OCHETE
Domingo, ocho en punto de la mañana. Hoy el día ha amanecido gris, cubierto por un ominoso manto de nubes de tormenta, saturado de humedad y presagios. Estamos frente a la entrada del Hospital Psiquiátrico Virgen de la Iluminación, o Balneario Virgen de la Iluminación, como le gusta llamarlo al padre Polón, el ínclito inquilino al que esperamos. En unos instantes, unos amables enfermeros traen al padre para cedernos su custodia durante el resto de la jornada. Ufano, sonriente, distendido, quizá de una manera especial debido a la sobremedicación administrada para evitar cualquier posible crisis nerviosa, se presenta ante nosotros este monstruo de la investigación paranormal patria, este padre del que todos los nuevos investigadores somos hijos adoptivos, este camarada, este amigo. Tras los abrazos de rigor, una vez firmados los permisos y confirmado que tenemos a mano el número privado del doctor Parra por si surge algún contratiempo, el padre Polón, la compañera Carmen Puerta y un servidor, abrimos este segundo capítulo de nuestros Diarios de lo Despatarrante. Inicialmente, la expedición iba a estar formada por cuatro miembros, sumando a los ya mencionados al compañero Santiago Macacho, pero este último ha estado desaparecido e incomunicado durante los dos últimos días, no sabemos a ciencia cierta por qué causa, aunque Carmen tiene la teoría de que ha sido premeditado por Santiago para evitar venir, algo ante lo que no me pronuncio por no contradecirla ni poner en un compromiso posterior al compañero. Sea como fuere, los tres partimos una vez más en pos del misterio, en esta ocasión el que envuelve al pueblo fantasma de Ochete, meca de lo paranormal desde hace décadas y que por ello ha recibido la visita de multitud de investigadores de diverso origen y caché. Ochete es un lugar de prodigios en el que se han visto luces, en el que se han grabado psicofonías y, sobre todo, se han tomado algunas instantáneas que aún hoy, después de muchos años de rigurosos exámenes, siguen siendo pruebas irrefutables de que han sucedido hechos inexplicables en el lugar. Adelante, pues, con esta investigación.
Ocho y media de la mañana. El ambiente es muy bueno hoy en nuestra Patera de lo paranormal. Carmen está relajada, quizá por la ausencia de Santiago, el padre Polón alegre y feliz, incluso canturrea el famoso tema “En el coche de papá”, al parecer de forma instintiva debido a la medicación y a que es la melodía que hacen cantar a los pacientes durante sus excursiones terapéuticas, y yo… Yo estoy emocionado, tengo que decirlo. Estoy emocionado en primer lugar debido a la inestimable participación del padre en esta travesía, lo que nos brindará el apoyo de su infinito saber y su vasta experiencia, y en segundo lugar porque tengo un pálpito, una premonición, una corazonada, llámenlo como quieran, pero hay algo que me dice que hoy nuestra existencia se verá alterada por un encuentro más allá de esta realidad. ¿Será verdad lo que grita mi alma? Ya veremos…
Nueve menos diez de la mañana. Primer contratiempo de nuestra expedición. Como me temía, y pese a su buen talante inicial, la no demasiado amplia paciencia de Carmen se ha visto saturada por el incesante canturreo del padre Polón. Son ya casi cuarenta y cinco minutos de “En el coche de papá”, con su túnel, su bocina, sus baches, sus tortas y la no muy afinada voz del padre, suficiente incluso como para soliviantar el espíritu de un lama en conexión con la paz absoluta. Carmen me expresa su pesar de forma enérgica, indicándome que será mejor que yo medie en este asunto antes de que ella tenga que poner sobre la mesa sus indudables dotes de liderazgo. Yo intento hacer lo que puedo, trato de sacar al padre de su trance musical a través de una conversación acerca de su tema favorito, los ovnis, pero no da resultado en un principio. Espoleado por una nueva mirada de soslayo de la compañera, insisto en entablar conversación con el padre y al final lo consigo, haciendo que se arranque a contar una muy interesante historia acerca del encuentro en la tercera fase que tuvo tras la ingesta de ayahuasca durante una expedición por el Amazonas en la que participó hace décadas. Carmen me felicita por la iniciativa al tiempo que me avisa de que la nueva letanía también puede llegar a cansarla si se prolonga indefinidamente. Yo trago saliva mientras trato de meter baza en la desatada verborrea del padre Polón.
Nueve y media de la mañana. Tengo que dar gracias a la providencia. Desde hace unos minutos, nuestro invitado en esta travesía permanece en silencio. En un momento dado ha terminado con su historia y ahora está abstraído, absorto en la contemplación del paisaje que se abre más allá de las ventanillas. Según nos informaron, ésta es la segunda fase del proceso iniciado con la toma de la medicación. La primera fue de euforia, manifestada en este caso por el acceso musical y el relato de historias, la tercera será de lucidez y normalidad, y la cuarta un in crescendo que desembocará en una nueva crisis nerviosa si nos saltamos el horario de vuelta y nuestro amigo no toma su próxima dosis a tiempo. Por el bien de todos, procuraremos cumplir con los horarios para no tener que llegar a ese extremo.
