Ha sido una constante a lo largo de la
historia el trato despectivo, pleno de beligerante escepticismo, que se les ha
dispensado a los testigos de esa otra verdad que se esconde tras el frágil velo
de nuestra realidad cotidiana. A muchos ni siquiera se les escuchó, otros
fueron objeto de burla, y también los hubo que fueron directamente ingresados
en el centro psiquiátrico más cercano. Tristes precedentes que desde aquí,
desde este pequeño pero importante reducto de Crónicas de lo Despatarrante,
pensamos resarcir en la medida de nuestras modestas posibilidades dando la
palabra a los que, en una sociedad de mentalidad más abierta, serían sin duda
ínclitos personajes.
Nuestro
entrevistado en esta ocasión es un ciudadano del mundo, aunque nacido
en Oslo, llamado Olaff Krieke. También conocido, entre otros muchos
apodos, como “el boquerón noruego” o “el chipirón rubio”, este hombre
vive lo que es su retiro de la marina mercante afincado en la ciudad de
Cádiz. Asiduo de la playa de La Caleta,
donde quedó concertada nuestra entrevista, no es difícil distinguirlo
entre la multitud de foráneos veraneantes o de autóctonos prejubilados
que se pasean, pescan, o simplemente toman un baño de sol, sobre las
arenas de esta playa. Con sus casi dos metros de altura, su rubicunda
melena y barbas y su fuerte constitución, heredera de la de aquellos
feroces viquingos que en tiempos sembraron el terror de marinos y
costaneros, el señor Krieke abandona la tertulia de pescadores en la que
lo encontramos para concedernos esta, esperemos sustanciosa,
entrevista.
Quique Jiménez: Señor
Krieke, es un placer para nosotros poder contar con su testimonio para
esta nuestra primera entrega de Crónicas de lo Despatarrante.
Olaff Krieke: El
placer es mío, por supuesto, y mejor si nos tuteamos y me llamas Olaff,
o chipirón, o boquerón, como me suele llamar la gente.
QJ: Gracias
por la confianza. Antes de entrar en materia, Olaff, nos gustaría que
nos ampliaras, que enriquecieras en la medida en que te parezca
necesario o interesante, la información que de tu persona tenemos y
según la cual naciste en Oslo, hace ya casi sesenta años, y que tras una
larga carrera profesional dentro de la marina mercante, debido a
ciertos acontecimientos en los que profundizaremos más a lo largo de
esta entrevista, recalaste y te asentaste en tierras gaditanas, por las
que sientes un cariño especial.
OK: Sí,
soy un enamorado de esta ciudad y de estas costas, y más o menos se
podría decir que ésa es mi historia. Luego, claro, siempre se podrían
añadir cosas, como los tatuajes que tengo por haber navegado por los
siete mares del mundo; que además de tener una novia en cada puerto,
como se dice, he estado casado en tres ocasiones; que a pesar de no
tener ningún hijo reconocido creo que soy el padre natural de una buena
prole de chiquillos, o no tan chiquillos; que actualmente me dedico
esporádicamente a la pesca cuando no al cante flamenco, mi mayor pasión…
QJ: ¿Cante flamenco?
OK: Sí
señor, cante flamenco, o aflamencado, o si se quiere espectáculo
flamenco en general. Somos un grupo de cinco amigos que bajo el nombre
de El Chipirón Rubio y los Boquerones de la Bahía amenizamos fiestas, recepciones, bautizos, comuniones o lo que nos echen, que para eso estamos.
QJ: No
conocíamos ese detalle, la verdad. Aunque más nos sorprende que hayas
mencionado la pesca como una de las actividades a las que aún te
dedicas, algo que se contradice con las informaciones que de tu persona
teníamos y que nos indicaban tu absoluta fobia a todo lo que a
adentrarse en el mar se refiere.
OK: Bueno,
estamos hablando de pesca de bajura, coger una barquita con algunos
compañeros y salir a pescar cualquier cosa para venderla aquí mismo en
la playa y sacarnos unos euros. Además, que se trata de contadas
ocasiones, las pocas veces que se tercia y que soy capaz de vencer a mis
terrores y echarme a la mar.
QJ: Has
hablado de terror, el terror a lo desconocido, ese remanente atávico
aún no eliminado por esta sociedad de la razón, sustrato en el que
medran la leyenda y el mito…
OK: No te entiendo.
