Creo que ya todos conocen la noticia, incluso habrá
alguno que, al pasar junto a determinado Corte Inglés, haya visto a una
multitud enfervorecida que, libro en mano, formaba cola para conseguir la firma
de su gurú de las letras. ¿Habrá venido Stephen King a firmar? ¿Será George R.
R. Martin el que estará ahí desvelando secretos acerca de la conclusión de su
famosa saga? ¿Será Pérez-Reverte que acaba de sacar novela? se preguntarán
algunos, los pocos que no hayan leído la notica por falta de conexión, de
televisor, de vecinos y compañeros de trabajo, que vivan en una isla desierta
más allá de los límites de la civilización, vaya (otra explicación no tengo
porque la noticia se ha difundido con profusión de escándalo cortesano). Pues
no, señores, no se trata de ninguno de esos pelagatos advenedizos, sino de la
perínclita Belén Esteban, amante de torero, madre, tertuliana de las vísceras y
ahora, como le sobraba tiempo y talento para ello, escritora. O, mejor dicho,
firmante de libros, que es a lo que vamos.
“Los dioses están locos”, que se titulaba una
película, los dioses o el mundo que crearon, o, si me apuran, a los que pusieron
sobre él como especie dominante, algo que ya barruntaba el gran filósofo
Groucho Marx cuando dijo aquello de “Paren el mundo, que me bajo”. Locura, o
curiosidad morbosa, o aborregamiento o váyase usted a saber, pero en los
compradores, porque en lo que respecta a la firmante y al editor lo que hay es
visión comercial y estudios de mercado, una apuesta ganadora que seguro ya debe
estar dando beneficios.
No
sé cómo se fraguó la historia, me faltan conocimientos del mundillo y del caso
concreto, pero grosso modo me imagino a la “autora” mirando un extracto de su
cuenta bancaria, viendo que se le habían extraviado un par de ceros por ahí y
tratando de pensar de dónde sacarlos para que el montante volviera a elevarse.
Entonces alguien se acerca y le comenta que un libro sobre sus memorias se
pagaría seguro con un cheque lleno de ceros, parecidos a los que nuestra
protagonista ha visto desaparecer de su cuenta. Pero la ilusión le dura sólo
unos segundos, los que tarda en venírsele a la mente una cuestión peliaguda que
no puede evitar decir en voz alta: “Pero si yo no sé escribir…” a lo que el
otro responde “¿Y eso qué importa?”
A
ver, no creo que ni siquiera entre los compradores de la obra haya personas que
crean que la autora es quien lo firma, y si los hay, felices ellos que seguro
aún creen que los reyes magos se pasan un par de veces al año por su casa, una
para dejar regalos y otra anterior para darle una paliza a Papá Noel, el
intruso yanqui que quiere quitarles el negocio. No, está bastante claro que
ella no lo escribió. Según se ha comentado por ahí, el libro lo escribió Boris
Izaguirre en colaboración con un en equipo, lo que no sé si significa que Boris
lo escribió dejando huecos para las informaciones aportadas por los
colaboradores, o que cada colaborador hizo una parte y Boris las unió todas con
algún tipo de pegamento literario, o que Boris simplemente iba dando su visto
bueno a lo que le iba llegando o como fuera que fuese si no es que la noticia
es otra forma de publicidad (“ojo, que no lo ha escrito mi primo, sino Boris
Izaguirre”).
Esta
práctica, antigua y extendida, es la que da cuerpo a la figura conocida en el
mundo de la edición y de los escritores como negro literario, una persona que,
sea cual sea el color de su piel, escribe o reescribe la obra que firmará otra
persona con menos talento literario o menos tiempo que él. El verdadero autor
se lleva su pequeña tajada, mucho menor, por cierto, que la del mero firmante,
y aquí paz y después quién sabe si te publicamos otra de esas cosillas que tú
escribes por tu cuenta, que por mucho mejor escritas que estén no van a vender
ni una décima parte que lo que escribiste para otro.
Es,
como dije, algo extendido y antiguo, extendido como que David Bisbal también
saca autobiografía, y antiguo como que incluso Stephen King hizo de negro
literario de su seudónimo Richard Bachman o, si nos queremos remontar mucho más
atrás, como cuando el mismísimo Dios tuvo a los evangelistas y otros tantos
profetas como negros literarios.
