Relato
de Ciencia Ficción escrito como respuesta a una preciosa invitación que me
hicieron hace algunos años…
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Era maravillosa, una esfera negro mate,
de algo más de medio metro de diámetro, perfecta hasta escala microscópica, y
extremadamente sólida, capaz de soportar una colisión a velocidades hipersónicas
sin presentar una sola marca, un sólo rasguño. Su composición química y su
estructura eran un absoluto misterio, pues el material del que estaba hecha,
aparte de ser totalmente desconocido, era impermeable a todo tipo de sondeo, se
ocultaba tras un velo que ningún procedimiento de análisis era capaz de
traspasar. Pero no era ninguna de esas su cualidad más relevante, ni tampoco el
estar datada por sustratos entre hace tres mil y cuatro mil millones de años,
de cuando la Tierra
aún era joven. No, su cualidad principal fue descubierta por una mezcla de
casualidad e intuición, y fue tal la importancia del hallazgo que nada más
revelarse cambió la forma de pensar de millones de personas. El fenómeno era
inexplicable para nuestra primitiva ciencia, pero las pruebas experimentales
deparaban una y otra vez el mismo resultado: si se le suministraba una cierta
cantidad de energía calorífica y se sumergía la esfera en una disolución de metano, amoniaco, agua, sulfuro de hidrógeno, dióxido de carbono y anión fosfato fosfato,
la composición básica del océano primordial, se generaba vida, protocélulas y
metabolismos diversos de una simplicidad abrumadora, pero suficientes para, con
miles de años de evolución, dar lugar a toda la gama de seres vivos que
actualmente pueblan la Tierra. Eso
era, el catalizador original, la respuesta a la ancestral pregunta sobre el
origen de la vida en nuestro planeta, sobre el principio de nuestra existencia;
la huella de Dios.
A partir de ahí la humanidad,
representada por los más altos estamentos de la comunidad científica, se lanzó
a una existencial búsqueda de respuestas. Se suponía que el artefacto era de
origen extraterrestre, ¿pero de dónde exactamente? ¿Quiénes lo crearon?
¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? Se estimó entonces que la mayoría de esas respuestas
sólo podría ser dada por esa entidad o entidades que se habían hecho
merecedores por derecho propio del puesto de padres de la humanidad, de nuestro
dios creador. Por lo tanto lo primero era intentar averiguar su lugar de
procedencia, para al menos así saber hacia dónde dirigir nuestras preguntas,
dónde buscar si es que era posible hacerlo. Pero no se sabía cómo. Se especuló
con cientos de procedimientos a cada cual más descabellado, se dieron muchos
palos de ciego, hasta llegar a un extremo en el que, ante la imposibilidad
manifiesta de hallar nada con nuestros escasos conocimientos, a punto estuvo de
ser abandonada la investigación.
Por suerte, y debido una vez más a una
mezcla de casualidad e intuición, se encontró al fin la respuesta esperada. Una
línea de investigación paralela, centrada en el estudio de la naturaleza de la
esfera en sí, fue la que arrojó luz sobre aquellas tinieblas. Se había
descubierto que después de ser sometido a algún tipo de excitación, el
artefacto parecía cargarse de alguna manera y a partir de ahí producía
fenómenos inexplicables. Ya se sabía que si se le suministraba energía
calorífica se convertía en el catalizador capaz de hacer surgir la vida a
partir de los elementos básicos de ésta, y en sucesivos experimentos se fueron
constatando otras características igual de sorprendentes: si se la sometía a
una lluvia de neutrinos generaba un extraño campo bajo cuya influencia el
material radiactivo se transformaba en material inerte a una velocidad
asombrosa; si se la bombardeaba con rayos X se convertía en un potente emisor
de luz capaz de cegar a cualquier persona que se expusiera a la radiación sin
la protección adecuada; si se le suministraba energía eléctrica absorbía el
calor de las inmediaciones llegando a temperaturas rayanas en el cero absoluto.
