Extraterrestres, los visitantes que han fascinado a
la humanidad desde el mismo nacimiento de ésta y que se han visto plasmados en
su tradición y en sus costumbres; hoy en día, iconos y modas aupados a esa
bestia que todo lo puede y que llaman Hollywood. Extraterrestres, el misterio
del que unos reniegan, pensando así conjurar una verdad que sigue al otro lado
y que a otros ha marcado profundamente, hasta convertirse en el estigma de sus
vidas. Extraterrestres, quizá llamados dioses por nuestros ancestros, los
supuestos autores de tantas maravillas de la antigüedad que aun hoy quitan el
aliento y nos dejan sin respuesta ante tanta imposibilidad técnica, ante tanto
misterio despachado con la primera explicación a mano. Extraterrestres, el tabú
de los gobiernos y las agencias espaciales y de inteligencia, que niegan acceso
a esa información que todos sabemos que poseen, quizá, quién sabe, porque el
impacto de la verdad sería tan fuerte en este mundo de racionalismo irracional
que nuestra sociedad no podría soportarlo.
Hoy
vamos a tratar de extraterrestres, sí, y de abducciones también, quizá la más
aterradora de sus manifestaciones. Estos sucesos, a veces recordados en
sesiones de hipnosis regresiva, o como imágenes que surgen del pasado después
de haber estado perdidas por años, o también echándole un poco de imaginación
al asunto tras una noche de excesos y amnesia, suelen ser achacados a la
paranoia o a cualquier otro error de la mente, algo posible según dicta la
ciencia. Pero qué hay de esas almas sumidas en la angustia, del dolor, de la
sensación de inseguridad, de los desórdenes sexuales derivados según el
tratamiento recibido. Son tres los testigos de esta realidad que tenemos hoy
aquí, tres de esas víctimas, auténticas o no, que vienen a darnos su testimonio.
Y frente a ellos, enarbolando el
pendón de la ciencia y el racionalismo bien entendido, el auténtico, el único e
inigualable, doctor Cabrero, amigo personal y colaborador de estas Crónicas de
lo Despatarrante, que tratará de extraer la verdad y el posible misterio de
estos singulares casos aplicando su novísima teoría de la cura por humillación.
Quique Jiménez: Doctor Cabrero, amigo, encantado.
Doctor Cabrero: Igualmente, Quique. Todo un placer estar aquí
contigo y con estos sujetos a los que voy a tratar en unos instantes.
QJ: Bueno, por si alguien lo necesitara, voy a hacer un breve
perfil de tu persona. Doctor Cabrero, psiquiatra forense, psicólogo de cabecera
y proctólogo aficionado, doctorado en terapias agresivas y tratamiento a palos,
catedrático en psiquiatría clásica pedestre y toda una eminencia que acumulas
masters y firma tesis como el que come churros.
DC: Modestia aparte, tienes razón en todo.
QJ: También hay que hablar de tu faceta de ensayista y autor divulgativo,
de la que han surgido obras tan relevantes en el ramo como “Cuéntame tus penas
que verás cómo te las quito”, “O te curas… o te curo…” o “El guantazo a tiempo”.
Sin olvidar tu próxima obra que está a punto de ver la luz.
DC: En efecto, será la cuarta y última parte de mi tetralogía
acerca del tratamiento por humillación y se titulará “Y ahora vuélvete a
quejar”.
QJ: Estamos ansiosos por que vea la luz, sin duda. Y ahora, doctor,
háblanos de lo que vienes a mostrarnos hoy.
DC: Hoy he venido aquí a hacer una demostración práctica de mi
teoría de la cura por humillación y del tratamiento derivado, cuya
investigación completa se encuentra detallada en la tetralogía de la que
acabamos de hablar. Para eso están aquí hoy mis tres ayudantes, uno por
paciente, Eduardo, Boris y Gunter, seleccionados entre la flor y nata de los
controladores de acceso a locales de ocio, instruidos por mí en el tratamiento
por humillación y, como puedes comprobar tú mismo, auténticos roperos
empotrados.
