Cuanto
más arde una estrella, menos tarda en consumirse…
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Juanito era un niño simpático y pillo, un
ángel o un demonio según el momento del día en el que se le juzgara. Lo llevaba
bien, después de cada travesura hacía algo bueno para compensar, y su madre, que
quería un mundo justo para su único hijo, siempre estaba dispuesta a perdonarle
lo que fuera.
El colegio nunca fue lo suyo, era una época
en la que los niños hiperactivos eran sólo traviesos y los profesores no se
preocupaban más allá de apartarlos para que no molestaran a los demás. Se fue
quedando atrás hasta que repitió curso un par de veces. Siendo sensiblemente mayor
que sus compañeros y más conocedor de la calle, pronto se acostumbró a ejercer
de líder y matón las pocas veces que iba a clase. También fue cuando comenzó
con sus negocios, siempre relacionados con esas cosas de mayores que sus
compañeros no podían conseguir.
Se sacó el graduado con más pena que gloria,
y su padre, trabajador desde chaval, le buscó una ocupación con la que empezar
a hacerse hombre hasta que le llegara la hora del servicio militar y volviera
ya hecho y derecho. Pero a Juan no le gustaba aquel trabajo, él tenía
aspiraciones. Las tenía a largo plazo, porque él quería salir un día en la
televisión, quería ser famoso, aunque aquello quedaba lejos. De mientras sólo
aspiraba a usar todo ese tiempo que le había robado al colegio entre rabona y
rabona, todo eso que había aprendido en sitios de chavales mayores y gentes que
se buscan la vida como pueden.
Cuando comenzó a coquetear con las drogas,
como era pillo pero también listo, siempre supo dónde estaba la frontera entre
el que ganaba dinero y el que se gastaba la vida, y nunca la sobrepasó. Comenzó
en el negocio antes de hacer el servicio militar y convertirse en un hombre
hecho y derecho. Y cuando volvió, con los buenos clientes que habían sido sus
compañeros de promoción, tuvo para independizarse, comprase un coche y elevar
el peso de lo que pasaba por sus manos.
Le fue bien un tiempo, y luego regular, y
llegó un momento en el que el negocio no le daba para los gastos, porque el
dinero que llega fácil vuela de las manos, y el que se acostumbra a manejarlo
en grandes cantidades pierde de vista las cifras y nunca tiene suficiente.
Por suerte o por desgracia, en los ambientes
en los que se movía siempre había alguno que iba más allá y ofrecía mayores
beneficios a costa de aumentar el riesgo, a veces hasta jugarse la vida. El
Mefisto de esta historia se llamaba Santi, y a fuerza de soltarle billetes en
las transacciones que hacían le había convencido de que manejaba mucho y que,
sin duda, su oficio parecía más próspero que ese en el que a Juan nunca le
salían las cuentas.
El primer atraco en el que participó salió
bien, y se hizo relativamente famoso, aunque su nombre no saliera por ningún
lado, señal de que había salido bien. Aquel día aprendió mucho, pero lo que no
aprendió ni aquel día ni nunca fue a evitar que el dinero se fuera tan rápido o
más de lo que llegaba. Santi nunca había conocido la mesura, y lo arrastró a
una vida en la que el dinero sólo servía para gastarlo, no fuera que la mala
suerte se cruzara en su arriesgado camino y les sorprendiera con los bolsillos
llenos.
Donde más famosos se hicieron Juan y Santi fue
en una sala de una comisaría del centro, en lugar en el que había un gran
tablón con dos retratos robot de tipos con pasamontañas y muchas fotografías de
lugares en los que habían estado. También había allí recortes de periódicos, y
planos de la ciudad, y unos cuantos policías a los que les habían prometido
cosas si cazaban a aquellos dos, vivos o muertos, como en el salvaje oeste.
