Estoy perdido, perdido en el infinito mutable
por un error de la memoria. Cuando uno traspasa las barreras del tiempo y el
espacio tridimensional, sólo la memoria puede mantener el vínculo que todo ser
necesita tener con alguna realidad, y si éste se rompe…
Es algo que ya habíamos adivinado
desde el principio: la línea temporal del recuerdo tenía que ser clara en todo
momento, cualquier negligencia en este asunto revocaría al viajero a una
ineludible pérdida de rumbo. Y lo que es peor, una conciencia desnuda no puede
mantener su cohesión en la matriz de los universos por mucho tiempo. Estoy
avocado a la inexistencia infinita si no soy capaz de solventar esta
eventualidad. Pero, ¿cómo? Jamás hallamos una solución posible para este
problema, el recuerdo es la única protección que la conciencia puede tener
dentro de la mutabilidad absoluta, y su reconstrucción dentro de ella es un
imposible.
Ahora navego a la deriva por este
espacio entre dimensiones, desvalido, desorientado, desconcertado, solo. En
este lugar más allá de todo lo tangible no se puede hablar del paso del tiempo
como lo hacemos en nuestra realidad, pero siempre se puede establecer una
cronología basándonos en mutaciones de estado. Yo noto el cambio, mi mente se
diluye: lo que sé, lo que siento, lo que soy, se vuelve cada vez más difuso. Mi
pasado se me escapa de la memoria para ser sustituido por un torbellino de
imágenes que no me dicen nada. En mi mente se mezclan las épocas de varias
realidades, las situaciones, las personas…
Aunque simplemente sirva para
prolongar mi agonía, tengo que recordar, asir esos fragmentos que supongo
reales por su estabilidad. El cuerpo humano como habitáculo, el cerebro como
motor primordial, el vehículo cuántico de carne y hueso; la primera aplicación
práctica y real salida de la
Teoría de Cuerdas. Yo ayudé a concebir esa idea, y después me
ofrecí voluntario para experimentar lo teorizado. Alguno de nosotros tenía que
hacerlo, nadie sin un conocimiento profundo de la materia podía servir como
sujeto de experimentación, como piloto de sí mismo.
Pero quizá nos precipitamos o, mejor
dicho, me precipité. Pequé de prepotencia, aseguré estar preparado para
mantener mi recuerdo estable a pesar de no haber superado las pruebas con el
éxito esperado; de hecho fueron un fracaso absoluto que yo oculté. Y ahora ya es
tarde, nadie puede venir a rescatarme, estoy solo y a merced de un todo que me consume inexorablemente.
Percibo una galaxia girando a gran
velocidad, y de ella se desprenden estrellas, constelaciones enteras. Esa
galaxia soy yo; cada vez menos yo. Sigo
perdiendo vivencias, mis padres son ahora infinitas personas, nada anterior a
mi ingreso en la universidad está claro. Mi recuerdo comienza con el rostro del
decano, pintado con la felicidad de un cuervo ávido que acaba de encontrar un
objeto brillante.
Al principio me encerraron en una
cátedra insulsa. Me sentía como un simple trofeo en las vitrinas de una
universidad que acumulaba grandes mentes, las más preparadas del momento, pero no
las espoleaba ni las apoyaba, simplemente se hacía con ellas para alimentar su
decadente prestigio.
Entonces apareció Martin, venido de
nadie sabía dónde y cargado de ideas nuevas. Todo está en mi memoria, aún sigue
ahí: el día en que nos conocimos, la fiesta, aquella madrugada entre tragos de
cerveza en la que ambos descubrimos que soñábamos despiertos con la misma
entelequia, con una posibilidad científica más allá de todo lo teorizado con
anterioridad. Y además era una teoría con la que se podía experimentar: el
viaje definitivo, librarnos de las leyes que rigen nuestra realidad saliendo de
ésta, nunca más ser prisioneros del espacio o el tiempo. El ser humano tenía la
llave de su libertad, su mente, capaz de tocar la esencia misma de la realidad
y hacer caer el velo con el que nos envuelve.
Después comenzó la selección de
compañeros para este proyecto fantástico. Primero necesitábamos alguien que
trasvasara al plano de lo demostrable todo aquello que Martin y yo habíamos
soñado. Y ahí, sacrificando su talento en las clases que impartía en la
universidad, estaba Luther, un genio matemático como no había conocido la
humanidad antes. Él puso los cimientos de nuestra teoría.
