Para enfermos de aburrimiento alérgicos a la pasta de celulosa, para exiliados de bibliotecas con tiempo pero sin estantes, para marineros de la red con tendencia a hacer parada y fonda en tabernas de relatos, para viajeros de sillón y amantes de la aventura estática, para todos ellos y para ti mismo se abre esta consulta literaria, la del doctor Perring, enhebrador de palabras, zurcidor de conceptos y trazador de historias.


Tratamiento único y definitivo: tú pones los segundos, el que suscribe pone las letras...

lunes, abril 08, 2019

La casa de Dios



Relato de Ciencia Ficción escrito como respuesta a una preciosa invitación que me hicieron hace algunos años…


Era maravillosa, una esfera negro mate, de algo más de medio metro de diámetro, perfecta hasta escala microscópica, y extremadamente sólida, capaz de soportar una colisión a velocidades hipersónicas sin presentar una sola marca, un sólo rasguño. Su composición química y su estructura eran un absoluto misterio, pues el material del que estaba hecha, aparte de ser totalmente desconocido, era impermeable a todo tipo de sondeo, se ocultaba tras un velo que ningún procedimiento de análisis era capaz de traspasar. Pero no era ninguna de esas su cualidad más relevante, ni tampoco el estar datada por sustratos entre hace tres mil y cuatro mil millones de años, de cuando la Tierra aún era joven. No, su cualidad principal fue descubierta por una mezcla de casualidad e intuición, y fue tal la importancia del hallazgo que nada más revelarse cambió la forma de pensar de millones de personas. El fenómeno era inexplicable para nuestra primitiva ciencia, pero las pruebas experimentales deparaban una y otra vez el mismo resultado: si se le suministraba una cierta cantidad de energía calorífica y se sumergía la esfera en una disolución de metano, amoniaco, agua, sulfuro de hidrógeno, dióxido de carbono y anión fosfato fosfato, la composición básica del océano primordial, se generaba vida, protocélulas y metabolismos diversos de una simplicidad abrumadora, pero suficientes para, con miles de años de evolución, dar lugar a toda la gama de seres vivos que actualmente pueblan la Tierra. Eso era, el catalizador original, la respuesta a la ancestral pregunta sobre el origen de la vida en nuestro planeta, sobre el principio de nuestra existencia; la huella de Dios.

A partir de ahí la humanidad, representada por los más altos estamentos de la comunidad científica, se lanzó a una existencial búsqueda de respuestas. Se suponía que el artefacto era de origen extraterrestre, ¿pero de dónde exactamente? ¿Quiénes lo crearon? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? Se estimó entonces que la mayoría de esas respuestas sólo podría ser dada por esa entidad o entidades que se habían hecho merecedores por derecho propio del puesto de padres de la humanidad, de nuestro dios creador. Por lo tanto lo primero era intentar averiguar su lugar de procedencia, para al menos así saber hacia dónde dirigir nuestras preguntas, dónde buscar si es que era posible hacerlo. Pero no se sabía cómo. Se especuló con cientos de procedimientos a cada cual más descabellado, se dieron muchos palos de ciego, hasta llegar a un extremo en el que, ante la imposibilidad manifiesta de hallar nada con nuestros escasos conocimientos, a punto estuvo de ser abandonada la investigación.

Por suerte, y debido una vez más a una mezcla de casualidad e intuición, se encontró al fin la respuesta esperada. Una línea de investigación paralela, centrada en el estudio de la naturaleza de la esfera en sí, fue la que arrojó luz sobre aquellas tinieblas. Se había descubierto que después de ser sometido a algún tipo de excitación, el artefacto parecía cargarse de alguna manera y a partir de ahí producía fenómenos inexplicables. Ya se sabía que si se le suministraba energía calorífica se convertía en el catalizador capaz de hacer surgir la vida a partir de los elementos básicos de ésta, y en sucesivos experimentos se fueron constatando otras características igual de sorprendentes: si se la sometía a una lluvia de neutrinos generaba un extraño campo bajo cuya influencia el material radiactivo se transformaba en material inerte a una velocidad asombrosa; si se la bombardeaba con rayos X se convertía en un potente emisor de luz capaz de cegar a cualquier persona que se expusiera a la radiación sin la protección adecuada; si se le suministraba energía eléctrica absorbía el calor de las inmediaciones llegando a temperaturas rayanas en el cero absoluto. Así sucesivamente, se fueron describiendo una serie de características que hacían de aquella esfera un objeto casi mágico. Cuando por fin se la bombardeó intensivamente con ondas de radio, el resultado fue la respuesta que durante años los científicos habían estado buscando de manera totalmente infructuosa: la esfera comenzó a emitir una señal de ondas gravitacionales que, una vez analizada, se descubrió era un mensaje que se repetía una y otra vez.