Diez y media de la mañana. Por fin llegamos a Ochete, o al menos al punto en el que tendremos que dejar el automóvil y seguir a pie hasta nuestro destino. Ochete es un pueblo fantasma, no hay carreteras que pasen por su calle principal, no hay señales que indiquen su localización, no hay mapas modernos en los que aparezca su nombre. Es un lugar perdido en la nada, un tesoro del misterio que, como tal, ha de ser buscado en aventura singular, sorteando peligros y haciendo acopio de audacia y valor. El padre Polón se muestra plenamente lúcido, incluso ya empieza a desempolvar viejas teorías o a bosquejar otras nuevas a la luz de los datos preliminares que le hemos suministrado, y también hace gala de un vigor inusitado siendo el que abre la marcha en cuanto el sendero que seguimos se torna abrupto. Carmen lo sigue con decisión. Yo, cargado con todo el instrumental de campo en ausencia de Santiago, al que ahora echo de menos más que nunca, comienzo a acusar la fatiga. Pero no importa, todo el que haya pasado la frontera de la afición en estos temas sabe que la investigación paranormal es sinónimo de sacrificio, el peaje que invariablemente ha de pagar todo aquel que quiera llegar a un fin importante. Como los conquistadores y exploradores de nuestra edad de oro, esos héroes cuyas vidas, en la mayoría de los casos, sirvieron de tributo con el que pagar el encuentro con lo ignoto, enjugo el sudor de mi frente, fijo mi vista en el horizonte y sigo adelante. Tengo una corazonada, y no hay poder del cielo o la tierra capaz de impedirme que cumpla con mi destino.
Once de la mañana. Primer encuentro con la maravilla… o no. En un momento dado, la senda estrecha y umbría por la que transitábamos se ha abierto a un claro amplio, y en su centro, como aguardando nuestra llegada, hemos encontrado una misteriosa marca, un círculo de tierra calcinada rodeado de rocas cuya disposición, según el padre, no es aleatoria sino que encierra algún tipo de mensaje quizá de entidades venidas de más allá de las estrellas. Carmen duda de la teoría y señala como prueba varias latas de comida cubiertas de hollín que yacen junto a lo que según ella no son más que los rastros de una hoguera. El padre Polón retruca que eso no son más que pistas falsas dejadas ahí por el largo brazo de esa censura ciega que tanto se ha cebado con él hasta conseguir su internamiento en el centro en el que ahora ocupa plaza. Yo estoy indeciso, convengo con Carmen en que no es muy verosímil que esos extremistas de la incredulidad hayan podido saber de nuestro viaje, o de que pasaríamos por ese punto concreto. Pero no puedo hacer oídos sordos a la seguridad en este asunto del padre y a la multitud de teorías y tratados que saca a colación para defender su postura. Por si acaso, tomo fotos de la escena, desde todos los ángulos posibles, e incluso alguna muestra de las rocas, la más pequeña que encuentro para no aumentar en demasía mi ya de por sí pesada carga. Ya habrá tiempo para someter las pruebas a un examen exhaustivo, pero ahora debemos continuar; Ochete nos espera…
Doce menos cuarto de la mañana. Se avecinan tormentas, varias. El cielo, antes de un gris leve, ahora se ha teñido de un negro amenazador, sobre todo estando donde estamos, a la intemperie y a merced de los elementos. Del horizonte lejano viene un murmullo, un eco de truenos que se unen en sinfonía al intenso batir de mi corazón. No quiero decir nada, prefiero que Carmen y el padre permanezcan ajenos a lo que pasa por mi mente, enfrascados aún en el debate sobre la autenticidad de aquella supuesta prueba ovni que encontramos hace rato. No me quiero adelantar a los acontecimientos, pero tengo la intuición de que estamos algo desorientados, si no totalmente perdidos. Hemos llegado hasta donde nos encontramos siguiendo las indicaciones que durante la preparación de este viaje me dio el compañero Javier Serra, amigo personal, asiduo en las Crónicas de lo Despatarrante y uno de esos investigadores que han visitado Ochete en más de una ocasión. Ahora creo que cometí un error, que no debí conformarme con sus indicaciones de palabra y que debí hacerme con un mapa en el que situar nuestro destino para no perdernos. Sumido en estos funestos pensamientos, extenuado por la carga que tengo que transportar y temeroso de la tormenta que parece correr en nuestra dirección, apelo a la premonición que tuve al iniciar nuestro viaje y rezo porque un golpe de suerte nos asista antes de que sea demasiado tarde.
Doce y veinticinco de la tarde. Ha comenzado a llover. De momento es algo leve, unas gotas que no supondrían nada siempre que hubiera algún sitio en el que refugiarse antes de que arrecie. Por desgracia, no se ve lugar para resguardarse en las cercanías, y no parece que la tormenta que viene hacia nosotros vaya a demorarse lo suficiente como para darnos tiempo de encontrar uno. Ante las dudas de mis compañeros de aventura me muestro optimista, confiado en que llegaremos a Ochete y a algún lugar en el que escapar de la furia de los elementos antes de que ésta se cierna sobre nosotros con toda su virulencia. Mis palabras, dichas con la poca convicción que me da la seguridad, ahora total, de que estamos perdidos, no parecen convencerles ni aplacar sus ánimos. Por suerte, el padre Polón encuentra indicios de que las arteras influencias de la censura ciega nos siguen en esta investigación y están haciendo todo lo posible por que no lleguemos a nuestro destino y podamos demostrar la veracidad de los fenómenos que nos han traído aquí. Yo le doy toda la razón, eso sí, sin poder evitar un escalofrío ante la mirada desaprobatoria que me lanza la compañera Carmen. De nuevo apelo a mi fe y mis convicciones para poder sacar fuerzas con las que llevar a buen término esta aventura, pero eso también comienza a ser insuficiente. Una vez más, rezo.