QJ: No
importa, yo sigo. Hablamos de terror atávico, ese que, quién sabe,
quizá se active cuando nos topamos con esa otra faz de nuestra realidad,
cuando traspasamos el velo de lo cotidiano, cuando la lógica de esta
sociedad racional y racionalista se nos queda corta y sólo el miedo en
estado puro es capaz de ofrecer una respuesta válida a las
circunstancias.
OK: Sí,
supongo que es lo que tú has dicho, aunque no te he entendido ni papa,
la verdad. El caso es que a veces me olvido de aquella experiencia que
viví en su día y soy capaz de adentrarme en la mar. Otras veces, para
que veas cómo son las cosas, ni siquiera soy capaz de mirar al
horizonte.
QJ: Bien,
parece que ha llegado el momento de entrar verdaderamente en materia,
para que nos narres ese contacto que tuviste con lo desconocido, con lo
despatarrante.
OK: Sí,
claro. Supongo que lo mejor será poneros primero en situación. A ver,
esto sucedió hará algo así como quince años, cuando yo trabajaba como
marino mercante en una embarcación que hacía la ruta del mar Caribe al
Báltico. Era una ruta que hacíamos tres veces al año desde hacía unos
tres o cuatro, así que nos era perfectamente conocida, una travesía
rutinaria. Además, la tripulación se había mantenido fija desde tiempo
atrás, así que todos nos conocíamos de sobra, salvo un cocinero
jamaicano al que enrolamos por enfermedad de nuestro habitual. El primer
tramo del trayecto había pasado, como era de esperar, sin ningún tipo
de contratiempo o novedad; incluso íbamos con cierto adelanto respecto a
las previsiones. Llegamos por tanto a Canarias un viernes por la
mañana, para hacer escala en el puerto de Las Palmas y, como íbamos
sobrados de tiempo, en lugar de hacer una simple parada para repostar y
avituallarnos para el segundo tramo del viaje, decidimos pasar allí todo
aquel día y aquella noche y salir ya el sábado por la mañana.
QJ: Interesante
dato, si me permites hacer el inciso. Me dices que los hechos
ocurrieron en tierra española, o más concretamente en sus aguas
territoriales. Es decir, que se trata de un misterio cercano, de una
experiencia que quizá, quién sabe, podría sucederle a alguno de nuestros
amigos del misterio, de lo despatarrante, que leen estas líneas y que
por proximidad geográfica, pues sabemos que también contamos con una
nutrida legión de aficionados en el archipiélago más meridional de
nuestra geografía, tienen algún tipo de contacto con esa zona.
OK: Sí, supongo. Aunque bueno, creo que lo mejor sería conocer la historia completa antes de nada.
QJ: Correcto,
mejor ir desgranando todos los detalles hasta conocer las claves de
este misterio, hasta llegar a ese final… despatarrante. Continúa.
OK: Bien.
El caso es que se decidió pasar el día y la noche en la ciudad, para
desconectar un poco, ya sabes, y porque bien merecido teníamos el premio
llevando el adelanto que llevábamos. El primero que se perdió de vista
fue Wilson, el cocinero jamaicano, que tenía no sé qué negocios
pendientes con un pariente suyo de la isla. Yo por mi parte me fui de
visita con mi amigo y compatriota Magnus Johanssen, viejo camarada con
el que había coincidido en más de una tripulación. Y bueno, la verdad es
que lo pasamos muy bien. Durante el día disfrutamos de lo que es la
vida en la isla y de la amabilidad de los isleños; una gente maravillosa
la de Las Palmas. Estuvimos evitando todo lo que es la zona más
turística para empaparnos de verdad de lo que son las gentes y la
idiosincrasia de Las Canarias. Y ya cuando llegó la noche… pues fue una
noche memorable, la verdad.
QJ: La
noche, el tiempo de las brujas y los aparecidos, cobijo del misterio y
lo desconocido. Una noche canaria que, por cierto, también está plagada
de leyendas y casos paranormales, algunos registrados, otros no, pero
que están ahí, que han sucedido, y que siempre habrá alguien que los
recuerde a través de su memoria personal o de esa otra heredada que se
perpetúa a través de la tradición oral.
OK: Sí,
algo de eso habría, pero yo más bien me refería a disfrutar de la noche
como se entiende hoy en día: lo de una novia en cada puerto, las
discotecas, beber un poco o mucho, alternar… lo típico.
