Segundo informe del Test de
Rorschach-Perring, otra serie de diez manchas a través de la cual adentrarnos
en el interior de otro escritor de la nueva hornada que seguro continuará dando
que hablar tanto como lo ha hecho hasta ahora… o más…
El paciente de hoy, Alejandro Castroguer, nació en Málaga (1971), muy lejos de la Luna, a donde le condujo,
de inmediato, su anhelo por llegar a ser astronauta. Niño feliz y adolescente
inquieto que estudió pintura y música, desde muy pequeño incubó el virus de la
literatura, hasta el punto de que consumió parte de su juventud escribiendo
siete novelas, inéditas y posteriormente destruidas debido a su autoexigencia.
Nació al mundo editorial con el alumbramiento de “La Guerra de la Doble Muerte”
(Almuzara, 2010). Ha perpetrado aberraciones en forma de relatos y ha
coordinado las antologías “Vintage’62: Marilyn y otros monstruos” y
“Vintage’63: J.F.K. y otros monstruos” para Sportula. En 2012 empeñó las
vísceras en “El Manantial”, su segunda novela publicada, redactada desde la
rabia. Devoto de la música de Mahler y de los desvaríos de Maldoror, en 2013 ha
escrito y editado “El último refugio” con Almuzara, continuación o cara B de
“La Guerra de la Doble Muerte”. Nunca ha sentido tanta responsabilidad ni tanto
vértigo como cuando la escribía, y es que el nivel de la primera parte del
díptico comprometía la validez de la segunda. Tiene aún por publicar la que,
para algunos, es su mejor novela, “La octava noche”, y entre manos un par de
proyectos de lo más interesantes. Demasiado como para que su vena malévola no
para de reír.
En
un cruce de caminos te espera el diablo para ofrecerte ser el mayor virtuoso de
todos los tiempos con un instrumento, ¿cuál? ¿Por qué ése?
El piano, sin duda. Amo demasiado el
jazz, a B.Meldhau y a BEvans, o las obras de Beethoven o Schubert como para
negarme a semejante pacto. Además, en su tiempo estudiaba piano, luchando
contra de la torpeza natural de mis dedos.
Cierto
día descubres que tu vida no es tu vida, que es sólo un pasaje de una novela, y
tú un mero personaje estándar de una obra que deja de escribirse y nunca se
leerá. Encuentras la forma de no desaparecer saltando a una obra maestra
perdurable, y puedes elegir rol. Di en qué novela e introdúcete en menos de
cien palabras.
A vuela pluma, diría Moby Dick. Y cómo no, en el perverso
capitán Ahab. Más nos valdría aprender de él, aunque sólo sea por el empeño y
las ganas, casi la rabia, que invertía en alcanzar sus objetivos. Poco importa
que fuesen ciegos y le llevasen a la destrucción: él creía en ellos. Nosotros,
más normales y centrados que él, no somos capaces de luchar por lo nuestro, sea
lo que sea esto (nuestros derechos laborales, por ejemplo.)
Dios
se da de baja, y el consejo de sabios celestiales te elige a ti como regente
temporal. Tienes la posibilidad de darle al mundo una utopía… o una distopía…
Esbózala.
Si pudiese me daba de baja también,
aunque me recortasen el sueldo, que es lo que se lleva ahora en España: tomar a
los enfermos por delincuentes. Le diría que él, y no yo, es el Gran Jefe... y
que se fuese a tomar por culo, que para eso él figura como tal. No soy más que
un indio con deseos de vivir tranquilo. En cualquier caso, abolir el dinero
para evitar las estafas, los robos y la evasión de capitales no sería mala idea
para empezar una distopía. Luego emplear las sucursales bancarias a modo de
peceras donde encerrar a los politicuchos y especuladores para regocijo de los
que pasean por las calles sin atender a horarios. Y así podría decir mil
aberraciones más.
En
los sueños el protagonista, uno mismo, se topa muchas veces con que no es
exactamente igual, a veces incluso se es muy diferente. ¿Cómo eres en tus
sueños?
Más cabrón e hijoputa de lo que soy,
jajaja, y más veloz de piernas y de ideas, supongo. Tampoco me he parado a
pensarlo. En un sueño terrorífico corres sin parar. Te basta con salvar el
pellejo. En uno erótico, eres una máquina bukowskiana de follar. Uno en los
sueños es diferente, eso es lo único cierto.
Te
llega la hora de encarar la eternidad, ahora mismo, de forma súbita e
inevitable. Cuando llegas a las mismísimas puertas de Paraíso, escuchas una voz
que parece no venir de ningún lado y al mismo tiempo de todos: “Dime el sentido
de tu vida si quieres entrar.”
Como todo artista que se precie es
casi imposible responder con lucidez a esa pregunta. Hacerlo implica cierta
aridez mental de la que carezco. Leo demasiado, veo demasiado cine, pienso en
exceso como para dar una única respuesta. Así que creo que me quedaría a las
puertas, escribiendo cualquier cosilla contra semejante tiranía. Además, el
Paraíso tiene que ser un coñazo: seguro que está preñado de tantos buenos
espíritus como hipócritas.