El estudio y descifrado del mensaje fue otra tarea titánica, pero dada la extrema relevancia del asunto la inversión en recursos y esfuerzos fue total, llegándose a construir un gigantesco computador de memoria líquida para dedicarlo en exclusiva al análisis de la misteriosa señal. Al final del camino, tras más de un lustro de análisis exhaustivos, se obtuvo una serie de mapas tridimensionales cada uno de ellos con entre 107 y 1012 puntos de referencia. Una vez comparados estos mapas con el Nuevo Catálogo General de Galaxias y Cúmulos Estelares, se llegó a la conclusión de que aquellos dibujos representaban galaxias, o al menos la distribución estelar de esas galaxias hacía unos cuatro mil millones de años. Cada mapa estaba acompañado de una cifra que variaba entre uno y mil, todos salvo uno, el correspondiente a NGC 3660, que curiosamente se encontraba en el centro del mapa que surgía de agrupar todas aquellas galaxias respetando su posición y distancia relativas.

El informe que se redactó a continuación, y que fue hecho público a escala mundial con una audiencia de miles de millones de personas en todos los rincones del planeta, fue determinante: hace cuatro mil millones de años, desde algún punto de la galaxia NGC 3660, que en adelante sería conocida como “La casa de Dios”, fueron lanzados un total de 9725 artefactos de características y fabricación desconocidos. Nuestra Vía Láctea fue obsequiada con 927 de esos artefactos, uno de los cuales cayó en nuestro planeta dando origen mediante un misterioso proceso a los primeros estados de la vida. Eso era todo.

A día de hoy, cincuenta años después de aquellos sucesos, la humanidad se ha olvidado del caso. Ha sido la comunidad científica mundial la que, ante su fracaso histórico más absoluto, ante su total incapacidad para dar respuestas a aquellas preguntas que la sociedad le demandaba, ha dado la espalda a lo que en su momento fue el hallazgo más importante y prometedor de la historia. Incluso el objeto de la polémica hace años que se encuentra a 8,54 UA de nosotros, orbitando Saturno a lomos de esa bola de roca, hielo, hidrocarburos diversos y otras sustancias similares a las que formaban la atmósfera de la Terra prebiótica, que es la luna Titán. Muchos consideraron aquel envío, junto con varios dispositivos suministradores de energía calorífica, como un ejercicio altruista de responsabilidad cósmica, pasar el testigo de la vida que una vez nos fue regalada con la esperanza de que dentro de miles de millones de años otras conciencias despierten en aquel lejano y frío lugar de nuestro sistema solar. Para otros, sin embargo, aquello no fue más que la palpable y definitiva prueba de nuestra renuncia a aceptar la imposibilidad de llegar más allá, de comunicarnos con Dios.

Sabemos cuándo, y sabemos desde dónde fue enviada aquella prueba de la existencia de una entidad superior, pero el resto de preguntas suscitadas quedaron en el aire, resonando con ecos siniestros en las conciencias de aquellos que, encargados de hallar las respuestas, descubrieron que éstas se encuentran a doscientos millones de años luz de distancia, al otro lado de un infinito mar de tiempo en el que toda la historia de la humanidad no representa más que una pequeña gota. Sólo nos queda la esperanza de que algún día, desde alguno de esos otros 926 lugares de nuestra galaxia en los que la posibilidad de vida fue sembrada, nos llegue la señal de que no somos los únicos que se encuentran hundidos en la oscura sima de la ignorancia, y que quizá juntos, aunando los esfuerzos de aquellos que alguna vez fuimos regalados con la existencia, seamos por fin capaces de llegar de alguna manera a la casa de Dios. Mientras tanto, el origen de la vida, el génesis primero, sigue sin ser nada más que un inexplicable milagro. Y Dios… Dios sigue siendo una mera cuestión de fe.



 


0 comentarios:

Publicar un comentario

Exportar para leer en tu ebook

En BLOXP puedes exportar este blog, o parte del él, para leerlo desde tu ebook. Sólo necesitas esta dirección de RSS:

Contador de visitas

Copyright de los textos Manuel Mije © 2013. All Rights Reserved.
Twitter Facebook Favorites More

 
Design by Free WordPress Themes | Bloggerized by Lasantha - Premium Blogger Themes | Powerade Coupons