Presentación-Una
idea peligrosa
Cuando desde
la dirección de Generación Zero se nos hizo saber que el siguiente número, el
que ahora mismo estás leyendo, versaría sobre Ciencia Ficción, fue casi
instantáneo pensar en Lem. ¿Por qué Lem? La lista de nombres que han escrito
Ciencia Ficción es casi inabarcable y, por suerte para los afectos al género,
aquellos cuyas obras son reseñables también se cuentan por decenas: Isaac
Asimov, Philip K. Dick, Arthur C. Clarke, Frederik Pohl, Orson Scott Card, Ray
Bradbury, Dan Simmons, H. G. Wells, el propio Howard Phillips Lovecraft en
algunas ocasiones... y esto sin ser exhaustivos con la recopilación de
talentos, que podría extenderse durante muchos más nombres y aun así siempre
habría alguien que nos acusaría de haber olvidado a su favorito. ¿Qué tiene,
pues, de especial Stanislaw Lem? La respuesta es compleja en muchos aspectos
pero sencilla en otros, pues si algo tiene Lem que no tiene nadie más es
Solaris. Se pueden alegar artefactos, teorías y personajes fabulosos;
psicohistorias, replicantes, dos mil unos, pórticos, Ender y los cerdis (sí,
sí, los cerdis, esos seres fantásticos y simpáticos incluso en los momentos más
dramáticos, ¿quién no querría un cerdi por mascota o amigo?)... pero quizá, y
sólo quizá, Solaris vaya más allá de todos ellos al condensar en menos de
trescientas páginas algunos de los temas más importantes de la Ciencia Ficción y, además,
ofrecer una lectura demoledora de uno de los pilares de las sociedades
desarrolladas contemporáneas desde finales del siglo XIX, la ciencia.
Sin
embargo, hablar de Solaris para plantear esto resultaría prácticamente baladí
desde el momento en el que basta con teclear autor y obra en tu buscador de
Internet favorito para encontrar cientos de entradas que lo dicen. ¿Qué
podríamos añadir que no hubiera sido dicho una y otra vez hasta casi llegar a conseguir
que el sentido final de la obra se diluya en la interpretación repetitiva, casi
canónica, de la misma? La respuesta está en sus adaptaciones cinematográficas,
tanto la rusa, firmada por Tarkovski en 1972, como la norteamericana de
Soderbergh, treinta años más tarde. Y, sobre todo, la visión de cómo la propia
historia de Solaris y la solarística, así como las ideas “peligrosas” que se
escondían tras ellas se van viendo matizadas, llegando incluso a desaparecer
conforme avanzan los años y los ojos que se vuelven hacia el cielo en busca de
respuestas cada vez se plantean menos preguntas. Así pues, pasen y lean la
triste historia de la decadencia de la solarística, de la capacidad de muchos
para poner en duda las verdades que nos venden como absolutas, y del apoteosis
de la ciencia.
Una
primera aproximación a Solaris-La pregunta sin respuesta
La novela de
Lem (1961)
Ficha
técnica:
Editorial / Colección: Planeta de Agostini / Biblioteca de Ciencia Ficción
Género: Ciencia Ficción
Edición: Cartoné
Editorial / Colección: Planeta de Agostini / Biblioteca de Ciencia Ficción
Género: Ciencia Ficción
Edición: Cartoné
Páginas: 237
Año de la edición: 2006
Traductor: Matilde Horne, F. A.
Diseño de portada: Esteoeste
ISBN: 84-674-2624-1
Idioma: Español
Año de la edición: 2006
Traductor: Matilde Horne, F. A.
Diseño de portada: Esteoeste
ISBN: 84-674-2624-1
Idioma: Español
Sinopsis:
El astronauta
Kelvin se enfrenta a una nueva modalidad de agresión, una especie de enorme
inteligencia oceánica que ocupa el planeta Solaris... Éste es el punto de
partida de una alegoría de la condición humana, condenada a no obtener jamás
respuestas definitivas a su ansia de conocimiento. En la novela conviven la Ciencia Ficción, el misterio y
el amor en un ambiente denso e inquietante, repleto de imágenes evocadoras y
pinceladas de ironía que la han consolidado como un clásico de la Ciencia Ficción.
Autor:
Stalislaw Lem
(Polonia 1921-2006), científico, filósofo, ensayista y escritor de Ciencia
Ficción, considerado uno de los mayores exponentes del género y de los pocos
que siendo de habla no inglesa han alcanzado fama mundial con este tipo de
historias (llegó a ser nombrado miembro honorario de la SFWA, la asociación de
escritores norteamericanos de Ciencia Ficción y Fantasía, en 1973, aunque fue
expulsado en 1976 por declarar de baja calidad la literatura norteamericana de
Ciencia Ficción).
Sus
novelas y relatos, normalmente cargados de sátira y contenido filosófico,
suelen abordar el tema del contacto entre la humanidad y otras civilizaciones o
formas de vida, la relación entre civilización y progreso científico, y la
cibernética en general, de la cual se consideró siempre un apasionado.
Crítico
con la ideología socialista imperante en su entorno, y en general pesimista en
todo lo concerniente a la condición humana, su orientación hacia la Ciencia Ficción fue más una
forma de eludir la censura y la persecución a la que sus ideas le avocaban, lo
que queda de manifiesto con al abandono del género tras el colapso de la Unión Soviética, pasándose por
entero al ensayo.
Su
vida, marcada en su juventud por la tragedia de la invasión nazi y la Segunda Guerra Mundial, en la
que participó como miembro de la resistencia polaca, y después por la ocupación
soviética y la asimilación del país dentro de su esfera de influencia, fue una
constante lucha por mantenerse al margen de la ideología socialista y todas las
imposiciones y encorsetamientos a los que ésta sometía a sus pensadores y
artistas (abandonó la carrera de medicina por diferencias ideológicas, y varios
de sus primeros trabajos fueron censurados, lo que le obligó a camuflar sus ideas
dentro del género fantástico), algo que conseguiría gracias a la profundidad de
sus convicciones e ideas, su talento literario, capaz de exponerlas de forma
que pudieran eludir la censura, y su creciente fama dentro y fuera de los
límites del Komintern, lo que le permitió ser más audaz en sus planteamientos y
exposición de ideas al sentirse algo más protegido frente a la ortodoxia
comunista, siempre en disposición de silenciarlo.