Un
científico loco amigo tuyo te dice que ha inventado la máquina de la
suplantación, con la que puedes meterte en cualquiera y controlar sus actos por
un día, y te invita a probarla. ¿A quién suplantas? ¿Qué decisiones tomas por
él?
Podría ponerme muy serio y hablar de
manera cabal. Pero resultaría pedante y hasta pretencioso. Lo lógico sería que
probase con algún bellezón (que cada cual ponga el nombre de una actriz) de los
que aparecen en el cine y me regalase algo de sexo solitario. Al menos me
llevaría eso, una buena vista y una alegría entre las piernas.
Tu
editor te llama, te dice que van a sacar una línea de biografías históricas y
que cuentan contigo para ello. Tienes carta blanca para elegir biografiado. ¿A
quién eliges? ¿Por qué?
Hay
tantos, Italo Calvino, Glenn Gould, Franz Schubert, Billy Wilder. Si he de decir uno, justo el que se
me viene a la cabeza ahora es Ray Bradbury. Es uno de mis autores preferidos,
tal vez el que más entre los de ciencia ficción. Lo haría porque sus libros lo
han sido todo para mí, para enseñar al mundo cómo es en verdad un escritor (o
debería serlo): un tipo sencillo que lo único que quiere es escribir mejor cada
día. Paradójicamente, él no lo consiguió, porque sus mejores obras nacieron al
principio de su carrera. Pero semejante contradicción valdría para hacer más
profunda la biografía. (A ver si me lee mi editor y me encarga algo de este
palo, aunque sea una biografía novelada.)
Noticia
de última hora, unos arqueólogos acaban de encontrar los restos fosilizados de
un animal… mitológico. ¿Cuál te gustaría que fuera?
Voy a jugar a ser el dr.Perring.
Imagina que es el futuro, a siglos de distancia de nuestra Edad del Dólar. Y
que ha habido un gran cataclismo. Imagina que la Historia antigua no es más que
un recuerdo lejano y borroso en los libros. En este contexto perringiano, me gustaría que los arqueólogos
encontrasen a Francisco Franco. Y lo imaginasen como un mecenas de grandes
obras (presas, puentes, ya sabes), atento a los desvelos de su pueblo. Sería
irónico que quedase alguna grabación sonora en que un tertuliano de
InterEconomía afirmase que con Franco se
vivía mejor. A poco que se lo propusiesen, sería el primer animal
beatificado de la historia de la Nueva Religión Católica (que seguro que
sobreviviría a la destrucción).
Alguien,
desde algún lugar, está pirateando todas las emisoras del mundo. De forma
casual, descubres la manera de introducir una melodía en su señal. ¿Qué música
le ofreces al mundo? ¿Por qué esa?
El Adagio de la Sinfonía nº 9 de
Gustav Mahler. Porque esa música soy yo: serena cuando es necesaria, rabiosa
cuando hay que serlo, misteriosa si se da el caso... Lleva tantos años
enquistada dentro de mi cabeza, que es una suerte de espejo donde me miro. Lo
que sucede es que a veces me asomo y me veo muy joven, con dieciséis años,
cuando empezaba a conocer la música de Mahler. Entonces siento un ahogo
repentino de vértigo: ese Alejandro adolescente está demasiado lejos. Y es que
únicamente la música me une a él.
Se
acerca un gran cataclismo, quizá la humanidad se extinga en su totalidad. Por
si acaso, alguien ha creado una cápsula del tiempo en la que almacenar
recuerdos de la civilización que se acaba. Tienes tu último libro, “El último
refugio”, en la mano, convéncele en cien palabras para que lo meta en la cápsula.
Le diría que pesa menos que un tocho de E.L.James o de Stephenie
Meyer, y que está mejor escrito. Que nunca encontrará frases de autoayuda a lo
Jorge Bucay. Con eso sobraría para que lo echase dentro, al menos como quien
tira la colada sucia dentro de la lavadora. (Me han sobrado cuarenta y cuatro
palabras.)
6 comentarios:
De nuevo, un test muy interesante :-)
Pero las preguntas son aún más difíciles que las de Pata. ¿Te estás retando a ti mismo? :P
Bueno, en todo caso el retado sería Alejandro, que yo suelto las preguntas y me quedo tan fresco, jeje. El problema será no repetirse (o que no se note que lo hago) cuando ya lleve un buen puñado de entrevistas...
Creo que el dr.Perring podrá darme el alta. Al menos he puesto parte de mi mala leche en las respuestas.
Jejejeje, es muy molón el formato este de entrevista :D
Bueno, aún estoy redactando tu informe, a ver si estás loco o no, jejejeje... De momento te dejo en observación...
Gracias, socio. En fin, se hace lo que se puede...
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