Aquella puerta se abrió. Tras ella,
cuatro paredes y un techo de cemento cerrados sobre una mesa y cinco sillas
metálicas, una bombilla unida a un casquillo mugroso y un cable negro para
sujetarlos al techo, una densa humareda, y tres tipos instalados en ella.
–Vamos –invitó el gordo Joe al chico
nuevo–, entra, que te voy a presentar al resto de muchachos, mis perros.
El acompañante de Joe accedió
satisfecho. Ciento cincuenta kilos de carne del Bronx se apresuraron a cerrar
la puerta una vez entrados los dos hombres.
–Ese negro es Bull Dog –dijo Joe
señalando al de la puerta–. Él se encarga de los “trabajos pesados”. Aquel es Galgo
–en esta ocasión señaló a un tipo recostado en una de las esquinas, muy
delgado, de ojos inquisitivos, con un tic nervioso en el cuello y un pie
marcando el ritmo–. Es el mejor conductor de la ciudad, puedes apostar lo que
sea. Ese otro es Doberman. –El aludido dio un paso al frente. Era un tipo
moreno, de pelo azabache y ojos negros, con porte de atleta y vestido de
impecable Armani–. Es un especialista, el mejor.
–Vaya, Joe –dijo el nuevo muy
sonriente–, ¿a mí también me vas a poner nombre?
–Claro.
–¿Cuál?
–Bueno –respondió el gordo con una sonrisa
de oreja a oreja–, teniendo en cuenta que sabemos que fuiste tú quien dio el
soplo cuando lo del banco, creo que vas a ser Gato.
0 comentarios:
Publicar un comentario