Finalmente,
liberado ya del yugo soviético y la sombra de la censura y la represión
política, se entrega por entero al desarrollo y exposición de sus ideas en
formato de ensayo científico y filosófico. También se dedica a la redacción de
informes con análisis prospectivos para gobiernos de distintos países y a la
ciencia en general, aunque sin abandonar nunca del todo su faceta literaria,
siendo profesor de literatura polaca en la Universidad de
Cracovia desde 1973 hasta su muerte en 2006.
Análisis:
A principios
de la década de los sesenta, el mundo de la literatura de Ciencia Ficción vio
cómo se alzaba uno de sus hitos, Solaris: Stanislaw Lem, un novelista
encuadrado dentro de la esfera soviética de influencia y poseedor de una
suficiente formación científica, publicaba la novela en 1961, quizá el título
más conocido de su valiosa obra. Hablamos de Ciencia Ficción de esa que se ha
dado a llamar “de ideas”, pero aplicando este apelativo sólo para indicar su
profundidad y búsqueda de significación y aporte más allá del mero
entretenimiento intelectual, y no para esconder posibles taras a nivel
estrictamente literario.
Solaris es profunda, multifacética, una
lectura análoga al encapsulado de una cebolla cuyas capas hay que ir apartando
si se quiere llegar a su corazón. La premisa inicial de la obra es sencilla en
su formulación: ¿qué pasa cuando el ser humano se enfrenta a un problema sin
respuesta (y no caigamos en el error de sus personajes: no hay respuesta…
humana)? La lectura de la obra nos desvela que esta pregunta sencilla demanda
una respuesta compleja, difícil de asir para el que quiera viajar por sus
páginas con la pisada débil del lector distraído que no acostumbra a buscar
significados, sino sólo evasión.
Es momento también de decir que en el
presente trabajo no se pretende reseñar la obra del maestro polaco, tarea de la
que ya se ocuparon muchos otros. No, para nuestro objetivo, el de comparar las
huellas que del pensamiento original de Lem quedaron en las dos secuelas
cinematográficas, nacidas de Solaris a lo largo de los cuarenta años
posteriores a su publicación, no es necesario.
Por
lo tanto, considerándonos excusados de valorar aspectos literarios, volvemos
atrás, a la pregunta que entendemos es el alma de la obra: ¿qué pasa cuando al
ser humano se le plantea un problema sin respuesta? La contestación a esta
pregunta la tenemos que abordar desde las tres perspectivas que nos da el
propio autor:
1.
Respuesta
de la sociedad
2.
Respuesta
de la comunidad científica, de la ciencia en general
3.
Respuesta
ontológica del ser humano
Respuesta de la sociedad
Para Lem, la respuesta
de la sociedad es pasiva, totalmente entregada a los deseos y ambiciones de los
científicos, esa especie de élite social en la que cree con fe ciega, aceptando
sin ningún tipo de reticencias aparentes sus demandas, haciendo suyas sus
ilusiones, sus anhelos.
Como se menciona en uno de los libros
ficticios que se nombran, la
Introducción a la Solarística, de Muntius:
La solarística es la religión de la era cósmica;
una fe disfrazada de ciencia. El Contacto, la meta de la solarística, no es
menos vago y oscuro que la comunión de los santos o la vuelta del Mesías. La
exploración es una liturgia que se sirve de un lenguaje metodológico; los
sabios trabajan esperando una consumación, una Anunciación.
En
esta religión los científicos son los iniciados, y la humanidad una inmensa
comunidad de fieles que pagan religiosamente sus diezmos para alimentar la
máquina solarística en busca de una epifanía cósmica.
El
avance de la propia solarística, el trabajo de estos teólogos de nuevo cuño,
forma el corpus doctrinal que moldea las opiniones del público (en la novela se
llegan a citar unos estudios de psicólogos que vinculan los cambios en la
opinión pública a las fluctuaciones de las hipótesis científicas). Al principio
se presenta el fenómeno como la existencia de una especie de yogui cósmico del
que extraer verdades, quizá el mismo sentido de la existencia. Más tarde,
conforme la frustración se instala en la comunidad científica debido a la falta
de resultados válidos en sus experimentos, a la vacuidad formal del inmenso
archivo en el que se registra la fenomenología solariana, la visión pragmática
toma el testigo para mantener el interés de los fieles si no hacia el objetivo
final de Contacto, sí a la obtención de otros “beneficios intermedios” en forma
de hallazgos prácticos. Por último, parece que la crisis de fe de los propios
iniciados, el derrotismos de una comunidad científica que poco a poco va
conformándose con mantener la solarística aunque sea como mero campo de
estudios sin objeto, negándose a admitir la derrota, termina calando en la
sociedad, provocando su indiferencia, el olvido de Solaris, y reaccionando
contrariamente a las iniciativas de los que desde ciertas instituciones
científicas abogan por aumentar la inversión en recursos para volver a poner la
solarística en el foco de atención.
Las
únicas iniciativas que parten de la propia sociedad terminan siendo la de una
fundación-empresa que hace suya la visión pragmática del fenómeno tratando de
sacar beneficio de Solaris, y la aparición de una herejía (manteniendo el símil
religioso), un grupo de individuos no iniciados que trata de buscar su propio
sentido de Solaris al margen de la corriente oficial, ya definitivamente en
punto muerto. Cuando la herejía desaparece por sí sola, Solaris es ya historia
para el público.
Respuesta de la comunidad científica
En este caso
se trata de la escenificación de una gran derrota, tras la cual se esconde una
crítica a la propia ciencia, al método científico, y a la lucha de egos que
impone su ley sobre la honesta búsqueda de verdades y resultados que se le
presupone a los que forman la vanguardia del progreso humano.