Una menos diez de la tarde. Salvados por la campana, ésa es la expresión que mejor define nuestra situación actual, literalmente. Tras un rato de estar perdidos de manera al parecer irremediable, hemos llegado por fin a nuestro destino, el viejo pueblo de Ochete. Al coronar una elevación del camino, cuando ya la tormenta había llegado hasta nosotros para descargar sobre nuestras cabezas toda la furia de Gaia, hemos divisado las ruinas del antiguo campanario, uno de los últimos vestigios aún en pie de esta historia que se pierde en los anales del tiempo y el misterio. Pasada la alegría inicial, en especial por mi parte, hemos tenido que apretar el paso, que correr, pero por fin hemos llegado y ahora estamos resguardados en este baluarte de lo paranormal, la también conocida como “Puerta de Lobos” haciendo uso del origen etimológico de la palabra Ochete. Tras una primera comprobación, parece que el equipo no ha sufrido desperfectos debido a la lluvia y nuestra accidentada travesía, así que comienzo los preparativos para dejar a punto todos los dispositivos de medición y análisis que he estado cargando durante horas. Por desgracia, no puedo recibir ayuda en mi tarea ya que Carmen y el padre Polón se encuentran enfrascados en un nuevo debate acerca de las posibles implicaciones de la censura ciega en esta investigación que llevamos a cabo y del origen terrenal o extraterrenal de los restos que encontramos durante la mañana. Ya empieza a cansar el tema, pero me reservo mis opiniones por no soliviantar aún más los ánimos. Vuelvo a confiar en la premonición que tuve al comenzar la jornada, y eso hace que pueda abstraerme de todo lo que me rodea mientras cumplo con mi labor.
Una y veinte de la tarde. Ya están los dispositivos listos y colocados como mejor he podido hacerlo. He tenido que improvisar coberturas para evitar que alguna fatídica gotera pueda estropear el sensible material que usamos, y todo ha tenido que ser colocado a cierta altura del suelo debido a una escorrentía que al parecer pasa por el lugar y que lo tiene todo encharcado. Carmen está inquieta por este hecho, cree que las cosas podrían ir a más y encontrarnos al final con un problema mayor que la tormenta que sigue descargando más allá de estas vetustas paredes. Yo intento calmarla, le señalo la tranquilidad con la que encara la investigación el padre, curtido en mil y una aventuras y que seguro sabría distinguir el peligro de tenerlo delante. También le hablo de mi corazonada, esa voz interior que me dice que hoy tendremos éxito, que daremos con lo que hemos venido a buscar y regresaremos a casa con el prometido botín de maravillas que nos ha lanzado a la aventura. Ella responde que así lo espera, sobre todo por mi bien. Yo trago saliva una vez más, soy plenamente consciente de la velada amenaza que encierran sus palabras. Ochete, ¡no me falles!
Dos menos diez de la tarde. Problemas, problemas serios. La escorrentía que hace unos momentos apenas nos inquietaba, salvo a Carmen, ha devenido en un arroyuelo cuyo caudal parece aumentar por momentos, haciendo que nuestros temores previos comiencen a tener visos de realidad, de trágica realidad. Una de las grabadoras se ha perdido, cayó de su improvisado soporte y tuve que contemplar con impotencia cómo seguía el curso de las aguas sin poder hacer nada debido a que tuve que poner a salvo el resto del equipo. El padre Polón parece totalmente ajeno a la problemática, se halla sumido en cábalas acerca de lo que sabemos del lugar, del encuentro de esta mañana y otras de las muchas teorías que maneja. Incluso ha propuesto que intentemos el ascenso a las plantas superiores de la torre, con el peligro que ello supone tratándose de una edificación abandonada hace casi un siglo y que debido a la acción de los elementos se encuentra en estado ruinoso. De momento he conseguido que aparque la idea, pero no quitársela de la cabeza, es imposible interponerse entre un investigador de casta, un auténtico prohombre de los estudios paranormales, un maestro, y su curiosidad sin límites. Por su parte, Carmen permanece sentada sobre los restos de una sección del suelo de la planta superior colapsada hace años. Me mira con fijeza predadora, con un “te lo dije” en la punta de la lengua y, supongo, pensando en un castigo por mi imprudencia. Creo que el tributo a pagar por esta búsqueda de lo insólito será, al menos en mi caso y cuando llegue al hogar, alto, muy alto.
Dos y cinco de la tarde. Ya está el material a salvo. Todo ha sido recogido y empaquetado de nuevo. Ahora se encuentra en la planta superior, a la que al final hemos tenido que acceder porque el nivel del agua en la inferior ya ha llegado por encima de la rodilla. La actitud del padre es animada pero algo errática, quiere subir a lo más alto para otear, busca señales por las paredes y cree escuchar voces. No quiero pensar en ello, sobre todo no quiero comentarlo con Carmen, pero es posible que el bueno del padre Polón esté entrando en la cuarta fase de su tratamiento farmacológico, aquella destinada a terminar con un colapso nervioso del que el doctor Parra ya nos advirtió que no querríamos presenciar. Ahora tengo un nuevo presentimiento, uno relacionado con el compañero y la mirada fija, cortante, con la que Carmen sigue mis pasos por el lugar, murmurando algo entre dientes y regalándome de vez en cuando alguna sonrisa sardónica. En el exterior la tormenta arrecia, en el interior se tensa el ambiente. El padre alza la voz pidiendo silencio, dice que no puede escuchar bien el mensaje telepático que ahora mismo le está enviando una entidad de otra galaxia. Yo cojo el móvil para lanzarle al doctor Parra un mensaje telefónico de auxilio.
