Cuarta entrega de "Mariano, asesino en serie novato", en la que nuestro protagonista nos relata por qué odia tanto a su perfil de víctima, cómo le han hecho sufrir... |
Día 4
Si él ve a Catherine como a una persona en
vez de como a un objeto, le será más difícil hacerle daño, decía mi maestro
y mentor, Aníbal, en otro memorable pasaje de mi BCP. Tengo que tener cuidado
con esto, no debo encariñarme con mis víctimas de ninguna manera. Pero creo que
será fácil, para eso he elegido como objeto de mi instinto homicida a lo que
más odio, esas ancianas malvadas que tanto se han aprovechado de mí a lo largo
de la vida.
Aún recuerdo la
época en la que doña Julia coincidía todos los días conmigo en su llegada de la
compra y me hacía cargarle las bolsas hasta ese cuarto sin ascensor en el que
vivía. Aquello a veces se alargaba por más de media hora porque la maldita
señora se paraba a charlar con todos los vecinos, provocando que alguna vez
estuviera a punto de perder dedos por falta de riego sanguíneo. Todo esto duró
hasta que le escuché comentar con otra vecina que esperaba en el portal al
tonto del segundo para que le subiera las bolsas. Después pasaron semanas
esquivándola, acercándome al edificio a escondidas por si la descubría en el
portal, esperándome con la vista atenta a todo lo que se moviera por los
alrededores, haciendo que llegara tarde a comer un día sí y otro también y
fuera severamente reprendido por ello.
Sí, doña Julia
sería idónea como primera víctima de mi carrera, una lástima que muriera hace
tiempo (un síncope se la llevo un caluroso día de agosto que cargó demasiado
las bolsas y no dio con nadie a quien endilgarle la subida). Pero quizá sea
mejor así porque, ahora que lo pienso, me parece demasiado audaz para mi
bautismo de fuego matar a una persona que vive a sólo dos plantas de distancia.
No, tienen que ser extrañas, gente con quien no me puedan relacionar: sin
conocimiento previo, sin motivos aparentes, sin pistas más allá del macabro
juego mental al que someteré a mis investigadores, el crimen perfecto…
Tendré que
buscarlas, pero sé dónde, cuál es su hábitat natural cuando no están en sus
casas: supermercados, panaderías, tiendas de ultramarinos y peluquerías.
Buscaré colas en las que pararme a esperar para que sean ellas mismas las que
se descubran con esa enfermiza manía de ser atendidas antes que los demás,
aunque luego se entretengan pegando la hebra con cualquier conocida con la que
se crucen; me acercaré a ellas cuando vayan cargadas, a ver si alguna quiere
gorronear el porte; escucharé sus chismorreos, sus malvadas críticas a los
hijos de los vecinos… dejaré que sean ellas quienes firmen su propia sentencia
de muerte…
Siento cómo nace
en mí la oscuridad, siento el poder, pero no se preocupen, estremecidos
lectores, no pienso ir a visitarlos, el
mundo es más interesante con ustedes dentro.
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