Tócala otra vez, Sam, que diría aquel. Pero en esta ocasión no voy a pedir que pongan la tonada del maestro Antón García Abril. Pongan esa otra, As time goes by, el fragmento que suena en Casablanca… al menos por ahora…
Queridas hermanas-cabritilla, ya llegó
la quinta entrega de este documental narrado en el que hemos tratado de poner
luz y taquígrafos sobre esos laberintos en los que algunas veces nos metemos y
en los que terminamos perdiendo las ganas de todo. Lo que empezó como la suma
de un par de chistes con los que rellenar una columna se ha convertido en una
larga fila de palabras que nos traen hasta el momento presente después de haber
hecho parada y fonda en tantas anécdotas, gracietas sin gracia y vacuos
soliloquios. Aquí están las últimas peripecias de nuestro aficionado-cabritilla
al que, fíjate tú qué cosas, el que suscribe ha terminado por tomarle cariño,
sobre todo por la multitud de palos que se ha llevado en su particular valle de
lágrimas literario. Ha llegado la hora de despedirnos de él y decirle que
siempre nos quedará Internet…
¿Lo ven? Ahí está como siempre.
Pobrecillo, le pasa de todo, es el pupas del rebaño. De últimas vuelve a
padecer una de sus dolencias, una especialmente extraña, y ya no sabe qué
hacer. A ver, con extraña lo que
quiero decir es que no sé si voy a saber explicarme bien, o que por muy bien
que yo me explique nunca va a poder quedar del todo claro algo tan
subjetivo/¿surrealista? Voy a hablar de lo que yo llamo inadaptación al statu quo (a la salud de otro compadre), y con esto
me quiero referir al problema que para muchas personas supone todo eso que, al
igual que en cualquier otra actividad humana, rodea, empapa e incluso muchas
veces influencia de manera clara el ejercicio de la afición… sin ser
literatura. ¿Vamos viendo por dónde van los tiros? Sí, hombre, sí, piensa como
sueles pensar de ese antiguo novio de tu parienta del que aún no se ha olvidado.
Son ese tipo de cosas de las que sólo se habla cuando no va a quedar constancia…
que si fíjate tú qué coincidencia de nombres… que si yo me leí el ganador y
vaya tela… que si este año le toca a la otra y verás como sale… que si más que
para ponerla a la venta es para darle con ella en la boca… que si éste tiene
padrino, el otro cuñada y la otra familia numerosa… Como dije antes, esto
supone un problema para ciertas personas, de hecho lo supone para todo el mundo
porque a nadie le gusta enterarse de que las reglas del juego al que juega no
son iguales para todos, y el fenómeno se da a todos los niveles, en todos los
círculos, también en el mío, que en parte es el tuyo si estás leyendo esto,
aunque luego pueda variar de intensidad de unos a otros. Es algo que todo el
mundo tendría comprender porque es connatural a la relación social humana. Y
digo comprender sin tener por qué decir tolerar o aceptar, que ése es el
problema. El aficionado-cabritilla del que estamos hablando o no lo consigue
comprender, o cree que comprender es lo mismo que tolerar o aceptar, y ahí se
equivoca. No tiene sentido sentirse cómplice de algo que viene de mucho antes
de nuestra llegada y que seguirá cuando nosotros ya hayamos pasado, ni se
debería caer en la ingenuidad de creer que en otros lares es oro todo lo que
reluce. No lo es, nada es puro ni perfecto, así que mejor aplicarse en lo que
se pueda disfrutar tratando de no mancharse uno de lo que no se quiera manchar,
porque la alternativa de ser niño-burbuja o ermitaño literario no es práctica
ni tiene sentido en los tiempos que corren, ¿no crees? Parafraseando
a D. Mustaine en su Peace sells… If ther´s a new way i´ll be the first in
line, but it´s better work this time… por si acaso…
Mírala, mírala, ¡como loca va! ¿Qué le
pasa? Ay que me parece que sé lo que tiene: fíjate en esos ojillos, esa mirada
vidriosa, los moquitos que tiene y los espasmos que le dan. Otra que se ha
contagiado, ¿cuántas van ya? Y lo peor es que no se sabe si se transmite por el
aire, por contacto directo en foros, en presentaciones o convenciones, o váyase
usted a saber. Se la conoce como la
fiebre del papel, y me temo que no existe vacuna o tratamiento efectivo al
cien por cien. Es común un primer acceso leve a inicios de la afición, ese
gusanillo de verse en alguna revista o antología impresa para poder sentirse
uno más cerca de los que tiene en la biblioteca. Una pequeña veleidad sin
contraindicaciones que tal como viene se va, dejando un regusto dulce y un
recuerdo en la estantería. Salvado este primer contacto se supone que ya no
debería haber problema, las cosas seguirán su curso y unas veces nos veremos
aquí, otras allí, y si se tercia y somos diligentes incluso veremos nuestra
novela u antología propias, sin olvidar por supuesto el sano ejercicio de
participar en e-zines, webs, blogs y otros tantos medios de publicación, porque
estos seguirán ahí, y seguirán siendo una estupenda forma de que nos lean. Pero
de últimas parece que para muchos esto no es suficiente, que lo único que
importa es el papel, venga este como venga, se imprima en este lo que se
imprima, y si alguno por lo que sea no consigue verse encuadernado se frustra,
se desencanta o se rebela contra el sistema que parece negarle un derecho
constitucional. Otros manifiestan los síntomas actuando como si el ser impreso
añadiera cualidades literarias a lo escrito y estableciendo arbitrarias
gradaciones en su mente. Y también los hay que incluso se olvidan del viejo
gusto por ser leído y no ven más allá del ansia por la pasta de celulosa,
rechazando involucrarse en nada que no se presente en este formato. Creo que es
un error, que la publicación tradicional bien vale como medio pero puede ser
realmente negativa si se convierte en finalidad, sobre todo si la epidemia se
convierte en pandemia, porque se banaliza el logro, porque se vulgarizan los
catálogos, y porque se pierde el imprescindible tránsito pedagógico que a base
de tropiezos garantiza poder andar con paso firme una vez subamos al estrado y
no hacer el ridículo.
