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Tercera y última parte del suplemento especial "Jubiletas, amos de la noche". Ya falta menos para llegar a casa, pero aún siguen en territorio enemigo, a merced de los peligros de la noche... |
—Es una bombilla, de eso no hay duda
—sentenció Johnny. Mancy le miraba divertido—. Y la B y la S mal escritas…
¿Bombilla Sucia?
—¿Bombilla Sucia? La madre que te parió…
—Venga, pues di tú, listo.
—Eso es un guante de boxeo, y la B y la S
significan Boxeadores Sonados.
—Pues parece una bombilla mal pintada.
—Eso mismo pienso yo —apuntó Charly.
—Por lo mismo que las letras están mal
escritas, no es fácil usar un spray con los guantes de boxeo puestos.
—¿Qué pasa, no se los pueden quitar un
momento?
—Bueno, tú esta vez lo que tienes que hacer
es estar calladito, listo, que ahora no tienes ni puta idea.
—Pues tú dirás, enterado.
—A ver, hermanos, éstos sí son unos tipos
duros de verdad, como les toquemos la pelotas o quieran ellos por la llamada de
las drags o lo que sea, nos ventilan. Pero tenemos una posibilidad —Mancy hizo
una pausa y nos miró a todos con intensidad…
—Qué te gusta hacerte el interesante —Johnny
no soportaba ir por detrás.
—Tú calla. Yo conozco a estos tíos, a la
mayoría de ellos, al menos, y sobre todo a su líder, el Potro. Además de amigo
de su padre, siempre fui un amante del boxeo amateur, y he visto muchas de sus
peleas. Vosotros lo que tenéis que hacer es dejarme hablar a mí y no mover un
dedo a menos que yo lo diga, ¿estamos? —Todos apoyamos al jefe, incluso Johnny—.
Pues entonces vamos, conozco su debilidad y sé cómo aprovecharme de ella…
—¿Y qué debilidad es esa? —pregunté.
—Mental, Jimmy Boy, debilidad mental. Muchos
porrazos dados…
Seguimos avanzando por calles extrañas, girando
cada esquina con el temor de que tras
cualquiera de ellas podían estar esperándonos para darnos una paliza. Vimos más
de aquellas pintadas, todas igual de mal hechas. Incluso Julio, tan cegato como
estaba, hacía mejor las nuestras. Por fin, unas voces nos alertaron del
encuentro inminente. Nos acercamos despacio, sin hacer ruido para no perder el
factor sorpresa, y entonces los vimos: era un grupo numeroso, la mayoría
llevaba batas de boxeo de colores brillantes, con sus apodos a la espalda, como
“El Tigre”, “El Quebrantahuesos”, “El Toro” o “El Potro”; otros, quizá por
tener menos recursos económicos, quizá por el frío, llevaban batas de boatiné
clásicas, sin inscripciones. Lo que sí llevaban todos eran sus guantes y sus
botines de púgil. Era el momento de descubrir el secreto de las misteriosas
bombillas: el Potro se encontraba acuclillado, sosteniendo precariamente el
spray con uno de los guantes y tratando de presionar el aplicador con la muñeca
del otro brazo. El resultado era el peor de los que habíamos visto hasta el
momento, la bombilla más amorfa de todas.
—Ea, ya ya ya está. A ver, a ver quién me
dice quién coño me dice que no no no está de puta madre, ¿eh? —la voz no le
hacía justicia a su fiero aspecto, era nasal y poco seria. Para colmo, las
palabras le salían atropelladas, y tartamudeaba un poco—. No no no me toquéis
los cojones que se ve el puto guante se ve de puta madre, el puto guante. —Sus
compinches no parecían muy satisfechos, pero nadie decía nada—. ¿Qué?
—Hombre, Potro —se arrancó uno con timidez—,
lo que es ver, se ve, pero quizá no tan, tan bien como dices…
—¿Co co cómo qué coño dices tú, tío? ¿Eh?
—No, Potro, tranquilo, que ya te he dicho que
está bien.
—Entonces tío no me me toques los cojones que
te cojo y ¡BUM! Te borro la cara, tío, te borro la cara, ¿eh? Así que no me
toques los cojones, ¿eh? porque te te te borro la cara, ¿eh? Yo te cojo y ¡BUM!