Tres menos cuarto de la tarde. Locura, locura desatada. Bajo mis pies, el agua cubre la planta inferior hasta media altura, al nivel del violento torrente que sitia la antigua torre del campanario de Ochete. Sobre nuestras cabezas, el cielo que se vislumbra a través del agrietado techo es una luminaria surcada de venas eléctricas que marcan el tempo de la cacofónica sinfonía de esta tormenta de proporciones bíblicas que se ha hecho dueña de los cielos. A mi alrededor, en el limbo que media entre esas dos visiones del Purgatorio, el Infierno. El padre Polón ha llegado al paroxismo tras las comunicaciones telepáticas recibidas. Ha rasgado sus vestiduras, se ha quedado en paños menores y ahora danza bajo las goteras al son de mantras, gritos y una versión modificada de “En el coche de papá” en la que se habla de ovnis y un padre celestial que ha prometido venir a recogernos a todos para llevarnos de paseo. Esto ha hecho saltar los últimos contrafuertes del autocontrol de Carmen, que ahora se encuentra desatada, encolerizada, histérica. La ha tomado con el material de investigación que yo había recogido, empaquetado y ordenado en un rincón de esta prisión en la que nos encontramos, de esta trampa mortal. Ahora todo yace esparcido por el lugar, quebrado en mil fragmentos después de ser estampados contra las paredes y el improvisado parapeto detrás del que escribo estas notas mientras intento resguardarme de su furia. Ella también grita, me grita a mí, todo tipo de improperios, descalificaciones y amenazas. Me culpabiliza de todo lo sucedido, y yo acepto la culpa y pido perdón por ello, ruego perdón, ruego por mi salud… por mi vida. En este trance me encuentro, con la situación desbordada pero sabedor de que el tiempo corre a mi favor, pues tras hablar con el doctor Parra y posteriormente con las autoridades para comunicar nuestra situación y pedir un rescate, sé que, tanto equipos de salvamento como el personal del Hospital Psiquiátrico Virgen de la Iluminación, deben estar en camino. Rezo, rezo con todas mis fuerzas y con la poca fe que le queda a mi quebrado espíritu por que puedan llegar antes de que ocurra alguna tragedia.
Cuatro menos veinte de la tarde. Escribo estas líneas, quizá las últimas de mi vida, encaramado a la cornisa superior de la torre de la iglesia de San Miguel, en el abandonado pueblo de Ochete. La escena a mi alrededor parece sacada de las pesadillas de un alma perdida en el Hades. Los relámpagos, los truenos, la lluvia y el vendaval que lucha por arrancarme de mi puesto y arrojarme a las turbulentas aguas del torrente embravecido que corre metros más abajo, son el atrezo perfecto para esta macabra obra de terror en la que voy a representar el papel de víctima. Ya escucho cercanos los pasos de Carmen, que me busca para hacerme pagar por esta imprudencia temeraria en la que la he involucrado, y también se oyen, aunque más lejanos, las risas, los gritos y los canturreos de un padre Polón en pleno éxtasis que corre por la torre completamente desnudo y bailando al son de sus invocaciones. Parece que el socorro pedido no llegará a tiempo, y tampoco puedo hacer nuevas llamadas al haber perdido el teléfono huyendo de mi fiera perseguidora. Así las cosas, quiero que queden estas palabras, estas líneas, como mi testamento periodístico. Hasta aquí llegan las huellas de este explorador del misterio que dio su vida, o eso me temo, por dar voz a esas historias y sucesos que suelen quedar relegados al silencio por esa corriente mayoritaria que rechaza la existencia de lo fantástico en nuestras vidas, en este mundo del que sólo conocemos una ínfima parte por mucho que queramos considerarnos sabedores de todo. Hasta siempre, amigos. Quizá… quizá pueda volver a comunicarme con vosotros desde el otro lado y dejar por fin la prueba irrefutable de que nuestra realidad no es más que una pieza minúscula del puzle que conforma el cosmos de nuestra existencia. Un sentido abrazo, camaradas. Ya llega…
Nota posterior:
Martes, diez en punto de la mañana. Después de releer el relato de los hechos vividos el pasado domingo y con la perspectiva que brinda el encontrarme sano y a salvo en mi hogar, he creído necesario añadir estos últimos apuntes para aclarar el final de la narración que dejé inconclusa en un momento de desesperación y abatimiento. Como se puede suponer, al final la ayuda pedida llegó a tiempo, lo justo como para evitar alguna desgracia irremediable. Los primeros en personarse fueron una pareja de la Guardia Civil, a los que prontamente se sumaron más miembros del cuerpo, otros del personal del Hospital Psiquiátrico Virgen de la Iluminación y un grupo del Servicio de Salvamento de la Provincia de Álava. Tras las labores de rescate, el padre Polón fue inmediatamente sometido a un tratamiento sedante que en un visto y no visto acabó con su crisis nerviosa y lo sumió en un estado de sosegado y tranquilizador letargo. También Carmen tuvo que ser sometida a un tratamiento parecido tras derribar a dos guardias civiles y al primer equipo de enfermeros que vinieron a socorrernos, pero en este caso aplicado por el Equipo de Control y Captura de Plantígrados de la Osera del Parque Natural de Gorbeia, a los que estaré eternamente agradecido por haberme salvado la vida. Por mi parte, tuve que ser atendido de múltiples contusiones, principios de hipotermia y un ataque de miedo que a punto estuvo de sumirme en la catatonia.
