Relato de espada y brujería. No se pierdan esta dragonada de las de siempre, pero contada como nunca. Atentos al narrador... |
Sobre la puerta de la taberna, un cartel que dice: “Atentos al narrador”. ¿Y eso? Muy sencillo: estamos ante la enésima revisión de El señor de los anillos: hay tabernas, elfos, orcos, magos, dragones, y supuestas segundas lecturas para aquellos a los que no les baste con pasar un rato agradable leyendo una historia de fantasía o tengan que justificarse frente a terceros. Así que hay que estar atentos al narrador, aunque se enrede en soporíferas descripciones o soliloquios de nulo recorrido, ¿de acuerdo?
El
narrador nos describe una taberna animada, con cerveza corriendo de aquí para
allá, mercenarios toscos y viriles, magos misteriosos, multitud racial y
étnica, y muchas pipas humeantes, muy parecidas todas a la que usaba el autor
del que tomó el cliché. Su visión se centra en un personaje en particular, uno
al que describe como “poderoso guerrero con una gran espada”, lo que suponemos
significa que es un tipo grande y musculoso, embutido en una pesada armadura y
con un significativo reflejo freudiano colgando de su cintura ―ya se sabe, todo
autor pone algo de sí en su obra; quizá en este caso sea algo pequeño pero
importante, un escudo metafórico frente a la adversidad genética―. El
interfecto departe con sus compañeros de armas: el socorrido arquero, la amazona
ligerita de cascos y ocasional musa masturbatoria del autor, el mago bueno,
siempre dispuesto a ayudar al personaje principal o declamar la sentencia
profunda de final de conversación, y un enano, porque Thorin y sus secuaces
eran unos tíos más que enrollados, qué demonios. La partida completa, recuerdo
de una memorable campaña de rol, más el enano.
De repente
aparece un personaje misterioso, con capucha y tal. Y es curioso, pero nuestros
protagonistas reparan en él a pesar del supuesto jolgorio y de que se le
describe como “sigiloso y taimado” y no echa la puerta abajo ni nada parecido.
También el personaje repara en ellos; normal, si es que está cantado que son
los protagonistas. Según el narrador, el nuevo personaje, “envuelto en un halo
de oscuridad y misterio”, lo que no tenemos muy claro qué significa en este
contexto pero seguro que es algo “ominoso” ―por darle una réplica igual de
absurda―, se acerca a ellos. De su lenguaje alambicado y artificial sólo se
puede sacar la conclusión de que debe de ser del mismo pueblo o haber sido
educado por los mismos salesianos alambicados y artificiales que educaron al
resto de personajes, pero al parecer tiene una misión, agua de mayo, como diría
aquél, para nuestros aventureros ociosos.
Hasta aquí
bien, ¿no? Estamos atentos al narrador y tenemos unos cuantos personajes que
nos suenan y algunos clichés que echarnos al magín para hacerlo todo más fácil;
miel sobre hojuelas. Pero ahora resulta que se forma un tumulto ―deben ser los
de las pipas, que discuten sobre si es mejor el tabaco de La Comarca o el de fuera―, y
en un quítame allá esa cerveza que me has tirado encima resulta que uno se
carga al personaje misterioso, taimado e indefenso, y el prota de la gran
espada le devuelve el favor poco menos que cortándolo por la mitad de un
mandoble… Mmm… A ver, a ver que nos aclaremos. Yo, si es por demostrar que
nuestro protagonista es tan poderoso y demás como parece indicar su gran tizona
freudiana, no estoy en contra de estas demostraciones gratuitas. Pero hombre,
esto se hace en un aparte, quizá incluyendo de rondón algún personaje femenino,
otra musa masturbatoria para solaz de la galería ―que sabes que lo necesita―.