QJ: Cierto. Y ese tratamiento lo vas a aplicar sobre los tres
invitados que tenemos aquí hoy, ¿no?
DC: Efectivamente, Quique. Te doy mi palabra de que estos tres
sujetos salen de aquí hoy curados, sin importar si lo suyo es eso que dices de
los extraterrestres, o más bien un trastorno común, manía o chuminada para
llamar la atención.
QJ: Muy bien. Y ahora es el momento de presentar a los otros tres
invitados, tres almas marcadas con la huella del misterio y lo despatarrante,
tres protagonistas de lo insólito, víctimas de un imposible negado y renegado
por las autoridades… o quizá no, según nos diga el doctor Cabrero. Empecemos
por ti, Antonio. Bienvenido a las Crónicas de lo Despatarrante. Háblanos un
poco de tu persona.
Antonio Cuenca: Buenas, Quique, buenas a todos. Me llamo Antonio
Cuenca, soy de Madrid, soltero sin compromiso, aunque con esperanzas. Vivo con
mis padres, ya mayores, y tengo un puesto de golosinas en Móstoles, que es a lo
que me dedico temporalmente mientras intento lanzar mi carrera como cantante de
boleros a través de algún programa televisivo de talentos o similar.
QJ: Muy bien, y ahora cuéntanos tu historia, tu encuentro con la
cara oculta de la realidad, tu cruce con lo despatarrante…
AC: Bien, esto sucedió hará tres años, en verano creo recordar. Yo
estaba echando horas por la tarde en el puesto, para recuperarme de ciertas
compras que había hecho en la tienda de la tele, cosas de la soledad y la
madrugada. Entonces, no sé, comencé a sentirme indispuesto…
DC: ¿Puedo hacer un inciso?
QJ: Cómo no, doctor.
DC: A ver, perroflauta…
AC: ¡Oiga!
DC: Ojo, que lo digo sin ánimo de ofensa, esto forma parte del
tratamiento.
AC: Hombre, pero…
DC: Nada de peros, que me he comprometido a curarle y lo voy a
hacer quiera usted o no quiera. A ver, Gunter, colleja terapéutica.
AC: ¡Ay! ¡Pero esto qué es!
QJ: ¿Doctor?
DC: Nada, Quique, no le eches cuenta que esto es algo normal al
inicio de los tratamientos, un primer rechazo instintivo pero que luego se
supera y todos los pacientes terminan colaborando. A ver, Gunter, demuéstrale
por qué debe colaborar.
AC: ¡No, no, por favor! ¡Ay!
DC: ¿Ves cómo ya se muestra más colaborador, Quique?
AC: ¡Ay! ¡Sí, colaboro!
DC: Está bien. Puedes parar, Gunter. Pero dale otra colleja
terapéutica para afianzar el estímulo-respuesta.
AC: ¡Ay!
DC: En fin, como iba diciendo, perroflauta, tú eres un poco
pardillo, ¿no? De esos a los que la gente suele tomar el pelo, ¿verdad?
AC: Hombre, yo…
DC: A ver, Gunter…
AC: ¡Sí, soy un pardillo!
DC: Bien. Tranquilo, Gunter. Como ves, Quique, poco a poco el
paciente va entrando en la dinámica del tratamiento y haciendo que todo vaya
siendo cada vez más fácil. De momento hemos comenzado con el principio, la
asunción del problema, el inicio de cualquier cura y paso ineludible hacia
ella. En este caso, tenemos a un pardillo confeso, lo cual ya nos da pistas de
cómo ir tratándole y de cuál puede ser la raíz de todo.
QJ: Muy interesante, doctor. Sigue, Antonio.
DC: Perroflauta, Quique, perroflauta. Una vez iniciado el
tratamiento, no se puede variar este tipo de detalles. Además, que es sin ánimo
de ofender, con fines terapéuticos, no te preocupes por él que no le molesta.
¿Verdad, perroflauta? ¿Gunter?
AC: ¡No, no me molesta! ¡Lo juro!