El descubrimiento de Solaris se produce
algo más de ciento treinta años antes del comienzo de la trama de la novela,
pero no es hasta pasados cuarenta años del descubrimiento inicial cuando mandan
una expedición (debido a que las primeras observaciones estiman la posibilidad
de una órbita estable, algo teóricamente imposible para un astro que orbita
alrededor de un sistema binario de soles). Esta expedición no ve en Solaris
nada más que otro planeta muerto, y su único aporte es la puesta en
funcionamiento de varios satélites que confirman el mantenimiento estable de la
órbita. Estos resultados provocan un escándalo por su oposición a la ortodoxia
científica, y en esta ocasión no sólo se desestiman y se silencian los
resultados, sino que incluso se mata al mensajero dando por sentado el fallo en
los equipos que verifican esos datos.
Los siguientes diez años quedan in
albis, mencionando el autor apenas una voz que intuye lo que puede haber en Solaris
pero que, por supuesto, es también silenciada, una vez más por no casar con la
ortodoxia y los egos que en ella se manejan. Al término de este decenio se
manda una segunda flotilla que deja tras de sí un satélite de mayores
prestaciones que, una vez más, verifica los datos que daban la órbita como
estable. Es a partir de aquí, tras la tercera confirmación de datos, cuando por
fin se acepta la realidad de la órbita de Solaris.
El inicio oficial de la solarística se
establece un año y medio después, con la llegada al planeta de la tercera
expedición, la de Shannahan, que ya significa una gran inversión. Durante los
dieciocho meses que duran los trabajos, las observaciones indican que el océano
es una formación orgánica, que modifica su órbita no se sabe cómo, pero que no
está vivo, no se atreven a decirlo. Como no se atreven, los científicos
implicados se ven obligados a buscar epítetos intermedios tales como “formación
prebiológica” (forma de vida primitiva), “máquina plasmática” (quizá privada de
vida, parabiológica, pero capaz de emprender actividades útiles), y ya en la Tierra, desde el sector
conservador, “formación geológica particular” (una vez más negándose no sólo a
admitir la posibilidad de vida sino
también esos términos medios prebiológicos o parabiológicos). Sólo algunas
voces, de forma más intuitiva que demostrada, hablan de “océano homeostático”,
admitiendo la posibilidad de vida.
Otro de los resultados hallados a raíz
de la expedición de Shannahan es la forma que usa el océano para estabilizar la
órbita de Solaris, imponiéndola directamente. Frente a la solución que ofrece
la ciencia humana para el problema, la que usa el ser al que los humanos se
niegan a considerar como vivo e inteligente resulta estar varios pasos más allá
de nuestro conocimiento.
Hasta aquí poco más de sesenta años de
historia de Solaris, sólo veinte de investigación, apenas diez de solarística
(frente a los setenta que aún quedan por delante hasta llegar al punto en el
que comienza la historia de la novela), y en ellos un perfecto resumen de todo
lo que vendrá después. La solarística se convierte en la frontera de la
ciencia, el territorio al que se trasladan todos aquellos científicos
aventureros que, como si de la fiebre del oro se tratase, buscan su gloria
particular en tierra de promisión.
El avance de la materia, si es que se
le puede llamar tal, es siempre de la misma manera: el océano está dotado de
una fenomenología que abruma a los investigadores, que exige un ingente gasto
en tiempo y recursos sólo para ser archivada, y de la que apenas se consigue
sacar algún resultado concreto. La comunidad científica pretende explicar el
fenómeno solarista, llegar al contacto si es que eso es posible, siempre dentro
de los límites del conocimiento humano, rechazando toda explicación o atisbo de
la misma que vaya más allá. Cuando ya se han chocado repetidas veces con la
misma pared terminan admitiendo lo que antes rechazaban, y entonces, en lugar
de hallar respuestas, lo que encuentran son preguntas más complicadas que las anteriores.
Durante todo el proceso se van elevando
egos sólo por ser los más audaces a la hora de aventurarse a dar explicaciones
sin confirmación, llegando a bravatas de tal magnitud como la de dar nombre
científico, con familia y especie, a un ser único. El tiempo que permanecen en
el centro de atención es efímero, desde que consiguen aceptación a sus
hipótesis hasta que el siguiente ego aventurero formula una nueva que socava la
fragilidad de las anteriores, condenando al desprestigio y al olvido a los que
se erigieron sobre ellas.
En resumen, el papel de la ciencia y de
los científicos en la novela de Stanislaw Lem no es el de una comunidad
abnegada y altruista que busca la verdad por sí misma y el beneficio de la
especie humana, sino más bien el de un grupo formado por algunos científicos
(en el correcto sentido de la palabra) y una legión de oportunistas en busca de
prestigio o simple sustento que, más que tratar de hallar la verdad de la
realidad con la que se encuentran, intentan imponer sus propias verdades y que,
una vez se dan cuenta de la inutilidad de su postura como censores de la verdad
en lugar de buscadores de la misma, prefieren considerar el problema como
irresoluble en lugar de admitir su fallo.
Al
final vuelve a quedar el camino expedito para los verdaderos científicos, pero
ya en una rama de la ciencia que ha malgastado la mayoría de los recursos a su
alcance, y que difícilmente volverá a conseguirlos al quedar en entredicho por
la mala praxis de muchos precursores.
Respuesta del ser humano
Más allá de la
sociedad, más allá de la ciencia, su método, sus rivalidades y egos, la
historia que se narra en Solaris apunta al propio ser humano, como especie y
como individuo, como ser consciente ávido de conocimiento y trascendencia pero
que se ve lastrado en la búsqueda de ambos por esa miopía que le lleva a
considerarse centro del universo, medida de todo lo demás, el elegido, algo que
en la misma novela se nombra varias veces como “la misión del hombre”.
El enfrentamiento del hombre con Solaris,
además de una batalla perdida en el plano científico, es también una derrota en
el plano espiritual, ontológico. El océano desde un principio se revela como
“más que el hombre”: en sus creaciones, longus, mimoides y demás fenomenología,
que son muy superiores por ejemplo a la estación, de la que se afirma que es
uno de los grandes logros de la humanidad; también en su conocimiento y manejo
de las leyes del universo, escenificado por ejemplo en ese ejercicio de
mantener la órbita del planeta de una forma que los científicos ni siguiera
llegan a comprender; y en su misma relación con los seres humanos, porque
cuando éstos experimentan con el océano éste casi ni se inmuta, o reacciona en
un primer momento para luego perder interés, mientras que cuando es Solaris
quien experimenta con el hombre, obliga a este último a replantearse su esencia
como ser vivo, su pequeñez.