Así, sin introducción y cortando el discurso del personaje misterioso, como
para dejarme en ascuas de algún enigma que voy a descubrir a pocas páginas… No
sé…
En fin,
seguimos atentos al narrador. Se acabó la taberna, ya salieron de allí con
información suficiente como para comenzar la aventura, al menos un par de
demostraciones por cabeza de que son válidos en combate, y un flashback sobre
la infancia de uno de los personajes que mejor omitimos porque tiene muchísima
menos importancia y significación dentro de la historia de lo que el autor
cree. Empezamos con los preparativos, como si de aquella famosa partida de rol
se tratase, y el mago se encuentra con un amigo que no sabemos a santo de qué le
regala un amuleto y tiene una visión pseudo extática ―lo mismo estuvo hace un
rato con los de las pipas y aquello no era de La Comarca precisamente― y le
revela lo que suponemos es la parte que le faltó por el contar al personaje
misterioso y taimado si el otro no se hubiese enfadado por lo de la cerveza…
Mmm… No es por meter cizaña, pero ya hablé de lo gratuito del recurso de aquella
muerte… Nada, seguimos. La amazona tiene un acaloramiento y no tiene otra que
echar mano de nuestro protagonista hiperviril y superdotado, que para eso es
alter ego, y así un par de páginas tórridas ―y muy imaginativas, si me lo permiten,
para aquel que haya probado el sexo de verdad; pero se trata de Fantasía, ¿no?―.
El arquero, acompañado del enano, se encuentra con un amigo elfo arquero, lo
que da lugar a un par de curiosos gags entre el enano y el elfo ―no comments―.
Después se reúnen todos como Dios manda y emprenden su aventura, que para eso
estamos aquí; ¡al turrón!
Bueno, aquí
viene un rato largo de paisajes que… están ahí. Creo que a Tolkien le debemos muchas
cosas buenas y otras que… no tanto… Y entonces desembocamos en una historia
paralela muy divertida. Por dale un poco de actualidad, el autor nos mete unos
cuantos zombis ―o el equivalente― en una caverna, y un mapa-de-final-de-dungeon
que no se me ocurre quién ha podido poner ahí, pero seguro que lo ha hecho para
facilitar la historia a nuestros protas, me apuesto lo que sea. La cosa se
resuelve con muchos arrestos, mucha imaginación, unos cuantos momentos de
tensión simpático/lisérgicos, y un par de frases/sentencias del mago que creo
que sobran, pero da igual porque me lo he pasado bien. Después más paisajes, otro
par de momentos de tensión sexual y aventurera, y vamos desembocando en lo que
sería el ecuador del libro, el punto en el que esperamos que el autor se haya
dado cuenta de que ya va bien de palabras y mejor ir yendo a lo que vamos, que
si no esto va a terminar en uno de esos fracasos que no queremos recordar ni
que nos los recuerden pero siempre hay algún puñetero que lo hace ―por ejemplo,
yo―.
Gente,
¿seguimos atentos al narrador? … Bien. Llegamos a un bosque ―no está mal―, un
bosque negro ―retiro lo dicho―. Pero no es como el Bosque Negro ―a ver si nos
aclaramos―, éste es diferente, no hay arañas gigantes… sino… cochinillas
gigantes… ¡¿?! … ―¡a mí no me miren!, yo estoy atento al narrador; atónito pero
atento al narrador, que la originalidad no se le puede negar―, ni tampoco hay
un río de agua que duerma, sino una cascada de agua que hace olvidar… Mmm… Lo
confieso, yo con estos mimbres como que me he saltado unas cuantas páginas. Quiero
darle un voto de confianza al autor y eso, pero es que mi mami no me inculcó lo
de ser tan, tan confiado… En fin, al parecer han sobrevivido todos, y el mago
ha confirmado que la revelación de su amigo, el de los trances y las pipas
raras, va a resultar que es verdad. No está mal, yo ya apostaba por ellos
porque se ve a la legua que son buenos personajes.
Tras
salir del bosque y probar un poco lo que es la necesidad, nuestros amigos
llegan a una suerte de fortaleza tan aislada que no terminamos de comprender
bien qué defiende, pero el caso es que está ahí, y no nos viene mal en este
punto de la historia con sus misterios encerrados que pronto descubriremos.
Damos la venia. Resulta que fue el último bastión de no se termina de saber qué
guerra que ocurrió hace eones ―esperemos que no hagan la prueba del Carbono-14 a ese suelo de madera que
aún “cruje” en el torreón, porque entonces adiós a la teoría de los eones―, que
es el punto de partida del mapa que encontraron en la caverna de los zombis, y
que, ole ahí los tíos con suerte, esconde en una de sus armerías un auténtico
arsenal mágico que ríete tú de las fraguas de Isengard.
