![]() |
¿Qué
fumaban los místicos?
|
Hace unos días, mientras
rebuscaba entre la interminable lista de concursos literarios que un amigo me
había enviado, alguno que se adaptara a mis limitaciones y escasez de voluntad,
voy y me topo con algo cuando menos… sorprendente: PREMIO MUNDIAL FERNANDO
RIELO DE POESÍA MÍSTICA
“¡Vaya, poesía mística ni
más ni menos! —pensé.” A mi cabeza llegaron imágenes de adolescentes con el
karma a flor de piel trazando sobre papel delicados versos de pureza angelical,
jóvenes novicias componiendo hosannas gimientes, profundos teólogos, en
comunión con el espíritu de Dios, traduciendo al lenguaje del verso sus
experiencias más allá de este mundo…
Yo, recordando la frase
que aquel cabo chusquero que una vez tuve por vecino solía decir “Cuando veas
algo imposible, enfréntate a ello.”, y olvidando lo que solía añadir después de
“Bueno, o eso o te vas al bar a tomarte unas cañas, que tampoco hay que tomarse
la vida tan así.”, decidí aceptar el reto y lanzarme al mundo del misticismo
poético a pecho descubierto.
Ah, y yo soy encarnizado
con los retos, me los tomo como una cuestión de honor al estilo de los
caballeros medievales. “Me lo quieren poner difícil —pensé—. Pues que sepan que
como me pique, me fumo aquí mismo un trompetón y les escribo poesía mística,
estratosférica, e intergaláctica como cargue la cosa más de la cuenta; ¡que
esta gente no me conoce a mí!” Y así lo hice.
Ríanse ustedes de la
Fragua de Vulcano o los Altos Hornos de Mordor, minucias en comparación con la
que yo formé en mi cuarto. En el patio empezaron a escucharse algunos “¡Fuego,
fuego!” que, después de un aclarador “No, es el niñato del primero con los
porros.”, se transformaron en “¡Porrero!”, “¡Golfo!”, que si bien eran igual de
molestas que las alarmas de fuego, no llegaban a preocuparme tanto.
Yo no sé cómo pudo
orientarse la inspiración en medio de aquella humareda, pero el caso es que
llegó a mí y me poseyó. Y los versos fluyeron, versos venidos del fondo del
alma o de la cima del colocón, porque no sabría decir si es que estaba a punto
de desdoblarme e iniciarme en la moda tibetana del turismo astral, o es que me
estaba poniendo malo con tanta resina marroquí surcando, en estado gaseoso, esos
canales venecianos que para ella son mis alvéolos.
El caso es que la poesía
estaba escrita. ¿Era una joya del espíritu versificado o una cagada de joven
intoxicado? Yo no podía saberlo, porque ni me gusta la poesía ni quería
reconocer como mío a ese niño pomposo y absurdo que había nacido. Pero al final
lo mandé, con dos de esos que debe tener todo aquel que quiera ser llamado
macho, y espero no haber molestado con esto a ningún veterano de guerra.
Los días fueron pasando
entre caladas y volutas de humo que danzaban como odaliscas ingrávidas, hasta
que llegó la fecha del fallo del jurado. Y los muy… eso, fallaron de verdad al
no premiar mi magna obra.
—¡Aaaa, gente envidiosa,
que no queréis dar al Cesar lo que es del Cesar y a mí lo que es de Dios! —grité
desde mi cuarto.
—¡Cállate ya, tarado! —me
respondieron desde el patio.
“¡Tongo! —pensé—. ¡Tráfico
de influencias! —me puntualicé a mí mismo.” Enseguida me puse a surcar la red
en ese purasangre cojo que es mi fibra óptica. Al final encontré el poema
ganador: “Él y yo” de una tal Santa Teresa de Jesús, una obra póstuma. Estuve
investigando a la autora y, ni por fechas, ni por localización geográfica ni
por nada de nada, se podía establecer alguna conexión que probara mi teoría del
tongo. Aunque sí que era verdad que con la presencia de esa autora la cosa ya
no era un concurso para aficionados, como yo pensé al principio. Y esto, al
menos en parte, servía de muleta para mi orgullo tullido.
Pero yo no soy como Rick Blaine,
que se queda tan pancho pensando en que siempre le quedará París mientras su
novia se va con otro, encima dejándole a él con un policía francés que le tira los
tejos. ¡No señor! Me he enterado de que circula por ahí un brazo incorrupto de
la tal Santa Teresa, quizá el mismo con el que escribió “Él y yo”. Muy bien,
Santa Teresa, tú ganaste el concurso, pero a mí no me va a quitar nadie el
gustazo de hacerte sentir en esa mano incorrupta el tacto de una nuez blanda y
con pelillos. Jeje, cómo me voy a reír…
0 comentarios:
Publicar un comentario