QJ: Ciertamente,
sí, te entiendo. Pero no me negarás que el misterio estaba ahí, en esa
noche, como en todas las noches, y que, quién sabe, quizá ya se estaba
fraguando en esas horas la experiencia que al día siguiente os
transportó a ese lado oscuro de la realidad que sólo algunos llegan a
conocer y nadie a comprender del todo.
OK: No
sé, quizá sea como tú dices, pero nosotros no nos enteramos. El caso,
siguiendo con mi historia, es que aquella noche pernoctamos en la isla, y
ya a la mañana siguiente, cuando por fin toda la tripulación había
vuelto al barco, terminamos de arreglarlo todo a bordo y partimos para
completar lo que sería la segunda mitad de nuestro trayecto. Salimos del
puerto de Las Palmas poco antes del medio día, y durante una hora o dos
estuvimos navegando sin mayor novedad. El tiempo era bueno, la mar
estaba en calma, y todo a bordo era normal. Casualmente en aquellos
momentos yo estaba charlando con Wilson, por conocerlo un poco, ya que
hasta entonces no habíamos tenido mucho contacto. Era un tipo especial,
recuerdo, muy tranquilo, y propenso a la broma y el buen humor. Fue
entonces cuando la vimos aparecer.
QJ: Atención,
y permíteme que haga el inciso, porque llega el momento de lo
paranormal, cuando los cánones de lo plausible se resquebrajan y el
misterio aflora por entre las grietas de la realidad y se hace presente,
obligándonos una vez más a olvidarnos de todo aquello que dábamos por
cierto y seguro y dejándonos a merced de lo… despatarrante.
OK: Bueno, no sé, en este caso lo que apareció fue una patrulla de la guardia costera española.
QJ: Ah, vaya.
OK: Sí.
En cuanto los tuvimos a la vista nos hicieron señales para que
detuviéramos los motores y pudieran subir a bordo. Y nada, pues nos
paramos y los esperamos. Fue curioso, porque en ese momento Wilson, tan
tranquilo siempre él, pareció alterarse así de repente y salió disparado
para la cocina. Cuando por fin llegaron los guardacostas nos informaron
de que había una denuncia por posible tráfico de estupefacientes y que
el nombre de nuestra embarcación había sido mencionado por uno de los
acusados. Al parecer habían intentado detenernos en el puerto, pero
habíamos salido poco antes de que ellos llegaran, y el técnico aún
estaba intentando arreglar la radio de a bordo con las piezas que se
compraron en la isla, así que no nos habíamos enterado de las llamadas
que nos hicieron. En fin, que lo registraron todo, estuvieron haciendo
preguntas, y así un rato porque no estaban muy satisfechos hasta que el
capitán les dijo que si querían se quedaran a comer con nosotros, que el
cocinero había hecho comida más que de sobra, pero que o presentaban
alguna orden de requisa o detención o nos marchábamos ya, porque el
barco no se podía quedar allí parado más tiempo. Total, que se fueron.
Otra vez volvimos a nuestra rutina habitual, pensando que todo había
sido una equivocación y nada más que eso, comimos… y entonces fue cuando
llegó eso que tú dices…
QJ: Lo despatarrante, lo asombroso, el encuentro con esa otra realidad que, como la cara oculta de la Luna,
parece querer guardar los misterios que encierra sólo para unos cuantos
elegidos, gente que como tú, por una conjunción de circunstancias
aleatorias, o quizá lo que algunos llamarían designio divino, o quién
sabe por qué, parecen predestinados a ser testigos de la maravilla.
