Un cuento breve con guasa. La vida de Faustino no es fácil, pero él es feliz... |
¿Lo oyen, ese gruñido desagradable como el hozar del jabalí? Es mi esposa. Y no se les ocurra hacer ruido, porque aparte de los ronquidos, las proporciones, y ese vello hirsuto que le da a su bigote la suavidad del alambre de espinos, mi mujer comparte con el puerco salvaje las malas pulgas que lo han hecho temible. Sin duda, despertarla en estos momentos sería una idea tan feliz como la de aquel timonel que dijo “¿Qué te vas a que le doy al trozo de hielo que se ve ahí delante?” durante la noche del 14 de abril de 1912.
Sí, esa es mi esposa. No se imaginan ustedes lo que es vivir
bajo la influencia de semejante basilisco. Veinte años de paquetito de tabaco,
un ratito de peña y a casa, que llueve. Faustino para acá, Faustino para allá,
Faustino que te la ganas…
Pero… ¿saben lo que les digo? Yo soy feliz.
Vengan, síganme; sin hacer ruido, claro está. Sí, es aquí
mismo, en el cuarto de al lado. ¿Reconocen el ronquido? En eso el niño ha
salido clavado a la madre, y también en el físico, aunque él es ligeramente más
peludo que ella. Éste es mi Javierito, el ojito derecho de mi mujer, el
forúnculo purulento de mi trasero. Lo único bueno que tiene el angelito es que
es hijo único, porque si llego a tener dos como él…
Mi hijo es… un artista; o al menos lo intenta. Como los
estudios no conseguían captar su atención y el trabajo… “no le sienta bien al
niño, es demasiado sensible”, según palabras de mi doña, en cuanto terminó la E.G.B. se le buscó a Javierito
alguna actividad con la que dar salida a todo el talento que sin duda debía
tener escondido en alguna parte. Al violín le arrancó los gemidos más
espeluznantes que jamás se hayan oído sobre la faz de la tierra, la literatura
resultó tener demasiadas reglas para un espíritu libre como el suyo, la carrera
de actor le duró el bochorno (tanto para él como para mí, su acompañante) de
sus tres fallidos castings, y la pintura al óleo lo ha sumido en una crisis
creativa y emocional que le ha hecho perder dos de sus más de cien kilos…
Así de últimas, lo que me comentó en petit comitee es que
quería ser actor porno, que ahí también hay mucho arte y que por lo visto él
aguanta mucho antes de eyacular. Desde luego me consta que practica mucho la
modalidad individual (quizá por eso la pérdida de peso), pero como actor porno
no termino de verle, la verdad.
En fin, no importa, soy feliz. ¿Y saben por qué? Pues porque
yo ya no estoy aquí; no señor. Mis restos yacen plácidamente chamuscados a
trece kilómetros de este lugar, entre un amasijo de metal empotrado contra un
árbol. Menuda sorpresa, ¿no? Guárdenme el secreto, tengo ganas de ver la cara
que pone mi esposa mañana, cuando le den la noticia.
Relato ganador del I Concurso de relatos de la revista “Punto Cultural”
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