La denominada “misión del hombre”, esa
especie de trascendencia final, de contacto quizá con la divinidad, es la clave
de la gran derrota existencial del hombre en su enfrentamiento con Solaris.
Cuando los tres últimos habitantes de la estación tocan este punto es cuado más
vértigo les produce. Los hombres han terminado por dominar su entorno, se creen
dioses menores con el destino de llegar a ser algo más, y entonces se
encuentran, en la ínfima porción que conocen de la infinitud del universo, con
otro ser (y podría haber más) que demuestra con hechos que está muy por delante
de ellos en esa carera hacia la trascendencia. El Dios de los hombres creó el
universo, la vida, quizá uno de los últimos pasos en ese camino a la divinidad;
el océano, en su entorno, es capaz de crear una réplica mejorada de ese
producto superior de la creación que el hombre cree ser. Los designios de
Solaris son inextricables para el hombre, como los designios de su propio Dios,
y su indiferencia hacia la humanidad también es la misma. Por eso el ser humano
se asusta, porque las analogías son demasiado evidentes.
El antropocentrismo cae en la novela,
es explícitamente ridiculizado tanto por los sucesos que se cuentan, como por
los propios protagonistas en sus desesperadas reflexiones, como por algunos de
los autores ficticios que se citan, que en último término, aunque también
alejados de esa verdad más allá del alcance humano, sí que parecen atisbar algo
de luz al final del camino. Más aún, el antropocentrismo no sólo se muestra
como ridículo, sino también como nocivo, porque queda de manifiesto que incluso
lastra el camino hacia la verdad. Se señala que es posible, casi seguro, que el
hombre no llegará a ella por incapacidad material, pero es que incluso en sus
primeros pasos en la senda del descubrimiento, ese ansia suya por, más que
mirar hacia la luz de la razón, mirarse en un espejo que le devuelva esa imagen
de grandeza que tiene de sí mismo, genera frustración, desencanto, y que cada
paso que da hacia delante esté condenado a ser desandado poco después.
Finalmente, la ridiculez del
antropocentrismo llega al esperpento, porque el hombre, o más bien la imagen
que Solaris le devuelve de él mismo, no es ya que no sea centro del universo,
modelo del entorno, medida de todas las cosas, sino poco más que uno mota de
polvo, insignificante casualidad con ínfulas de grandeza, un gusano solitario
dentro de una manzana que, a falta de otros con los que compararse, se cree
centro del universo. Solaris rompe la manzana, saca al gusano de su
autocomplaciente aislamiento, y cuando éste ve la inmensidad más allá del
encierro que lo hacía especial, lo único que le queda es cerrar los ojos,
porque ni siquiera tiene valor para enfrentarse con su propia miseria.
Segundo
viaje a Solaris-El misticismo de Tarkovski
La
película de Tarkovski (1972)
Dirección: Andréi
Tarkovski
Producción: Viacheslav
Tarasov
Guión: Fridrikh
Gorenshtein, Andréi Tarkovski (basada en la novela de Stanislaw Lem)
Música: Eduard
Artemyev
Fotografía: Vadim
Yusov
Reparto:
Natalya
Bondarchuk-Hari
Donatas Banionis-Kelvin
Jüri Järvet-Snaut
Anatoli Solonitsyn-Sartorius
Vladislav Dvorzhetsky-Berton
Avigdor Leinov-Gibarian
Donatas Banionis-Kelvin
Jüri Järvet-Snaut
Anatoli Solonitsyn-Sartorius
Vladislav Dvorzhetsky-Berton
Avigdor Leinov-Gibarian
País: Unión
Soviética
Duración: 165 minutos
Sinopsis:
El solarista
Kris Kelvin es enviado a la estación espacial que orbita Solaris, un planeta
cubierto casi en su totalidad por un océano cuyas características y naturaleza
llevan décadas siendo estudiadas por la comunidad científica. Su misión es
determinar la viabilidad del proyecto y decidir sobre su continuidad o el cese
de las actividades. Una vez allí se encuentra con que la situación en el lugar
dista mucho de lo que esperaba encontrarse. Conforme pasa el tiempo y se ve
involucrado en la realidad de Solaris, todo su universo se tambalea.
Autor:
Andréi Tarkovski
(Rusia 1932-Francia 1986), director de cine, actor y escritor. Considerado uno
de los más grandes autores del cine soviético y de la historia del cine en
general, aclamado ya desde su primer largometraje La infancia de Iván (1962), León de Oro en el Festival de Cine de
Venecia (según Ingmar Bergman, uno de los autores favoritos del propio
Tarkovski: “Un verdadero milagro”).
Considerado un “poeta de la imagen”,
las películas de Tarkovski, de marcado carácter intimista, suponen una perpetua
búsqueda de formas narrativas propias, de los límites del lenguaje
cinematográfico, e incluso un posicionamiento militante en lo relativo a las
responsabilidades del artista respecto a la sociedad (en este caso la
soviética, con todo lo que ello suponía).
Sus historias se enfocan en el hombre y
su espiritualidad, y en su posición dentro de la sociedad moderna y frente a
los avances de la tecnología, de la cual consideraba que comenzaba a dominar al
propio ser humano en lugar de servirle.
Fue también autor intelectual de la
teoría cinematográfica a la que denominó “Esculpir en el tiempo”, que, a partir
de la premisa de que el cine tiene la capacidad de fijar el tiempo, considera
que el autor debe esculpir ese bloque de tiempo hasta sacar a la luz la imagen
cinematográfica.
Como artista “puro”, la vida de Tarkovski
estuvo marcada por las vicisitudes a las que le abocó su búsqueda de
independencia formal y de una voz propia frente a las limitaciones, tanto
creativas como presupuestarias, impuestas por las autoridades soviéticas.
Hijo
del reconocido poeta Arseni Tarkovski, estudió música, pintura y escultura antes
de interesarse por el cine, reconocerlo como vocación, e inscribirse en el
afamado Instituto Estatal de Cinematografía de Todas las Rusias bajo las
enseñanzas de Mijaíl Romm.