Te borro la cara.
—Vale, Potro.
—Co como a alguien se le ocurra otra vez
decir otra vez que pa parece una puta bombilla le borro la cara, ¿eh? Le cojo y
¡BUM! Le le borro la cara.
—¡Mirad! —los alertó uno de ellos que se
había dado cuenta de nuestra presencia.
Todos se giraron hacia nosotros y se
colocaron en formación, dando pasos de boxeo, haciendo sombra. El Potro se
adelantó. Su movimiento era espástico, una mezcla de tics y estiramientos de
cuello y brazos, una danza estroboscópica que lo acercaba a nosotros.
—Y vosotros, ¿vosotros quién coño sois? ¿Eh?
¿Quién coño sois vo vo vosotros?
—Tranquilo, Potro —se adelantó Mancy—, soy
yo, Amancio el de los melones, ¿no te acuerdas de mí?
—¿Co cómo? ¿A Aman…?
—Amancio, Amancio el de los melones. Joder,
que te he llevado en el motocarro a más de una pelea.
—No no no me acuerdo. ¿A Amancio el de el de
los melones? —el líder de los boxeadores se rascaba la coronilla con el guante
tratando de escarbar en sus desordenados recuerdos—…
—¡Ostias, Potro, el amigo de tu padre, que te
conozco desde chico!
—… Ah sí sí coño, el Amancio, Amancio el de
los melones. Me me me cago en todo, ¡Amancio! —Ambos se abrazaron—. Qué de
tiempo. ¿Qué qué haces tú por aquí a estas horas, a Amancio?
—Venimos de la reunión de bandas, lo de
Cirilo, ¿te suena? —dijo Mancy con la boca pequeña.
—¿Eh? … Sí sí tío, lo de las bandas, claro.
Sí, vinieron aquí de lo de las bandas, la las drags. E enviamos gente, ¿sabes,
tío? Enviamos, enviamos gente, y se perdieron. Han vu vu vuelto dos, de los
demás no sabemos, se se perdieron.
—Nosotros venimos de allí. Sólo estamos de
paso. Supongo que te acordarás de la tregua…
—¿La tregua? ¿Qué qué tregua? … Ah, sí, la
tregua. Ya ya no hay tregua, no hay tregua ya. —Aquello nos heló la sangre. Si
estaban enterados de lo sucedido, era nuestro fin.
—¿Ah, sí? Hubo un tumulto y salimos de allí
corriendo, como todos, no sabíamos nada. ¿Alguna noticia? —trató de sondearlo
nuestro jefe.
—A algo hemos oído, algo, que Cirilo está
muerto y que ya ya no hay tre tregua. No, no hay tregua. Pero ya no sabemos ma
más porque la radio se se la cargó el capullo éste, se la cargó.
—Ostias, Potro, si no nos dejas quitarnos los
guantes es normal que se me caiga —se excusaba el aludido.
—¡Los guantes no se se los quita uno ni para
mear, me me cago en la puta! —La literalidad de aquello quedaba clara por los
lamparones que muchos llevaban en los bajos de las batas y en los botines—. ¡Hay
que estar preparado siempre, co cojones!
—Pues no sabíamos nada, Potro, te lo juro.
—Mancy trataba de camelarse a su amigo—. Nosotros no tenemos radio y contábamos
con la tregua. Es más, en cuanto vimos los guantes pintados en la pared les
dije a éstos que les iba a presentar a mi compadre el Potro, el mejor peso
medio que han visto mis ojos. —Tras un disimulado gesto, todos secundamos a
nuestro líder.
—¿Vi visteis las pintadas? ¿A a que se ve que
es un guante?
—El guante de boxeo se ve perfectamente, sí
señor.
—Yo no tendría cojones de pintarlo tan bien
—añadió Julio mirando una declaración de amor pintada en otra pared.
—Potro, que te están haciendo el lío —saltó
uno de los púgiles. El aludido se giró y se acercó a su compinche.
—To to Toro, no me toques los cojones. ¿Qué
dices de lío, tío?