Bueno,
pues ahora sí que sí: tenemos a los protagonistas bien pertrechados, sabiendo
adónde tienen que ir, que para eso viene en el mapa, con ánimos y tal porque ya
han pasado un buen puñado de pruebas con nota, y todos enteros y sanotes, bien
comidos y bien retozados, que el autor ha vuelto a tirar de imaginación para
marcarse otra escena tórrida a la que, más que el “You can leave your hat on”,
le pega la tonadilla final de los programas de El Show de Benny Hill, pero
vale.
Ahora
viene lo bueno. Ya no hay vuelta atrás, hemos pasado de sobra el nudo y esto o
se resuelve, o nos caemos con todo el equipo y toda la épica. Seguimos atentos
al narrador, ¿ok? Nuestro amigo ha decidido tirar por el lado emotivo, y qué
más emotivo que la muerte heroica de uno de los personajes, en este caso el
enano ―vaya por Dios, a mí el que me cae gordo es el mago con sus tonterías―. Todo
sucede como resultado de un combate que tienen con unos monos alados y
guerreros que lo mismo hasta son esbirros de una bruja… ―creo que El Mago de Oz
es otro tipo de fantasía, pero qué demonios, ¡viva el mestizaje!, ¿no?―. El
caso es que el pobre enano muere salvando precisamente al mago bueno pero morcillón,
que es quien tiene el amuleto que ya me va dando en la nariz que va a ser
importante, pero aparte de eso los despachan bien y no dejan simio alado con
cabeza. Hay un rato de duelo descriptivo, pesadamente descriptivo, un par de
juramentos de venganza, un pasaje interminable del mago hablando solo y
cantando que no queremos ni imaginarnos de qué delirio de cólico nefrítico ha
salido, y otro par de detalles para terminar el capítulo, que al parecer se le
hacía corto al muchacho. En este caso lo que no ha habido es momento de
distensión sexual, suponemos que por ser respetuosos con el trance de los
personajes y porque tampoco es plan de visitar tanto y tanto tiempo el servicio
―que si no, no terminamos la novela, amigo―.
Bueno,
bueno bueno. ¿Seguís atentos al narrador? Pues lo vais a flipar. Ahora resulta
que se les presenta una entidad extraña, medio etérea medio física, según le
convenga al autor en cada momento del pasaje, que es un antepasado del prota,
le revela que es el último eslabón de una larga e importantísima dinastía,
heredero del trono de no queda claro qué reino que ha sido usurpado por un
nigromante con dragón y todo, que tiene que acabar con el malo para establecer
el orden y terminar la novela comiendo perdices en el palacio de su nuevo reino,
para lo cual le transfiere un poder y le entrega una espada todavía más grande,
más poderosa y más freudiana que la otra, le comenta que tiene por ahí una bellísima
hermana gemela perdida ―verás tú como éste quiera encima marcarse una de
incesto a final de novela, que me lo veo venir―, y que su verdadero nombre es
Hysull III, todo de una sentada. Sé que aquí más de uno va a dejar de leer.
Pero yo no, yo la voy a terminar, con dos cojones. A mí que me dejen de
tonterías, pero aquí hay imaginación como para parar un tren ―y quizá también
un par de desórdenes mentales comunes y otro de índole más bien sexual, pero
que no son tan importantes, ojo―. Además, si ya nos lo ha dado todo mascado:
tenemos mapa, nos han dicho de qué va todo con pelos y señales, hay visiones,
profecías y escrituras varias que dicen que vamos a ganar; y encima queda poco
―o no demasiado, según se mire―.
En
fin, los que seguimos, seguimos atentos al narrador, ¿no? Así me gusta. Nos
vamos acercando a la guarida del malo y resulta que vemos pueblos quemados y
cosas parecidas, unas huellas muy grandes y unas gentes que medio hablan de una
“serpiente con alas”, y nuestros protagonistas llegan a la conclusión, no sin
antes darle muchas vueltas al asunto, de que debe ser el dragón del nigromante
sí o sí. Y yo estoy con ellos. Siempre puede ser otra cosa, ¡sorpresa sorpresa!
