Cuento breve, género epistolar. Cuando la única forma de encontrarse implica perderse para siempre... |
Escribo, con
manos temblorosas. A mi lado humea un café reciente, y alrededor, más allá del
limbo amarillento del flexo que me permite seguir los trazos del bolígrafo,
espera la oscuridad, cúmulo de sombras y malos presagios. Llevo horas
enfrascado en la misma tarea, y no sé cuántas más restan hasta que pueda ser
capaz de expresar lo que siento. La noche ya no es joven, si es que alguna vez
lo fue, y tras la ventana, allá en los límites de mi visión, una fina línea de horizonte
comienza a distinguirse entre el negro de la noche pasada y el gris del día aún
por llegar.
En nuestro cubil suspiro, reniego de lo escrito, y escondo una larga
hilera de caracteres bajo un manto de rayas caóticamente trazadas, para después
continuar la línea de mi discurso allá donde éste comenzó a malograrse. No es
que lo anteriormente escrito fuera menos verdadero que lo que ahora puedes leer
al cabo de esta misiva, pero sí era más equívoco, y hay que andarse con cuidado
cuando de la verdad se trata, porque es aleación delicada, inestable bajo el
peso de los prejuicios y otras formas de ignorancia.
Lo primero que quiero decirte, lo principal, es que todos mis actos han perseguido
siempre un único fin, que no es otro que el permanecer a tu lado. Te amo, desde
aquel primer día que ninguno de los dos recuerda, y por ello sufro, por esta
naturaleza nuestra que nos veta todo contacto, como alfiles de distinto color,
condenados a no encontrarse nunca. Aun así hace tiempo que sabes que estoy ahí,
al igual que yo te percibo a ti a través de tu ausencia, y mendigo de ese
ínfimo consuelo me he arrastrado bajo tu sombra en lo bueno y en lo malo, en la
salud y en la enfermedad, en la vida… y en la muerte. He sido tu siervo fiel,
tu guardián, tu defensor cuando no eras consciente del peligro; y en virtud de
esa servidumbre, quizá por un exceso de celo, me temo que también he sido tu
perdición.
Pero no me guardes rencor, ni me olvides, aunque ellos quieran obligarte
a hacerlo. Tampoco debes sentirte culpable de nada, aunque traten de
convencerte de lo contrario. Yo y sólo yo fui el ejecutor y, nunca lo dudes, el
amor ha sido el único motor de todos mis actos.
Llega la mañana, envuelta en un sudario de fría bruma, y desde la
distancia, acercándose, una sirena anuncia el principio del fin. Se termina mi
tiempo, nuestro tiempo, y antes de que todo se precipite quiero que seas
consciente de mi verdad, pues tiempo habrá después para que ellos te cuenten la
suya. Hace sólo unas horas Yáñez, el doctor Yánez, dejó de existir. Yo lo maté.
No entraré en detalles que supongo no serán de tu agrado, ni abundaré en
mentiras piadosas que suavicen la cruda verdad. Lo hecho, hecho está. De lo
único que me arrepiento ahora es de haberme dejado llevar por el corazón como
un adolescente. Él quería separarnos, lo sabes, y eso es algo que yo no podía
permitir. Por eso anoche fui a su consulta y lo maté. Fue un acto desesperado,
irreflexivo, un impulso análogo al que instiga a los animales a persistir en su
existencia. Esta es mi verdad; tu verdad, si así me la aceptas.
Las sirenas, después de un in
crescendo que las hizo dueñas de la mañana, han dejado de sonar cuando su
ulular las situaba justo bajo nuestra ventana. Ahora se escucha el sonido de
puertas de automóviles que se cierran, de instrucciones dictadas
apresuradamente y a media voz, de pasos que se precipitan hacia nosotros. Causa
y efecto, acción y consecuencia.
No tengo miedo, y aunque sé que ellos leerán estas líneas no voy a mentir
diciendo que me arrepiento de mis actos. Mis manos y mi conciencia están
manchadas de sangre, mi existencia se acerca a su fin, pero lo único que ahora
siento es una inconmensurable alegría al poder dirigirme a ti directamente a
través de esta carta y confesarte mis sentimientos, tanto tiempo ocultos.
Se escuchan pasos en las escaleras, pasos furtivos y apresurados, pasos
zigzagueantes que se extienden hasta el rellano de la planta, que se apostan
tras la puerta, pasos que culminan con una llamada y un anuncio de que es la
policía, el principio del fin de nuestra historia de amor.
Ya ha llegado el momento de la despedida, y ahora, al cabo de todo, no sé
qué decirte; ni siquiera sé cómo te tomarás estas líneas o qué pensarás de mí.
Lo único que sé es lo que te terminarán diciendo ellos, lo mismo que te dijo el
doctor Yánez: que sufres un trastorno de personalidad múltiple, una enfermedad
del alma. Y tendrán razón, porque qué es el amor, sino una enfermedad del alma.
Relato seleccionado para la Antología de Relatos del I Premio Ovelles Eléctriques
2 comentarios:
Gran relato, me he tenido que ir conteniendo, según avanzaba hacia el final, para no leer las últimas líneas XD
Casi me temía que el final defraudara, iba todo tan para arriba que parecía difícil mantener el nivel. Pero sí, el final lo redondea todo.
Lo que me ha chocado es el estilo de la prosa, más "decimonónico" de lo que te he leído. ¿Es para situar al personaje un poco fuera del tiempo?
No sé, creo que el estilo es porque era para un concurso de cartas de amor, pero tampoco me acuerdo muy bien de cómo fue cuando lo escribí ni qué música puse ni nada, la verdad.
Pero vaya, mientras guste, perfecto, jejej.
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