Para enfermos de aburrimiento alérgicos a la pasta de celulosa, para exiliados de bibliotecas con tiempo pero sin estantes, para marineros de la red con tendencia a hacer parada y fonda en tabernas de relatos, para viajeros de sillón y amantes de la aventura estática, para todos ellos y para ti mismo se abre esta consulta literaria, la del doctor Perring, enhebrador de palabras, zurcidor de conceptos y trazador de historias.


Tratamiento único y definitivo: tú pones los segundos, el que suscribe pone las letras...

miércoles, septiembre 25, 2013

Y al séptimo día... se perdió



Columna OcioZeta-Sevilla Escribe. Sobre la pérdida de la pasión y la intensidad en algunos autores...


Según se puede leer en el Génesis 2:2-3, después de haber pasado seis días ajetreados para crear el mundo y todo lo que hay sobre él (al parecer andaba con prisas y no quiso echarle más tiempo a un asunto tan importante; así le salió la cosa), nuestro querido Dios decidió que el séptimo se iba a pegar un “siestazo” de esos que marcan época (me da a mí, ateo impenitente y recalcitrante, que aún le dura el sueñecito). En el mencionado libro no se dan más explicaciones al respecto, no se sabe si es que venía en el Convenio de Deidades y otros Entes Supremos, que se pidió un día de asuntos propios o lo que sea. Fuera como fuese, gracias a ello los currantes (privilegiados en los tiempos que corren) de nuestra civilización actual gozamos de un día en el que olvidarnos de las tareas que durante otros seis hemos tenido que realizar como pago por nuestra existencia. A mí esto me suena a venganza del Padre Todopoderoso: “Si yo me fastidio seis días de siete, vosotros, hijos míos, fruto y objetivo último de mi trabajo, también.” Pero no puedo asegurar nada, porque es un asunto que pasó hace tanto tiempo…




En fin, no se pierdan. Lo anterior era sólo una introducción, un par de chistes de dudoso gusto y gracia que nunca vienen mal si luego se piensa dar un poco de candela, aunque no mucha en este caso. El tema con el que vengo a dar la tabarra en esta ocasión es el de ciertos autores que, como émulos de Dios, curran durante un tiempo y luego… luego ya no tanto, y así les va.

            No, no me refiero a que dejen de escribir, que a la larga también pasa en algunos casos, digamos los de perfil más bajo, sino a que dejan de esforzarse a la hora de crear sus obras, que parecen creer que ya han dominado la técnica (a alguien se le olvidó decirles que en esto nunca se deja de aprender) o que el talento les sale por las orejas de forma que no les hace falta sudar la tinta porque con un toque de varita de sus musas y un ratito de tecleo el resultado va a ser bueno sí o sí, y si luego al personal no le gusta siempre es por otra cosa. Sí, siempre es por otra cosa, excusas que pueden variar según el ego de cada uno: en los casos más sobredimensionados puede ser que el lector no está a la altura, las personalidades “conspiranoicas” son capaces de ver fantasmas por ahí, y otros, los más modestos o pesimistas, creen que la musa se fue para no volver más; son sólo ejemplos.   



Como estamos hablando de un estancamiento, el lugar al que se llegó antes de ese estancamiento es importante porque marca qué queda después, que puede ir de lo mucho a la nada, que sería el caso más triste.

            Es decir, tenemos al autor que podríamos considerar “consagrado”, un entrecomillado importante porque, al menos según mi opinión, la consagración verdadera es la que se escribe en el epitafio, y no esa otra con la que se hace referencia a simple respeto (justamente ganado, eso sí) por parte de crítica y/o público. Hablamos de grandes autores, unos más que otros, algunos que rozaron la excelencia, o que se podría decir que iban camino de ella o algo parecido. Entonces llegan a un punto en el que, entiendo que debido a que la firma es más de la mitad de la obra, quizá también a que se adquieren otros compromisos mejor remunerados, o a lo que sea, sus trabajos a partir de cierto punto nos dejan ese regusto a lo que pudo ser y no fue o, incluso, a un “todo vale” realmente decepcionante.

Luego está el autor de éxito, éstos que pegan el pelotazo, uno o varios, que venden mucho de la noche a la mañana, que se hacen famosos, que están en el candelero, o en alguna parte más o menos visible de éste (si hay compartimentos estancos en la literatura, también habrá candeleros separados). Pasado el tiempo notamos que la producción se acelera, algunas veces porque se acumula el oficio, otras, las más, porque ya no hay criba personal y la del público/crítica está adormecida por ese éxito previo y la coacción que supone a la hora de señalarles las faltas, o que a la gente muchas veces le resulta más fácil dejarse llevar por la corriente imperante sin siquiera preguntarse si lo que parece que les gusta, les gusta de verdad. Lo que queda después de esto puede ser una ristra de libros que nos hacen lamentar la tala de árboles, un personaje de tertulias que en alguna ocasión fue escritor, o incluso un personajillo de los de la más lastimosa actualidad

Otro caso sería el del autor a secas o autor en ciernes, el que apenas ha conseguido asomar la cabeza con alguna que otra publicación de las que ya no son mínimas, que está ahí y quién sabe… De forma parecida al anterior, pero sin el sustento lógico del pelotazo previo, la precipitación posterior, el dejarse llevar por el ego y la falta de profesionalidad para con la profesión que tanto debía llenarle, dilapidan el poco crédito que alguna vez tuvo. Qué pasa, que al final viene el hastío por falta de aceptación o interés del que siempre fue su objetivo, un público al que ya no respeta porque no le interesa esforzarse para dale algo bueno, y esto hace que lo que pudo ser algo no es que se quede en poco, sino que se puede reducir casi hasta la nada.

Por último está el aficionado con más o menos posibilidades, el más cercano y, por ende, más interesante para mí. Aquí lo que precipita la caída suele ser un problema de ego, o más bien de falta de perspectiva que hace que éste se infle sin tener por qué. En algún caso leí “Habemus escritor”, y el escritor terminó dejando de ser aficionado a las letras, otras veces se consiguió alguna mención o premio y se pensó que de ahí al Olimpo, o un coro de “amigos” lo auparon a un altar de cartón piedra en alguna oscura esquina de algún recóndito nicho de lectores, y él no se dio cuenta de lo nimio que era aquello. En fin, que se llegó a muy poco, y de ahí a la nada sólo hay un paso, un paso sin suelo que pisar que termina en costalazo con contusiones múltiples en el orgullo.



Es lo que hay, señores, en un mundo tan competitivo como éste que nos creó nuestro Padre en sólo seis días, el pez grande se suele comer al pequeño sin darle oportunidad, y detrás de esa grandeza, aparte de virtudes, siempre, siempre, tiene que haber esfuerzo; no nos dejemos engañar por cantos de sirenas y otras zarandajas.

De todas formas, por terminar con un poco de esperanza, no me quiero despedir sin decir que uno siempre se puede levantar de una caída, y muchas veces son éstas las que nos hacen aprender para no volver a tropezar de nuevo, no todo está perdido si es verdad que lo que no te mata te hace más fuerte. Eso sí, si había posibilidad de no tropezar, tener que hacerlo para poder aprender quizá no sea los más práctico, por aquello de que a nadie le gustan los dolores del alma. Pero en fin, a atarse los machos, y leña al mono, que es de goma.





“er Caniho”



Soundtrack:


ZZ Top



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