Al final no encontramos lo que buscábamos, ese contacto con lo despatarrante que prometían los informes previos que teníamos sobre el lugar y la corazonada que tuve desde un principio, una lástima. Quizá en un futuro volvamos allí para constatar de una vez por todas la naturaleza de los hechos que, según se cuenta, suceden y han sucedido en Ochete desde hace años, pero eso sólo será posible cuando se borren de nuestra mente los amargos pasajes antes relatados, algo que sólo el Creador sabe si ocurrirá algún día. En todo caso, por ser positivos y extraer enseñanzas aún de los supuestos fracasos, me quedo en esta ocasión con la innegable prueba de nuestro compromiso con la investigación paranormal que creo queda patente en esta segunda entrega de nuestros Diarios de lo Despatarrante, y también en el hecho de que no sea la última, lo cual desde aquí prometo. Estaos atentos, quién sabe si será en vuestro puerto la próxima escala de este viaje.
Ocho y media de la mañana. El ambiente es muy bueno hoy en nuestra Patera de lo paranormal. Carmen está relajada, quizá por la ausencia de Santiago, el padre Polón alegre y feliz, incluso canturrea el famoso tema “En el coche de papá”, al parecer de forma instintiva debido a la medicación y a que es la melodía que hacen cantar a los pacientes durante sus excursiones terapéuticas, y yo… Yo estoy emocionado, tengo que decirlo. Estoy emocionado en primer lugar debido a la inestimable participación del padre en esta travesía, lo que nos brindará el apoyo de su infinito saber y su vasta experiencia, y en segundo lugar porque tengo un pálpito, una premonición, una corazonada, llámenlo como quieran, pero hay algo que me dice que hoy nuestra existencia se verá alterada por un encuentro más allá de esta realidad. ¿Será verdad lo que grita mi alma? Ya veremos…
Nueve menos diez de la mañana. Primer contratiempo de nuestra expedición. Como me temía, y pese a su buen talante inicial, la no demasiado amplia paciencia de Carmen se ha visto saturada por el incesante canturreo del padre Polón. Son ya casi cuarenta y cinco minutos de “En el coche de papá”, con su túnel, su bocina, sus baches, sus tortas y la no muy afinada voz del padre, suficiente incluso como para soliviantar el espíritu de un lama en conexión con la paz absoluta. Carmen me expresa su pesar de forma enérgica, indicándome que será mejor que yo medie en este asunto antes de que ella tenga que poner sobre la mesa sus indudables dotes de liderazgo. Yo intento hacer lo que puedo, trato de sacar al padre de su trance musical a través de una conversación acerca de su tema favorito, los ovnis, pero no da resultado en un principio. Espoleado por una nueva mirada de soslayo de la compañera, insisto en entablar conversación con el padre y al final lo consigo, haciendo que se arranque a contar una muy interesante historia acerca del encuentro en la tercera fase que tuvo tras la ingesta de ayahuasca durante una expedición por el Amazonas en la que participó hace décadas. Carmen me felicita por la iniciativa al tiempo que me avisa de que la nueva letanía también puede llegar a cansarla si se prolonga indefinidamente. Yo trago saliva mientras trato de meter baza en la desatada verborrea del padre Polón.
Nueve y media de la mañana. Tengo que dar gracias a la providencia. Desde hace unos minutos, nuestro invitado en esta travesía permanece en silencio. En un momento dado ha terminado con su historia y ahora está abstraído, absorto en la contemplación del paisaje que se abre más allá de las ventanillas. Según nos informaron, ésta es la segunda fase del proceso iniciado con la toma de la medicación. La primera fue de euforia, manifestada en este caso por el acceso musical y el relato de historias, la tercera será de lucidez y normalidad, y la cuarta un in crescendo que desembocará en una nueva crisis nerviosa si nos saltamos el horario de vuelta y nuestro amigo no toma su próxima dosis a tiempo. Por el bien de todos, procuraremos cumplir con los horarios para no tener que llegar a ese extremo.
Diez y media de la mañana. Por fin llegamos a Ochete, o al menos al punto en el que tendremos que dejar el automóvil y seguir a pie hasta nuestro destino. Ochete es un pueblo fantasma, no hay carreteras que pasen por su calle principal, no hay señales que indiquen su localización, no hay mapas modernos en los que aparezca su nombre. Es un lugar perdido en la nada, un tesoro del misterio que, como tal, ha de ser buscado en aventura singular, sorteando peligros y haciendo acopio de audacia y valor. El padre Polón se muestra plenamente lúcido, incluso ya empieza a desempolvar viejas teorías o a bosquejar otras nuevas a la luz de los datos preliminares que le hemos suministrado, y también hace gala de un vigor inusitado siendo el que abre la marcha en cuanto el sendero que seguimos se torna abrupto. Carmen lo sigue con decisión. Yo, cargado con todo el instrumental de campo en ausencia de Santiago, al que ahora echo de menos más que nunca, comienzo a acusar la fatiga. Pero no importa, todo el que haya pasado la frontera de la afición en estos temas sabe que la investigación paranormal es sinónimo de sacrificio, el peaje que invariablemente ha de pagar todo aquel que quiera llegar a un fin importante. Como los conquistadores y exploradores de nuestra edad de oro, esos héroes cuyas vidas, en la mayoría de los casos, sirvieron de tributo con el que pagar el encuentro con lo ignoto, enjugo el sudor de mi frente, fijo mi vista en el horizonte y sigo adelante. Tengo una corazonada, y no hay poder del cielo o la tierra capaz de impedirme que cumpla con mi destino.