El día en el que Juan por fin se hizo famoso con
nombre y apellidos y salió por la televisión no fue como él había soñado. Las
cosas habían salido mal desde el primer momento. Ellos tenían una norma, la de
no hacer daño a víctimas inocentes, pero la calidad de inocente de una de
aquellas víctimas quedó en entredicho cuando sacó una pistola y se identificó
como policía, y el espíritu de la norma se volvió contra ellos en forma de bala
que fue a parar al estómago de Santi.
El policía cayó, y cuando miró al final de su
mano y vio el humo salir de su pistola supo que ya no había vuelta atrás ni
camino delante de sus pies. Salieron de allí a tiro limpio, porque los de la
unidad que llevaba tanto tiempo buscándolos dieron con el aviso y se
presentaron allí en busca de los de las fotografías. Recibió un tiro en la
pierna, pero la bala salió como había entrado y consiguió meterse en el coche y
arrastrar a Santi con él. Lo de su amigo pintaba peor, a lo del estómago se
sumaba otra herida en el hombro, y la vida se le escapó por aquellas dos
agujeros sin que Juan pudiera hacer nada, suficiente tenía con arrancar el
coche y salir de allí entre cristales que estallaban y balas que pasaban
silbando junto a su cabeza.
Mientras conducía por la autopista, después de
haber conseguido evitar un par de bloqueos pero con las sirenas aún resonando
en su nuca, miró a Santi. Estaba lívido, con los ojos fijos en la nada y una
sonrisa en los labios. Siempre le había dicho que quería morir así, con una
sonrisa en los labios, y lo había conseguido. Juan no sabía cómo quería morir,
nunca había pensado en ello y ahora ya no tenía tiempo de hacerlo. Pero cuando
vio el siguiente bloqueo y unas cámaras de televisión cerca, supo lo que tenía
que hacer, cómo quería morir, y aceleró.
Su paso por la televisión fue como el de una
estrella fugaz, apenas una secuencia de un coche acelerando contra la barrera,
elevándose al tocarla y desplomándose unos metros más allá entre chispas y
cristales y caucho y humo y sangre…
6 comentarios:
¿Cuántas vidas "reales" habrán seguido el mismo discurrir que el que narras en el relato? Has dibujado la evolución de un personaje con precisión de cirujano respecto las causas que pueden llevar a alguien al mundo del crimen. Sin duda, el delito siempre es la consecuencia, nunca la causa. Estupendo relato y muy buena metáfora la de la estrella. ¡Saludos!
Hola! Muchas gracias por compartir este escrito con nosotrxs la verdad es que me parece que tienes un blog super interesante. Te invito a echarle un vistazo a el mío que es sobre libros, quizás pueda gustarte https://lamoiramorada.blogspot.com/?m=1
Un abrazo ☪️💜
Muchas gracias por pasarte y por tus palabras, David. La verdad es que con esa música ha sido un placer escribir esto, la recomiendo.
Muchas gracias por pasarte y comentar, Moira. A ver si le echo un vistazo a lo de las reseñas, que siempre es bueno estar sobre aviso antes de lanzarse a leer una novela.
Hola Manuel. Para serte honesto, este relato me ha dejado impresionado. ¡Vaya ironía el sueño de tenía Juan el poder estar en la televisión para que al final lo consiguiera pero de forma muy trágica! Todos esos pequeños factores como ser un bully y quedarse atrasados en los estudios que le ocurrieron al personaje principal desde pequeño hasta adentrarse al oscuro mundo del crimen a causa de los negocios son para darse a reflexionar sobre las tomas de decisiones que nosotros mismos nos estamos dando para nuestras futuras vidas. ¡Aplausos en verdad!
Muchas gracias por tus palabras, José Ángel. Sobre lo que dices de las decisiones y el futuro, yo creo que muchas veces, aunque no nos demos cuenta, las decisiones las toman otros por nosotros. Además, en esto de la vida, al igual que en todo lo demás, todos empezamos como novatos.
Un saludo.
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