Para enfermos de aburrimiento alérgicos a la pasta de celulosa, para exiliados de bibliotecas con tiempo pero sin estantes, para marineros de la red con tendencia a hacer parada y fonda en tabernas de relatos, para viajeros de sillón y amantes de la aventura estática, para todos ellos y para ti mismo se abre esta consulta literaria, la del doctor Perring, enhebrador de palabras, zurcidor de conceptos y trazador de historias.


Tratamiento único y definitivo: tú pones los segundos, el que suscribe pone las letras...

jueves, junio 20, 2019

Una mirada viva



Cuando la vida es peor que la muerte…


El centro comercial había quedado en penumbra. Como fichas de dominó contagiándose la caída, la oscuridad se había esparcido por el lugar tramo a tramo, corredor tras corredor, dejando a su paso apenas unos rescoldos de luz encerrados en las lámparas de emergencia. Ya sólo se escuchaba el vago y distante crepitar de unas llaves y una hilera de pasos cada vez más cercanos. Fue entonces, justo en ese momento, cuando unos ojos glaucos, encastados en un rostro color carne sintética, nariz respingona y regordetes labios, se abrieron. Parecían desconcertadamente curiosos, excitados, anhelantes, definitivamente desacordes con aquel gesto de alegría congelada de sus sintéticas facciones. Había un recuerdo tras aquellos ojos: un día de compras normal con una mamá normal en un centro comercial tranquilo, una jornada rutinariamente alegre, natural. Pero después, sin solución de continuidad, aquel desconcierto, la ausencia de tacto y movilidad, la penumbra, el miedo…

De repente, un cuerpo entró en su campo de visión: alto y uniformado, parsimonioso en sus movimientos. El agente parecía preocupado, tan ofuscado con su dilema que apenas se fijó en aquel maniquí infantil y sus rubios cabellos, o en la alegría congelada de su rostro, o en su mirada suplicante, aterrorizada… viva. Aquel hombre sólo tenía ojos para el ajado papel que pendía en precario equilibrio junto a la luna de la tienda. El tiempo se había cebado con la foto de aquel crío, y también con las frases allí impresas conminando a su búsqueda, mendigando cualquier tipo de información acerca de su paradero. Se había cebado tanto que, con lo años, incluso le había robado la esperanza que una vez hubo detrás del papel y que le dio sentido. Así que, antes de verlo tirado por el suelo, prefirió arrancarlo él mismo y llevárselo de allí, seguido, como siempre que pasaba por aquel lugar durante su ronda nocturna, por aquella mirada suplicante, aterrorizada… viva…


1 comentarios:

El Rincón de Keren dijo...

Los turnos de noche son para hacer una hoguera y contarlas con una manta para taparse. Dan mucho juego , vaya. Me ha gustado mucho la historia. Espero seguir leyendote amenudo. Paso por otras entradas a ver qué me perdido

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