DC: Así me gusta.
QJ: Entonces, puedes continuar… perroflauta.
DC: Ojo, despacito y buena letra, perroflauta.
AC: Sí, doctor. Yo estaba en el puesto de golosinas, como dije,
echando horas una tarde de verano que recuerdo que hacía mucho calor. El
puesto, que es de chapa, se recalienta en esas fechas y es como un horno, y yo
comencé a sentirme indispuesto…
DC: Otro inciso. Perroflauta, ¿por qué estabas en el quiosco a esas
horas de calor?
AC: Bueno, doctor, por lo que dije antes de unos gastillos que
había tenido y que necesitaba cubrir. Cosas de la teletienda y la madrugada…
DC: … ¿La teletienda y la madrugada…? A ver, a ver que me estoy
calentando y voy a ir yo mismo para allá a darte las collejas como sigas
mintiendo.
AC: No, por favor.
DC: Esos gastos eran facturas de teléfono, ¿verdad?
AC: … Sí.
DC: De teléfonos de esos guarros, ¿verdad?
AC: … Sí.
DC: Ya me lo figuraba yo. Gunter, dos collejas, una por pajero y
otra por mentiroso.
AC: ¡Ay!
DC: ¿Ves, Quique, cómo se le saca la verdad a éstos con el
tratamiento?
QJ: Ya veo, ya.
DC: De momentos ya tenemos identificado al sujeto: un perroflauta
pardillo, mentiroso y pajero, una tipología bastante común como ya recogí en mi
ensayo “Chusma en mi consulta”. Puedes seguir, perroflauta.
AC: Bueno, pues que yo estaba en el quiosco, en verano, con la
chapa recalentada y un calor insoportable, y me empecé a sentir mal. Después,
no sé, recuerdo luces, muchas luces de colores… Y hasta la madrugada, que
desperté allí tirado en el puesto, con unas extrañas marcas en la cara y un
dolor de cabeza muy grande…
DC: … Ay, perroflauta, ay que me parece que me estás mintiendo.
AC: Yo no, ¡se lo juro!
DC: ¿Que me lo juras? Gunter, colleja terapéutica.
AC: ¡Ay!
DC: Ojo, perroflauta, que te la estás jugando, ojito con lo que me
contestas ahora.
AC: Sí, doctor.
DC: ¿Te faltaba dinero de la caja que hubieras hecho ese día?
AC: … Sí.
DC: ¿Las marcas de la cara eran marcas rojas, como de carmín, que
se borraron con un poco de agua o una toallita húmeda mismamente?
AC: … Sí.
DC: Y tenías la boca pastosa, con sabor a cubata de garrafón y a
tabaco, ¿verdad? Con rastros de perfume barato impregnado en la ropa además.
AC: … Sí.
DC: Ya te digo yo que sí, perroflauta. Gunter, colleja terapéutica.
AC: ¡Ay!
DC: Otra más, que se la merece.
AC: ¡Ay!
DC: Y ahora vamos a ver si te digo yo que es lo que te pasó a ti de
verdad. Tú eres asiduo de las casas de niñas, ¿verdad, perroflauta? Lo que se
suele conocer como putero, en otras palabras.
AC: … Sí.
DC: Colleja terapéutica.
AC: ¡Ay!
DC: Y resulta que el otro día te dio un calentón, porque tus padres
han restringido las llamadas del teléfono para no pagar la burrada que pagaban,
y te fuiste al primer local de alterne que te encontraste. Allí, como eres un
pardillo, te dieron garrafón y te cogiste un pedal que casi ni te acuerdas de
lo que pasó, salvo de las luces y de que te limpiaron la cartera. Y luego, como
eres un mentiroso, te inventaste esta chufa de la abducción para justificar
ante tus padres el dinero que te habías gastado. ¿Me equivoco?
AC: … No.
DC: Gunter, tratamiento de choque.
AC: ¡No, noooooo! ¡Ay! ¡Socorro!
