Cuando ya es demasiado tarde para decir la verdad... |
La fiesta que tenía lugar en aquellos
salones ya daba sus boqueadas postreras. La espesa mezcla de alegría,
hipocresía, compromisos, protocolos, reencuentros, desinhibición mal contenida,
borracheras, indigestión, excitación más o menos disimulada, búsqueda de suerte
afectiva en un lugar aparentemente propicio, y recaudación soterrada en forma
de pequeños trozos de corbata y reparto de puros, ya se diluía con las últimas
despedidas y las promesas de contacto que a un descanso vista serían
contempladas como estúpidos compromisos a evitar.
En una esquina, sentado, tan solo como
había estado durante toda la velada a pesar de sus compañeros de mesa, Felipe
apuraba su último combinado en espera de una charla que sabía imposible de
evitar. Las ramplonas canciones del hilo musical que había sustituido a las
tonadas de la “Orquesta Estrellato”, el desfile de camareros que ya comenzaban la
rehabilitación de la sala para el bautizo del día siguiente, y el hipnotizador
bamboleo del líquido en la copa agitada, ayudaban al alcohol a mantenerle
alejado de la realidad, en espera de que la vida terminara de echársele encima.
—Hola, Feli. —Surgida de la bruma
etílica, un hada de cuento envuelta en albo vestido de novia se sentó a su
lado. Su voz, caricia sonora durante muchos años y ahora sal en llaga, lo sacó
parcialmente del aturdimiento.
—Hola, Sara. Felicidades, que no te lo
había podido decir antes. —Felipe interpuso una sonrisa entre su amargura y la
muchacha, no quería salpicarla con su dolor.
—Bueno, qué, ¿no le vas a dar dos
besos a la novia?
—Sí, claro. —Felipe besó tímidamente
aquel rostro fresco, suave y perfumado, al tiempo que recibía su caricia en
ambas mejillas.
—¿Cómo te lo has pasado? Te he visto
muy serio.
—No, es que… —Felipe buscaba palabras
en el vacío de su alma, turbado por aquella cercanía que en el pasado fue
bálsamo—. Es que casi no conocía a nadie…
—Vamos, Felipe, no me digas que
estabas cortado. Si tú eres el tío más simpático y extrovertido que conozco.
—No, bueno, también es que ando un
poco liado con el trabajo últimamente, tú sabes.
—Anda, no te preocupes por eso ahora,
que no quiero ver serio a mi mejor amigo en un día tan importante como éste.
—No, no, no te preocupes por mí. —El
instinto de proteger a Sara que con el tiempo se había formado en el fondo de
su ser saltó de inmediato—. Yo estoy bien. Y oye, que me alegro mogollón por lo
tuyo. Ese Fritz parece un gran hombre, seguro que te va a tener como una reina
y te va a hacer muy feliz. Lo que pasa es que estos días me han venido un poco
cruzados, pero no te vayas a preocupar tú por eso, guapetona. Disfruta, que hoy
es tu día.
—Muchas gracias, Feli, eres un cielo. —Sara
tomó la mano de Felipe entre la suyas, haciendo que un escalofrío recorriera la
espalda de su amigo—. Y por eso no quería irme sin hablar antes contigo. Tú
sabes que después del viaje de novios me iré a vivir a Alemania con Fritz, así
que no va a ser fácil que nos volvamos a ver.
—Claro, claro —Felipe trataba de pasar
palabras a través del nudo que se le acababa de formar en la garganta.
—Mira, Feli, tú has sido el mejor
amigo que jamás he tenido. ¿Qué hubiera sido de mí si no te hubiera tenido a ti
a mi lado? Con la de veces que me han roto el corazón… Y tú siempre ahí, para
sacarme de mi casa, para impedir que me hundiera —a él le asaltaron recuerdos
de viejas esperanzas, ya perdidas para siempre—. Siempre he sido tan tonta a la
hora de elegir pareja…
—¡No, tonto ellos; imbéciles que no
tenían ni idea del tesoro que dejaban escapar! –en esta ocasión las palabras no
tuvieron dificultad para salir, impulsadas por un destello de rabia.
—Cómo eres… —Felipe había terminado de
naufragar en la mirada de Sara, cayendo hacia el fondo de aquella inmensidad
parda—. Quiero que sepas que jamás me olvidaré de ti, que siempre habrá un
lugar aquí para ti —dijo tocándose el escote.
—Yo tampoco me olvidaré de ti, Sara. Has
sido la persona a la que más he… apreciado en este mundo. Jamás te olvidaré.
Yo… —Felipe luchaba contra el dolor que amenazaba con bañarle el rostro de
lágrimas, luchaba lo indecible. Sara también tenía los ojos acuosos, pero sus
lágrimas eran distintas.
—¿Sabes que Fritz estaba celoso de ti
al principio? Decía que no podíamos ser tan amigos, que un hombre y una mujer no
pueden estar tan unidos sin que surja algo más que la amistad.
—¡Qué tontería! —saltó Felipe en
defensa de su secreto.
—Claro, eso le decía yo, que lo
nuestro era simplemente amistad. Y con el tiempo lo ha comprendido. Ahora te
aprecia mucho por lo que le he contado, por lo bien que me has tratado siempre
y el apoyo que has sido para mí. De verdad que te aprecia.
—Pues dile que te trate como te
mereces, porque estaré vigilándole aunque sea a distancia —bromeó sin ganas.
—Claro que sí, Feli. —Ahora Felipe se
debatía entre la inmensidad de la mirada de Sara y su sonrisa de estrellas—. Siempre
serás el mejor.
—Y tú la mejor —musitó él.
—Bueno, me tengo que marchar ya —dijo
Sara atraída por las señales que le hacía el joven que desde unas horas antes
viajaba hacia el destino en el mismo barco que ella—. Anda, dame un abrazo. —Sara
lo abrazó fuertemente; Felipe apenas se atrevió a rodearla con los brazos—. Lo
dicho Feli, no te olvidaré jamás. Y sé feliz, como yo.
—Lo intentaré. Que seas… —No llegó a
terminar la frase, por temor a que las lágrimas se prendieran de las últimas
palabras.
—Hasta siempre.
—… Adiós.
Allí quedó Felipe, contemplando como
su alma se marchaba con otro para no regresar jamás. Y esa misma noche, después
de haber llorado las lágrimas más amargas de su vida, sucumbió al filo de la
cuchilla y dejó de sufrir para siempre.
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