Así sucesivamente, se fueron describiendo una serie de características que
hacían de aquella esfera un objeto casi mágico. Cuando por fin se la bombardeó
intensivamente con ondas de radio, el resultado fue la respuesta que durante
años los científicos habían estado buscando de manera totalmente infructuosa:
la esfera comenzó a emitir una señal de ondas gravitacionales que, una vez
analizada, se descubrió era un mensaje que se repetía una y otra vez.
El estudio y descifrado del mensaje
fue otra tarea titánica, pero dada la extrema relevancia del asunto la
inversión en recursos y esfuerzos fue total, llegándose a construir un
gigantesco computador de memoria líquida para dedicarlo en exclusiva al
análisis de la misteriosa señal. Al final del camino, tras más de un lustro de
análisis exhaustivos, se obtuvo una serie de mapas tridimensionales cada uno de
ellos con entre 107 y 1012 puntos de referencia. Una vez
comparados estos mapas con el Nuevo Catálogo General de Galaxias y Cúmulos
Estelares, se llegó a la conclusión de que aquellos dibujos representaban
galaxias, o al menos la distribución estelar de esas galaxias hacía unos cuatro
mil millones de años. Cada mapa estaba acompañado de una cifra que variaba
entre uno y mil, todos salvo uno, el correspondiente a NGC 3660, que
curiosamente se encontraba en el centro del mapa que surgía de agrupar todas
aquellas galaxias respetando su posición y distancia relativas.
El informe que se redactó a
continuación, y que fue hecho público a escala mundial con una audiencia de
miles de millones de personas en todos los rincones del planeta, fue
determinante: hace cuatro mil millones de años, desde algún punto de la galaxia
NGC 3660, que en adelante sería conocida como “La casa de Dios”, fueron
lanzados un total de 9725 artefactos de características y fabricación
desconocidos. Nuestra Vía Láctea fue obsequiada con 927 de esos artefactos, uno
de los cuales cayó en nuestro planeta dando origen mediante un misterioso
proceso a los primeros estados de la vida. Eso era todo.
A día de hoy, cincuenta años después
de aquellos sucesos, la humanidad se ha olvidado del caso. Ha sido la comunidad
científica mundial la que, ante su fracaso histórico más absoluto, ante su
total incapacidad para dar respuestas a aquellas preguntas que la sociedad le
demandaba, ha dado la espalda a lo que en su momento fue el hallazgo más
importante y prometedor de la historia. Incluso el objeto de la polémica hace
años que se encuentra a 8,54 UA de nosotros, orbitando Saturno a lomos de esa
bola de roca, hielo, hidrocarburos diversos y otras sustancias similares a las
que formaban la atmósfera de la
Terra prebiótica, que es la luna Titán. Muchos consideraron
aquel envío, junto con varios dispositivos suministradores de energía calorífica,
como un ejercicio altruista de responsabilidad cósmica, pasar el testigo de la
vida que una vez nos fue regalada con la esperanza de que dentro de miles de
millones de años otras conciencias despierten en aquel lejano y frío lugar de
nuestro sistema solar. Para otros, sin embargo, aquello no fue más que la
palpable y definitiva prueba de nuestra renuncia a aceptar la imposibilidad de
llegar más allá, de comunicarnos con Dios.
Sabemos cuándo, y sabemos desde dónde
fue enviada aquella prueba de la existencia de una entidad superior, pero el
resto de preguntas suscitadas quedaron en el aire, resonando con ecos
siniestros en las conciencias de aquellos que, encargados de hallar las
respuestas, descubrieron que éstas se encuentran a doscientos millones de años
luz de distancia, al otro lado de un infinito mar de tiempo en el que toda la
historia de la humanidad no representa más que una pequeña gota. Sólo nos queda
la esperanza de que algún día, desde alguno de esos otros 926 lugares de
nuestra galaxia en los que la posibilidad de vida fue sembrada, nos llegue la
señal de que no somos los únicos que se encuentran hundidos en la oscura sima
de la ignorancia, y que quizá juntos, aunando los esfuerzos de aquellos que
alguna vez fuimos regalados con la existencia, seamos por fin capaces de llegar
de alguna manera a la casa de Dios. Mientras tanto, el origen de la vida, el
génesis primero, sigue sin ser nada más que un inexplicable milagro. Y Dios… Dios
sigue siendo una mera cuestión de fe.
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