Entonces surgió la segunda necesidad;
hacía falta un vínculo que nos permitiera aprovechar todos los trabajos que
sobre la Teoría
de Cuerdas se habían hecho y se seguían haciendo. Y este problema parecía de
más difícil solución, ya que no había nadie en toda la universidad que pudiera
servir de puente entre todos esos conocimientos y nosotros. Pero aquí Martin
demostró por primera vez su amplitud de recursos. Al igual que él, de nadie
sabía dónde, vinieron Carl y Austin, probablemente las dos personas más versadas
del mundo en lo que a las Cuerdas se refiere.
Por fin el equipo estaba completo, así
que los trabajos comenzaron. Primero Luther barrió las dificultades iniciales
con su genio matemático; redujo la conciencia humana a un formulario, y sus
cualidades a resultados puntuales cuyos parámetros podían ser calculados.
Mientras tanto, Carl y Austin hacían una criba en busca de todos aquellos
trabajos que pudiesen ayudarnos ya fuera a avanzar o a corroborar lo que íbamos
descubriendo: nos revelaron los secretos más íntimos de las Cuerdas, esas
unidades de posibilidad cristalizadas que constituyen la esencia de todo lo que
nos rodea.
Martin y yo, por nuestra parte,
trabajábamos con lo que era el cuerpo de la teoría, con su esencia íntima, la
forma en la que el cerebro humano podría abrir un hueco en nuestra dimensión. El
secreto estaba en la Matriz,
ese caldo de posibilidades que se fijan para dar nacimiento a un nuevo
universo. Si podíamos volver las cuerdas a su estado primigenio de posibilidad,
ese todo y nada que son mientras forman parte de la Matriz, tendríamos acceso a
ésta, y de ahí a cualquier momento o lugar de este universo o de los que son en
paralelo.
En poco tiempo nuestros trabajos
comenzaron a tomar consistencia sobre el papel, los análisis de Luther siempre culminaban
con resultados positivos; el cerebro podía ser capaz de romper la fijación de
las cuerdas si las condiciones eran las adecuadas, y éstas iban a dejar en
breve de ser un secreto para nosotros. Todo lo que Carl y Austin encontraban
nos daba la razón punto por punto: la existencia de infinitos universos paralelos
coexistiendo en un todo superior era admitida por el grueso de la comunidad
científica, y las cuerdas como unidad constitutiva de toda realidad era ya un
hecho científico. Todo marchaba sobre ruedas, el éxito empezaba a distinguirse
en el horizonte, el viaje cuántico se estaba haciendo realidad. Y yo…
Creo… creo que acabo de perder el
recuerdo de mi propio nombre. Mi fusión con este caldo de posibilidades sigue
acelerándose, inexorable. Me absorbe, devora mi ser. ¿Por qué tuve que ser tan
imbécil? Martin lo sabía, quiso salvarme. Pequé, pequé de soberbia como un
estúpido estudiante que se lanza al análisis de las teorías de vanguardia sin
haber asimilado antes la base necesaria. Y ahora voy a pagar por mi pecado un
precio muy alto. Debí haberle escuchado.
En cuanto los pormenores del
experimento empezaron a concretarse él se olió el peligro. El recuerdo era la
clave, como hilo de Teseo y como armadura frente a la mutabilidad de la Matriz. El viajero
tenía que reducirse a conciencia para poder atravesar las barreras de la
realidad, y una persona reducida a conciencia es básicamente su recuerdo, la
certeza de lo que fue en lugar de lo que pudo ser; además, sólo una entidad con
pasado fijo puede localizar su origen entre las infinitas dimensiones. ¿Pero cómo
asegurar la consistencia del recuerdo? ¿Existía algún entrenamiento que
preparara al hombre para semejante prueba? Todos pensamos que así era, todos
menos Martin; él estaba preocupado por ello. Y más aún teniendo en cuenta que
debería ser uno de nosotros el que realizara el primer viaje. Ahí comenzaron
las discusiones, en especial entre Martin y yo.
Conforme el objetivo se hacía más
cercano, nuestras diferencias aumentaban. Pero al final, pese a las reticencias
de Martin, me sometí al entrenamiento que Carl y Austin propusieron: la
hipnosis consciente dentro de una cámara de aislamiento sensorial absoluto, y
rememorar, una y otra vez rememorar. Fueron largas sesiones, y duras también,
aunque no consiguieron que mi ánimo flaqueara.
