Para enfermos de aburrimiento alérgicos a la pasta de celulosa, para exiliados de bibliotecas con tiempo pero sin estantes, para marineros de la red con tendencia a hacer parada y fonda en tabernas de relatos, para viajeros de sillón y amantes de la aventura estática, para todos ellos y para ti mismo se abre esta consulta literaria, la del doctor Perring, enhebrador de palabras, zurcidor de conceptos y trazador de historias.


Tratamiento único y definitivo: tú pones los segundos, el que suscribe pone las letras...

martes, mayo 07, 2013

No sin mi hijo



Columna OcioZeta-Sevilla Escribe. Sobre ese empecinamiento que a veces puede ser estéril y negativo...

¿Recuerdas el “teleflín” casi homónimo? Oh, qué grande, los momentos que les hizo vivir a nuestros mayores. No voy a extenderme en su argumento, implicaciones sociológicas y culturales o la calidad de la producción, no es el objeto de esta columna. Baste decir que se trataba de la historia de una madre que si hiciese falta lucharía contra el mismísimo Diablo encarnado para recuperar a su hija. Lo que fuera por ella, porque es que sin su hija… no, la mujer no podía.




La asociación de ideas me ha pillado en medio de una meditación en busca de tema para columnas, y como mi mente juega a sus cosas casi sin que yo me dé cuenta, aquí me veo dando los primeros teclazos a esto ver si consigo explicar una idea recurrente. Es algo que se pasea y se ha paseado por mi cabeza con motivo de la preparación de antologías, en charlas a muchas o pocas bandas, más o menos personales. Me refiero al cariño desmedido que más de uno tiene por sus hijos literarios, algo hasta cierto punto comprensible porque a todo el mundo le importa su sangre, en especial la que tuvo que sudar para acabar con algunos de sus escritos, pero todo tiene sus límites. Hay veces que se trata sólo de una idea, ni siquiera de un texto al que costó poner la palabra fin, y el coñazo (con perdón) que más de uno ha dado con la ideíta, el textito o la novelita de marras, coñazo para otros o para sí mismos, me parece excesivo, absurdo, y negativo en muchos casos.

            Yo siempre he tratado de ceñirme a una máxima: “El mejor relato (novela, artículo, lo que sea) es el próximo”, no sé si para bien o para mal, y en su momento también me apunté a la de Juan Díaz Olmedo “Sacrifica a tus hijos enfermos para salvar a los sanos”. No es que se lo quiera imponer a nadie, pero tampoco me gusta que me impongan que algo tiene que salir a la luz sí o sí a la voz de “no sin mi hijo”.

            Lo peor de todo es cuando un tercero, por amistad compromiso o lo que sea (cuando algo es claramente pobre, no me puedo plegar a que sea por otra cosa), ha animado al autor diciéndole que lo suyo vale, que hay madera. Hay madera para preparar una pira en la que quemarte, monstruo. Ya digo, tuvo que ser amistad o algo parecido, y no sé yo si lo mejor que puede hacer un amigo es incitarnos a tomar carrerilla sabiendo que lo que hay al final del pasillo es un muro de realidad con el que estamparnos (lo mismo es que se quiere reír). Otras veces el amigo incitador se llama ego, gran compañero donde los haya, inagotable fuente de ánimo, pero que a veces está demasiado ciego con nosotros y no sabe que su influencia nos puede llevar a una exacerbación morbosa que cursará con cefaleas por los palos recibidos, insomnio por los desvelos fútiles que dedicaremos a la maldita obra, y malestar general por sentirnos incomprendidos.

            No es de recibo, compañero, he visto a un autor colar la misma historia en cuatro formatos no muy diferentes entre sí e intentar a la cuarta que aquello fuera aceptado porque era una idea que siempre le había gustado… a pesar de que ya tuvo tres oportunidades para enterarse de que a los demás no les entusiasmaba tanto como a él. ¿No es que a la tercera va la vencida? Recuerdo otro caso claro en el que alguien se desvelaba por montar antologías sólo por meter algún relato que le quedaba ahí en cartera, cuento que bien podría haber dormido el sueño de los justos, al menos por una temporada, o haber dado contenido a un blog, que para eso están. También recuerdo al que, una vez terminado el texto en cuestión, dedica toda su energía a “moverlo”, lo que significa que lo mandará a mil y un concursos, lo retocará mil y dos veces, pedirá mil y tres comentarios de amigos para mejorarlo y, por supuesto, cualquier medio de darle salida que no sea una publicación formal e importante (entiéndase sacrosanto papel en editorial de postín), si no es que antes gana un concurso que se la publique, no será suficiente.