DC: No pongas esa cara, Quique, que no pasa nada. Aunque parezca
que está sufriendo, en realidad se está curando. El dolor y los gritos, una vez
terminada la sesión y el paciente está recuperado, ni se recuerdan, son como
una anécdota de la que reírse, o al menos a mí me suele hacer gracia recordar
algunas terapias.
QJ: Comprendo, comprendo. Es lo que tienen los grandes
descubrimientos, que al principio chocan.
DC: Muy bien elegidas las palabras, Quique, y muy acertada la
reflexión.
AC: ¡Ay! ¡Ay!
DC: Puedes parar, Gunter. Y tú deja de lloriquear, perroflauta, a
ver si me voy a terminar enfadando de verdad.
AC: No doctor, ya me calmo, se lo juro. No se enfade.
DC: Está bien. Y ahora promete que vas a dejar de mentir, de ser un
pajero y un putero.
AC: ¡Lo prometo, de verdad, doctor, por lo más sagrado!
DC: Muy bien, así me gusta. ¿Ves, Quique? Paciente curado, te
aseguro que éste no va a volver a llamar a ningún programa para contar mentiras
ni a gastarse el dinero en teléfonos guarros ni clubes de alterne. Eso sí, lo
de ser un pardillo no se lo puedo curar.
QJ: Brillante, doctor, brillante. Magna demostración de que el
racionalismo bien entendido, la ciencia sin vendas en los ojos, también puede
convivir con lo paranormal en una especie de simbiosis pedagógica en busca
conjunta de la verdad. En este caso, sin partir de prejuicios, se ha analizado
con precisión quirúrgica un posible caso de abducción extraterrestre y se ha
llegado a la inapelable conclusión de que no era tal, aunque bien podría haber
sido. De nuevo bravo, doctor.
DC: Gracias.
QJ: Y ahora vayamos con el siguiente caso, otra posible abducción,
quizá una prueba de que no estamos solos en el universo, sino que tenemos
vecinos. Vecinos que a veces nos visitan desde sus estrellas con la intención,
quién sabe, quizá de estudiarnos, o de comunicarse con nosotros, o buscando
nuestros puntos débiles en vistas a una posible invasión, o tal vez simplemente
por incordiar, que tampoco sabemos el humor que se gastan a años luz de
distancia. Vayamos pues con Juan y con su historia. Bienvenido a nuestras
Crónicas de lo Despatarrante.
Juan Bellido: Buenas… buenas, Quique…
QJ: ¿Te ocurre algo, Juan?
JB: Es que estoy un poco nervioso. Soy muy aprensivo, y el doctor
Cabrero y este señor a la espalda…
DC: Uy, uy que creo que con
este me voy a cebar. Espero que no te moleste, Quique.
QJ: Yo si forma parte del tratamiento…
DC: Sí, sí, ya te lo digo yo.
JB: … No, por favor…
DC: ¡Ni por favor ni gaitas! Eduardo, tres collejas terapéuticas,
que con lo que le espera mejor que se vaya acostumbrando.
JB: ¡Ay!
DC: Gunter, colleja terapéutica al perroflauta, por reírse del
dolor ajeno.
AC: ¡Ay!
QJ: Bueno, Juan, háblanos de ti, cuéntanos tu historia.
JB: Sí, lo que sea, Quique, doctor. Me llamo Juan Bellido, soy de
Segovia, aunque vivo en Madrid desde hace muchos años, y trabajo de comercial
en una empresa de telefonía. Soy soltero.
QJ: Bien, y ahora cuéntanos el suceso, lo que te ha traído aquí a
desnudar tu alma en busca de respuestas para lo que te atormenta.
JB: Es una historia que ocurrió hace tiempo, mucho, Quique, ya casi
ni me acuerdo, de verdad. Además, que es una tontería ahora que lo pienso. Yo
creo que es mejor pasar al siguiente caso…
DC: Mascachapas, espero que no estés poniendo excusas para esconder
el bulto y evitar el tratamiento, porque es que me enciendo.
JB: ¡No, doctor, le doy mi palabra de honor, en serio!