No sé, tal vez sea hacer un brindis al
sol el hablar de esto, porque como ya dije arriba no existe vacuna ni
tratamiento posible para la enfermedad, y la epidemia avanza. Hace no mucho un
amigo me sugirió que la forma de hacer una publicación electrónica atractiva
para el autor es pasarla al papel, y por mucho que no quiera estar de acuerdo
con él, por mucho que me duela, tengo que darle la razón… porque la tiene.
Hay un mal muy difícil de
diagnosticar, un mal que pasa desapercibido y vuelve invisibles a muchos
aficionados-cabritilla que de no padecerlo estarían por ahí, retozando con el
resto de camaradas, compartiendo textos y vivencias. Se trata del síndrome de la autocrítica castradora y,
ya sea una consecuencia derivada de un encuentro con el comentarista feroz, o por haber quedado mal clasificado en
alguna contienda de relatos y no conocer la
diferencia entre lo bueno y lo adecuado, o por no haber sido capaz de
colarse en alguna antología concreta, o por lo que sea, hace que muchos
aficionados-cabritilla se retraigan en sucesivas ocasiones que tengan de
compartir sus textos o probar suerte con ellos. En algunos casos la dolencia es
leve y apenas significa no participar en algún concurso, cuestión de no
considerarse preparado o con suficiente nivel incluso para hacer en intento. En
otros casos el mal se agudiza, la percepción del autor sobre su obra se distorsiona
hasta el punto de no ver nada positivo en ella, de considerarse un caso
perdido, totalmente falto de talento y sin posibilidad de mejorar en ningún
aspecto de ninguna manera. Es muy fácil que este tipo de aficionados-cabritilla
dejen de prodigarse como autores; no quiere decir que no escriban, que muy
probablemente lo sigan haciendo, aunque cada vez con menos asiduidad, sino que
dejan de mostrar lo que escriben, sus obras pasan directamente del escritorio a
la carpeta de desechos cuando no a la papelera de reciclaje. También los hay
que no necesitan influencia externa para adquirir esa hipersensibilidad
respecto a sus propios escritos, me refiero a esos individuos con los que te
encuentras y hablas de libros, ávidos lectores y con criterio a la hora de comentar
un relato, pero que en un primer contacto nos dicen que no escriben, que ellos
sólo leen, que no tienen imaginación, o tiempo o lo que sea para dedicarse a
ello. Más tarde, con un poco más de confianza y quizá alguna copa, nos revelan
que sí, que algo tienen por ahí, algún textito suelto que no va a ningún lado.
Al final, cuando se sueltan y por fin nos dicen la verdad, es cuando nos
enteramos de que sí tienen material por ahí, tanto como cualquier otro y que una
vez catado resulta que no como cualquier otro, sino mejor que muchos, con
calidad de sobra para sentirse orgulloso mostrándolos y posibilidades más que
ciertas de entrar en esa antología que, fíjate tú por dónde, resulta que le
hacía ilusión…
Qué decir a todo esto… Pues que se
trata de una injusticia, una injusticia que estos aficionados-cabritilla
comenten con ellos mismos al no darse siquiera la oportunidad de probar. Es
imposible gustarle a todo el mundo, así que no gustarle a algunos no significa
nada; es imposible estar seguro de que lo enviado a algún certamen es lo
correcto, por la multitud de factores incontrolables que pueden influir; no
tiene sentido no escribir la novela que quieres escribir porque no estás seguro
de que te vaya a salir bien: si no te sale bien ya podrás escribir otra.
Enseñar tus textos, participar con los de los demás en las actividades que se
tercien, querido amigo, jamás implica algo negativo: pueden gustar, y de ahí
sacarás ánimos, un poco de satisfacción personal y la seguridad de que al menos
no lo haces del todo mal, quizá incluso reconocimiento deseado en forma de
premios o la posibilidad de verte publicado. También pueden no gustar, pero
incluso de ahí, si sabes aprovechar la lección de la crítica, explícita o no, y
usarla para mejorar, sacas algo positivo. Así que, ¿a qué estás esperando? El
ego es un problema tanto por exceso… como por defecto; tú decides qué haces con
el tuyo.
En fin, queridos hermanos-cabritilla, hasta
aquí la quinta y última entrega de El Hombre y la Letra. Supongo que a más de uno
se le vienen a la cabeza temas que se han pasado por alto, o matices ausentes
en los tratados que nos dejan con un cuadro incompleto o confuso. Si es así,
animo al que sea para que no se lo guarde para sí, para que los comente, aquí o
donde sea, para que corra la voz, para que nuestros depredadores lo tengan cada
vez más difícil a la hora de darnos caza y hacernos caer en el pozo del
desencanto. Por mi parte quedo satisfecho con mi modesta aportación, así que
aquí me planto hasta la próxima columna. Buena suerte, camaradas.
Segundo accésit del IV Premio Internacional de las Editoriales Electrónicas (categoría ensayo) 2011
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