Pero confío en ellos… jeje… Y ahora viene el primer enfrentamiento serio, sí
señor. Ni más ni menos que contra un ejército entero de walfguns, que no son
orcos ―ojo, que ofende―, pero que se parecen una barbaridad supongo que por una
mera coincidencia. El caso es que hay que acabar con ellos sean refrito de lo
que sean, y la nueva super espada demuestra que para eso se la nombra en la profecía
y todo, porque no veas tú si corta bien los walfguns. Y el mago… Ojo, que se
está ganando los galones. Yo no sé si es por lo que le contó su amigo, o por el
amuleto, o porque le conviene al autor o por algo, pero ahora se saca de la
manga unos rayos y unas bolas de fuego que si las hubiera sacado antes
terminamos la novela en la mitad de páginas. ¡Ole sus huevos!
Ahora
hay un corte de final de capítulo para dejarnos en suspense. Ustedes qué dicen,
¿ganan los buenos? Yo creo que sí, pero me voy a quedar con el suspense
revolviéndome las tripas. El caso es que el nuevo capítulo comienza con otra
larga y ardua descripción, llena de detalles, y detalles, y detalles de los
detalles que… No me quiero enfadar, así que me salto unas cuantas páginas hasta
llegar a las últimas cinco llenas de detalles de un tipo ya mayor ―se nota que
es importante; por lo detalles, digo―. No sé por qué, me parece que las
descripciones que nos dan se parecen mucho a las que nos dieron en un principio
del de la espada freudiana ―en general todas se parecen, pero éstas un poco más―.
¿Será el padre? Si dicen algo más concreto yo aviso, pero de momento sigamos
atentos al narrador. Resulta que, entre otros detalles, el tipo parece
acariciar algo que hay en el suelo, pero que es grande, y con el tacto de un
reptil… ¡Ay Dios mío! … ¡Que tienen razón, que es un dragón! Y no te veas, es
más grande y más fuerte y más negro y más malo que ninguno y que da un miedo
que te cagas, lo que en perro sería algo así como un rottweiler cabreado porque
le has pisado la cola mientras estaba hocicándole los bajos a una hembra en
celo ―no te digo na―. El caso es que el tipo lo acaricia y con él no, con él se
porta bien porque luego seguro que lo saca a mear y a que queme alguna aldea o
se coma alguna virgen, que se nota que lo tiene bien cuidado, le brillan una
barbaridad las escamas.
Así que aquí
lo tenemos, señoras y señores, niños y niñas: el malo. ¿Alguno recuerda la
canción de Barón Rojo? Éste es como los que menciona esa letra, de los que
siempre tuvo claro lo que iba a ser de mayor: malo. Esto lo digo porque ahora
se pone a rememorar su vida ―cortesía del autor para que nos situemos bien― y al
parecer ya en su nacimiento vino torcido y mató a la madre ―a ver si va a
resultar que no es malo, sino tonto; lo digo porque ya de principio parece que
no atinaba muy bien, ¿no?―. Después el padre lo despreció por eso, y él se fue
haciendo cada vez más malo, y más nigromante gracias a unos grimorios que había
ahí por casa, y se buscó un dragón ad hoc, y los mató a todos, y lo arrasó todo
y se hizo rey y amo de todo así, a pelo. Y he aquí que nuestro malo malísimo
ahora descansa en su trono triste y aburrido, con el único consuelo de un
recuerdo idealizado. Es otro flasback largo, pelín pesado, que nos mete en una
de las fechorías del tipo éste cuando era poco más que un chavalote malo y nigromante, con su dragón y su ejército de walfguns
―no nos dice de dónde los sacó; yo digo que de otro libro, pero por lo
bajinis―. El flashback se va metiendo poco a poco en la parte cochinota, la de
las violaciones y eso ―ay, amigo, que la cabra siempre tira al monte, o al
servicio―, y entonces se nos habla de una muchacha bellísima, con multitud de
bellísimos detalles en su al parecer infinita fisonomía, y el tipo la viola,
pero no la mata porque tampoco es plan de abusar, y se despide de ella con una
extraña sensación… Bueno, no creo que haga falta hacerle la prueba del ADN,
¿verdad? Os lo digo yo ya: éste y la muchacha bellísima son los padres del
prota de la espada larga, freudiana y, ahora más que nunca, profética, que va a
recuperar el trono y lo mismo al final encuentra a su hermana gemela y tenemos
otro ratito golfo. ¿Qué os apostáis?
