágrimas, luchaba lo indecible. Sara también tenía los ojos acuosos, pero sus lágrimas eran distintas.
—¿Sabes que Fritz estaba celoso de ti al principio? Decía que no podíamos ser tan amigos, que un hombre y una mujer no pueden estar tan unidos sin que surja algo más que la amistad.
—¡Qué tontería! —saltó Felipe en defensa de su secreto.
—Claro, eso le decía yo, que lo nuestro era simplemente amistad. Y con el tiempo lo ha comprendido. Ahora te aprecia mucho por lo que le he contado, por lo bien que me has tratado siempre y el apoyo que has sido para mí. De verdad que te aprecia.
—Pues dile que te trate como te mereces, porque estaré vigilándole aunque sea a distancia —bromeó sin ganas.
—Claro que sí, Feli. —Ahora Felipe se debatía entre la inmensidad de la mirada de Sara y su sonrisa de estrellas—. Siempre serás el mejor.
—Y tú la mejor —musitó él.
—Bueno, me tengo que marchar ya —dijo Sara atraída por las señales que le hacía el joven que desde unas horas antes viajaba hacia el destino en el mismo barco que ella—. Anda, dame un abrazo. —Sara lo abrazó fuertemente; Felipe apenas se atrevió a rodearla con los brazos—. Lo dicho Feli, no te olvidaré jamás. Y sé feliz, como yo.
—Lo intentaré. Que seas… —No llegó a terminar la frase, por temor a que las lágrimas se prendieran de las últimas palabras.
—Hasta siempre.
—… Adiós.

Allí quedó Felipe, contemplando como su alma se marchaba con otro para no regresar jamás. Y esa misma noche, después de haber llorado las lágrimas más amargas de su vida, sucumbió al filo de la cuchilla y dejó de sufrir para siempre.


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