Al final, pese a todo el empeño que
puse en ello, las pruebas fueron un fracaso. No conseguía mantener mi recuerdo
estable por más de una hora, siempre perdía la concentración y acababa sin
saber dónde estaba y cómo había llegado allí. Esto nunca se lo dije a Martin, en
lugar de eso le presenté informes falsos, cifras siempre dentro del umbral
establecido. De todas formas, no sé si porque ya no confiaba en mí o porque
nunca había confiado en las pruebas, siguió negándose en redondo a iniciar el
experimento hasta no estar completamente seguro, y a pesar de que ya teníamos
los instrumentos y los compuestos necesarios para llevar una mente al estado
óptimo desde el que saltar hacia el otro lado. Llegué a odiarle por ello, por
interponerse entre mi sueño y yo. Hasta que al final me aproveché de nuestra
amistad, la estiré al máximo para que me dejara intentar la demostración, la
llevé al límite. Ahora sé que fui un imbécil. ¿Dónde estará Martin en este
mismo instante? ¿Qué estará pensando? ¿Será consciente de lo que me pasa, de lo
que siento? Martin…
La confusión se está apoderando de
todo mi ser, ahora lo ocupa casi por completo. Los nombres han desaparecido,
las circunstancias y los lugares se mezclan. Mi vida es un puzzle frente a mis
ojos, y sus piezas cambian de posición continuamente, a un ritmo frenético, una
cadencia que me tiene atrapado y casi no me deja pensar. Apenas me queda nada,
sólo la conciencia de que voy a desaparecer y unos fragmentos de recuerdo,
todos ellos flotando en un mar de imágenes embravecido.
¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? Veo cinco
personas en algún lugar indefinido, una serie de artefactos de aspecto extraño,
amenazador. Un hombre me pregunta si estoy seguro de lo que voy a hacer, está
preocupado, es un amigo, debe serlo. Me dice que aún puedo echarme atrás, que
con algunas pruebas y cálculos más podremos minimizar la posibilidad de fallos,
hacerla casi nula. Yo sé que tiene razón, más de la que él se imagina, pero no
atiendo a sus palabras, me niego a detener el experimento. Por fin culminan los
últimos preparativos y el proceso comienza. El instrumental que me rodea
comienza a vibrar y su zumbido se introduce en mi mente, alterándola de alguna
manera. Una punzada en el cuello, mi organismo responde casi de inmediato, me
siento caer. Al principio duele, como si trataran de hacerme atravesar una
pared aplastándome contra ella, pero al final me desprendo, viajo, estoy fuera
de la realidad.
Las sensaciones desaparecen, sólo
quedan imágenes sucediéndose frente al ojo de mi mente, pensamientos, ideas
concentradas y aisladas de este todo hostil
que surco. Veo infinitos universos a mi alrededor, realidades tan lejanas como
fundidas unas con otras, retorciéndose en medio de algo más vasto y que es su
génesis y su final al mismo tiempo. Viajo entre ellas, a través de ellas. Soy
sólo una conciencia desplazándose a su antojo por un mar de posibilidades
infinitas.
Una imagen atrae mi atención: dos
galaxias colisionan en algún universo, el espectáculo es sobrecogedor. De
repente todo es luz, y una miríada de fragmentos de estrella huyendo en todas
direcciones. Ahora veo el choque de dos realidades y el nacimiento de una
tercera, expandiéndose, cristalizando una porción del mar de posibilidades que
lo contiene todo. Al mismo tiempo otras realidades, otros universos, desaparecen,
se diluyen, se transforman en alimento para sus iguales en expansión. Es un
ecosistema de cúmulos de energía semiconscientes, y yo estoy en él, a merced de
sus depredadores, sobre todo del más grande, de la Matriz, siempre ávida de
realidades, atenta a cualquier asomo de vacilación para destruirlas; Cronos devorando
a sus hijos.
De repente algo sucede, algo terrible.
Una cadena de pensamientos se ha roto, he perdido mi guía. Llega la confusión,
infinitas identidades combinándose con infinitos momentos y lugares, una frenética
sucesión de hechos inconexos que me trastorna el entendimiento. En ese cruce de
imágenes que ahora mismo colapsa mi mete, hay una figura que sí puedo dar por
cierta; yo mismo. No puedo garantizar mi existencia con un simple “cogito ergo
sum”, pero cualquier repunte de estabilidad en esta vorágine en la que me hallo
sumido es más que la mutabilidad restante. Aunque eso también está por
desaparecer, lo noto…
Se acerca una transición, un último
cambio. Me pierdo, me fundo con el todo.
Soy todo y nada a la vez, soy la
Matriz… Soy todo y nada a la vez… Soy todo y nada… Soy todo…
Soy…
Relato finalista del II Premio Ovelles Eléctriques 2010
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