            Repito, no me estoy refiriendo al cariñó que cada cual tenga por sus churumbeles de letras, que en sí no me parece bueno ni malo, sino a todo lo que ello arrastra en forma de energías y oportunidades desperdiciadas, con el hastío y la frustración subsecuentes. Y encima, aunque la frustración se quede en casa, el hastío se extiende a nuestros camaradas de travesía, a esos otros piratas de las letras que, sin ceguera paternal o fraternal que enturbie su criterio, ven que no hay chicha que justifique esa tozudez que terminan lastrando su viaje sin que ellos tengan culpa alguna.

            El colmo de todo es que estos camaradas a los que me refiero, ya sean aficionados, escritores freelance (graciosa forma de darle cuerpo al deseo), o escritores con todas las letras (que lo mismo las ha juntado uno mismo animado por ese gran amigo que antes mencioné), parecen no darse cuenta de que están conjugando todos los verbos del panorama editorial menos ese que se supone los ha traído a este punto: escribir. No lo entiendo, no me cabe en la cabeza que algo que te lleve a no escribir pueda ser beneficioso para tus escritos, o que una “carrera” sustentada en todo eso que envuelve el mundo de la literatura sin ser literatura sea lo más deseable, porque no creo que sean cimientos adecuados.



En fin, son palabras escritas en el agua, como diría a aquel, porque, aunque yo nunca vi (completa) la película que da título y motivo para esta parrafada, sé que la madre protagonista jamás atendió a razones, que luchó contra viento y marea y que, al final, por la fuerza del cariño y la justicia, terminó saliéndose con la suya y consiguiendo que el mundo le devolviera a su hija; como suele pasar en las historias de ficción, que ganan los buenos. Esto no es ficción, es realidad, de esa árida que sólo encuentra reflejo en las historias que te hacen llorar las más de las veces. Todos somos capaces de disfrutar con la relectura de esos viejos escritos que en ocasiones (cuando no nos sacan los colores) nos deleitan a nosotros mismos a pesar de la bisoñez que rezuman, pero son páginas leídas que sólo sirven para cubrir el futuro de nuestra biografía nunca escrita: por tu bien y por el de los que te acompañen en el camino, hazte el favor de pasarlas, que seguramente encuentres lo que buscas en las siguientes, y si no, seguro que disfrutas de la lectura de esos pasajes aún por llegar; es sólo un consejo.





“er Caniho”



Soundtrack:

I am a man of constant sorrow

The Soggy Bottom Boys Cuartet


5 comentarios:

weiss dijo...

Ciertamente, aun siendo una patología común a todo escritor en cierto grado, se ven casos galopantes. El más grave así de mi entorno parece haber remitido con el tiempo, aunque veremos con qué virulencia se manifiesta ahora, a partir de la culminación de su obra magna :P

Manuel Mije dijo...

Bueno, ese caso no es tal desde hace tiempo, o así lo entiendo yo. A ver, yo hablo aquí de cuando el personal no escribe o casi no escribe, y creo que de unos meses a esta parte nuestro objeto de estudio mutuo (jeje), ha dado un buen puñado de teclazos, al final ha terminado lo que quería terminar, y tal como lo ha hecho ha pasado al siguiente objetivo, de lo cual me alegro no un montón, sino lo siguiente. Cierto es que, conociéndolo, todo esto hay que cogerlo con pinzas, pero si de la charla cervecera que aún tenemos pendiente sale una confirmación verdadera y constatable, creo que habrá que mirar a otro lado para buscar al próximo "moroso literario" al que apalear... jejeje...

weiss dijo...

¡Jajajaja! Me erijo como candidato. Se me da muy bien eso de procrastinar durante meses y meses y culminar el año con dos micros escritos y sendos arranques no se sabe si de relatos largos o novelas cortas sin terminar. Lo sé, soy un escritor penoso, uno de la peor de las variedades existentes de esta curiosa raza: soy un escritor que no escribe.

P.S.- Aunque no me consuela, me consta que hay quien entiende la irresolutividad escritoril como discreta y noble muestra de elegancia: pa' escribir cualquier porquería, mejor no escribir nada :P

Manuel Mije dijo...

En realidad el peor tipo de aficionado no es el que no escribe, sino el que no lo hace y encima se busca excusas chungas que le dejan la conciencia tranquila, del tipo de que para escribir mierda mejor no se escribe nada, o que le duele aquí o allí, o que está muy ocupado con cosas de la vida cotidiana. Verás cuando te coja por banda y con el pico calentito, te vas a cagar, perraca...

weiss dijo...

Jajaja, qué cabrona, perraca vil :D

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