Tras
graduarse y conseguir el éxito con su primer film, La infancia de Iván, Tarkovski fue inmediatamente puesto bajo la
estricta vigilancia de las autoridades rusas, las cuales no dejaron de acosarle
a partir de ahí, negándole proyectos y prohibiendo sus filmes (Andrei Rublev lo fue durante cinco años,
es incluso se saboteó su participación en el Festival de Cine de Cannes, para
después ser distribuida sólo parcialmente). Con El espejo (1975) a punto estuvo de terminar en la cárcel, y Stalker (1979), tuvo que ser rehecha con
una dramática reducción presupuestaria después de un accidente que destruyó la
primera versión.
Nostalgia (1983) fue su
última película rodada bajo vigilancia de la Unión Soviética, pues tras su
conclusión huyó a Suecia para, por fin, rodar en libertad. Por desgracia, sólo
pudo rodar una película en esta nueva etapa, Sacrificio (1986), la cual consiguió un reconocimiento sin
precedentes para el cine ruso (cuatro galardones en el Festival de Cine de
Cannes).
A
finales del mismo 1986 murió en Francia, a la edad de 54 años, víctima del
cáncer.
Análisis:
Con Andréi
Tarkovski, Solaris toma nuevas dimensiones. De una parte, quizá por falta de
presupuesto para emprender otro enfoque, quizá por voluntad propia, el director
se sumerge en los personajes y saca de sus actores tipos reales que, una vez
subidos al pedestal que es la pantalla, se salen de ésta como si quisieran
formar parte de nuestra cotidianeidad. Por otra parte, juega con una
profundidad ya apuntada por Lem, pero que apenas llega a ser desarrollada en la
novela y casi podría quedar como una anécdota más dentro de su discurso, una
ironía. Ante la imposibilidad del conocimiento científico los seres humanos
vuelven a creer en dioses, y Solaris sería un dios joven que está dando sus
primeros pasos. Tarkovski, que ya era seguido de cerca por el Partido Comunista
por sus veleidades místicas, desarrolla, en cierto sentido, esta idea del dios
menor. Lem, a decir de algunos, no estaba totalmente de acuerdo con esto.
Para
exponer su visión de Solaris, adaptándose a los medios que tenía a su alcance,
Tarkovski dota a la historia de un prólogo y un final inexistentes en la novela
y que cambian en gran medida el sentido de ésta. Comienza la película en un
entorno idílico, en el campo, con un Kris Kelvin que, tras estudiar la
solarística, se despide de su familia y el mundo antes de ir a una misión en la
estación que orbita sobre el planeta océano. En éstas recibe la visita de
Berton, que le expone el equivalente fílmico al Pequeño Apócrifo de la novela. Este es el vehículo que utiliza el
director para salvar la problemática que le hubiese supuesto llevar a la gran
pantalla la fenomenología de Solaris, así como para exponer algunas de las
cuestiones científicas que se plantean. Presenta una ciencia que quiere avanzar
pero niega los datos que no puede adaptar a un esquema que se sabe anquilosado
y aun así se niega a cambiar. El propio Kelvin rechazará a Berton. Tarkovski
habla de la responsabilidad científica, de ética a la hora de experimentar, y,
mientras tanto, el mundo observa curioso Solaris a través de la televisión.
Aquello que trae de cabeza a los científicos es objeto de documentales. Berton
avisa a Kelvin: a pesar del rechazo, no debe olvidar que Solaris, de algún
modo, nos conoce, sabe leer en nosotros como nosotros no sabemos leerle.
El
prólogo plantea hechos fundamentales, cuando Kelvin retorne a su hogar al final
de la película y, metáfora quizá del cristianismo (no olvidemos que Tarkovski
era un poeta visual), caiga de rodillas ante su padre, sabremos que Solaris ha
creado un paraíso, lo más fiel posible a la realidad, para el protagonista. Un
elíseo imperfecto en el que las aguas son estáticas y la lluvia cae dentro de
la casa, prueba quizá de la condición de dios menor del océano, definitiva
muestra de que la ciencia jamás conocerá a Solaris, como jamás supo explicar ni
comprehender a ninguna otra deidad. De este modo los añadidos delante y detrás
de la historia de Lem la matizan y dotan de un sentido nuevo que, si bien estaba
indicado en la obra original, no era, en ningún momento, el leitmotiv de la misma.
En
la estación espacial que orbita Solaris, se desarrollará la historia ya
conocida en la que los visitantes, creaciones del dios menor, aspirantes a
humanos, conviven con aquellos de cuyas mentes han sido extraídos. Kelvin
recibirá la visita de su mujer muerta, Hari, y, tras un primer encuentro
desafortunado en el que se deshará de ella de un modo bastante expeditivo,
reanudarán su historia de amor. Hari descubrirá que no es real sino una
proyección de Kelvin y luchará denodadamente para humanizarse, consiguiendo
llegar a ser más humana que los compañeros de la estación espacial, Snaut y
Sartorius. Ambos, atrapados por sus propios fantasmas y su sentido del deber
científico, buscan la explicación a los visitantes y el modo de hacerlos
desaparecer. En la habitación de Sartorius se intuyen horrores, un enano escapa
mientras habla con Kelvin, y más tarde le reprochará a éste que su ejemplar de
visitante es sin duda uno de los buenos, con el que puede establecer relaciones
emocionales positivas. Sartorius es un ser atormentado, y Solaris planta ante
él los horrores que capta en su psique. Representante de la ciencia a ultranza,
partidario de experimentos carentes de ética, Sartorius propondrá enviar un
encefalograma de Kelvin a Solaris, así desaparecerán los visitantes. Esto
termina siendo, a modo de plegaria, el camino que permite al nuevo dios crear
el paraíso. Y es un paraíso para Kelvin que, a través del amor, entra en comunión
con este dios al que nadie ha comprendido. El único modo de conseguir ese
contacto fallido, un contacto apenas comprendido, tan sólo una intuición, un
sentimiento. Snaut, por su parte, a medio camino entre ambos observa con un
sentido lírico cada vez más acentuado cómo se desarrollan los hechos.