En
fin, dejamos al malote en su trono y con su dragón. Estamos llegando al final y
el capítulo comienza con nuestros amigos recién salidos de su última aventura
con los walfguns. Lo que yo les decía, han ganado los buenos. Y esta vez no hay
escena de duelo porque todos has salido sanos y salvos, ni momento tórrido
porque ya vamos a lo que vamos ―y el servicio estaba ocupado no sé si por la
abuela, o el hermano u otro de casa―. Estamos frente a la fortaleza maligna y
al enemigo ya no le quedan walfguns, pero sí un dragón que verás tú como salga
cabreado. Por eso deciden entrar de estrangis, guiados por el mapa de los
pasadizos secretos a ver si lo pillan por sorpresa ―que eso pasa mucho en las
novelas malas―. Entonces entran desde un sumidero que da a unos pasadizos
ocultos que también dan a las mazmorras, pero por ahí no se puede salir que
coge mal, y que también tiene su entradita al torreón, pero esa no les conviene,
y luego hay otro trozo que pasa detrás de una sala de tortura y otra visita al
torreón pero por su cara norte, la que da a la despensa… Lo siento, no puedo
con estas cosas… Vamos a ver, yo me gasto una pasta en el castillo, que es de
piedra de la buena y encima negra, a juego con el dragón, y ahora va el
arquitecto y en lugar de ponerme unos cuartos chulos para los niños, unos
servicios bien distribuidos, unas cuantas bibliotecas, piscinas climatizadas, salas
de baile o saunas mixtas para mi harén, ya puestos, va y me lo llena de
pasadizos llenos de mierda y telarañas, que no se atreve a pasar ni la
limpiadora, mazmorras, salas de tortura, cloacas, el torreón y la triste sala
del menda nigromante… ¿Sólo hay cosas raras para que la gente se pierda? ¿En
esas casas sólo se viven… aventuras? Y para más INRI un montón de entradas
ocultas que vienen detalladas en mapas que te encuentras por ahí tirados para
que me cojan por sorpresa y me maten… ¡Un mojón para ti y otro para el
arquitecto!
En
fin, que me he saltado otras cuantas páginas. ¿Seguís atentos al narrador? Yo a
duras penas. Ya ha pasado la parte del mapa de los pasadizos y han matado a
todos los malos menos al malo de verdad, que es eso pero no tonto, y toca lo
que viene siendo el combate final. Tenemos a nuestro nigromante con su dragón
frente a nuestros aventureros: el prota con su espada freudiana y profética, el
honor a su diestra y la venganza al otro lado; el arquero, para las distancias;
el mago, para los hechizos y las frases que sobran; y la amazona, que también
combate aparte de ser musa onanística. Está compensada la cosa. Ahora, antes
que nada, viene la confesión que confirma lo que ya les dije, que son padre e
hijo. Aquí el autor, como ha visto Star
Wars y es muy escrupuloso con eso de no copiarse de nadie, le ha dado un
sutil giro a la famosa frase de aquella película que la hace similar pero
totalmente diferente al mismo tiempo: “Creo que soy tu padre.” Todo está en ese
matiz de duda, a la vez de tensión, incluso ese punto de esperanza que, junto
al suspense de unos capítulos antes, hacen de la novela una tormenta de
emociones difícil de superar para el lector poco experimentado. Y el
protagonista le da una soberana réplica, le dice que sí, que ya lo sabía, pero
que lo va a matar igual ―¡Mátalo! ¡Mátalo!―.