Once de la mañana. Primer encuentro con la maravilla… o no. En un momento dado, la senda estrecha y umbría por la que transitábamos se ha abierto a un claro amplio, y en su centro, como aguardando nuestra llegada, hemos encontrado una misteriosa marca, un círculo de tierra calcinada rodeado de rocas cuya disposición, según el padre, no es aleatoria sino que encierra algún tipo de mensaje quizá de entidades venidas de más allá de las estrellas. Carmen duda de la teoría y señala como prueba varias latas de comida cubiertas de hollín que yacen junto a lo que según ella no son más que los rastros de una hoguera. El padre Polón retruca que eso no son más que pistas falsas dejadas ahí por el largo brazo de esa censura ciega que tanto se ha cebado con él hasta conseguir su internamiento en el centro en el que ahora ocupa plaza. Yo estoy indeciso, convengo con Carmen en que no es muy verosímil que esos extremistas de la incredulidad hayan podido saber de nuestro viaje, o de que pasaríamos por ese punto concreto. Pero no puedo hacer oídos sordos a la seguridad en este asunto del padre y a la multitud de teorías y tratados que saca a colación para defender su postura. Por si acaso, tomo fotos de la escena, desde todos los ángulos posibles, e incluso alguna muestra de las rocas, la más pequeña que encuentro para no aumentar en demasía mi ya de por sí pesada carga. Ya habrá tiempo para someter las pruebas a un examen exhaustivo, pero ahora debemos continuar; Ochete nos espera…
Doce menos cuarto de la mañana. Se avecinan tormentas, varias. El cielo, antes de un gris leve, ahora se ha teñido de un negro amenazador, sobre todo estando donde estamos, a la intemperie y a merced de los elementos. Del horizonte lejano viene un murmullo, un eco de truenos que se unen en sinfonía al intenso batir de mi corazón. No quiero decir nada, prefiero que Carmen y el padre permanezcan ajenos a lo que pasa por mi mente, enfrascados aún en el debate sobre la autenticidad de aquella supuesta prueba ovni que encontramos hace rato. No me quiero adelantar a los acontecimientos, pero tengo la intuición de que estamos algo desorientados, si no totalmente perdidos. Hemos llegado hasta donde nos encontramos siguiendo las indicaciones que durante la preparación de este viaje me dio el compañero Javier Serra, amigo personal, asiduo en las Crónicas de lo Despatarrante y uno de esos investigadores que han visitado Ochete en más de una ocasión. Ahora creo que cometí un error, que no debí conformarme con sus indicaciones de palabra y que debí hacerme con un mapa en el que situar nuestro destino para no perdernos. Sumido en estos funestos pensamientos, extenuado por la carga que tengo que transportar y temeroso de la tormenta que parece correr en nuestra dirección, apelo a la premonición que tuve al iniciar nuestro viaje y rezo porque un golpe de suerte nos asista antes de que sea demasiado tarde.
Doce y veinticinco de la tarde. Ha comenzado a llover. De momento es algo leve, unas gotas que no supondrían nada siempre que hubiera algún sitio en el que refugiarse antes de que arrecie. Por desgracia, no se ve lugar para resguardarse en las cercanías, y no parece que la tormenta que viene hacia nosotros vaya a demorarse lo suficiente como para darnos tiempo de encontrar uno. Ante las dudas de mis compañeros de aventura me muestro optimista, confiado en que llegaremos a Ochete y a algún lugar en el que escapar de la furia de los elementos antes de que ésta se cierna sobre nosotros con toda su virulencia. Mis palabras, dichas con la poca convicción que me da la seguridad, ahora total, de que estamos perdidos, no parecen convencerles ni aplacar sus ánimos. Por suerte, el padre Polón encuentra indicios de que las arteras influencias de la censura ciega nos siguen en esta investigación y están haciendo todo lo posible por que no lleguemos a nuestro destino y podamos demostrar la veracidad de los fenómenos que nos han traído aquí. Yo le doy toda la razón, eso sí, sin poder evitar un escalofrío ante la mirada desaprobatoria que me lanza la compañera Carmen. De nuevo apelo a mi fe y mis convicciones para poder sacar fuerzas con las que llevar a buen término esta aventura, pero eso también comienza a ser insuficiente. Una vez más, rezo.
Una menos diez de la tarde. Salvados por la campana, ésa es la expresión que mejor define nuestra situación actual, literalmente. Tras un rato de estar perdidos de manera al parecer irremediable, hemos llegado por fin a nuestro destino, el viejo pueblo de Ochete. Al coronar una elevación del camino, cuando ya la tormenta había llegado hasta nosotros para descargar sobre nuestras cabezas toda la furia de Gaia, hemos divisado las ruinas del antiguo campanario, uno de los últimos vestigios aún en pie de esta historia que se pierde en los anales del tiempo y el misterio. Pasada la alegría inicial, en especial por mi parte, hemos tenido que apretar el paso, que correr, pero por fin hemos llegado y ahora estamos resguardados en este baluarte de lo paranormal, la también conocida como “Puerta de Lobos” haciendo uso del origen etimológico de la palabra Ochete. Tras una primera comprobación, parece que el equipo no ha sufrido desperfectos debido a la lluvia y nuestra accidentada travesía, así que comienzo los preparativos para dejar a punto todos los dispositivos de medición y análisis que he estado cargando durante horas. Por desgracia, no puedo recibir ayuda en mi tarea ya que Carmen y el padre Polón se encuentran enfrascados en un nuevo debate acerca de las posibles implicaciones de la censura ciega en esta investigación que llevamos a cabo y del origen terrenal o extraterrenal de los restos que encontramos durante la mañana. Ya empieza a cansar el tema, pero me reservo mis opiniones por no soliviantar aún más los ánimos. Vuelvo a confiar en la premonición que tuve al comenzar la jornada, y eso hace que pueda abstraerme de todo lo que me rodea mientras cumplo con mi labor.