Hari
se humaniza. Es un tema que se ha visto y se verá en el género cientos de
veces, miles de veces. Los límites de lo humano: Blade Runner en el cine, las ovejas eléctricas del libro, El hombre del bicentenario en ambos
formatos, Ghost in the shell en el
anime... Hari es uno más de esos personajes que buscan la humanidad que les es
negada de partida, quizá, como preconizan algunos, la más patética de todos. Un
ser no humano, una réplica imperfecta, condenada por los recuerdos de su
amante, de los cuales surge, a intentar suicidarse una y otra vez. Un ser no
humano enamorado, que no puede vivir sin su objeto de deseo cerca (atraviesa
puertas metálicas para estar con él). Una copia que se hará más humana que los propios
humanos a través del amor y, por ello mismo, dará su vida por el bienestar de
Kelvin. Y nos recuerda al mensaje bíblico, también presente en Lem: no hay amor
más grande que dar la vida por los demás.
Así,
Tarkovski, centra su visión en los personajes, en su historia y desarrollo, en
sus relaciones, y deja el problema de comprender Solaris aparcado hasta un
final incierto que tiñe definitivamente de misticismo su aproximación, quedando
la ciencia, su crítica y sus dificultades como meros acompañantes que hacen más
vivas y dinámicas las conversaciones, pero realmente no son el objeto
fundamental de su discurso. Su visión de Solaris comparte con la original de Lem una potencia y
profundidad que atrapan al que se aproxima a ella, que lleva a la reflexión e
invita al visionado reiterativo de la misma. Una película para ver varias veces
y encontrar nuevos recovecos por los que profundizar en cada una de estas
ocasiones. De este modo, poniendo los acentos en otras cuestiones, Tarkovski,
como Lem, nos obliga a pensar, a ir más allá de lo visto, a buscar nuestras
propias respuestas a esa pregunta sin resolver.
Tercer viaje a
Solaris-Solaris sin Solaris
La
película de Soderbergh (2002)
Dirección: Steven
Soderbergh
Producción: James Cameron,
Rae Sanchini, Jon Landau
Guión: Steven
Soderbergh (basada en la novela de Stanislaw Lem)
Música: Cliff
Martínez
Fotografía: Peter Andrews
(Steven Soderbergh)
Reparto:
George Clooney-Chris Kelvin
Natascha McElhone-Rheya Kelvin
Jeremy Davies-Snow
Viola Davis-Helen Gordon
Ulrich Tukur-Gibarian
Natascha McElhone-Rheya Kelvin
Jeremy Davies-Snow
Viola Davis-Helen Gordon
Ulrich Tukur-Gibarian
País: EEUU
Duración: 94 minutos
Sinopsis:
Cuando el
doctor Kelvin recibe una llamada pidiendo ayuda proveniente de una base
espacial situada junto al planeta Solaris, emprende un viaje hacia lo
desconocido de consecuencias imprevisibles para su futuro. Ya en la base se da
cuenta de que casi todos sus habitantes han muerto y los pocos que sobreviven
han enloquecido. Empieza a tener encuentros con un fantasma del pasado que
parece haber vuelto a la vida: su propia mujer, fallecida años atrás. Puede que
todo sea fruto de su imaginación, o puede que realmente se le esté brindando
una segunda oportunidad. En un duelo entre la realidad y la ficción, Kelvin se
enfrentará al más peligroso de todos los desafíos: el de su propia mente.
Autor:
Steven
Soderbergh (EEUU 1963), productor cinematográfico, guionista, director de
fotografía, editor y director de cine, considerando uno de los mayores
artífices de la revolución del cine independiente de los años 90 (el crítico de
cine Roger Ebert dijo de él que era el “chico póster de la generación Sundance”)
con su película, ganadora de la
Palma de Oro en Cannes, Sexo
metiras y cintas de vídeo (1989), y consolidado con la consecución del
Óscar al mejor director por Traffic
(2000).
Se trata de un autor cinematográfico
completo que, al estilo de Orson Welles (cuando éste tuvo libertad creativa),
trabaja en muchas de sus películas no sólo como director, sino también como
guionista, director de fotografía (con el seudónimo de Peter Andrews), editor (con el seudónimo de Mary Ann Bernard),
productor (junto a George Clooney) e incluso actor. También es conocido por
otras muchas iniciativas como contribuir al reestreno en DVD de El tercer hombre, experimentos como Full Frontal (2002), K Street (2003), una serie de diez
capítulos sobre políticos filmada al estilo de Full Frontal, Bubble
(2006), interpretada por actores amateurs y distribuida en modo day-and-date
(estrenada en cines y HDNet al mismo tiempo y pocos días después en DVD), lo
que le valió críticas por parte de los dueños de salas, y The Girlfriend Experience (2008), protagonizada por la actriz porno
Sasha Grey.
Actualmente es un autor ampliamente reconocido
tanto por el público, con Ocean`s Eleven
(2001) recaudó 183 millones de dólares, como por la crítica, siendo en único
director que ha sido nominado en un mismo año (2000) por dos películas tanto en
los Óscar, los Globos de Oro, y los premios Directors Guiad of America, con Erin Brockovich y Traffic.
Análisis:
Hay que
tenerlos bien puestos para meterse en un jardín como el de revisitar un clásico
del cine de Ciencia Ficción. Solaris (1972, Andréi Tarkovski) no sólo es
un paradigma de la ficción especulativa puramente metafísica y la coherencia
estética, sino que es uno de los mayores contraataques que el cine de este lado
del Atlántico ha ejecutado contra la mercadotecnia hollywoodiense (la
denominaron la 2001 soviética, refiriéndose a la ínclita película de
Stanley Kubrick).
Y es lo que
hizo Steven Soderbergh, un cineasta reconocido por tener olfato comercial (la
saga Ocean, Erin Brockovich) y también un espíritu crítico y
alternativo (Sexo, Mentiras y Cintas de Vídeo, Traffic), que con un
guión propio adaptó libremente ciertos elementos de la novela original homónima
de Stanislaw Lem (una obra capital en la literatura fantástica del siglo XX).