Son
cosas del mercado, en el que muchas veces importa más la firma o la foto de
portada o contra que la verdadera autoría de la obra. Recordemos si no a los
maravillosos bolsilibros de Bruguera y otras, el pulp español, cuyos autores,
auténticos y muy admirados por mí artesanos de las letras, firmaban con
seudónimos anglosajones como estrategia comercial. Ahora todos sabemos quién se
esconde tras Joseph Berna, Lou Carrigan, Silver Kane o Clark Carrados, pero no
sé qué supuso para ellos en aquella época tener que ocultar sus nombres bajo un
seudónimo. Lo único que sí tengo claro es que seguro que es mucho menos
traumático inventarse un alter ego ficticio que nos firme nuestras obras que
dejar que una persona de carne, hueso y defectos, pase por ser nosotros a la
hora de escribir. Es como si a nuestros héroes del pulp les hubieran obligado a
escribir bajo los seudónimos de La Bruja Piruja, Los Chiripitifláuticos o,
incluso peor, Lola Flores o Manolo Escobar.
En
fin, son cosas del mercado, y el mercado es el que manda también a la hora de
publicar, que es lo que todo el mundo que escribe desea aunque sea de forma
inconfesable. En un mundo de mass media y gusto por las intimidades ajenas como
éste, en una sociedad en la que una persona sin estudios ni cultura puede
llegar a ser aclamada como princesa, aunque sea del pueblo, por su vida amoroso
sexual lúdico festiva, el ejercicio de la oscuridad de piel literaria puede ser
una magnífica forma de entrar en el circuito de las editoriales, aunque sea por
la puerta trasera, vivir de él y quizá, más adelante, poder ver la parte de
nuestra obra que sí nos enorgullece plantada al menos en segundo plano y no de
fondo en las estanterías de libreros o centros comerciales.
Eso
sí, incluso para esto hay clases, este tipo de propuestas para hacer de negro
literario no se las ofrecen a cualquiera, supongo que debe ser alguien que ya
esté en nómina de la editorial para estos menesteres o como escritor y
firmante, o selector o corrector o lo que sea. Es más, no sé si será porque el
mundo editorial está incluso más de capa caída de lo que parece, pero si es
cierto que Boris Izaguirre, finalista del Promopremio Planeta, ha ejercido no
sólo de prologuista sino también de negro literario de la obra de Belén
Esteban, está claro que los puestos están más que demandados.
Pero
imaginémonos que, por muy demandados que estén los puestos, por una carambola
del destino o un cruce de contactos, nos llegue una propuesta semejante. ¿Qué
haría cada uno? El dilema es peliagudo, seguro los habrá que rechazarían la
propuesta sin pensárselo dos veces, que clamarían al cielo por tamaña
perversión, que tildarían a los mensajeros y a los que los mandan de proxenetas
literarios, y quizá no les falte razón. Otros, seguro, sí que se lo pensarían,
quizá los escrúpulos les pellizcaran un poco, pero, al fin y al cabo, el
negocio es bueno y, por otra parte, su nombre no saldría, nadie tendría por qué
enterarse. Y luego estarían los que, sin escrúpulos ni vergüenza pero sí con
mucho sentido práctico y de la oportunidad, aceptarían casi con los ojos
cerrados. Al fin y al cabo se trata de escribir, ¿no? Pues eso…
Según muchos, cualquier historia puede resultar
interesante si está bien escrita, con talento.
¿Qué les parecería como tema de su obra las vicisitudes amorosas de una
antigua estrella de la canción caída en desgracia y sumida en el alcoholismo?
¿Y las memorias infantiles del hijo de alguna pareja de éxito separada de malas
maneras? ¿Y las tórridas revelaciones de un garañón gerontófilo acerca de sus
días de vino y arrugas? Ojo, que quizá estemos hablando de la salida literaria
de moda, lo de ser negro, digo. Yo, de momento, ya me he comprado una lata de
betún… por si hace falta…
“er Caniho”
Soundtrack:
Jethro Tull
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