Para enfermos de aburrimiento alérgicos a la pasta de celulosa, para exiliados de bibliotecas con tiempo pero sin estantes, para marineros de la red con tendencia a hacer parada y fonda en tabernas de relatos, para viajeros de sillón y amantes de la aventura estática, para todos ellos y para ti mismo se abre esta consulta literaria, la del doctor Perring, enhebrador de palabras, zurcidor de conceptos y trazador de historias.


Tratamiento único y definitivo: tú pones los segundos, el que suscribe pone las letras...

martes, febrero 19, 2019

En la mejor de las malas compañías



Cuando las malas compañías son las mejores que puede tener un hombre...



Alma rebelde, así me llamaba el viejo Joe. Muchas veces me llamaba cosas peores, pero ahora, viéndolo ahí en el suelo, con la mirada fija en el infinito, sólo recuerdo cuando me llamaba alma rebelde, me guiñaba un ojo y me daba un amistoso golpe en el hombro. Contaba las cosas por medias docenas, el número de balas que podía disparar cuando la vida se ponía fea y había que actuar rápido, cuando no había tiempo para recargar. Lástima que nunca hubiera pensado en el séptimo hombre, el que hace un rato le ha arrancado la vida a balazos. Seguro que lo que más le ha jodido es no ser él quien me vengue a mí, quizá también la duda de si yo podré cumplir mi parte. Viejo, esa duda ofende, ya te lo he despachado al otro barrio para que termines de explicarle por qué nunca debió de meterse en nuestros asuntos.

Vuelven a arreciar los disparos. Siento los impactos al otro lado la pared tras la que me cubro, en la espalda, a través de la camisa. Según dijo el jefe, iba a ser un golpe fácil, entrar y salir de un pequeño banco, de un pequeño pueblo defendido por un insignificante sheriff tan cobarde e inútil como sus dos ayudantes. Por la cara de sorpresa que se le ha quedado a su cadáver, él también se había creído ese cuento y, como el resto de nosotros, no tuvo imaginación suficiente como para pensar en un batallón del ejército en misión por la zona. Me había dicho que pensaba retirarse después de este trabajo, que llevaba demasiado tiempo haciéndole trampas a la suerte y que ésta, tarde o temprano, te termina cogiendo el truco. Yo le dije que las malas costumbres y las malas compañías son más pertinaces que las malas hierbas, y que llevaba demasiado tiempo dejándolas crecer como para que se pudiera librar de ellas. Ahora lamento tener razón.

A través de una ventana cazo movimientos furtivos en los tejados, soldados que saltan de unos a otros, que se parapetan, fusiles cargados que apuntan todos hacia la misma dirección acatando la misma orden, la que ha pedido nuestras cabezas. Al otro lado de la entrada está Joshua, sentado en el suelo con las piernas muy abiertas y la espalda apoyada en la pared. Está cargando sus revólveres, pero le cuesta, tiembla porque ha perdido mucha sangre y se le nubla la vista. Tiene una determinación en la mente, un juramento que cumplir, y Joshua siempre fue de los que no juran en falso ni rompen una promesa, de los que valoran más su palabra que su vida. Por eso, cuando por fin logra cargar las armas, se lanza hacia la entrada tratando de conseguir un poco más de tiempo y quizá una última oportunidad para los que aún seguimos en pie. Pero no llega a pisar la calle, regresa sobre sus pasos agitándose al son de la ametralladora que han apostado frente a esta ratonera y cae a un par de metros de mí, irreconocible por los disparos que le han destrozado la cara.

Venido del piso superior oigo el característico sonido de la carabina de Jules al disparar, y eso significa que uno de los soldados que rodean el banco ha caído, quizá el que disparaba la ametralladora. Mil disparos le responden desde el otro lado de la ley, y un rato después de cesar éstos, al no volver a escuchar ese característico sonido sé que ya no hay nadie pegado a la culata, con el ojo fijo en el siguiente desgraciado al que le tocara el turno. Ahí nos deja un tipo tan certero con un rifle como con la palabra, tan diestro quitando vidas como robando voluntades y afectos. Espero que, cuando por fin nos encontremos al otro lado, sigas del mismo humor que la última vez que hablamos, compañero.

Galway siempre me había dicho que cuando las cosas se pusieran feas estuviera muy atento a lo que me dijera el jefe, y que cuando se pusieran muy feas, acudiera a él. Las cosas no se pueden poner más feas de lo que ya están, y ahora es él el que acude a Clement y a mí para contarnos su plan. Tiene la bolsa de la dinamita, y ha decidido subir al piso superior y montar una fiesta como la que jamás se ha visto en este pueblo del demonio. Dice que no habrá segundas oportunidades, que cuando escuchemos las explosiones corramos sin mirar atrás, sin esperar a nadie, y que si alguno consigue salir vivo de ésta no se olvide de echarse un trago en su honor, qué él desde el Infierno le devolverá el brindis. Se despide de nosotros con esa sonrisa que usa para suavizar las cosas cuando algo se tuerce. Será lo que me quede en el recuerdo, si es que su plan funciona.

Un rato después se escucha la primera explosión, una nube de polvo se cuela por la entrada cegándonos a todos; es el momento. Salgo a correr como me han dicho, sin mirar atrás, sin esperar a nadie, abatiendo las figuras borrosas que surgen de entre el polvo. Pero las figuras borrosas responden a los disparos, los míos y los de Clement, y un puñal de fuego me atraviesa el hombro y me hace caer entre unos barriles. Se escuchan más explosiones, y por fin una gran detonación que viene del banco y que significa que ya no habrá más. Oigo más disparos en la distancia, debe ser mi compañero tratando de darle valor al sacrificio de Galway. Es mi turno. Salgo de entre los barriles para atraer la atención sobre mí, abatiendo a varios por el camino. El fuego muerde mi pecho y mis piernas, y me arranca el arma del brazo. Caigo sobre la tierra con la mirada puesta en el cielo, un cielo claro a pesar de las nubes de polvo, un cielo que se va oscureciendo poco a poco.

Me toca el turno de irme al Infierno, pero lo hago a gusto, en la mejor de las malas compañías, como siempre quise estar, y sabiendo que cuando llegue me sobrarán los amigos para invitarme a una ronda con la que aplacar la sed de este último viaje.


2 comentarios:

Marisa Doménech Castillo dijo...

Hola Miguel,
La escenificacion me ha hecho visualizar el relato como si fuera una peli de Western americano, así tal cual. Narrado en primera persona, considero que narrador omnisciente el personaje principal, el resto son corales que cobran importancia al ser definidos metódicamente, aunque no esté en 3ª porque cumple dos funciones, narrar las secuencias y describirse a sí mismo y a los compañeros. Y una reflexión, el alma no cambia cuando la practica de uno ha sido la misma en muchos años en determinados contextos. Puede ocurrir que alguien se redima al final de su vida en circunstancias adversas pero en este caso para mí los malos conforman un paradigma, la maldad frente a las no oportunidades y un arquetipo de la figura del antihéroe, pero con una peculiaridad, les coges empatía. Gran relato, como suele ser lo habitual. Un abrazote

Manuel Mije dijo...

Este relato es un "relato de canción", después de escuchar el tema en casa, con mi hermano y mi mujer. Luego, la imaginería personal de escritor cinematográfico me llevó inevitablemente a "Grupo salvaje"... Y bueno, me encanta que te haya gustado el ejercicio, lo que hemos comentado por Twitter de disfrutar la literatura cambiando de géneros y estilos. Muchas gracias, Marisa.

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