—Que el guante no se ve, Potro, te lo juro,
que te están bailando el agua.
—¿Co cómo que no se ve el guante? No me me
toques los cojones, ¿eh, Toro? No no me toques los cojones. Toro.
—Que ya no sabemos cómo decírtelo para que no
te mosquees, que parecen bombillas… —No pudo seguir hablando, el Potro le
plantó en mitad del rostro un directo demoledor, fulminante. El Toro cayó
desmayado entre los brazos de sus compañeros.
—¡Yo me cago ya en la ostia puta ya! ¿Eh? A
al próximo que me me diga que es una puta bombilla que es una bo bombilla es
que lo mato, ¡lo mato!
—Tranquilo, Potro —medió Mancy, el boxeador
volvió a acercarse a nuestro líder—. Te veo alterado. ¿Te has tomado algo?
Venga, hermano, que los veteranos que sabemos de esto contamos contigo y así no
pasas los controles y no te dejan pelear. Todavía estás a tiempo de lograr algo
grande.
—No no, yo yo, yo no, yo no. Nada, unas
caspitas aquí con los colegas, pero yo no, yo no. Yo tío hermano, que no, que
yo no. Yo lo lo lo que tengo es mala suerte con los controles, que siempre me
me pillan después después de alguna fi fiesta, pero yo no, no… —El Potro se vio
interrumpido por la risa floja de uno de sus amigos. Se giró y se acercó a él lentamente,
con el pecho adelantado—. ¿Tú qué coño qué coño te pasa a ti? ¿Eh? ¿Tú tú tú eres
gilipollas o qué coño te pasa a ti, tío? ¿Tú tío que te pasa a ti? ¿Eh? ¿Qué
coño te pasa a ti? Tío.
—¿Yo? Nada, Potro, yo que… me he acordado de
una cosa. —Parecía asustado.
—Bueno, Potro, nosotros mejor nos largamos de
aquí ya, si no te importa —aprovechó Mancy—, que veo que tenéis asuntos que
resolver. A ver si nos vemos otra vez, más tranquilos, y charlamos un poco de
boxeo.
—Sí, e eso, largaros de aquí ya, que éste y
yo tenemos que hablar de de una cosa, tenemos que hablar.
No esperamos más para salir de allí a paso
rápido, teníamos que alejarnos antes de que el Potro se diera cuenta de la
situación y cambiara de idea. Ya a unos metros de distancia, aún se escuchaba
la voz del líder de los Boxeadores Sonados reprendiendo a su camarada.
—¿Eh? ¿Qué co coño te hace gracia a ti? Como
me me toques más las pelotas te te cojo y ¡BUM! Te borro la cara. ¿Eh? ¡Te
borro la cara!
Ya al alba, por fin pudimos ver el skyline
del barrio, estábamos salvados, o al menos eso es lo que pensábamos todos
después de aquella noche de peligros. Sólo el silencio ocupaba los huecos entre
el resonar de nuestros pasos unísonos, nuestra marcha marcial. Yo me sentía
orgulloso de tan magnífica compañía, de ser parte del fiero ejército: a la
cabeza Mancy, nuestro líder, una mezcla de agallas y astucia a cuya diestra
estaría dispuesto a morir; a su lado Johnny, el fiel consejero, el
inquebrantable lugarteniente, el Pepito Grillo tocapelotas; más atrás Charly y
Julio, la sabiduría milenaria, el sentir y la copla por un lado, la ceguera
fiel, la miopía y el valor por el otro; por último yo, el novato entregado a la
causa, proyecto de asesino en serie en mis ratos libres.
—Bueno, pues ya está, lo hemos conseguido
—dijo Mancy.
—Me temo que no, jefe —dijo Charly señalando
a una furgoneta blanca parada en la distancia. En su costado había unos vinilos
pegados: “Tapiceros Hnos. Gómez” y debajo un tresillo de cuadros marrones,
blancos y negros.
—Hijos de puta —dijo nuestro líder al
verlos—. Ésa es la furgoneta del hijo de Tomás, que a veces se la pide para
llevar y traer a esos mierdas de los Hijos de la Jubilación.
—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Johnny—.
Yo ya estoy hasta los huevos de huir.
