... Lo tenía todo, lo era todo, y nada
escapaba a su conocimiento. Un universo entero y consciente encerrado en una
gota de fuego. Más allá de Él sólo había oscuridad estéril y fría. Ni siquiera
el tiempo, árbitro de todo cambio, estaba allí para acompañarle. Y así pasó lo
que pudo ser toda una eternidad o tan sólo un instante, o las dos cosas a la
vez; así, sumido en aquella plenitud inmutable, solo.
Entonces fue el momento del numen
primigenio, el deseo de transformar aquel acto perfecto y único en infinito de
potencias. Estalló, y el tiempo reanudó su andar lento pero inexorable en pos
de una nueva creación.
Sus restos fueron expandiéndose en
todas direcciones y enfriándose al mismo tiempo. De su naturaleza puramente
energética comenzó a surgir la materia, tímidamente al principio. Y poco a poco
esa materia se fue agrupando, comprimiéndose sobre ella misma y encendiéndose
allí donde las circunstancias le fueron más favorables. El vacío fue invadido
por puntos de luz y calor, a cuyo abrigo se congregaron otros cuerpos más
pequeños.
Todo estaba ya listo para otro
singular fenómeno: el surgimiento de una nueva forma de materia que se sucedía
a sí misma, parasitaria de su hermana inerte y llamada a dominarla. Ésta
apareció y desapareció por doquier, tomó múltiples formas, siempre aliada con
el azar y muchas veces destruida por él. Y como consecuencia directa, asida a
infinitos mundos e iluminada por infinitos soles, nació la conciencia en el
seno de esta nueva materia. Los hijos del numen despertaban por fin, aún
ignorantes de haber heredado el destino de todo lo que les llegaba a través de
sus sentidos.
Largo tiempo pasó la conciencia
prisionera en su cárcel física, atada al espacio y al tiempo, asimilando,
comprendiendo, madurando. Los eones fueron sucediéndose hasta el día de la
emancipación, cuando por fin la verdad de la creación fue comprendida y
aquellos que alcanzaron el conocimiento supremo, guiados por su destino,
marcharon en busca de su origen.
En los límites de aquella realidad la
última frontera fue alcanzada y el curso de los acontecimientos se invirtió:
todo lo que fue uno y único regresaba al punto de partida, llamado por las
vastas conciencias que allí aguardaban. En aquel centro cósmico el pensamiento
se hacía uno, entes puros que se fagocitaban unos a otros, que se fundían y se
reconcentraban, que morían para dar vida al que vendría después de ellos.
Por fin fue sólo uno el que aguardaba
al final del camino cuando el tiempo comenzó a acelerarse. Los últimos soles se
apagaron, las últimas galaxias colapsaron sobre sí mismas, el espacio se fue
plegando conforme toda la materia se iba deshaciendo y fluyendo hacia Él. Y comprendió
que el ciclo se cerraba, lo sintió llegar. El final y el principio volvieron a
unirse. Los últimos fragmentos de la creación fueron recogidos. Lo tenía todo,
lo era todo, y nada escapaba a su conocimiento. Un universo entero y consciente
encerrado en una gota de fuego...
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