No sé si habrán escuchado alguna vez el proverbio
“cada uno habla de la feria según le va en ella”. Según fuentes de solvente
erudición y fiabilidad (Internet, jeje), esta expresión aparece en La Celestina
por primera vez, y el caso es que, salida de ahí o de donde sea, es una frase
hecha de extendido uso y que viene a significar algo así como que cada uno da
una versión de las cosas según su punto de vista personal, obviando cualquier
objetividad a la hora de transmitir la idea.
Hasta
aquí todo bien, me parece normal que la gente, cerebros encerrados en una
oscura prisión cuyo único contacto con el mundo son un cúmulo de estímulos
enviados por unos sentidos que váyase usted a saber con qué fidelidad responden
a la realidad exterior, dé su versión personal o personalísima de las cosas. El
problema, que es adonde yo quiero ir, es cuando esta distorsión de la realidad,
del mensaje transmitido, de lo que otros pensarán a través de nuestras
palabras, se hace de una forma interesada, sacando mendaz provecho de la
confusión creada.
Esto viene a que hace ya tiempo me estuve fijando en
una serie de feriantes interesados que estaban dando versiones muy interesadas
(que no interesantes) de lo que sería el mundo de la edición en cuanto a
literatura de género se refiere, rechazando de plano alguna noticia más que
positiva en ese aspecto por no querer o no ser capaces de ver mucho más allá de
las cuitas de su ombligo. Es una idea más que rumiada por mí y de la que ya di
algunos apuntes en otra de mis desastrosas columnitas (Quejarse por vicio), pero
que, después de verme envuelto en un debate con algo de vinagre (por gusto, lo
confieso, que entré allí más que nada por afilar cuchillos; puñetero que es
uno), después de ver cómo incluso algunas ilusionantes noticias para el
mundillo eran consideradas bagatelas porque los feriantes no sacaban provecho
de las buenas nuevas, me he visto en la necesidad puñetera de darle otra puñetera
vuelta de tuerca al asunto. Ah, qué
gustito más puñetero.
El mundo de la edición es jodido para todos, sean del
género que sean, incluyendo el mainstream,
supongo que en gran medida porque, al igual que las medianas-grandes
discográficas, las medianas-grandes editoriales no han sabido o no han querido
adaptarse a las nuevas tecnologías (Internet otra vez), han pensado que podían
parar el tsunami que se les avecinaba (se ve que no conocían el proverbio que
comienza con “cuando las barbas de tu vecino veas pelar…”), y aún andan
buscando los restos de su poderío después de la catástrofe. Si a esto le
sumamos que la literatura de género siempre ha sido tratada como la oveja negra
del rebaño en el mundo en castellano (en otros, especialmente el anglosajón, no
es así), pues tenemos que si la literatura ha caído en un pozo oscuro y
profundo, los que se mueven por el género son los primeros caídos y los que
soportan el peso de todos los que han caído después; es decir, son los del
fondo del pozo.
Debido
a lo anterior, el panorama que se abre para el aficionado (escritor novel, en
ciernes, o lo que cada uno se considere) con pretensiones de llegar a más es
como una especie de desierto sin hitos del que parece imposible salir. Entiendo
que esto cree frustración, que haya gente con valía que se desespere, como
Raelana Dsagan, que se quejaba de que, después de muchos “teclazos” dados, después de
muchos proyectos echados a andar y mucho tiempo invertido en ello, no vea
siquiera dónde está el siguiente escalón que pisar; sólo verlo, que ya lo de
hacer el esfuerzo para llegar lo pondrá ella de su parte (de últimas ha
recibido buenas nuevas al respecto; ¡bien por ella!). Otros simplemente se
olvidan de esa ilusión por llegar a más y se lo toman como una simple afición
que, como si de un boleto de lotería se tratase, les puede dar la posibilidad
de llegar a otra cosa en el improbable caso de que los astros se alineen y la
bolita de su sorteo astral muestre su número. Todo es razonable, todo es
aceptable si no nos lleva a una frustración mayor y nos obliga a dejar de lado
algo que de verdad nos satisface.