DC: ¿Honor? Honor te daba yo a ti, mascachapas. Desembucha, anda,
que yo he hecho un juramento hipocrático sagrado y tú sales de aquí curado
aunque tenga que despellejarte vivo, fíjate lo que te digo.
QJ: ¿Doctor?
DC: Nada, Quique, cosas del tratamiento, tú no te preocupes.
Colleja terapéutica, Eduardo.
JB: ¡Ay! Sí doctor, ya sigo.
DC: Así me gusta.
JB: Esto pasó hace ya mucho, como dije antes, y apenas me acuerdo…
DC: Mascachapas…
JB: ¡Sí que me acuerdo doctor, sí que me acuerdo!
DC: Colleja terapéutica para que tome carrerilla, Eduardo. Sigue.
JB: ¡Ay! Pasó hace cuatro o cinco años, de madrugada. Yo conducía
de camino a mi pueblo, un fin de semana que había puente y quería pasarlo allí
con la familia.
DC: Eduardo, colleja terapéutica suave, para que note que va por el
buen camino.
JB: Ay. Gracias, doctor. Bueno, pues yo iba conduciendo de
madrugada, en una noche cerrada sin luna. La carretera era una de estas que no
se han arreglado en mucho tiempo, así que iba con cierto miedo conduciendo por
allí a pesar de que no me había cruzado con ningún otro coche en mucho tiempo.
QJ: Interesante esto que cuentas, Juan…
DC: Mascachapas, Quique, mascachapas, recuerda lo del tratamiento.
QJ: Es verdad. Decía que era interesante esto que cuentas,
mascachapas, porque es frecuente dentro de la fenomenología paranormal el hecho
de que los encuentros tengan lugar cuando no hay nadie más para constatar los
testimonios, algo que usan los descreídos para poner en duda los hechos.
Prosigue.
JB: Pues eso, que iba conduciendo por aquella carretera de
madrugada, con mucho miedo en el cuerpo, y de pronto la noche empezó a
iluminarse, como si amaneciera. El coche… no sé, perdió la energía o algo así,
y se detuvo.
DC: Eduardo, colleja terapéutica.
JB: ¡Ay!
QJ: ¿Y eso, doctor? El relato parece verdadero.
DC: No, si no es por eso, Quique, es por afianzar el
estímulo-respuesta, y también porque así es más divertido, todo sea dicho.
Puedes seguir, mascachapas.
JB: Sí, doctor. Como decía, el coche se paró, y yo me vi allí
encerrado, rodeado de una luz que no me dejaba distinguir lo que había fuera,
estaba cegado, hasta que comencé a notar las presencias.
QJ: Ojo, atención, que estamos ante el punto álgido de la historia,
el momento del contacto. ¿Alguna objeción, doctor?
DC: No, ninguna, parece que el mascachapas dice la verdad.
JB: Gracias, doctor.
QJ: Continúa con tu historia, desvélanos qué encontraste al otro
lado de la realidad… mascachapas.
JB: Bueno, a partir de ahí ya no lo recuerdo muy bien. Lo siento,
de verdad, doctor, yo le juro que si por mí fuera…
DC: Mucho miedo tienes tú. Cuenta lo que tengas que contar que ya
te diré yo si vale o no, anda.
JB: Pues eso, que a partir de ahí como que me desvanecí o algo y no
recuperé la consciencia hasta varias horas después. Estaba en el coche, desnudo,
y con ciertas marcas y alguna molestia…
DC: ¿Marcas y alguna molestia? Quizá mi experiencia como proctólogo
nos pueda venir bien aquí.
JB: Eh… ¡No no no, doctor, se lo juro de verdad, era una molestia
en la cabeza y así en el cuerpo en general, nada más!
DC: Bueno, un examen rutinario tampoco tiene por qué venir mal.
JB: ¡No, de verdad, doctor, por favor!
DC: Está bien, prosigue, mascachapas.
