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Duodécima entrega de las aventuras de "Mariano, asesino en serie
novato". En palabras del propio Mariano: "Hoy voy a hablar del ser más
poderoso y temible que conozco: la abuela Paca…" |
Me
gustaría charlar algo más con usted, pero voy a cenar a un viejo amigo, le dijo mi maestro a Clarice
refiriéndose a su némesis, el doctor Chilton. Yo también voy a cenar hoy con mi
némesis, y no porque vaya a visitarla para ajustar cuentas, ni el Diablo se
atrevería a eso, sino porque es ella quien ha venido a pasar unos días en casa.
Hoy voy a hablar del ser más poderoso y temible que conozco: la abuela Paca…
Dicen que el nacimiento de muchos grandes
personajes de la historia vino precedido por augurios. El nacimiento de mi
abuela, sin embargo, fue un augurio en sí mismo, el augurio de la que nos
esperaba a todos sus familiares y conocidos. Las cosas quedaron bien claras
desde el principio: mi bisabuela había dado el último empujón, la matrona
sostenía a aquella pequeña y frágil criatura cubierta del líquido amniótico, la
tenía cogida por sus dos tiernas piernecitas y ya alzaba la mano para darle el
cate y anunciar con su primer llanto que las cosas habían salido bien. Entonces,
aquel ser en apariencia inocente abrió los ojos y la miró como sólo mi abuela
sabe mirar. La matrona quedó petrificada, sin palabras y, con mucho cuidado y
más miedo, la soltó en el regazo de mi bisabuela, se fue de allí y cambió de
profesión. Según cuentan, con el tiempo confesó a sus allegados que después de
haberse asomado a la oscuridad insondable de aquellos dos ojos, impropia de un
ser humano y mucho menos de un bebé, no se atrevía a traer nada más a este
mundo.
Sí, así ha sido siempre la mirada de
mi abuela, temible. Lo único más temible que su mirada es su carácter, heredero
por alguna carambola genealógica del que se gastaba Atila el huno. Ya con
cuatro tiernos añitos mi abuela había dejado claro a sus dos hermanos mayores
que en casa se jugaba a lo que ella quería y cuando ella quería, y nadie se
atrevía a afrontar las consecuencias de no hacerlo. Poco tiempo después, mis
bisabuelos también abdicaron en favor de la pequeña y le cedieron el cetro del
hogar, no podía ser de otra manera.
Los años fueron pasando y entre su
carácter leonino, su astucia zorruna y su voluntad metálica, mi abuela sacó
adelante la que ya desde antes era su, pronombre posesivo absoluto, familia. Decidió
que montarían una pollería en el pueblo, y el éxito fue inmediato. Pusiera los
precios que pusiera, trajera el género que trajera, abriera a la hora que
abriera y los cortara como los cortara, todo el mundo en el pueblo compraba su
pollo puntualmente en la pollería de la Paca. Si no… Si no le ibas a tener que
dar explicaciones a la Paca, y eso podía ser peor que una plaga bíblica,
literalmente. Tal era la ascendencia de mi abuela sobre las gentes del pueblo,
que las fuerzas vivas del lugar le propusieron en cierta ocasión ser la
alcaldesa vitalicia y convertir su poder fáctico en legal. Mi abuela se negó,
dijo que tenía demasiadas cosas que hacer, pero que no se olvidara el nuevo
alcalde de seguir visitándola para consultarle las cosas, que se iba a enfadar
si tenía que ir ella misma al ayuntamiento a buscarlo. Incluso cuentan que el
Generalísimo, el mismísimo Caudillo, cierto día que pasó por aquellas tierras también
presentó respetos a mi abuela, bajo palio y con obispo anejo, ojo.
En cuanto tuvieron la edad necesaria y
encontraron un resquicio, los dos hermanos de la abuela Paca escaparon de su
influencia. Uno se hizo marino mercante y se nacionalizó brasileño, el otro se
fue a Alemania y consiguió trabajo como operario en una cadena de montaje industrial.
Durante sus últimos años decía llamarse Hans y haber nacido en Berlín, y sólo
hablaba en alemán. Esa emancipación ocurrió cuando mi abuela por fin se hizo
mujer. Por aquella época, el fuego en su mirada era sólo un tenue reflejo del
magma incandescente en su interior. Le había llegado la edad, y sin necesidad
de asistencia por parte de Cupido, la Paca decidió con quién se iba a casar,
sin importar la opinión de nadie más, ni siquiera la del interesado.
No conozco mucho acerca de mi abuelo
Justo, el único hombre que vivió la intimidad de mi abuela Paca. Apenas sé que
fue un joven muy apuesto y formal, alto, fornido, guapo como un adonis y de una
simpatía y alegría que contagiaba a los demás; el soltero de oro de la zona,
vaya. Pero todo aquello se fue olvidando poco a poco. Lo primero que el abuelo
perdió al casarse fue su individualidad, dejó de ser “Justo el del molino”, o
“Justo el guapo”, y se quedó en “el marido de la Paca”, ya sin nombre propio
hasta que dejó este mundo. También perdió su vida social, sus amigos y casi su
historia. Su existencia se redujo al mínimo estipulado por mi abuela: estar a
su lado siempre, hacer lo que ella dijera y, sobre todo, hacer de bombero para
ciertos fuegos internos que nunca se apagaban, pusiera el empeño que pusiera.
Esto fue su perdición. Todos en el pueblo vieron como poco a poco, día a día,
el marido de la Paca se fue consumiendo hasta morir apenas diez años después de
casarse, dejando a mi abuela viuda con tres hijos y sus padres a su cargo.
La noche del fallecimiento un
aterrador alarido recorrió al pueblo, el lamento de la Paca que acabada de
perder a su marido y su promesa solemne de que algún día, fuera como fuese,
costara lo que costase, Dios y la propia Muerte le iban a tener que dar
explicaciones por lo que acababa de suceder. Aquello fue verdaderamente
doloroso para mi abuela. Corre una leyenda por el pueblo de que en aquella
época alguien la vio llorar, pero nadie se atrevió nunca a confirmarla. Lo que
sí fue claro es que el carácter se le agrió aún más, los fuegos en su interior
se apagaron para siempre, y el luto se convirtió en su vestimenta para el resto
de sus días. Todos los vecinos, de corazón o por miedo, se solidarizaron con
aquel dolor, el pueblo estuvo de luto oficial un año entero, y todas las gentes
del lugar, por respeto o por temor, se aseguraron durante aquel año de hablar
bajito siempre que la Paca pudiera andar cerca…
En fin, tengo que dejarlo por hoy. La
abuela Paca acaba de anunciar que la cena está lista y la mesa puesta, y no seré
yo quien se atreva a hacerla esperar. Ya mañana seguiré con esta historia. Por
su parte, no se preocupen, estremecidos lectores, no pienso ir a visitarlos, el mundo es más interesante con ustedes
dentro… Ah, y mi abuela tampoco va a ir a visitarlos porque no los conoce,
de eso que se libran.
1 comentarios:
La abuela Paca da miedito. Si supieran de su existencia en las crónicas de lo despatarrante...
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