Para enfermos de aburrimiento alérgicos a la pasta de celulosa, para exiliados de bibliotecas con tiempo pero sin estantes, para marineros de la red con tendencia a hacer parada y fonda en tabernas de relatos, para viajeros de sillón y amantes de la aventura estática, para todos ellos y para ti mismo se abre esta consulta literaria, la del doctor Perring, enhebrador de palabras, zurcidor de conceptos y trazador de historias.


Tratamiento único y definitivo: tú pones los segundos, el que suscribe pone las letras...

martes, noviembre 27, 2018

Mariano, asesino en serie novato - Día 11



Undécima entrega de las aventuras de "Mariano, asesino en serie novato". Una fecha muy importante para Mariano, el día en el que se une a los Jubiletas del Infierno y pasa las pruebas de acceso a la banda...


Día 11

Era el clásico maníaco depresivo aburrido, muy aburrido, dijo Aníbal refiriéndose a Benjamin Raspail, un antiguo paciente suyo que, literalmente, perdió la cabeza por una de sus relaciones. Yo era ese tipo aburrido, muy aburrido, pero ahora, gracias a mis nuevos camaradas, soy un rebelde, un auténtico y genuino rebelde.


Hoy ha sido el día de mi iniciación, una ceremonia apoteósica, todavía tengo el vello de punta por lo sucedido. Después de los días pasados no estaba seguro de encontrarlos allí, pero cuando los vi junto a su valla, gloriosos, provocadores y fieros, me tranquilicé. Quizá no estuvieran allí por mí, sino por las nenas del High Age School a las que lanzaban miradas seductoras, pero en cuanto me vieron y me sonrieron supe que algo de lo primero debía haber también.

Tras los abrazos de hermandad y sus buenos deseos por la decisión que he tomado, lo primero era elegir el apodo con el que seré conocido en mi nueva vida de rockero motero, y como mi nombre no quedaba bien por ninguno de los dos lados en caso de acortarlo, ni tampoco el inglés arreglaba mucho la cosa, decidimos escoger uno que sonara bien y ya está. Yo dije que me gustaba James, por el agente secreto, Johnny dijo que así no valía, que mejor Jimmy, y Mancy dio con la tecla sentenciando, con la mirada fija en mí y su voz de barítono fumador, Serás Jimmy Boy… ¿Se puede imaginar un nombre mejor? No lo creo.

Como nuevo miembro novato de los Jubiletas del Infierno, me tocaba pasar las dos pruebas de valor que toda hermandad de este calibre exige a sus solicitantes. No iban a ser fáciles, eso me lo advirtieron, se trataba de probar de qué pasta estoy hecho. La primera prueba era la del estómago: un tipo duro tiene que tener un estómago de acero y una garganta de esparto, y tenía que demostrarlo. Confirmando que de verdad me esperaban, Mancy sacó un bote de guindillas en salmuera y fue a por una litrona con la que empujar, me los dio y me dijo que le echara huevos, Charly apuntó que si lo hacía rápido era mejor. Julio, el último miembro en pasar las pruebas, me dijo que a él le costó, que estuvo a punto de vomitar y que, al día siguiente, cagó fuego.

No me lo pensé dos veces, empuñé la litrona con la derecha y con la izquierda fui cogiendo guindillas del bote que Johnny sostenía. Cuando las primeras lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas, Mancy me puso las manos sobre los hombros, me miró a los ojos y me dijo Sé fuerte, hermano. Eso fue suficiente para sacar al rebelde, al guerrero que hay en mí, y comerme el resto de las guindillas sin pestañear, dando largos tragos de cerveza cuando la cosa se ponía fea. Todos vitorearon cuando acabé con la última guindilla, le di el último trago a la cerveza y solté un regüeldo propio de un coloso neandertal ahíto de mamut. Una mujer que pasaba junto a nosotros me llamó guarro, mis camaradas me defendieron con piropos soeces.

La segunda prueba, la del aguante, era mucho más sencilla, más relajada y agradecida, o al menos eso me dijeron. Un Jubileta del Infierno tiene que tener aguante en la cama, y eso lo tenía que demostrar en manos de Soraya la Pistolera, una meretriz de confianza de la banda. Por lo que me fueron contando durante el camino, Soraya era no sólo meretriz, sino también una artista de variedades dotada de muchos y muy voluptuosos encantos que, porque les había cogido aprecio y se compadecía de su situación, les tenía un abono para jubilados de achuchón y magreo con final feliz la mar de económico, y con esto aliviaban sus vidas cuando el asunto de la seducción se torcía. Lo único que se olvidaron de contarme fue que Soraya, antes llamada Antonio, es un transexual a mitad de obra que le saca un palmo de altura a Mancy, el más alto de nosotros, y de una voluptuosidad exagerada, intimidante.

De esto me enteré cuando llegamos a las afueras del polígono industrial donde tiene su franquicia y la encontramos. Tampoco me quedó muy claro lo del aprecio que les tiene pues, en cuanto llegamos, comenzó a protestar diciendo que cada vez que la visitaban mis camaradas acababa con codo de tenista por cuatro perras. Pero cuando posó sus ojos en mí el reproche cesó, su mirada era la de un lobo que viera a un corderito solo, indefenso en medio de la campiña. Mancy le contó el porqué de nuestra visita, y Soraya abrió sus ojos más, mucho más, como otro lobo, el del cuento de Caperucita. Sin dejar que Mancy siguiera hablando, dijo que se sentía honrada de participar en nuestro ritual y que por eso el servicio corría por cuenta de la casa, me tomó de la mano y me arrastró hacia una arboleda cercana.

Ya en la arboleda la situación se puso tensa, lo que mis camaradas llaman achuchón y magreo con Soraya es una versión lujuriosa de la lucha libre que no me estimulaba mucho. Ella notó algo y, cuando me preguntó, y por no mentar mis parafilias y excentricidades, sólo se me ocurrieron vagas excusas que no colaron cuando le pedí que lo dejáramos para otro día. Soraya puso su profesionalidad incluso por delante de sus enormes pechos y me dijo que no me iba a escapar vivo de allí, que era una cuestión de amor propio, y siguió a lo suyo. Yo trataba de pensar en escenas estimulantes: algo de fuego, una fusta y unas correas molonas, un banquete coprófago, incluso se me pasó por la cabeza proponer algo de sado-masoquismo, pero viendo las dimensiones y el ímpetu de Soraya no me atreví.

Al final, gracias a un esfuerzo titánico por ambas partes, conseguí pasar la prueba, y con nota, pues cuando volvimos con mis compañeros tras tan largo rato éstos me felicitaron por la marca conseguida, récord absoluto de la banda. Soraya se declaró orgullosa de haber participado en el evento y admitió que también había sido una prueba dura para ella. Después me estampó un sonoro y lubrico beso en los labios y nos despidió para seguir con sus negocios.

Así que aquí estamos, querido DCC, ya soy un auténtico rebelde, un Jubileta del Infierno más. Pero eso no significa que el Gerontoasesino haya desaparecido, sigue ahí, oculto, esperando su oportunidad para atacar… Y ustedes no se preocupen, estremecidos lectores, no pienso ir a visitarlos, el mundo es más interesante con ustedes dentro.




  

1 comentarios:

Morti dijo...

Me he tenido que secar la lágrimas con esto: mi nombre no quedaba bien por ninguno de los dos lados en caso de acortarlo.
Por cierto me encanta volver a ver a Soraya la pistolera

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