Ya comienza el
combate, y creemos escuchar al correr de esos dados sobre la mesa. El prota
saca su espada, el arquero su arco, el mago su magia, la amazona su lanza, el
nigromante sus muertos del suelo y el dragón saca de todo, que más que dragón
parece una navaja suiza entre tantas espinas voladoras, el fuego, la mirada de
rayos y lo que debió ser un gargajo raro que por poco mata al mago ―¡uyyyyyyy!―
pero que al final lo que se ha cargado es a dos de sus propios esqueletos
animados. El primer round termina igualado, ya sabemos a lo que nos enfrentamos
y el malo sabe con quién se está jugando las habichuelas. En el segundo tenemos
sorpresa, que el mago, harto de defenderse del fuego del dragón a base de haces
de hielo, saca el amuleto y por un extraño sortilegio arcano ―¡Lo sabía! ¡Lo
dije!― trae a unos espíritus errantes ex siervos del dios de los dragones que
recitan una salmodia que extrae la energía mágica del bicho… Venga, no me
extiendo, que ya todos sabemos lo que esto significa: amuleto come dragón. Pero
ahora resulta que el malo se venga ―faltaría más―, y lanza un contrahechizo que
hiere de mortalidad al mago ―¡Bien!―, pero no lo suficiente como para evitar
que suelte unas cuantas frases de las suyas
y otra serie de tonterías durante varias páginas ―vaya por Dios―. El
mago ha muerto, asalto final. Ahora las fuerzas están todavía más igualadas: el
arquero también está herido, así que no interviene, y la amazona… pues no se
sabe, pero tampoco aparece. Tenemos a nuestro poderoso guerrero frente a su
padre, al malvado nigromante que ya no tiene dragón pero sí muchos hechizos, en
juego el trono. Un rayazo esquivado por aquí, un espadazo fallado por allá, un
par de muertos que se levantan pero como si nada, no duran ni un segundo, el
malo que recula, el bueno que avanza con decisión, que te mato, que te mato yo
a ti que soy más malo… Aquí el autor, supongo que por ser original en el relato
del combate, empieza a describir una especie de fintas y contrafintas raras
que, más que de un nigromante y un guerrero en batalla singular, parecen ser
las de unos pastilleros en plena rave, pero ya a estas alturas ¿quién tiene tan
poco corazón de no darle un voto de confianza a nuestro autor? En fin, que ya
el guerrero le ha metido el primer espadazo serio, y que el mago está muy
cansado, que ya es mayor y no está para estos trotes, segundo espadazo, combo a
la cabeza y se acabó, se la ha cortado de un tajo, punto, set, capítulo y
novela para el guerreo. Ahora el arquero se le acerca cojeando para felicitarlo,
y también la amazona aparece de no se sabe dónde ―¡ay picaruela!― para pegarle
un buen sobeo.
Por
fin llegamos al epílogo. ¿Seguís atentos al narrador? Venga, que no es momento
de abandonar. Al parecer ha pasado cierto tiempo, el castillo parece otro, el
país es todo verde y amarillo, llenos de felices campesinos y comerciantes y
gente que canta aquí y allá y jóvenes magos traviesos que están becados en la
novísima universidad taumatúrgica creada en honor del mago morcillón. El
guerrero, ahora rey, está sentado en su trono, departiendo con sus
colegas/consejeros: el arquero y la luctuosa amazona. También hay algunos
cortesanos de atrezzo y tal. Ahora se anuncia una visita ―¡ah!―, al parecer no
es una persona de alcurnia, no saben si dejarla pasar, pero es que es una
muchacha tan, tan bella… jeje… Venga, va: que llega la hermana, que se reconocen
y se tratan como hubieran cursado juntos todita la E.G.B., pero también se
atraen, porque la niña es guapa para echarse a llorar, y como en realidad nunca
se han tratado como hermanos hay un aparte así golfete… jeje… pero les corta el
rollo la amazona. Es una muchacha temperamental, ya la conocemos, y eso de que
le toquen al garañón como que no lo lleva muy bien, aunque sea la hermana y
haga toda una vida que no se ven, pero es que el rey es mucho rey, y muy
persuasivo, y donde caben dos caben tres y… ―ya te vale; ésta sí que sé de
dónde la has sacado, del CD ese que tienes entre la torre y la caja de cleenex,
el que pone Jack the Digger and the hot
girls of White Chapel, me apuesto lo que sea―. El resto ya os lo imagináis,
¿no?
En fin, sólo me queda agradecerle
al autor el rato pasado y que todos hayáis estado atentos al narrador como yo y
lo hayáis pasado igual de bien. No os digo el título de la obra ni el nombre
del autor porque está claro que en breves ambos estarán desparramados por las
mesas de vuestra librería más cercana y no tendréis otra que ir a comprarlo si
queréis poder hablar de algo con vuestros amigos ―es un decir―. También espero
que el vigor físico nunca le abandone, no sea que, ya en la cúspide de la fama,
encuentren a nuestro amigo encerrado en ese servicio, muerto y con el arma del
crimen fuertemente agarrada con la mano, y estemos ante un nuevo caso Stieg
Larsson ―también es un decir, pero más probable―.
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