Para enfermos de aburrimiento alérgicos a la pasta de celulosa, para exiliados de bibliotecas con tiempo pero sin estantes, para marineros de la red con tendencia a hacer parada y fonda en tabernas de relatos, para viajeros de sillón y amantes de la aventura estática, para todos ellos y para ti mismo se abre esta consulta literaria, la del doctor Perring, enhebrador de palabras, zurcidor de conceptos y trazador de historias.


Tratamiento único y definitivo: tú pones los segundos, el que suscribe pone las letras...

miércoles, febrero 06, 2019

Puñetero



Cuento breve. Mal andan las cosas cuando hasta La Muerte tiene problemas en el trabajo...


—Vamos a ver, Antonio, yo no te quiero meter prisa, pero es que desde que cumpliste los noventa nos la pasamos jugando al gato y al ratón. ¿Qué te cuesta morirte de una vez por todas y dejarte llevar? ¿Qué más te da, puñetero?
—¡Ja! ¿Ves este pellejo? —me dice el anciano cogiéndose un pellizco en el acartonado pliego que cubre su cráneo—. Pues quédate con su imagen, porque catarlo no lo vas a catar hasta que a mí no me de la gana de morirme. ¡Y eso es lo que hay!
—Antonio, sé razonable. ¿No ves que hace ya mucho tiempo que te tocó a ti y que por tu cabezonería de no morirte me estoy teniendo que llevar a otros?
—¡Pues que se jodan! Por mí ya te puedes llevar a ese rojazo de ahí —dice señalando a otro anciano que reposa pensativo en un sillón situado frente al gran ventanal de la sala de esparcimiento del geriátrico.
—¿A Matías? No, a Matías todavía le quedan unos años de rememorar penas pasadas. Ahora es tu momento, Antonio. ¿Qué me dices si te ofrezco una muerte plácida, dormirte tranquilamente para no volver a despertar jamás?
—¡Que te he dicho que no! —alza la voz—. ¿Quieres dejarme tranquilo de una vez por todas e irte por ahí a darle la tabarra a otro?
—¿Se encuentra bien, don Antonio? —nos interrumpe una joven enfermera alarmada por el acaloramiento y las voces del anciano que habla solo.
—Anda niña, vete por ahí a cogerle la minga a los viejos chochos y metérsela en las cuñas, que yo no te necesito. —La muchacha se retira abochornada.
—Antonio, tu vida es un espectáculo lamentable; no lo prolongues más —le reprendo.
—¿Que mi vida…? ¡Me cago en…! —al anciano se le ha plantado el cárdeno en el rostro, y parece que una vena se le ha encabritado en el cuello. A ver si en una de éstas…
—Antonio, ya nadie te quiere. Te han abandonado aquí porque no hay un dios que te soporte. ¿A qué estás esperando?
—A que se mueran todos los demás —sentencia.

Al final, como siempre, me tengo que dar por vencida. Con Antonio no hay quien pueda. Maldita sea la hora en que el condenado viejo se cruzó con la Santa Compaña y logró adelantarla y cortar su senda; y maldita sea también la hora en que se incluyó en el libro nunca escrito que los que tal hicieran se quedaban en el mundo de los vivos hasta que se cansaran de existir.

Pobre Matías. Míralo, ahí tranquilo, con su semblante apacible. Como siempre que se sienta frente a esa ventana, anda perdido por la batalla del Ebro, defendiendo Madrid de los fascistas, sufriendo el vacío de los cuarenta años de exilio. Vamos, Matías, tengo que regresar y no puedo hacerlo con las manos vacías. Te llevaré a un lugar donde esa vida que tanto te dolió no será más que una ilusión lejana, y allí podrás descansar por fin.


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