JB: Gracias, doctor. Como ya dije, me desperté en el coche, desnudo
y con algunas marcas y molestias, pero sólo en la zona de la cabeza y los
brazos, en ninguna otra parte lo juro por lo más sagrado. Cuando me recuperé
por fin comprobé que había pasado varias horas en blanco de las que no
recordaba nada, pero que el coche funcionaba de nuevo, así que conduje hasta
casa de mis padres. Una vez allí se lo conté todo y pasé el fin de semana allí
con ellos, recuperándome.
QJ: ¿Alguna objeción, doctor?
DC: No, Quique. La verdad es que me estaba animando con el
mascachapas y al final parece que se ha librado de una buena. Eduardo, colleja
terapéutica suave como premio.
JB: Ay. Gracias, doctor.
QJ: Impresionante, insólito, despatarrante… Atención, señores, luz
y taquígrafos aquí ahora mismo que el ojo crítico de la ciencia, personificado
en esta ocasión por el perínclito doctor Cabrero, ha dado su visto bueno al
caso. Ya no hay duda, tenemos vecinos, vecinos que nos visitan de allende las
estrellas, está confirmado; si el padre Polón estuviera aquí lloraría.
Cuéntanos más, mascachapas.
JB: Bueno, Quique, doctor, después de eso, he ido recordando cosas
con el paso de los años, como imágenes…
DC: Eduardo, colleja terapéutica, para que abrevie.
QJ: ¿Doctor?
DC: Es que me estoy aburriendo, Quique, tengo unas ganas de pasar
al próximo y desahogarme que ni te lo imaginas. En fin, abreviando que es
gerundio, mascachapas.
JB: Sí, doctor. Pues que estos años he recordado cosas, pero
tonterías que no tienen importancia como para hacer perder el tiempo a una
eminencia como usted, doctor Cabrero. Se lo juro por lo más sagrado.
DC: Así me gusta. ¿Satisfecho, Quique?
QJ: Bueno, me hubiera gustado profundizar más en el misterio ahora
que parecía que es veraz, fuera de toda duda. Pero quizá podamos hacer eso
mismo con el siguiente caso.
DC: Ahí le has dado, Quique, ahí le has dado. Te digo yo que ahora
nos vamos a divertir, mira que carita… ¡Boris! ¡Boris, me cago en todo lo que
se menea, que se escapa!
QJ: … Vaya…
…
DC: ¿Qué?
Boris: Lo siento, doctor, se ha escapado…
DC: ¿Que lo sientes? Ya, ya hablaremos tú y yo…
QJ: Bueno, pues parece que vamos a tener que terminar aquí.
DC: Eso me temo, Quique, lo siento.
QJ: No, en absoluto, doctor, mil gracias a ti por estar aquí con
nosotros e iluminarnos con tu enciclopédica sapiencia.
DC: Gracias, Quique, en mi nombre y en el de mis colaboradores,
salvo Boris, con el que ya ajustaré cuentas por haberse despistado.
QJ: Y gracias también a nuestros dos invitados por estar con
nosotros en esta quinta entrega de las Crónicas de lo Despatarrante y contarnos
sus historias.
AC: Igualmente.
JB: Gracias a ti y al doctor, Quique.
QJ: En fin, amigos, tenemos que dar por concluida esta entrega de
nuestras Crónicas de lo Despatarrante aun a falta de uno de los tres
testimonios que habíamos prometido, otra vez será. De todas formas, os
emplazamos desde ya para nuestro próximo número, la próxima travesía de esta
patera de lo paranormal en la que siempre habrá un sitio vacante para vosotros.
Estaos atentos.
…
DC: Quique, un favor te quería pedir: ¿tienes los datos de ese
individuo, el que ha salido corriendo?
QJ: Sí, claro, tenemos su ficha de contacto con los datos
personales. ¿Por qué?
DC: Para que me la des luego, que le voy a hacer una visita a
domicilio; a mí no se me escapa un paciente como que soy hijo de mi padre. Tú
sabes, cosa del juramento hipocrático y eso.
QJ: De acuerdo, ahora la busco y te la doy.
Quique Jimenez’s
Crónicas de lo Despatarrante
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