Pero,
como dije antes, hubo noticias hace meses (no he estado al tanto y no sé cómo
respira el panorama en la actualidad más inmediata) y hay indicios de que no
todo está perdido, de que todo podría tomar un cariz muy diferente si las
oleadas que nos vienen de allende los mares terminan desbordándose en la costa
de nuestra piel de toro. Esto lo digo porque, por suerte, la globalización no sólo
sirve para ningunear las culturas minoritarias o dar cancha a energúmenos para
que vayan a combatir en batallas campales (no digo nada del sentido original de
las manifestaciones, de los buenos fines que puedan tener las personas que las
organizan, de su ideología; hablo de casos concretos y conocidos por mí de
individuos que se preparaban para un combate sin importarles ideologías,
significados o solidaridad). No sólo sirve para americanizarnos a todos
(recomiendo We`re all living in America,
de Rammstein), sino que a veces también deviene en efectos beneficiosos como
ese respeto por la literatura de género que se tiene en el mundo anglosajón.
Esto
es así aunque algunos no lo vean, porque muchas películas que nos llegan de su
industria forman parte de ese género que ellos no desprecian, porque muchos de
los bestsellers traducidos que copan
los puestos de privilegio en nuestras librerías, igual, y porque ahora,
incluso, se están interesando por la literatura de género de nuestro país, como
el caso de Random House Mondadori que, sabiendo que un número creciente de sus
lectores potenciales tienen la de Cervantes como lengua materna, han usado ese
sentido práctico y comercial tan básico en la cultura yanqui y han puesto sus
ojos en la mismísima tierra del de Alcalá de Henares a ver qué nuevos valores
pueden sacar de aquí. Y no, esto no lo hacen a ciegas ni nada por el estilo
(¿tontos éstos? El que más lo sea te hace un reloj con un puñado de alambres y
dos chapas de CocaCola al más puro estilo MacGyver), sino que, además de tener
claro que Fantástico es un término muy amplio y que levanta muchas menos
ampollas que otras etiquetas más específicas (el mal de las etiquetas, que
diría Emilio Bueso), usan como se debe estudios estadísticos fiables que dicen
que la Fantasía y el Fantástico, o algo que ellos llaman Young Adult Literature
(aquí, Literatura Juvenil), es un buen filón comercial y que sus consumidores,
en gran medida, son adultos con todas las letras, “puretas”, o de esos que
dicen que la juventud se lleva en el alma porque el del espejo está cargado de
canas y tiene más arrugas que un escroto viejo y más estrías que un ojete (a la
salud de Javi Durán). Lo dicen las estadísticas, estudios hechos por empresas
serias, estudios de esos que son tomados en cuenta por esas otras empresas
serias que saben cómo funciona el negocio de forma que sacan pingües
beneficios, estudios de esos que, aunque no gusten a algunos que están
dispuestos a discutirlos por horas para, cuando se topan con la realidad, decir
que no merece la pena echarles cuenta, están ahí.
Esto es lo que hay, señores, esperanza para los que
quieran saber tomársela como tal en lugar de echar cuenta a los feriantes
interesados que la desdeñan por no ser la suya. Es más, como ya escribí en la
columnita antes mencionada, incluso sin contar con esta especie de Plan
Marshall literario aquí siempre ha vendido el Fantástico, pero el Fantástico
sin marchamo de tal, que no es menos Fantástico que el otro, para nada. Vende
Laura Gallego, vende Zomoza, se ha vendido y se vende el realismo mágico, se
vende la literatura juvenil, también puedes colar una saga Z en editoriales
eminentemente generalistas, y si no que se lo pregunten a Alejandro Castroguer,
e incluso yo conozco a otra amiga, Virginia Pérez de la Puente, que, partiendo
del género, con novela de género, consiguió colarse en editorial de cierto
nivel y, después, colar la segunda en otra de más nivel con conexión directa
con el poder editorial más grande de este país. Es decir, ¿si vas con novela de
género a una editorial de cierto nivel y no especializada se ríen de ti (como
dijo alguno)? Las pruebas demuestran que no, y aquí hay algo que nunca me ha gustado,
el quid de la cuestión, cuando alguien generaliza la particularidad, más aún
cuando alguien lo hace respecto a la literatura como si dijera “Literatura soy