Si la Solaris
de Tarkovski luchaba involuntariamente contra el progresivo auge del montaje
del cine norteamericano, con tres horas de sencillez en la puesta en escena
pero una densidad de contenido impresionante, Soderbergh se decanta por algo
más convencional que pueda llegar a un público más amplio. Las referencias se
mantienen, sí, pero en este caso al servicio de una historia de amor que
envuelve a los dos protagonistas (o, si nos ponemos quisquillosos, a sólo uno
de ellos), quedando las reflexiones sobre el planeta Solaris eclipsadas por la
pasión romántica, el drama más puro. No es casualidad que James Cameron esté
entre los productores, cuando él mismo tomó la historia de Titanic para encumbrarla
con una historia de amor entre dos pasajeros del barco.
Los méritos
que podemos asignar a la versión de Tarkovski actúan precisamente como
detonantes para considerar a esta revisión de Soderbergh como una obra
estrictamente menor. El reparto es conocido y solvente, con el actor-prototipo
George Clooney como Kris Kelvin, Natasha McElhone (la encantadora Sylvia de El
Show de Truman) como Rheya, y Viola Davis, Ulrich Tukur y Jeremy Davies,
como los tripulantes de la nave.
Ni siquiera la
fascinante música a cargo de Cliff Martinez (el batería anterior a Chad Smith
en la banda Red Hot Chili Peppers) ni la inspirada fotografía de Peter
Andrews (el propio Soderbergh) camuflan las ingentes limitaciones de esta nueva
propuesta. Llaman la atención los cambios de nombres respecto al origen
Lem/Tarkovski (Snaut/Snow, Hari/Rheya), el diseño de la nave, mezcla de Aliens
y Abyss (películas del mencionado Cameron), pero lo que más clama al
cielo es ese famoso cuarto de hora con un idilio anodino (nalgas de Clooney en
primer plano incluidas). Buscando una profundización de personajes, que por
cierto Tarkovski lograba con mucha más fluidez, este Solaris tiene una falta de ritmo que merma y mucho su potencial.
Si es en el
amor en lo que hemos de centrarnos en esta película de 2002, hay que reconocer
que tiene elementos logrados, aunque en parte similares a la relación
Deckard/Rachel en Blade Runner. Pero si Tarkovski enriquecía la historia
con una metáfora del hijo pródigo y terminaba reflexionando (¿inconscientemente?)
sobre la felicidad, Soderbergh regala la cámara a Clooney para que durante más
de una hora, su Kris Kelvin dude entre si considerar humana a esa Rheya
idealizada que Solaris ha puesto a su servicio. Los doppelganger que Solaris
introduce en la nave (nunca sabemos si para estudiar a la raza humana o por
pura hostilidad ante el temor de una invasión inminente) permiten una subtrama
de terror como la del pobre Snow, interpretado con carácter por Jeremy Davies.
¿Es posible
enamorarse de una proyección del subconsciente, del recuerdo de una ex-mujer
inestable y profundamente infeliz que, ahora sin embargo en la nave es sólo un
reflejo mejorado de ella? Lamentablemente, esta cuestión se desarrolla de
manera demasiado reiterativa, y se ahonda mucho en mostrar un futuro próximo
donde siempre llueve, meramente interracial y con lagunas argumentales de peso.
Se dice que unas fuerzas de seguridad han intentado, por la fuerza, resolver la
misión de forma drástica, pero Kelvin llega al lugar y la única adversidad que
encuentra es una tripulación resignada a la vaciedad.
La ambigüedad
de su final apenas es una ayuda. Pero es que las comparaciones son odiosas. Si
Tarkovski realizó unos últimos cinco minutos soberbios, que para que el esto
escribe representan uno de los mejores finales de la historia del cine,
Soderbergh optó por un final abierto que quizás no quiere decir nada. En el
cine de esta década hemos visto muchos finales abiertos, simplemente porque se
han convertido en una moda, una máscara que intenta dotar a la película en
cuestión de audacia y profundidad. Si acaso la falta de límites del amor, el
cómo el amor puede ayudarnos a traspasar cualquier barrera física y, en este
caso, sideral.
Conclusiones-Lucifer
derrotado una vez más
Según varias
tradiciones, Lucifer, que en latín vendría a significar “el portador de la
luz”, fue algo así como Prometeo, un rebelde con causa, la de la sabiduría.
Lucifer fue derrotado y castigado por su osadía, por querer traer el
conocimiento a los hombres, por intentar alumbrar su camino hacia la verdad.
Después, como ocurre siempre, los vencedores fueron los que escribieron la
historia, los que confundieron las ansias de libertad con ciega rebeldía,
pervirtiendo así el mensaje.
Stanislaw Lem es un moderno Lucifer, y
Solaris esa luz que se ha ido velando con el pasar del tiempo. Lo que en un
primer momento fue un alegato contra la ceguera de la ciencia y su método,
contra la megalomanía de la humanidad y esa idea de grandeza que se sustenta
únicamente en el desconocimiento de todo lo que esté más allá de la experiencia
humana, fue perdiendo contenido, pasando por el tamiz de un cineasta genial con
un lenguaje propio y unas ideas propias (que en algún caso fagocitaron las de
Lem), hasta convertirse en la enésima revisión del paradigma de la historia de
amor imposible (Romeo y Julieta), todo en aras de alimentar la moderna
maquinaria de Hollywood en la que lo más importante es la viabilidad comercial
de las obras.
El autor
polaco tenía mucho que contar, muchas ideas “peligrosas” que sólo podía exponer
ocultándolas bajo el envoltorio de lo fantástico, en concreto de la Ciencia Ficción, una artimaña
con la que eludir la censura. Por eso Solaris no es un ensayo unívoco, un texto
que nos lleva de la mano hacia el mensaje que quiere transmitir. Es un ensayo
cifrado con el código de la Ciencia Ficción,
una exposición en clave que, como tal, sólo será accesible al que quiera arañar
su corteza y mirar hacia lo que se esconde detrás.
La novela de Lem es fuertemente crítica
con la ciencia, socava los cimientos de ese orgullo humano que nos hace
creernos los hijos de Dios, el paso anterior a la divinidad, la cúspide de la
creación del único que está por encima de todos. Lem se ríe del
antropocentrismo, ridiculiza las capacidades y los logros del hombre, sustituye
la imagen de gigante que la humanidad tiene de sí misma por la de un gusano
insignificante al que le da miedo ver su verdadero reflejo, que no lo acepta,
algo que en claves del partido era una crítica a la única sociedad pura y
verdadera, la marxista leninista.