—Y yo —se sumó Julio—. Yo con que se me diga
dónde pegar, pego.
—Ya no vamos a huir más. Vamos a llevarlos al
parque y allí vamos a resolver esto de una vez por todas.
—¡Así se habla! —aplaudió Charly.
—Estamos contigo, hermano —me sumé yo.
—Pues entonces seguidme, se van a enterar
estos mierdas de lo que valen los Jubiletas del Infierno.
Tomamos por un callejón lateral para
despistarlos, y fuimos culebreando por entre los bloques en dirección al parque
donde por primera vez conocí a los Hijos de la Jubilación. Nos armamos sobre la
marcha: Mancy cogió un trozo de tubería que encontró por ahí, Johnny llevaba un
botellín roto en cada mano, Charly y Julio se apropiaron de un par de tablones
que había junto a una obra, y yo me llené los bolsillos y las manos de
guijarros grandes.
—¿Estáis preparados? —dijo nuestro líder
cuando ya estábamos a punto de salir de la cobertura de los edificios junto al
parque. Todos confirmamos—. Pues adelante.
Cuando apenas nos quedaban unos metros para
llegar, volvimos a ver la maldita furgoneta. Al parecer se habían olido nuestra
treta y habían cortado camino, por lo que estaban muy cerca, demasiado.
—No corráis, no les demos ese gusto. Seguid
caminando y estad preparados para cuando empiece la acción.
En ese momento los altavoces de la furgoneta
se encendieron y empezaron a sonar los primeros compases de “Paquito el
chocolatero”.
—Carcamal hijo de puta. —Mancy les dedicó un
corte de mangas.
—Jubiletas, vamos a jugaar… —se escuchó la
artificial voz del Furia mezclada con el pasodoble.
—Será gilipollas —Johnny también les dedicó
un corte de mangas.
—Jubiletas, vamos a jugaaar… —Por fin se
detuvo la furgoneta. Nosotros también, nos paramos en un claro y nos pusimos en
formación de combate.
—Jubiletas, vamos a jugaaaar…
En ese momento se dejó de escuchar el
pasodoble, hubo un ruido como de cinta que se atasca, luego un chasquido.
—Ha llegado a casa el tapicero…
—¡Qué coño pasa! —decía el Furia.
—No sé, ha saltado la cinta de la publicidad…
—Se tapizan sillas…
—¡Apaga eso, ostias!
—… sillones…
—La furgoneta es de mi hijo, no sé cómo se
quita eso…
—… tresillos…
—¡Joder, pues apágalo todo!
—… descalzadoras…
Por fin se apagaron los altavoces. Tras unos
instantes, los Hijos de la Jubilación se apearon de la furgoneta para
enfrentarnos. Iba a ser una lucha desigual, pues eran más del doble que
nosotros, pero seguro que tenían menos pelotas. Se acercaron a paso lento,
todos eran jubilados, al igual que la mayoría de nosotros. Llevaban palos,
cadenas, pitones de moto y navajas, como la del Furia. Se pararon a pocos
metros, y su líder se adelantó, conectó el amplificador que llevaba en
bandolera, y se acercó el micrófono al agujero del cuello.
—Por fin nos vemos las caras, Jubiletas de
mierda —comenzó el Furia con las bravuconadas.
—Pues sí, gilipollas —nuestro líder no se iba
a quedar atrás—. Ya tenía yo ganas de verte esa cara de pasa asquerosa que
tienes para poder partírtela después de lo que has hecho esta noche. ¿Por qué
coño has hecho eso?
—¿Que por qué? Pues por lo mismo por lo que
ahora os vamos a dar hasta en el cielo de la boca, porque estas cosas me
divierten.
—Te divierten porque sois más, pero ¿a que no
tienes cojones de enfrentarte tú solo conmigo, cobarde?
—¿Yo solo? No, no os vamos a dar ninguna
oportunidad, os vamos a…
—¡Drags! —se escuchó gritar una voz afeminada
que interrumpió al Furia.
—¡Hasta la muerte! —coreó una multitud de
voces afeminadas.