yo”, cuando un feriante interesado cuenta la feria según le ha ido en ella. No,
lo que pasa es que, quién sabe, lo mismo tú no acertaste con medios y formas a
la hora de intentar el asalto, o que esto de publicar con ciertas editoriales
es más cuestión de contactos o de otra serie de elementos, de escasa o nula
relación con la literatura, que a los editores les garantizan un buen puñado de
ventas sólo por la firma y la biografía o la foto de la portada, o por la forma
de publicitarse del autor, o por su fiabilidad, versatilidad o talento, o
porque es el manuscrito que les cayó en las manos cuando tenían cuerpo para
escritor novel. O, y aquí ya entramos en algo más doloroso, lo mismo tu hijo no
era tan guapo como tú pensabas, como te dijo tu amor de padre o unos cuantos
colegas que te hacen de palmeros, que también puede ser, ¿no? Además, si sabemos
que en inglés la cosa funciona de otra forma que en castellano, ¿por qué no
asociarnos con sus obras de actualidad, premiadas si me apuras, nos traducimos
para que pueda comparar el que lee en lengua original a Shakespeare, y de paso
nos damos una vueltecita allende los mares, por ese otro vasto subcontinente
que habla como nosotros pero con distinto acento? Ya hay iniciativas al
respecto y, les vaya bien o mal, la idea está ahí. Y lo mismo se podría hablar
del salto de los Pirineos, porque en el idioma de Proust también se tiene por
estos géneros algo más de respeto que cuando se hace en el de Cervantes, sin
contar con que su chauvinismo original y bien entendido, les hace no
amedrentarse a la hora de luchar contra el monstruo yanqui en uno de sus terrenos,
el Fantástico sin fronteras, con o sin etiquetas minoritarias.
En fin, señores, que de lo que se trata no es de
creerse que el mundo es de color rosa y que todos nuestros sueños se van a
hacer la realidad. No, escritores los hay a patadas, tantos que no hay papel
para que todos publiquen. Sólo los mejores y que mejor sepan moverse/venderse lo
harán con perspectivas de futuro. La cuestión es no dejarse influenciar por
feriantes interesados que predican que la única realidad es la de su pequeño
reducto galo en el que ellos forman parte de consejo tribal y gracias a ello
sacan mejores porciones de la tarta a repartir, aunque ésta sea tan pequeña que
más que llegar a tarta, se queda en pastel.
Feriantes interesados los ha habido y los habrá
siempre, lo importante es no perder el norte y saber distinguir si lo que les
interesa a ellos te interesa a ti; si no es así, ya sabes qué es lo que puedes
hacer con su versión, ¿verdad? Pues acuérdate de tirar de la cadena después de
hacerlo, no me dejes el parche de nicotina flotando en el váter.
“er Caniho”
Soundtrack:
Joan Manuel Serrat
2 comentarios:
"Optimismo puñetero", acabas de inaugurar un nuevo concepto :P
Yo es que nunca he entendido lo de regodearse en la propia desdicha. Te dan un palo y gritas y lloras lo que haga falta. Y luego te pones a buscar alguna lucecita (o dejas que otros te la muestren) y tiras p'alante otra vez.
Lo que me lleva además a un razonamiento que le leí a Virginia Pérez de la Puente hace tiempo: cuando un colega literario triunfa, en vez de envidia lo que debería surgirte es un rayo de esperanza, porque si él/ella ha triunfado o ha encontrado hueco, puede que abra la veda y haya algo para ti. En fin, que efectivamente se ve la feria como te va en ella, o como eliges voluntariamente verla.
Buen artículo.
Ahí, ahí está el detalle, Morgan: si un colega literario triunfa, hay que alegrarse tanto poque le vaya bien a un colega, como por el rayo de esperanza que significa para uno mismo; eso es lo normal, razonable y positivo.
Da ahí que la contrapartida, el obviar triunfos ajenos o negar la simple posibilidad de que puedan existir, con el mensaje subliminal de que si yo no puedo/no veo hueco es porque nadie puede/no hay huecos para nadie (es decir, yo soy lo máximo a lo que se puede aspirar), además de un triple salto mortal de ego, muestra la pobreza de espíritu del que prefiere el desánimo ajeno antes que admitir que uno no es la cima de nada, sino simplemente un corredor entro otros tantos que están en esta carrera de fondo.
En fin, un placer tenerte por aquí, como siempre.
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