Cuando Tarkovski,
otro autor perseguido por la censura soviética al igual que Lem, consiguió que
le aceptaran el proyecto, quien tomaba el testigo de nuestro moderno Lucifer no
era un científico y filósofo ensayista disfrazado de escritor de Ciencia
Ficción, sino un poeta visual, un director de cine con mayúsculas que puso su
arte por delante de cualquier mensaje, sobre todo de los mensajes de otros.
A Tarkovski no le importaba la crítica
a la comunidad científica y su método y, aunque el también tuviera que ocultar
sus mensajes, renegaba de la Ciencia Ficción
per se, pensando que podía enturbiar esa poesía de las imágenes que buscaba
como medio. Tarkovski lo dice explícitamente en boca del padre de Kelvin
(personaje que, por otra parte, añade él mismo a la historia): “no me gustan
las modernidades”. El hecho de adaptar historias de Ciencia Ficción fue
simplemente porque éstas ya le llegaban cifradas, facilitando el encubrimiento
de sus propias ideas tras las historias de otros.
De
Solaris se queda con la experiencia humana, con la vida interior de sus
personajes, con sus conflictos más allá de los filosófico-científicos, con la
humanización de Hari. La solarística se reduce al informe de Berton, la
fenomenología solariana a las réplicas y ese final añadido, sustentado en el
añadido inicial de la relación entre Kelvin y su padre, en el que la derrota
moral e intelectual con la que culmina la historia del personaje principal de
la novela es sustituida por esa epifanía final en la que Solaris, como dios
menor (idea apuntada en la novela pero no desarrollada hasta ese punto),
concede la redención a Kelvin.
El último en
adaptar la historia es Soderbergh, a priori un autor venido del cine
independiente y que vive en democracia, en el país de las libertades, hijo
pródigo de la meca del cine en la que se supone que hasta los sueños son
realizables. La verdad es otra muy distinta, la tiranía del partido es
sustituida por otra mucho más voraz, mucho más presente, una tiranía de verdad
ineludible ya sea con el disfraz de la Ciencia Ficción o cualquier
otro que se busque. La tiranía a la que se ve sometido Soderbergh es la de la taquilla,
la de Hollywood, la del público medio al que se le suponen inquietudes de
perfil bajo, o de la crítica que busca cine por encima de verdades
comprometidas. Es una tiranía mucho más severa y presente porque parte desde
dentro del propio autor, de su autocensura, y se alimenta de imposiciones
externas.
Cuando Soderbergh, autor por otra parte
de talento y capacidades para hacer buen cine, toma Solaris como historia que
contar, se olvida de cualquier mensaje de profundo calado que pueda entorpecer
su labor cinematográfica, quedándose con la parte más accesible al público por
conocimiento (o estrechez de miras), y que le puede dar más juego: la historia
de amor, la cual infla, inventa y ensalza sobre todo lo demás (como dato sólo
hay que contabilizar el metraje que dedica a la relación previa a la visita de
Kelvin a Solaris, casi la mitad de la cinta, en contraste con los meros apuntes
que supone tanto en la novela como en la versión de Tarkovski).
Soderbergh también aporta ideas (aunque
luego no las desarrolle), como la que transforma a Sanut en un Snow-réplica que
plantea el dilema de si los visitantes pueden tener derecho a defenderse de los
humanos, o esa empresa que termina por hacerse cargo de las investigaciones
(algo ya apuntado por Lem). Pero también se ve obligado a concesiones como la
de esa visita de marines-pistoleros que provocan una masacre (sólo apuntada,
eso sí), el propio Snow, personaje peculiar de esos que amortizan su aparición
en pantalla, o el hecho de introducir diversidad racial y genérica en la
tripulación (como sólo son tres, Sartorius es una mujer negra, economizando
personajes).
Así es la
derrota de este Lucifer moderno, la pérdida de esa luz que una vez quiso
dejarnos como legado. Las ideas pierden su valor cuando se someten al arte, y
más aún cuando ya no queda nadie a quien le interese (o son muy pocos como para
darles importancia frente a la mayoría) y el principal valor de una obra es la
amplitud de su público objetivo.
Aunque, quién sabe, quizá Lucifer en
esta ocasión sí que obtuvo una victoria, aunque fuera pírrica, porque a fin de
cuentas parte de su mensaje era que la humanidad, la civilización, el hombre,
no quiere saber de su insignificancia general y la de su progreso en
particular, o que hay respuestas que van mucho más allá de él, sino que se
contenta en la autocomplacencia de admirar sus propias capacidades, en concreto
su capacidad para el arte, o la recreación de uno de sus sentimientos más
comunes, el amor.
Sabemos
con certeza que nuestro Lucifer renegó en vida de la tergiversación de su
mensaje, lo que no sabemos es si desde su tumba se está riendo de todos
nosotros porque, al final, terminamos dándole la razón: cuando al hombre se le
plantea una pregunta sin respuesta, o acude a Dios, o se mira a sí mismo, o
simplemente mira para otro lado.
Fuentes:
-Solaris
(novela), Stanislaw Lem, 1961
-Solaris
(película) Andréi Tarkovski, 1972
-Solaris
(película) Steven Soderbergh, 2002
-Especial
Tarkovski, Solaris, Roberto Geuffre, y Stalker, Maximiliano Passaggio, revista
Fonoscopio, Octubre 2007 (http://www.fonoscopio.com.ar/)
-“Solaris”, de
Stanislaw Lem, Juanma Santiago, Literaturas.com, suplemento Ñ,Noviembre2004 (http://www.literaturas.com/)
-Stanislaw Lem - The Official Site (http://english.lem.pl/)
-Wikipedia (http://es.wikipedia.org/)
© Félix
Morales, Luisfer Romero y Manuel Mije (Sevilla Escribe), 2010.
Primer accésit del IV Premio Internacional de las Editoriales Electrónicas (categoría ensayo) 2011
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