Una y veinte de la tarde. Ya están los dispositivos listos y colocados como mejor he podido hacerlo. He tenido que improvisar coberturas para evitar que alguna fatídica gotera pueda estropear el sensible material que usamos, y todo ha tenido que ser colocado a cierta altura del suelo debido a una escorrentía que al parecer pasa por el lugar y que lo tiene todo encharcado. Carmen está inquieta por este hecho, cree que las cosas podrían ir a más y encontrarnos al final con un problema mayor que la tormenta que sigue descargando más allá de estas vetustas paredes. Yo intento calmarla, le señalo la tranquilidad con la que encara la investigación el padre, curtido en mil y una aventuras y que seguro sabría distinguir el peligro de tenerlo delante. También le hablo de mi corazonada, esa voz interior que me dice que hoy tendremos éxito, que daremos con lo que hemos venido a buscar y regresaremos a casa con el prometido botín de maravillas que nos ha lanzado a la aventura. Ella responde que así lo espera, sobre todo por mi bien. Yo trago saliva una vez más, soy plenamente consciente de la velada amenaza que encierran sus palabras. Ochete, ¡no me falles!
Dos menos diez de la tarde. Problemas, problemas serios. La escorrentía que hace unos momentos apenas nos inquietaba, salvo a Carmen, ha devenido en un arroyuelo cuyo caudal parece aumentar por momentos, haciendo que nuestros temores previos comiencen a tener visos de realidad, de trágica realidad. Una de las grabadoras se ha perdido, cayó de su improvisado soporte y tuve que contemplar con impotencia cómo seguía el curso de las aguas sin poder hacer nada debido a que tuve que poner a salvo el resto del equipo. El padre Polón parece totalmente ajeno a la problemática, se halla sumido en cábalas acerca de lo que sabemos del lugar, del encuentro de esta mañana y otras de las muchas teorías que maneja. Incluso ha propuesto que intentemos el ascenso a las plantas superiores de la torre, con el peligro que ello supone tratándose de una edificación abandonada hace casi un siglo y que debido a la acción de los elementos se encuentra en estado ruinoso. De momento he conseguido que aparque la idea, pero no quitársela de la cabeza, es imposible interponerse entre un investigador de casta, un auténtico prohombre de los estudios paranormales, un maestro, y su curiosidad sin límites. Por su parte, Carmen permanece sentada sobre los restos de una sección del suelo de la planta superior colapsada hace años. Me mira con fijeza predadora, con un “te lo dije” en la punta de la lengua y, supongo, pensando en un castigo por mi imprudencia. Creo que el tributo a pagar por esta búsqueda de lo insólito será, al menos en mi caso y cuando llegue al hogar, alto, muy alto.
Dos y cinco de la tarde. Ya está el material a salvo. Todo ha sido recogido y empaquetado de nuevo. Ahora se encuentra en la planta superior, a la que al final hemos tenido que acceder porque el nivel del agua en la inferior ya ha llegado por encima de la rodilla. La actitud del padre es animada pero algo errática, quiere subir a lo más alto para otear, busca señales por las paredes y cree escuchar voces. No quiero pensar en ello, sobre todo no quiero comentarlo con Carmen, pero es posible que el bueno del padre Polón esté entrando en la cuarta fase de su tratamiento farmacológico, aquella destinada a terminar con un colapso nervioso del que el doctor Parra ya nos advirtió que no querríamos presenciar. Ahora tengo un nuevo presentimiento, uno relacionado con el compañero y la mirada fija, cortante, con la que Carmen sigue mis pasos por el lugar, murmurando algo entre dientes y regalándome de vez en cuando alguna sonrisa sardónica. En el exterior la tormenta arrecia, en el interior se tensa el ambiente. El padre alza la voz pidiendo silencio, dice que no puede escuchar bien el mensaje telepático que ahora mismo le está enviando una entidad de otra galaxia. Yo cojo el móvil para lanzarle al doctor Parra un mensaje telefónico de auxilio.