De todas partes comenzaron a aparecer drags
con sus vestidos de lentejuelas, montones de drags, cientos de drags, que nos
rodearon a los dos grupos. Iban armadas hasta los dientes con palos, cadenas,
navajas, puños americanos e incluso dos martillos neumáticos con dildos fijados
en las puntas. No había escapatoria. Por fin conocí a Yeni la Peligrossa, la
líder de las Heavy Metal Drag Queens que venía más emperifollada que todas las
demás, con un traje casi tan espectacular como el que Cirilo vistiera al principio
de la noche. Se adelantó a las demás y se acercó a nosotros, ignorando a los
Hijos de la Jubilación.
—Ahí los tienes, Yeni —aprovechó el Furia
para apuntarse el tanto—. Los hemos acorralado para que no se os escapen.
—Yeni, ha habido una confusión, nosotros… —la
líder de las drags silenció a Mancy colocándole el índice en los labios.
—Tranquilo, amore, no tienes que decir nada, ya una vieja amiga nos lo ha
contado todo y sabemos que no fuisteis vosotros. —Entonces, de entre la
multitud de drags, apareció Soraya que se lazó hacia nosotros para darnos besos
y abrazos.
—¡Ay mis viejetes de mis amores! ¡Y ay mi
yogurín! —Conmigo se explayó más, bastante más. No quise pensar en lo que había
podido hacer con el legionario, no quería que se me quedara mal cuerpo otra
vez.
—¡No, no, han sido ellos! —trataba de hacerse
oír el Furia, con los ojos desorbitados.
—No, los Jubiletas son buenos.
—Los mejores —sentenció Mancy.
—Quizá, vosotros los mejores y las mejores
nosotras.
—¡No, Yeni, no…! —La Yeni le arrancó el
micrófono de las manos al Furia, también el amplificador, y se los dio a
Soraya.
—Toma, bonita, esto para ti, para que cantes
con ese arte y ese salero que Dios te ha dado.
—Ay, muchas gracias, cari. —La pistolera
cogió el regalo y se lo agradeció a su amiga con un pico—. Nosotros nos podemos
ir ya, ¿no?
—Sí, mejor que os vayáis, no creo que queráis
ver lo que va a pasar aquí. —Las drags que los portaban arrancaron los
martillos neumáticos. Los Hijos de la Jubilación miraban horrorizados, el Furia
gesticulaba, trataba de decir algo, pero sin su micrófono y su amplificador era
un esfuerzo vano. El círculo se cerró en torno a nuestros antagonistas, y
nosotros nos marchamos de allí, oyendo los gritos de aquellos pobres diablos
hasta que estuvimos a suficiente distancia.
—Joder, Soraya, nos has salvado el pellejo.
¿Cómo ha sido? —preguntó Mancy.
—Pues nada, que cuando iba ya de vuelta al
barrio me encontré con la Yeni y las drags, que se ofrecieron a traerme, y por
el camino les he contado toda la historia.
—¡Ole mi Soraya! —vitoreó Charly.
—Muchas gracias, Soraya. —le dije.
—Tú estás muy perdido, hijo. Yo no sé qué
haces saliendo con estos carcamales. Es que no lo comprendo.
—Ya te dije que Jimmy Boy es un jubileta en
espíritu y un compañero fiel —volvió a defenderme Mancy.
—Ya ya. Y a ti a los otros también os vale
con esas pintas, que parece que estéis jugando a la película de John Travolta,
con lo viejos que sois…
—Soraya, aprovecha ahora para marcarte un cantecito,
anda —la animaba Charly.
—Pues sí, voy a aprovechar el regalo que me
han hecho. Si no te importa —se dirigió a nuestro líder.
—Después de habernos salvado, puedes hacer lo
que te salga del chichi, ¡monumento!
—¡Ole ahí! —Soraya conectó el amplificador,
se acercó el micrófono a la boca, me agarró por el talle, y se puso a cantar.
Gitana
que tú serás…
Como
la falsa moneda…
Que,
de mano en mano va…
Y ninguno,
se la queda…
Que,
de mano en mano va…
Y
ninguno, se la queda…
FIN
2 comentarios:
Buen final a la trilogía de los Jubiletas. Jajaja.
Ha costado, la verdad, pero me he quedado de un a gusto...
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