OK: Eso
mismo. Yo sólo te puedo contar lo que recuerdo, porque todo fue muy
extraño. Pareció como si todos nos pusiéramos enfermos de repente. Al
principio fue como una sensación de extrema relajación, una sed
insoportable que te dejaba la lengua pegada al paladar, y hambre, mucha
hambre, a pesar de que acabábamos de comer. Entonces Magnus se puso como
amarillo, con fatiga, y se fue a la borda a vomitar; el capitán, Wilson
y otros no paraban de reírse, por tonterías, y yo también. Más tarde me
entró como una obsesión de que Magnus se había caído por la borda y
salí corriendo a buscarlo, tambaleándome y tropezándome con todo como si
tuviera una cogorza de campeonato. Cuando llegué junto a mi amigo y
miré al horizonte fue cuando lo vi. En un principio pensé que era una
isla o algo, pero me pareció que se movía, que se acercaba poco a poco, y
cuando por fin le vi los tentáculos saliendo del agua, aquella boca
enorme toda llena de dientes y aquel ojo inmenso, más grande que nuestro
barco, no pude evitar gritar…
QJ: Olaff
Krieke, una marino veterano, curtido en mil travesías, un lobo de mar
en pleno uso de sus facultades, y ahí está el testimonio. Ojo, no
hablamos de una historia cualquiera del primero que pasa por la calle,
sino de un relato fundado y fiable. El Kraken, la bestia mitológica
escandinava, el devorador de barcos y tripulaciones que aterraba a los
antiguos, saliendo a la luz cerca de nuestras costas, aquí al lado, como
quien dice, en la misma puerta de nuestras casas… rondándonos.
Continúa.
OK: Bueno,
a partir de ahí la locura: yo que no paraba de gritar, Magnus que
parecía que se iba a morir, vomitando una baba verde, otros por ahí
tirados riéndose histéricamente, Boris, el mecánico, que pasó corriendo y
gritando que le perseguía su suegra…
QJ: Fantasmas
también, un claro ejemplo de cómo lo paranormal nunca viene solo, de
cómo se encadenan los hechos, como si el misterio llamara al misterio en
una vorágine de eventos inabarcables por la mente humana…
OK: No,
el fantasma no sería, porque si no recuerdo mal aquella mujer no debía
andar muerta por aquella época. Lo que pasa es que por lo visto la buena
señora era una mujer de armas tomar, ex agente del KGB al parecer, y
que tenía a Boris más derecho que una vela porque no se fiaba de él ni
de su oficio, pasando tantos días fuera de casa. Yo creo que lo que pasó
es que estaba obsesionado con aquella mujer y le dio por ahí, porque
allí nadie a parte de él vio a la buena señora.
QJ: La
locura, infundida por el terror, quizá la respuesta irracional cuando
nuestras mentes simples se topan precisamente con eso, con lo
irracional.
OK: Puede ser; o eso o algo parecido, porque ni siquiera yo estoy seguro de haber visto lo que te dije que vi.
QJ: Sí, sí que lo viste.
OK: Bueno, yo no lo tengo tan claro, pero tampoco vamos a discutir por eso; si tú dices que lo vi, lo vi.
QJ: Y qué más.
OK: Pues
eso, que así como te he dicho fueron pasando las horas, yo no sé
cuantas, perdimos el rumbo y todo, y cuando ya nos fuimos recobrando un
poco y conseguimos controlar la situación pusimos rumbo al peñón de
Gibraltar, que es lo que nos cogía más cerca, y de allí hasta el puerto
de aquí de Cádiz. El barco salió de aquí un día después para retomar la
travesía pero yo, que aún no me había recuperado de la impresión y el
mal momento pasado me quedé y me quedé hasta que fueron pasando los día,
los meses… y quince años que llevo aquí, de donde ya no me mueve nadie.
QJ:
Esos fueron los hechos, hechos que, si nuestras informaciones son
correctas, no se han vuelto a repetir pero que han dejado en tu vida esa
huella imborrable, esa marca del misterio y lo fantástico que jamás
abandona a los que tuvieron la suerte, o la desgracia, quién sabe, de
cruzar el velo de la realidad cotidiana y tangible.
OK:
No, no he vuelto a tener una experiencia como aquella en mi vida; ni
querría tampoco, porque la verdad es que en su momento, y aún ahora, me
aterroriza.
QJ: Impresonante,
diría yo, esta experiencia veraz y sincera que has compartido con
nosotros. Muchas gracias, Olaff, por habernos servido de guía en esta
primera travesía de nuestra barcaza del misterio y lo insólito, en esa
búsqueda de verdades, de las verdades de esa otra realidad oculta a
nuestros ojos, que son nuestras Crónicas de lo Despatarrante. Muchas
gracias, una vez más.
OK: Gracias a vosotros.
QJ:
Y nada más, hasta aquí esta primera entrega de Crónicas de lo
Despatarrante. Y no olvidéis que seguiremos aquí, que volveremos, para
ofreceros más testimonios y teneros al tanto de esos misterios que sin
duda se esconden ahí fuera; estaos atentos.
Quique Jeménez’s
Crónicas de lo Despatarrante
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