Tres menos cuarto de la tarde. Locura, locura desatada. Bajo mis pies, el agua cubre la planta inferior hasta media altura, al nivel del violento torrente que sitia la antigua torre del campanario de Ochete. Sobre nuestras cabezas, el cielo que se vislumbra a través del agrietado techo es una luminaria surcada de venas eléctricas que marcan el tempo de la cacofónica sinfonía de esta tormenta de proporciones bíblicas que se ha hecho dueña de los cielos. A mi alrededor, en el limbo que media entre esas dos visiones del Purgatorio, el Infierno. El padre Polón ha llegado al paroxismo tras las comunicaciones telepáticas recibidas. Ha rasgado sus vestiduras, se ha quedado en paños menores y ahora danza bajo las goteras al son de mantras, gritos y una versión modificada de “En el coche de papá” en la que se habla de ovnis y un padre celestial que ha prometido venir a recogernos a todos para llevarnos de paseo. Esto ha hecho saltar los últimos contrafuertes del autocontrol de Carmen, que ahora se encuentra desatada, encolerizada, histérica. La ha tomado con el material de investigación que yo había recogido, empaquetado y ordenado en un rincón de esta prisión en la que nos encontramos, de esta trampa mortal. Ahora todo yace esparcido por el lugar, quebrado en mil fragmentos después de ser estampados contra las paredes y el improvisado parapeto detrás del que escribo estas notas mientras intento resguardarme de su furia. Ella también grita, me grita a mí, todo tipo de improperios, descalificaciones y amenazas. Me culpabiliza de todo lo sucedido, y yo acepto la culpa y pido perdón por ello, ruego perdón, ruego por mi salud… por mi vida. En este trance me encuentro, con la situación desbordada pero sabedor de que el tiempo corre a mi favor, pues tras hablar con el doctor Parra y posteriormente con las autoridades para comunicar nuestra situación y pedir un rescate, sé que, tanto equipos de salvamento como el personal del Hospital Psiquiátrico Virgen de la Iluminación, deben estar en camino. Rezo, rezo con todas mis fuerzas y con la poca fe que le queda a mi quebrado espíritu por que puedan llegar antes de que ocurra alguna tragedia.
Cuatro menos veinte de la tarde. Escribo estas líneas, quizá las últimas de mi vida, encaramado a la cornisa superior de la torre de la iglesia de San Miguel, en el abandonado pueblo de Ochete. La escena a mi alrededor parece sacada de las pesadillas de un alma perdida en el Hades. Los relámpagos, los truenos, la lluvia y el vendaval que lucha por arrancarme de mi puesto y arrojarme a las turbulentas aguas del torrente embravecido que corre metros más abajo, son el atrezo perfecto para esta macabra obra de terror en la que voy a representar el papel de víctima. Ya escucho cercanos los pasos de Carmen, que me busca para hacerme pagar por esta imprudencia temeraria en la que la he involucrado, y también se oyen, aunque más lejanos, las risas, los gritos y los canturreos de un padre Polón en pleno éxtasis que corre por la torre completamente desnudo y bailando al son de sus invocaciones. Parece que el socorro pedido no llegará a tiempo, y tampoco puedo hacer nuevas llamadas al haber perdido el teléfono huyendo de mi fiera perseguidora. Así las cosas, quiero que queden estas palabras, estas líneas, como mi testamento periodístico. Hasta aquí llegan las huellas de este explorador del misterio que dio su vida, o eso me temo, por dar voz a esas historias y sucesos que suelen quedar relegados al silencio por esa corriente mayoritaria que rechaza la existencia de lo fantástico en nuestras vidas, en este mundo del que sólo conocemos una ínfima parte por mucho que queramos considerarnos sabedores de todo. Hasta siempre, amigos. Quizá… quizá pueda volver a comunicarme con vosotros desde el otro lado y dejar por fin la prueba irrefutable de que nuestra realidad no es más que una pieza minúscula del puzle que conforma el cosmos de nuestra existencia. Un sentido abrazo, camaradas. Ya llega…
Nota posterior:
Martes, diez en punto de la mañana. Después de releer el relato de los hechos vividos el pasado domingo y con la perspectiva que brinda el encontrarme sano y a salvo en mi hogar, he creído necesario añadir estos últimos apuntes para aclarar el final de la narración que dejé inconclusa en un momento de desesperación y abatimiento. Como se puede suponer, al final la ayuda pedida llegó a tiempo, lo justo como para evitar alguna desgracia irremediable. Los primeros en personarse fueron una pareja de la Guardia Civil, a los que prontamente se sumaron más miembros del cuerpo, otros del personal del Hospital Psiquiátrico Virgen de la Iluminación y un grupo del Servicio de Salvamento de la Provincia de Álava. Tras las labores de rescate, el padre Polón fue inmediatamente sometido a un tratamiento sedante que en un visto y no visto acabó con su crisis nerviosa y lo sumió en un estado de sosegado y tranquilizador letargo. También Carmen tuvo que ser sometida a un tratamiento parecido tras derribar a dos guardias civiles y al primer equipo de enfermeros que vinieron a socorrernos, pero en este caso aplicado por el Equipo de Control y Captura de Plantígrados de la Osera del Parque Natural de Gorbeia, a los que estaré eternamente agradecido por haberme salvado la vida. Por mi parte, tuve que ser atendido de múltiples contusiones, principios de hipotermia y un ataque de miedo que a punto estuvo de sumirme en la catatonia.
Al final no encontramos lo que buscábamos, ese contacto con lo despatarrante que prometían los informes previos que teníamos sobre el lugar y la corazonada que tuve desde un principio, una lástima. Quizá en un futuro volvamos allí para constatar de una vez por todas la naturaleza de los hechos que, según se cuenta, suceden y han sucedido en Ochete desde hace años, pero eso sólo será posible cuando se borren de nuestra mente los amargos pasajes antes relatados, algo que sólo el Creador sabe si ocurrirá algún día. En todo caso, por ser positivos y extraer enseñanzas aún de los supuestos fracasos, me quedo en esta ocasión con la innegable prueba de nuestro compromiso con la investigación paranormal que creo queda patente en esta segunda entrega de nuestros Diarios de lo Despatarrante, y también en el hecho de que no sea la última, lo cual desde aquí prometo. Estaos atentos, quién sabe si será en vuestro puerto la próxima escala de este viaje.
Quique Jimenez´s
Diarios de lo Despatarrante
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